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24.10.16

(401) San Antonio María Claret, apóstol de Jesucristo (24-X)

–Un misionero a la antigua usanza, que predicaba el Evangelio para glorificar a Cristo y para la salvación de los hombres.

–Bien lo describe usted. Pero eso de «la antigua usanza» no sé si me convence del todo. Así evangelizó Jesucristo, y así entendieron la «misión apostólica» todos los santos misioneros en la historia de la Iglesia.

Hoy, 24 de octubre, celebramos la memoria litúrgica de San Antonio María Claret, uno de los más grandes misioneros del siglo XIX. Y esto es mucho decir, porque fue un siglo de la Iglesia muy fuertemente misionero. En la Liturgia de las Horas se nos da esta síntesis biográfica:

Nació en Sallent (España) el año 1807. Ordenado sacerdote, recorrió Cataluña durante varios años predicando al pueblo. Fundó la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, usualmente llamados claretianos. Fue nombrado arzobispo de Santiago de Cuba, cargo en el que se entregó de lleno al bien de las almas. Habiendo regresado a España, sus trabajos por el bien de la Iglesia le proporcionaron aún muchos sufrimientos. Murió en Fontfroide (Francia) el año 1870.

Y en el Oficio de lectura se nos da un precioso texto, tomado de sus escritos, en el que el mismo Santo expresa cómo él entiende y vive la acción misionera, prolongando fielmente el espíritu evangelizador de Jesucristo, e incluso sus modos concretos: total entrega personal, parresía de fuego en su palabra, testimonio de vida, caridad y fortaleza para gastarse y desgastarse por la gloria de Dios y la salvación de los hombres, humildad, abnegación, pobreza.

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«Inflamados por el fuego del Espíritu Santo, los misioneros apostólicos han llegado, llegan y llegarán hasta los confines del mundo, desde uno y otro polo, para anunciar la palabra divina; de modo que pueden decirse con razón a sí mismos las palabras del apóstol san Pablo: Nos apremia el amor de Cristo.

«El amor de Cristo nos estimula y apremia a correr y volar con las alas del santo celo. El verdadero amante ama a Dios y a su prójimo; el verdadero celador es el mismo amante, pero en grado superior, según los grados de amor; de modo que, cuanto más amor tiene, por tanto mayor celo es compelido. Y, si uno no tiene celo, es señal cierta que tiene apagado en su corazón el fuego del amor, la caridad. Aquel que tiene celo desea y procura, por todos los medios posibles, que Dios sea siempre más conocido, amado y servido en esta vida y en la otra, puesto que este sagrado amor no tiene ningún límite.

«Lo mismo practica con su prójimo, deseando y procurando que todos estén contentos en este mundo y sean felices y bienaventurados en el otro; que todos se salven, que ninguno se pierda eternamente, que nadie ofenda a Dios y que ninguno, finalmente, se encuentre un solo momento en pecado. Así como lo vemos en los santos apóstoles y en cualquiera que esté dotado de espíritu apostólico.

«Yo me digo a mí mismo: Un hijo del Inmaculado Corazón de María es un hombre que arde en caridad y que abrasa por donde pasa; que desea eficazmente y procura, por todos los medios, encender a todo el mundo en el fuego del divino amor. Nada le arredra, se goza en las privaciones, aborda los trabajos, abraza los sacrificios, se complace en las calumnias y se alegra en los tormentos. No piensa sino cómo seguirá e imitará a Jesucristo en trabajar, sufrir y en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.

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Las mejores vidas de santos son las autobiográficas o las escritas por otros santos. Con frecuencia quienes escriben la vida de un santo no están a la altura espiritual del biografiado. Trazan de él un retrato que no se ajusta tanto a la realidad del santo, sino a los criterios y gustos de la época. No hay hagiografía de San Agustín mejor que «Las confesiones»por él escritas. Ni mejor «Vida» de Santa Teresa de Jesús, que la escrita por ella misma. No tenemos vidas de San Antonio abad comparables con la compuesta por San Atanasio. Ni vida de San Benito comparable con la compuesta por San Gregorio Magno, en el libro II de los «Diálogos».  Ni hay hagiografía de Santa Catalina de Siena que pueda mejorar la que escribió su director espiritual, el dominico Beato Raimundo de Capua…

Lo mismo se demuestra en la «Autobiografía» de San Antonio María Claret (Ed. Claret, Barcelona 1985, 530 pgs.). La escribió en la plenitud de su vida: la inició a los 54 años, la terminó a los 58 y murió a la edad de 63 años. La obra, en la edición citada, está dividida en 349 números Transcribo algunos textos, a modo de muestra, para alentar a buscarla y leerla completa. Así como pedimos al Padre celestial qu nos dé «el pan de cada día», también hemos de pedirle que nos conceda «las lecturas» que más bien nos pueden hacer en cada tiempo de nuestra vida.

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–Recibí de Dios un buen natural o índole, por puro efecto de su bondad (18). ¡Oh Dios mío, qué bueno sois!… ¡Si a otro hubiérais hecho las gracias que a mí, cómo habría correspondido mejor que yo! (21).

–Madre mía, os suplico y pido la destrucción de todas las herejías, que están devorando el rebaño de vuestro santísimo Hijo (155)… ¿Cómo tendré caridad si, sabiendo que los carnívoros lobos están degollando a las ovejas de mi Amo, callo? (158). No, no callaré, aunque supiese que de mí han de hacer pedazos. No quiero callar; llamaré, gritaré, daré voces al cielo y a la tierra a fin de que se remedie tan gran mal (159). ¡Qué sabio el que se holgó que le tuviesen por loco, pues lo llamaron a la misma Sabiduría! ¡Que pocos hay ahora por nuestros pecados!… ¡Oh mundo, mundo, cómo vas ganando honra por haber pocos que te conozcan! (244).

–[En aquel viaje que]  no era de recreo, sino para trabajar y sufrir por Jesucristo, consideré que debía buscar el lugar más humilde, más pobre  y en que más tuviese oportunidad de sufrir. Al efecto, pagué el flete de andar sobre cubierta… que es el lugar más pobre y barato de la embarcación (130).

–No sólo tuve que sufrir los calores, fríos, nieves y lodos, lluvias y vientos, ríos y mares… sino también los demonios, que me perseguían muchísimo (462). Si era grande la persecución que me hacía el infierno, era muchísimo mayor la protección del cielo (463).

–[Una religiosa] me dijo: ¿Le gustaría a usted ir a predicar a aquellas Islas? Yo le contesté que no tenía gusto ni voluntad; que únicamente me gustaba de ir a donde mi Prelado de Vich me mandase» (478). El fin de mi predicaciónes la gloria de Dios y bien de las almas. Predico el Santo Evangelio, me valgo de sus semejanzas y uso su estilo… No admito limosna alguna para la predicación… De los [muy numerosos] libritos y papeles que he dado a luz no he reportado interés alguno,por esto no me he reservado la propiedad, y en cuanto a mí el mundo los puede reimprimir y vender (Apéndice III). Con el tiempo saldrán más almas de América que de Europa (Apéndice XX, 4).

–[Plan de vida] 1. Jesús y María son todo mi amparo y guía y los modelos que me propongo seguir e imitar… 2. Meacordaré de las palabras del Apóstol (Tim 1-4,16): Attende tibi et doctrina… 3. Cada año haré los santos ejercicios espirituales. 4. Cada mes tendré un día de retiro espiritual. 5. Cada semana, a lo menos una vez, me reconciliaré. 6. Tres días a la semana tomaré disciplina y otros días me pondré el cilicio… 7. Todos los viernes del año y vigilias de las fiestas del Señor y de la Santísima Virgen ayunaré (644). 8. Cada día me levantaré a las tres… y me recogeré a las diez…  (645)… Etc.

–Si algo bueno hay en mí, es todo de Dios; yo no soy más que un puro nada (796). Bendito sea el Señor, que se dignó valerse de esta miserable criatura para hacer cosas grandes… Él me ha dado salud, fuerzas, palabras y todo lo demás. Siempre he conocido que el Señor en mí siempre se hacía el gasto (703).

–Había algunos días que me hallaba muy fervoroso y deseoso de morir por Jesucristo. No sabía ni atinaba a hablar sino del divino amor con los familiares y con los de afuera que me venían a ver. Tenía hambre y sed de padecer trabajos y de derramar la sangre por Jesús y María… (573) El burrico es un animal muy paciente; lleva las gentes y las cargas y sufre los golpes sin quejarse. Yo también debo ser muy paciente en llevar las cargas de mis obligaciones y sufrir con resignación y mansedumbre las penas, trabajos, persecuciones y calumnias (667).

–La oración vocal a mí me va quizá mejor que la pura mental… En la oración mental también me concede el Señor, por su bondad y misericordia, muchas gracias; pero en la vocal lo conozco más (766).

–Delante del Santísimo Sacramento siento una fe tan viva, que no lo puedo explicar. Casi se me hace sensible, y estoy  continuamente besando sus llagas y quedo, finalmente, abrazado con él. Siempre tengo que separarme y arrancarme con violencia de su divina presencia cuando llega la hora (767).

Et sic de caeteris. Si quieren saber más del Santo, compren su Autobiografía.

Ya.

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Oración

Oh Dios, que concediste a tu obispo san Antonio María Claret una caridad y un valor admirables para anunciar el Evangelio a los pueblos, concédenos, por su intercesión, que, buscando siempre tu voluntad en todas las cosas, trabajemos generosamente por ganar nuevos hermanos para Cristo. Por nuestro Señor Jesucristo.

José María Iraburu, sacerdote

Índice de Reforma o apostasía

 

17.10.16

(400) Amoris lætitia–13. Estudio teológico de Vincentius sobre la imputabilidad del pecado en el cap. 8º

San Vicente Ferrer

El último número de la revista Sedes Sapientiæ (n. 137, X-2016), editada por la Fraternité Saint-Vincent-Ferrier, publica con la firma de Vincentius el estudio titulado L’imputabilité du péché mortel dans l’exhortation apostolique Amoris lætitia (4-X-2016). No se halla (todavía) el texto en la página-web de la Fraternidad. Pero la revista católica L’homme nouveau (4-X-2016) ha publicado un amplio extracto del mismo, que puede verse aquí. Presento, pues, del citado extracto una traducción hecha por mí, y que por eso mismo no sé si tendrá alguna deficiencia.  

Escribe Vincentius:

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10.10.16

5.10.16

(398) Alberto Caturelli, in memoriam

Alberto Caturelli

En la madrugada del martes, 4 de octubre, falleció el eminente profesor docente (1953-1993) y escritor católico argentino Alberto Caturelli (1927-2016). Nacido en Córdoba, doctor en Filosofía por la Universidad de Córdoba, padre de ocho hijos, publicó más de treinta libros y medio millar de artículos. Organizó en Argentina el Primer Congreso Mundial de Filosofía Cristiana (1979), y los Congresos Católicos Argentinos de Filosofía (1981-1999). Doctor honoris causa por varias universidades, fue miembro de la Academia Pontificia Pro Vita (1996), de la Sociedad Tomista Argentina, así como de varias academias.

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2.10.16

(397) Mis viajes apostólicos –y 6. Retiros y ejercicios espirituales

Ejercicios espirituales

–¡Por fin!… Termina la serie. Bendigamos al Señor.

–En la danza chilena de la cueca, el cantor que la anima, al llegar a la última estrofa, exclama: «¡la última y se acaba!».

Este último artículo va en serio. Hasta ahora he descrito como divertimento mis aventuras apostólicas en sus anécdotas más accidentales. Ahora trato de la substancia de estos viajes míos: la transmisión de la Palabra divina, hecha en el nombre de Cristo, y en cuanto enviado por Él.

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