(580) Evangelización de América, 86. –Brasil, 3. –El P. Vieira, S.J. -Victorias y derrotas

 Catedral de Brasilia

–Esa catedral se construyó en 1958, diseñada por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer.

–Así es. En hormigón, con un techo de cristal, sugiere unas manos alzándose hacia el cielo.

 

–El padre Antonio Vieira (1608-97)

El padre Vieira, jesuita, nacido en Lisboa en 1608, pero criado en el Brasil desde los siete años, llegó a ser confesor y consejero político de Juan IV de Por­tugal, en cuyo nombre efectuó secretas misiones diplomáticas en Europa. Pronto prefirió los trabajos de las misiones al esplendor de la Corte, y vuelto al Brasil, llegó a la zona de Marañón y Pará en 1653, donde quedó espantado de la situación de los indios, y lo manifestó a los portugueses en predicaciones incendiarias: «Todos vosotros estáis en pecado mortal. Vais directamente al infierno».

Vuelto a Portugal, convenció al rey para que dictara nuevas leyes contra la esclavización de los indios (1655). Y como consecuencia de ellas, los jesuitas lograron reunir a unos 200.000 in­dios del Amazonas, reduciéndolos en 54 aldeias misionales. El propio padre Vieira consiguió que 40.000 indios de la isla de Marajó, hasta en­tonces rebeldes e irreductibles, aceptaran vivir en poblados, y los enormes ranchos ganaderos de los jesuitas llegaron a ser envidiados por los portu­gueses.

El rencor, la envidia y el resentimiento de los colonos, que se veían privados por los jesuitas de la mano de obra india, estalló en 1661, y los jesuitas de San Luis de Marañón, también el padre Vieira, fueron expul­sados a Portugal. Una ley estableció en los poblados misionales repartido­res laicos que distribuyeran las cuotas de trabajo de los indios al servicio de los colonizadores. Diecisiete años más tarde, en 1680, Vieira consiguió de Pedro II, el nuevo rey, una ley que, con gran indignación de muchos colonos, concedía la tierra a los indios, como «señores originales y natura­les de ella».

Pero en 1684, se alzaron los colonos de Marañón, conducidos por Manoel Beckman y Jorge Sampaio, y consiguieron expulsar de nuevo a los jesuitas. La rebelión fue sofocada y los cabecillas ahorcados, pero los jesuitas, al volver a hacerse cargo de las aldeias misionales, se vieron obligados a ceder en cuestiones bastante graves. Permitieron que durante seis meses al año los indios hubieran de trabajar para los colonos, e inclu­so hubieron de aceptar que se legalizaran, bajo ciertas condiciones, «expediciones de redención», cuyo objeto real era la captura de esclavos.

En 1686 el padre Antonio Vieira redactó el Regimento das Missôes, por el cual se regirían en Marañón y Pará las poblaciones misionales, normas que se adaptaron para el resto de Brasil. Jesuitas, capuchinos, francisca­nos, mercedarios y carmelitas, se dividieron la región, para ir creando en ella, en las riberas de los ríos Amazonas, Solimôes y Negro, poblaciones misionales, sin descender las tribus, sino reduciéndolas más bien en sus lugares de origen. Estas fundaciones, que a mediados del XVIII dieron lu­gar a los poblados seculares, tuvieron suma importancia histórica, pues implantaron el Brasil portugués en la cuenca superior del Amazonas.

El padre Vieira, gran misionero, fue también gran escritor, uno de los clásicos de la his­toria literaria portuguesa. Entre sus numerosas obras cabe destacar sus Cartas, sus Sermones –quince volúmenes–, su Historia do Futuro. Visitador de la provincia brasileña de la Compañía en los años 1588-1591, acabó su vida en 1597, retirado en el Colegio jesuita de Bahía.

 

–Más luchas y sufrimientos

A finales del XVII disminuyó en el sur la actividad de los bandeirantes, y los jesuitas españoles plantaron siete reducciones, que resultaron muy florecientes, al oriente del río Uruguay, en sus afluentes Icamaguá e Ijuí. Pero tampoco éstas pudieron vivir en paz, pues al norte de esa zona, en Mato Grosso, Goiás y Minas Gerais, el descubrimiento del oro provocó una avalancha de mineros que, en su empuje ambicioso, destruyeron muchas aldeas indias, y secuestraron buen número de indios para los trabajos mineros. Tribus indias como los carijó, los goiá o los cayapó, sufrieron graves mermas a media­dos del XVIII.

Los payaguá, en la primera mitad del siglo, lucharon durante decenios, con suerte cambiante. También los guaicurúes, expertos jinetes, se mostraron muy fuertes guerreros frente a los portugueses. En los campos auríferos de Cuiabá muchos bororo huyeron, y no pocos pareci fueron apresados. En torno al 1700, varias otras etnias indíge­nas, como los paiacú, los tremembé de la costa atlántica, los corso, nómadas de la zona de Marañón, los vidal y axemi del Parnaíba, fueron agredidas o aniquiladas, distinguiéndose por su crueldad el paulista Manoel Alvares de Morais Navarro y Antonio da Cunha Souto-Maior. Éste fue muerto en una gran insurrección de los indios, en 1712, que con­ducida por Mandu Ladino, un indio criado en las misiones, se generalizó durante siete años en Marañón, Piauí y Ceará. En 1719 Mandú fue muerto y sus tapuya fueron ex­terminados.

El extremo noroeste del Brasil, la región del río Solimôes, quedó descui­dado mucho tiempo, tanto de españoles como de portugueses. En 1689 un jesuita español, Samuel Fritz, misionaba a los yurimagua, en la desembo­cadura del Purús, pero fue retenido por los portugueses durante tres años en Belém, y más tarde fue expulsado. Otro jesuita español fue expulsado de la zona del actual Iquitos en 1709.

En estas circunstancias, los portu­gueses fundaron una misión en Tabatinga, en la misma frontera con Perú y Colombia. De todos modos, para la mitad del XVIII, los indios omagua y yurimagua, los tora y los mura del río Madeira, los manaos del río Negro, y en general la mayor parte de los indios de la región amazónica, estaban ya diezmados, dispersados o completamente aniquilados.

 

–El Tratado de Madrid y Pombal (1750)

Durante los años del rey José I (1750-77) y de su primer ministro, el ilustrado marqués de Pombal, masón acérrimo, se produjeron cambios no­tables en la historia que estamos recordando. En primer lugar, España cedió a Portugal dos tercios del Brasil en el Tratado de Madrid, de 1750, por el que se reconocía la validez de las ocupaciones portuguesas. Por otra parte, el medio hermano de Pombal, Francisco Xavier de Mendonça Fur­tado, gobernador de Marañón-Pará (1751-59), no veía con buenos ojos que tantos indios brasileños fueran inmediatamente gobernados por los mi­sioneros.

En efecto, 12.000 indios vivían en 63 misiones de la Amazonia, al cuidado de diversas órdenes. Los mercedarios tenían 60.000 en la isla de Marajó; los jesuitas, en 19 misiones, cerca de 30.000; y los carmelitas unos 9.000… Más aún; siete reducciones de los jesuitas españoles habían que­dado al este de la nueva frontera trazada en 1750, y se resistían a aban­donar aquellas tierras.   

Pues bien, estas siete reducciones fueron arrasadas por un ejército hispano-luso en 1756 –unos 1.400 indios fueron muertos en esa guerra–. Y en cuanto a los demás poblados misionales, dos leyes promovidas por el marqués de Pombal, en 1755, pretendieron cambiar radicalmente la si­tuación de los indios, liberándolos del yugo, a su juicio aplastante, de los misioneros. Portugal declaraba así, por escrito, es decir, en un papel, que los indios del Brasil eran ciudadanos libres, dueños de sus territorios, capaces de autogobierno y de comerciar directamente con los blancos, y que sus aldeias, rebautizadas con nombres portugueses, debían ser en adelante poblaciones seculares normales, en las que los misioneros no tuvieran más función que la estrictamente espiritual.

Ninguna parte de todo esto se cumplió, pues Pombal y su medio hermano, alegando la pe­reza e incapacidad general de los indios, en 1757, establecieron un Diretó­rio de Indios, que ponía un director blanco al frente de cada poblado indí­gena, encargado de impulsar la promoción social… y de asegurar el traba­jo obligatorio de los indios en las «obras públicas».

Aunque nadie que es­tuviera en su sano juicio esperaba que el pretendido humanitarismo secu­lar de estos directores iba a ser más benéfico que la caridad de los misio­neros, el Diretório se puso en práctica. Y la secularización de los poblados misionales recibió otro golpe muy grave, cuando en 1759, también en nom­bre de la Ilustración y del Progreso, fue expulsada del Brasil la Compañía de Jesús.

En cuanto al número de los indios, según informa Maria Luiza Marcílio (AV, Hª América Latina 40-60), que en 1500 eran 2.431.000, en el censo de 1819, cuando Brasil tenía algo más de tres millones y medio de habitantes, eran 800.000.

José María Iraburu, sacerdote

 

Índice de Reforma o apostasía

Bibliografía de la serie Evangelización de América

 

 

 

 

 

 

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