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31.10.18

(518) Apocalipsis (I). «Vengo pronto» – «Nuevos cielos y nueva tierra»

 Cristo - Río de Janeiro, 1931

–Todo eso ya lo he leído en su blog.

–[Qué hombre…] En 9 años llevo más de 500 articulos, y hay varios en los que he tratado del Apocalipsis en algún subtítulo. Pero esta vez, tal como está el patio, quiero exponer más ampliamente la Revelación de Jesucristo, uno de los libros más grandiosos del N. T., y quizá el más ignorado.

    En la prensa diaria se dan sobre todo noticias malas de cosas ya pasadas,relativas a este mundo que es pasando. Resulta abrumador, deprimente, engañoso. Se entiende, pues, que León Bloy dijera: «Cuando quiero saber las últimas noticias, leo el Apocalipsis»: un libro luminoso, confortador, lleno de esperanza; hoy especialmente necesario en la Iglesia, entre tantos males y tantas falsificaciones de la verdadera realidad. Aten­damos, pues, a la invitación del ángel: «sube aquí, y te mostraré lo que va a suce­der después de esto» (Ap 4,1).

* * *

–De Cristo o del mundo

    El Apocalipsis de San Juan Evangelista, el último libro del Nuevo Testamento, es al mismo tiempo una profecía y una explicación de la historia de la Iglesia. No hay libro que revele más claramente cómolos cristianos se perfeccionan, se santifican en Cristo, sufriendo al mundo con fidelidad y pa­ciencia.

Ya lo dijo nuestro Señor Jesucristo: «Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, sino que yo os he elegido sacándoos del mundo, por esto el mundo os odia… Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15,19-20; +Mt 5,11-12). Y San Pablo: «el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo» (Gál 6,14).

Hoy no pocos cristianos estiman que debemos hacernos amigos del mundo, conciliándonos con él, cuanto sea posible, en «pensamientos y caminos» (cf. Is 55,8). Como si fuera posible. Pero la tesis es falsa, es mentira, y por tanto, es diabólica. Nuestra fe, directamente fundamentada en la Palabra de Dios, enseña y manda justamente lo contrario: «Adúlteros… Quien pretende ser amigo del mundo se hace enemigo de Dios» (Sant 4,4).

Estas doctrinas chocan de frente contra la ideología hoy predominante en gran parte de la Iglesia: ustedes lo ven hace ya décadas. Pero siguen siendo verdaderas, y eso es lo único que nos vale. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt 24,35). «Sabemos que somos de Dios, mientras que el mundo todo está bajo el Maligno» (1Jn 5,19), que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44).

(Cf. José María Iraburu, De Cristo o del mundo, Fund. GRATIS DATE, Pamplona 2013, 3ªed., 233 pgs.)

 

–Apocalipsis de Jesucristo

    Compuesto hacia el año 68, el libro de la Revelación de Jesucristo fue escrito como libro de Consolación y de exaltación del martirio. En efecto, para confortar a las Iglesias primeras, que estaban padeciendo ya los pri­meros zarpazos de la Bestia imperial ro­mana, y animar al martirio, mostrándolo como la gran victoria de Cristo en sus fieles. Ahora bien, siendo así que el mundo perseguirá siempre a la Iglesia, el Apocalipsis fue escrito para asistir y orientar en las pruebas de la historia a todas las Iglesias del pre­sente y del futuro, también a las de hoy (+Ap 2,11; 22,16.18).

    «El Apocalipsis es claramente un Evangelio», «un quinto Evangelio» (J-P, Charlier, OP, II,131. 224). Es una Buena Noticia que a los cristianos perseguidos les da Juan, «vuestro hermano y com­pañero de la tribu­lación, del reino y de la paciencia, en Jesús» (Ap 1,9). Por eso las biena­venturanzas jalo­nan este maravilloso texto revelado.

    Son bienaventurados los que leen y guardan las palabras de este libro (1,3; 22,7), los que permane­cen vigilantes y puros (16,15), los que mue­ren por el Señor (14,13), los que son in­vitados a las bodas del Cordero (19,9), y así entran para siempre en la Ciudad celeste con limpias vestiduras limpias (22,14).

Aunque no pocos puntos de este libro misterioso tienen difícil interpretación, sus revela­ciones fundamentales son muy claras, y sumamente importantes a la hora de situarse en el mundo según la fe, buscando la santidad, la perfección evangélica, con la fuerza y alegría de la esperanza. El mensaje fundamental del «Apocalipsis de Jesucristo» (1,1) es éste:

Desde la victoria de la Cruz, hay una opo­sición permanente y durísima entre Cristo y el Dragón infernal, entre la Iglesia y la Bes­tia mundana (Vat. II, GS 13b,37b), a la que ha sido dado poder en el siglo para perse­guir  a la descendencia de la Mujer coronada de doce estrellas. No debe, sin embargo, apode­rarse de los cristianos el pánico. La victoria es ciertamente de Cristo y de aquéllos que, en la fe y la paciencia, guardan su testimo­nio, si es preciso con el martirio.

   

–La Bestia del mundo moderno

    Si los intérpretes del Apocalipsis han reconocido generalmente los rasgos de la Bestia mundana en el Im­perio romano y en otros poderes mundanos semejantes de la época o posteriores, ¿cómo los cristianos de hoy no reconoceremos la Bestia maligna en los actuales Imperios ateizantes,que se empeñan en construir la Ciudad  del mundo sin Dios y contra Cristo?

    El Imperio romano era para los cristianos un perro de mal genio, con el que se podía con­vivir a veces, aunque en cualquier mo­mento podía morder, comparado con el tigre del Blo­que comunista o más aún con el león poderoso de los Estados occidentales após­tatas, cifra­dos en la riqueza y en una liber­tad humana sin Dios y sin Cristo, abandonada a sí misma por el liberalismo (+Ap 13,2.11). Para hacerse una idea de la ferocidad de cada una de las Bestias citadas, basta apre­ciar la fuerza histórica real que cada una de ellas ha mostrado para combatir y llevar a los cristianos a la apostasía. «Por sus frutos los conoceréis»

Es curioso. Los primeros apologistas cristianos –Justino, Atenágoras, Tertuliano–, en el mero he­cho de componer sus apologías, todavía manifiestan una cierta esperanza de que sus destinatarios, el em­perador a veces, atiendan a razones y depongan su hostilidad. Y es que los poderosos del mundo eran entonces paganos, pero no apóstatas. Los actuales, por el contrario, vienen de vuelta del cristianismo, y saben bien que gracias a que no creen o a que callan en la política su fe en Cristo, evitan la persecución y están donde están, en el poder mundano

    Hoy la Bestia mundana, comparada con sus primeras encarnaciones históricas, es in­comparablemente más poderosa y seductora, más inteligente en la persecu­ción de la Iglesia, tiene muchos más cóm­plices, también dentro de la Iglesia, y está mucho más determinada en hacer desaparecer de la tierra a los cristianos y toda huella de cristianismo.

 

–Una Bestia herida de muerte

    «¡Ay de la tierra y del mar! Porque el Diablo ha bajado a vosotras con gran furor, sa­biendo que le queda poco tiempo» (Ap 12,12). En efecto, la Bestia secular, a pesar de su aparente prepotencia, está siempre conde­nada a una muerte más o menos próxima. No es Casa edificada sobre la roca, como la Iglesia en Cristo, sino sobre la arena, y está destinada por tanto a un derrumbamiento inevitable (Mt 7,26-27).

    El Cristo glorioso del Apo­calipsis se manifiesta en cambio sereno y domi­nador, siempre imponente y victorioso. Resucitado, vencedor del pecado, del mundo y del diablo, asciende al Padre, y con Él y el Espíritu Santo «vive y reina por los siglos». En la visión de Juan,

    «sus pies pa­recían como de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de grandes aguas; tenía en su mano derecha siete estre­llas [todas las Iglesias], y de su boca salía una espada aguda de dos filos» (1,15-16). En los momentos que su providencia elige, Cristo por sus ángeles o por sí mismo de­rrama las copas de la ira, hiere a los pa­ganos con la espada de su boca, captura a la Bestia, quiebra sus pies de arcilla, y la enca­dena por un tiempo, o la suelta por otro tiempo, o bien la arroja definitivamente con el falso pro­feta al lago de fuego inextinguible.

    Desde los sucesos de la Cruz y la resurrección, la Bestia diabólica, a pesar de todas sus prepotencias y prestigios mundanos, está condenada a muerte, y lo sabe: avanza inexorable­mente hacia ese abismo de absoluta condena. Sabe bien que a Cristo le «ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Y que Él, como Rey del mundo, actúa conti­nuamente como Salvador en la historia de la humanidad, obrando directamente o a través de sus ángeles y san­tos, o bien por la permisión providente de una cadena de causas malvadas, que son dejadas a su propia inercia siniestra.

 

La maldad da muerte al malvado

    En este mundo, el bien tiene ser, bondad y belleza, y por eso es durable. El mal, en cambio, a pesar de su aparato fascinante, apenas tiene ser, bondad ni au­téntica belleza, y está destinado necesariamente a la muerte: nihil violentum durabile. El mal por su propio pensamiento y paso camina a la ruina. «La maldad da muerte al mal­vado» (Sal 33,22).

    El Imperio comunista, por ejemplo, tan colosal y coherente en sí mismo, tan «irreversiblemente» instalado en el poder, tan capaz de durar para siempre y de apoderarse del mundo entero, tenía –como toda Bestia diabólica– los pies de hierro y barro, y no fue abatido a cañona­zos o por la invasión de fuerzas extranjeras o por la irrupción de ejércitos celestiales, no. Duró solamente «hasta que una piedra se desprendió, sin intervención humana, y chocó contra los pies de hierro y barro de la estatua, haciéndola pedazos» (Dan 2,33-34.41-42; +Ap 2,27). Esto sucedió en el año de gra­cia de 1989, reinando, como siempre, nuestro Señor Jesucristo. Y sin que ningún kremlinólogo lo hubiera previsto. A fines del 87, por ejemplo, invitados por Gorbachov, visitaron la Unión Soviética tanto fray Betto como Leonardo y Clovis Boff, grandiosos profetas del progresismo, que no queriendo ser los últimos cristianos, vinieron a ser los últimos marxistas. Pues bien, para los hermanos Boff aquélla era «una sociedad libre, limpia, donde uno no se siente perseguido» (sic). Si tardan un poco en salir de su pasmo admirativo y no abandonan la región, se les cae encima todo el Sis­tema comunista en su auto-derribo. Tuvieron suerte.

Lo mismo ha sucedido con todos los Imperios bes­tiales del mundo. Y lo mismo sucederá al monstruoso Le­viatán de las actuales democracias liberales, potentes propugnadoras del Nuevo Orden Mundial. Cuando la manipulación política y la permisividad liberal, cuando la confusión y el desorden de una sociedad partida en partidos, en facciones sistemáticamente hostiles entre sí; cuando el abuso, la corrupción, la destrucción del orden natural, la lujuria y la falta de hijos, lleven a ciertos límites la degradación de las na­ciones antes cristianas, y cuando a pesar de éstas y otras plagas que hoy apenas podemos imaginar, los hom­bres persistan en sus pecados y, más aún, «blasfemen contra Dios a causa de sus dolores y llagas, pero sin arrepentirse de sus obras» (Ap 16,11; +16,9.21), entonces la Gran Babilonia se verá con­sumida en el incen­dio de sus propios vicios.

Y todos los que la admiraban llorarán su ruina, eso sí, pru­dentemente, «desde lejos», llenos de estupor al ver cómo «de golpe» (18,21), «en una hora, ha sido arruinada tanta riqueza» (18,17). Allí una Bestia marxista, consumida por la miseria, se de­rrumbó en una hora; y aquí la Otra liberal y apóstata, podrida por las riquezas, la mentira y los peores vicios, que ahora son su orgullo, caerá también en una hora. Es igual. En uno y otro caso, la maldad da muerte al malvado.

 

–La victoria definitiva está próxima

    A Cristo resucitado y vencedor –que es «el que nos ama» (Ap 1,5), «el alfa y el omega, el que es, el que era, el que viene, el Todopoderoso» (1,8)– le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, y todo está sujeto a su im­perio irresistible. No se escandalicen, pues, los fieles, despreciados y humillados por el mundo; no pierdan el ánimo ante las per­secuciones de la mala Bestia miserable, infiltrada incluso en la «Iglesia». Por el contrario, resistién­dose a la seducción de los Poderes y presti­gios mundanos, asistidos por la Santísima Trinidad y la Mujer de las doce estrellas, venzamos al mundo por la fe y la paciencia, guar­dando fielmente la Pala­bra divina y el testimonio de Jesús. Y por misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, después de la muerte y de la última purificación necesaria, seremos conducidos a la Casa del Padre.

«Estos son los que vienen de la gran tribulación, y lavaron sus túnicas y las blanquearon en la sangre del Cordero… Ya no tendrán hambre, ni sed, ni caerá sobre ellos el sol, ni ardor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los apacentará y los guiará a las fuentes de agua de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos» (7,14-17; +21,3-4). «Éstos son los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (12,17).

La vic­toria final de Cristo está próxima. Bienaventurados, dichosos los fieles, llamados a las bodas del Cordero (19,9), pues en la Ciudad santa de Dios ya no reina la mentira y el pecado, ya no hay muerte ni llanto (21,3-4), ya que el Dios lumi­noso de la vida ha venido a ser todo en todas las cosas (1Cor 15,28).

Pronto, muy pronto, Cristo vencerá total y definitivamente al mundo. Es uno de los mensajes principales del Apocalipsis: «Revelación de Jesu­cristo… para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto» (Ap 1,1; +22,7; 2,16). «Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu co­rona» (3,12). «Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo, para pagar a cada uno según su trabajo» (22,12). «Sí, vengo pronto» (22,20).

«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron… Y oí una voz fuerte que decía desde el trono:… “Mira, hago nuevas todas las cosas”» (Ap 21,1.5). Es la misma voz fuerte del Señor Dios, que dijo al principio: «Hágase la luz, y hubo luz» (Gen1,3)… Sólo el Creador del mundo puede ser su Salvador.

José María Iraburu, sacerdote

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