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21.01.17

Un discurso muy significativo del Papa Pío XII

Discurso a los hombres de Acción Católica en el 30° aniversario de su unión

Domingo, 12 de octubre de 1952

Papa Pío XII  

Al contemplar esta magnífica reunión de hombres de Acción Católica, la primera palabra que viene a nuestros labios es de agradecimiento a Dios por habernos regalado un espectáculo tan grandioso y devoto; después, de reconocimiento a vosotros, queridos hijos, por haberlo querido realizar ante nuestra mirada exultante.

Nos sabemos bien cuáles nubes amenazantes se espesan sobre el mundo, y sólo el Señor Jesús conoce nuestra continua ansiedad por la suerte de una humanidad de la que Él, Supremo Pastor invisible, quiso que Nos fuésemos visible padre y maestro. Ella mientras tanto procede por un camino que cada día se manifiesta más arduo, mientras parecería que los medios portentosos de la ciencia debiesen, no digamos «cubrirlo de flores», pero al menos disminuir, si no directamente extirpar, el cúmulo de cardos y de espinas que lo obstruyen.

De vez en cuando sin embargo –para confirmarnos en esta preocupada ansiedad– Jesús en su bondad quiere que las nubes se rasguen y aparezca triunfante un rayo de sol; signo de que incluso las nubes más oscuras no destruyen la luz, sino que solamente esconden su fulgor.

Y he aquí ahora un pacífico ejército de hombres militantes en la Acción Católica Italiana; cristianos vivos y vivificantes; pan bueno y a la vez preciosísimo fermento en medio de la masa de los otros hombres; ciento cincuenta mil, la mayor parte padres de familia, que viven su bautismo y se esfuerzan para hacerlo vivir a los otros. No sois todos. Cientos de miles de hombres católicos, retenidos por graves motivos, están aquí presentes con el ardor de su espíritu, de su fe, de su amor. Hombres maduros y de toda condición: gerentes, profesionales, empleados, docentes, obreros, trabajadores del campo, militares: todos hermanos en Cristo, todos unidos como en un solo latido de un solo corazón.

Quisiéramos que también vosotros pudierais admirar la estupenda visión que se ofrece en este momento a nuestros ojos; anhelaríamos que sintieseis en lo profundo del alma con cuánto amor Nos quisiéramos –si fuese posible– descender en medio de vosotros y abrazaros a todos, como si fueseis uno solo.

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