InfoCatólica / Reforma o apostasía / Archivos para: Abril 2015

26.04.15

(318) La alegría cristiana (y III), y sus cien motivos

Pórtate bien

–Quedamos en que el paganismo es triste y el cristianismo alegre (I).

–Y en que la alegría cristiana debe ser pedida, procurada y guardada con todo cuidado (II). Veamos ahora finalmente los motivos de la alegría cristiana (y III):

Es de experiencia, es dato indiscutible –aunque haya quien lo niegue–, que allí donde se vive más en Cristo hay más alegría. En mí propia experiencia, recuerdo tantas confirmaciones de la alegría cristiana en familias, en enfermos, en seminarios y noviciados, en ancianos, en riqueza y en pobreza, en sabios e ignorantes, en colegios y escuelas, en paz o en guerra. Es una alegría sencilla la de quienes viven en Cristo, no estimulada por placeres o prestigios, sino nacida de dentro, nacida de Dios. Es a un tiempo humana y sobre-humana.

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19.04.15

(317) La Eucaristía y la comunión en el año 155

Sta. Constanza, Roma 350

San Justino (100?-168?), nació en Samaría, de familia pagana de habla griega. Filósofo, pasa del platonismo a la fe cristiana, hace escuela en Roma, y muere mártir. A él le debemos la descripción más valiosa de la Eucaristía antigua, escrita en su I Apología en defensa de los cristianos (66-67), dirigida en 155 al emperador Antonino Pío (138-161).

A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.

[Es decir, para participar en la Misa, y «a fortiori» para comulgar, la Iglesia antigua exige 1) fe ortodoxa, no estar en la herejía, 2) bautismo sacramental, haberse incorporado a Cristo y a la Iglesia, y 3) vida ortopráctica, no vivir en el pecado, como, por ejemplo, los adúlteros, que no «viven como Cristo nos enseñó»].

Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación [encarnación], de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente [trans-substanciación] la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó.

Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.

El día llamado del sol [sun-day] se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita [liturgia de la Palabra].

Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables [homilía].  

Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces [oración de los fieles]; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias [liturgia sacrificial: plegaria eucarística y consagración], y el pueblo responde «Amén». Tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos [comunión eucarística], y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.

Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio [colecta de limosnas], lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.

Y nos reunimos todos el día del sol [Misa dominical, norma apostólica primordial], primero porque este día, es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno [satur-day], y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.

Post-post. -Añado aquí [actualización de 21/04/15, 06:42 AM], la respuesta que he dado al comentario recibido de Juan Argento [20/04/15, 11:29 AM], pues estimo que puede interesar a todos los lectores.     

Se dice en el comentario que es confortadora «la constatación de que, 125 años después de la Última Cena, los cristianos entendían las palabras de Jesús Esto es mi cuerpo” y Esta es mi sangre, en sentido real y no simbólico» , etc. 
Efectivamente, todos los católicos hemos creído siempre en la veracidad objetiva de la palabra de Cristo: «mi cuerpo es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6,53-56). Antes y después de S. Justino los SS. Padres entienden siempre así la Eucaristía. Pondré  algunos ejemplos de textos antiguos:

San Ignacio de Antioquía (+107): los docetas «no confiesan que la Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, la que padeció por nuestros pecados, la que por bondad resucitó el Padre. Por eso los que contradicen al don de Dios litigando, se van muriendo» (Cta. Esmirna 7,1). Alude a: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53).  

San Ireneo (+200): «¿Cómo les constará [a los herejes] que ese pan, en el que han sido dadas las gracias [consagración], es el cuerpo del su Señor, y que ése es el cáliz de su sangre, si no reconocen que él es Hijo del Creador del mundo, esto es, su Verbo?» (Contra las herejías l.4, c.18,4).

Traditio apostolica (Roma, 220). «Todos eviten con cuidado que el infiel coma la Eucaristía… Es el cuerpo de Cristo, del cual todos los fieles se alimentan» (Funk, 115).

Orígenes (+253): En el AT «el maná era alimento en enigma, ahora claramente la carne del Verbo de Dios es verdadero alimento» (Homilía 7,2).

Clemente de Alejandría (+320): dice el Salvador, «yo soy tu sustentador, que me he dado a mí mismo como pan» (¿Qué rico se salvará? 23).

San Hilario (+367): «No hay lugar a dudas sobre la verdad de la carne y de la sangre [en la encarnación del Verbo]. Ahora [en la Eucaristía], según palabras del Señor y según nuestra fe, es verdaderamente carne y verdaderamente sangre» (Trat. sobre la Trinidad, lib.8, 14).

San Dámaso, papa (+384): Acosado San Tarsicio por los profanos cuando llevaba la Eucaristía, la defendió con todo empeño, y «prefirió dar la vida [herido por las piedras] antes que traicionar los miembros celestiales en favor de perros rabiosos» (Epigrama).

San Cirilo de Jerusalén (+386): «Habiendo dicho Él del pan, Éste es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y habiendo dicho Él, Ésta es mi sangre, ¿quién podrá dudar jamás y decir que no es la sangre de Él?» (Catequesis IV,1).

Sobre esa base del Evangelio y de los SS.PP. va el Magisterio apostólico de la Iglesia definiendo en veinte siglos la realidad de la conversión eucarística del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Jesús en cientos de documentos, concilios, encíclicas, etc.

Pues bien, pondré para terminar sólo un ejemplo de lo que algunos teólogos «católicos» enseñan hoy sobre la realidad de la Eucaristía. Puede verse  en este mismo blog (53) cómo explica la transubstanciación el profesor Dionisio Borobio. Y considere el lector si su explicación es compatible con la fe católica.

José María Iraburu, sacerdote

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14.04.15

(316) La alegría pascual cristiana (II), pedirla y procurarla

hombre sonriente

–O sea que los cristianos tenemos que estar siempre alegres… ¿Y nuestro Señor Jesucristo, que en Getsemaní dice «me muero de tristeza», qué?

–Buena pregunta. Siga leyendo.

 En el artículo anterior decía que los cristianos, por la oración y la ascesis, hemos mantener siempre encendida en el altar de nuestro corazón la llama de la alegría, sin permitir que nada ni nadie la apague. El Magisterio apostólico de Pablo Vi en la exhortación apostólica Gaudete in Domino (9-V-1975) enseña maravillosamente esta doctrina. También en la liturgia de la Iglesia se expresa muchas veces con gran lucidez y profundidad el misterio de la alegría evangélica; por ejemplo, en la Misa del III domingo de Adviento, Dominica lætare.

Vamos con ello.

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9.04.15

(315) La alegría pascual cristiana (I), la que falta al mundo

Passignano -1600–A mí no acaba de convencerme eso de que tengamos que alegrarnos a fecha fija, porque lo manda el calendario.

–Hace años un párroco rural regañaba un domingo a un feligrés por estar trabajando con la mula en el campo. Y el aldeano repuso: «¿Qué sabe la mula cuando es día de fiesta?»… Pues eso.

El tiempo de la Iglesia no es homogéneo, siempre igual. Tampoco son siempre iguales en el ciclo vital de la naturaleza los tiempos sucesivos del año: primavera, verano, otoño e invierno. Cada uno tiene su forma de vida y su fisonomía propia. De modo semejante en el Año de la Iglesia los ciclos vitales de la Iglesia van cambiando, y si la gracia propia de la Cuaresma, por ejemplo, es ser tiempo de conversión y penitencia, la gracia propia del tiempo pascual es la alegría, la anticipación de la vida celestial.

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4.04.15

(314) Sábado Santo. El descenso del Señor al abismo

Maestro dell'Osservanza

Homilía antigua sobre el grande y santo Sábado (Anónimo)

De la Liturgia de las Horas, Oficio de Lectura del Sábado Santo

 

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha des­pertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. 

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se en­cuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».

A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu pri­mer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen de­formada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los peca­dos, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.

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