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15.11.15

Jihád: ¿guerra santa o lucha espiritual? (Samir Khalil Samir SJ)

22. ¿Cuál es el significado de ese término tan usado, con frecuencia de manera errónea, que es jihád?

La palabra jihád deriva de la raíz j-h-d que, en árabe, evoca la idea de esfuerzo, en general bélico. La palabra jihád se emplea siempre en el Corán con el sentido de lucha por Dios, según la expresión completa jihád fí sabíl Alláh, lucha por el camino de Dios. De ahí que se traduzca en las lenguas europeas como «guerra santa» por los mismos musulmanes.

Esta traducción ha sido puesta, recientemente, en tela de juicio por algunos investigadores, sobre todo occidentales, según los cuales el jihád no es la guerra, sino la lucha espiritual, el esfuerzo interior. Se practica también una distinción entre el jihád akbar y el jihád asghar, entre el gran jihád y el pequeño jihád. El primero sería la lucha contra el egoísmo y contra los males de la sociedad –en resumidas cuentas, un esfuerzo ético y espiritual–, mientras que el segundo sería la guerra santa destinada a combatir contra los infieles en nombre de Dios.

Todo esto es una elaboración que no se corresponde ni con la tradición islámica ni con el lenguaje moderno. Los grupos islamistas que adoptan la palabra jihád en nombre del islam no la entienden, ciertamente, en su significado místico, sino en su acepción violenta, y las decenas de libros publicados en estos últimos años sobre el jihád se refieren todos a la guerra santa. Por consiguiente, tanto en el plano histórico, desde el Corán en adelante, como en el sociológico, el significado actual de jihád es unívoco y designa la guerra islámica hecha en nombre de Dios para defender el islam.

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20.12.12

La alegría de la Navidad

Nuestra civilización occidental está enferma de tristeza y de angustia. Es natural que lo esté porque, en gran medida, ha perdido la fe cristiana y ha asumido una cosmovisión absurda: el ser humano no es más que un animal astuto, surgido por casualidad y destinado a la nada, cuya breve vida es totalmente intrascendente. Por eso el proverbial “hombre moderno” busca divertirse por medios cada vez más extraños y alienantes, tratando de olvidar su angustiosa situación (su futura muerte), y cayendo en realidad en diversas idolatrías y esclavitudes (basta pensar en el flagelo de la drogadicción). Así, sumido en una terrible oscuridad, ignorante de la verdad sobre sí mismo, en cierto modo muere (y mata) espiritualmente cada día.

La Navidad cristiana ofrece un agudísimo contraste con este negro panorama. Sus sentimientos dominantes son dos: alegría y paz. Se trata de la verdadera alegría y la verdadera paz, la alegría y la paz que sólo Cristo puede dar y que el mundo busca en vano fuera de Él. Se trata de la alegría de saber que Dios es un Padre infinitamente bueno, que nos ha creado por amor y para el amor, para la feliz comunión de amor con Él por toda la eternidad. Un Dios que nos ama tanto que se hizo hombre en Jesucristo, para salvarnos. Se trata de la paz de la reconciliación con Dios nuestro Padre, en Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien nos amó y se entregó por nosotros, por cada uno de nosotros.

La fe cristiana no es como un salto al vacío, sino un acto de la inteligencia movido por la voluntad. Para una inteligencia abierta a toda la realidad no es muy difícil elegir entre la fe cristiana en Dios, que ilumina todo con su luz, y el ateísmo, que convierte toda la existencia y el universo entero en un gigantesco absurdo. En el principio no pudo ser ni el vacío ni el sinsentido; en el principio era el Logos, la Palabra Racional, la Sabiduría de Dios.

Supuesta la existencia de Dios, tampoco es muy difícil llegar a aceptar todo el contenido de la fe cristiana, comenzando por el gran misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios hecho carne. Ofrezco aquí, comprimido al máximo, un argumento estético a favor de la religión cristiana. Un cínico podría pensar que el cristianismo es demasiado bello para ser verdad. En cambio yo pienso (y en este punto me guía la filosofía tomista) que el cristianismo es tan bello que tiene que ser verdad. ¿Acaso puede haber bajo el sol algo más hermoso que la Encarnación y la Pascua del Hijo de Dios? “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga vida eterna.” (Juan 3,16). ¿Cómo Dios podría haberse dejado ganar en amor, generosidad y belleza por una fantasía humana?

Según palabras de Jesucristo, los cristianos somos “luz del mundo”. Debemos llevar la luz de Cristo, verdadera, buena y bella, a un mundo agobiado y oprimido por falta de fe y de esperanza. Ofrezco aquí una sugerencia para la nueva evangelización. La Buena Noticia de Cristo está magníficamente resumida en el número 1 del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica:

“¿Cuál es el designio de Dios para el hombre?
Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada. En la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió a su Hijo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado, convocándolos en su Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por obra del Espíritu Santo y herederos de su eterna bienaventuranza.”

Si lográramos anunciar a todos los hombres este núcleo esencial del Evangelio, la alegría y la paz de Cristo brotarían o rebrotarían en muchos corazones.

“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!” (Lucas 1,14). “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: «Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz».” (Isaías 9,5).

Les deseo a todos ustedes, compañeros o lectores de InfoCatólica, y a sus familias, una muy feliz y santa Navidad. Y ruego a Dios que en el Año de la Fe nos conceda crecer en la fe, la esperanza y el amor, en el conocimiento y la fidelidad a la doctrina cristiana.

Daniel Iglesias Grèzes