28.02.09

Las tentaciones

El primer domingo de Cuaresma nos presenta el misterioso acontecimiento de las tentaciones de Jesús: “Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás”, anota san Marcos (cf 1,12-15). Jesús, el nuevo Adán, permanece fiel a pesar de la tentación y, con su obediencia al Padre, vence al diablo. En esta escena se manifiesta en toda su radicalidad, en todo su dramatismo, la lucha que caracteriza a la vida humana; el combate entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas (cf Gaudium et spes, 13). Jesús, que asume todas las dimensiones de lo humano, no rehúye librar en primera persona esta lucha. Él es, como dice la Carta a los Hebreos, un sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades porque “de manera semejante a nosotros, ha sido probado en todo, excepto en el pecado” (Hb 4,15).

Como Adán - como Jesús - , también nosotros experimentamos la tentación. Podemos sentirnos empujados a elegir el camino que conduce al pecado y, en última instancia, a la muerte. La tentación se presenta revestida de belleza, adornada con el atractivo de la seducción, provista con las artes de la astucia y de la suave persuasión. En el fondo, la tentación es siempre la misma: no seguir a Dios, optando exclusivamente por nosotros mismos, dejándonos encadenar sutilmente por las redes del desprecio de Dios.

El hecho de que Jesús se dejase tentar por el Maligno encierra para nosotros una enseñanza. Podemos aprender de la experiencia de la tentación. San Agustín, comentando el Salmo 60, escribe: “nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones”.

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26.02.09

¿Opinión pública en la Iglesia?

Copio algunos párrafos del documento “La Iglesia e Internet”, del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales:

“El Concilio Vaticano II afirmó que los miembros de la Iglesia deberían manifestar a sus pastores «sus necesidades y deseos con la libertad y confianza que deben tener los hijos de Dios y hermanos en Cristo»; de hecho, de acuerdo con su conocimiento, competencia o posición, los fieles «tienen el derecho, e incluso algunas veces el deber, de expresar sus opiniones sobre lo que se refiere al bien de la Iglesia». La Communio et progressio subrayó que, como «cuerpo vivo», la Iglesia «necesita el intercambio de las legítimas opiniones de sus miembros». Aun cuando las verdades de fe «no dejan espacio a interpretaciones arbitrarias», la constitución pastoral observa que existe «una enorme área donde los miembros de la Iglesia pueden expresar sus puntos de vista».

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24.02.09

Sobre las Fiestas del Cristo y la religión como hecho social

Leo en el “Faro de Vigo” que el BNG avisa de que “el Cristo no estará bajo ningún concepto en la Semana Grande”. Es decir, en el programa de las fiestas de verano de la ciudad de Vigo – hasta hace poco llamadas “Fiestas del Cristo” – , no se hará mención del acontecimiento que, sin lugar a dudas, aglutina a más vigueses: la procesión del Santísimo Cristo de la Victoria. Hasta tal extremo llega la voluntad desacralizadora del Bloque que se muestra dispuesto – este partido político, que comparte con el PSOE poder municipal – a retrasar el comienzo de las celebraciones festivas para que no coincidan con la procesión. Y a la vez, en un ejercicio grosero de incoherencia, ese mismo partido transige con respecto a la romería de San Roque: “En este caso no tendríamos problema, porque es algo más que un acto religioso”.

He de confesar que no entiendo nada. Que un Ayuntamiento no organice una procesión religiosa cabe dentro de lo normal. El Estado – y los diversos niveles de la Administración del Estado – no es la Iglesia. Pero, si a un Ayuntamiento no le interesa una procesión, tampoco puede interesarle, en línea de principio, una romería. Pero, llegados a este punto, es donde se hace visible el criterio del Bloque: La romería es “algo más que un acto religioso”.

O sea, para que un acontecimiento tenga cabida en el programa municipal, ha de ser cualquier cosa, salvo un acto religioso. Un programa de fiestas se limita, normalmente, a levantar acta de lo que hay. No todo lo que cabe en el programa ha de ser propiciado u organizado por quien edita el programa. El programa da cuenta de lo que hay. Y si las fiestas del pueblo, o de la ciudad, son en honor de San Roque, del Santísimo Cristo, o de San Antonio (como en el Louredo del Padre Casares), el programa, por cortesía y por voluntad de servicio, deja constancia del motivo principal que las inspira. Eso es lo lógico en todas partes, menos en Vigo.

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23.02.09

Ayuno y abstinencia

Llega la Cuaresma, un tiempo de penitencia que nos ayuda a prepararnos para la Pascua de Resurrección. La obligación de hacer penitencia proviene de un mandato del Señor, que pide no sólo obras exteriores, sino la conversión del corazón: “Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6, 17-18).

La Iglesia, siguiendo este mandato de Cristo, ha querido que todos los fieles se “se unan en alguna práctica común de penitencia” y para ello ha fijado algunos días penitenciales “en los que se dediquen los fieles de manera especial a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia” (CIC, c. 1249).

Obviamente, estas prácticas comunes no agotan el deber de hacer penitencia. Constituyen más bien un recuerdo para cada uno y un signo de pertenencia al Pueblo de Dios; una expresión externa y social de la búsqueda de la conversión. Nos ayudan a vivir en sintonía con la liturgia para avanzar en el amor a Dios y al prójimo; adquiriendo el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón.

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22.02.09

Rezar por el Papa

Lo ha solicitado él: “Os pido que recéis por mí, para que pueda cumplir fielmente el alto cometido que la Providencia divina me ha encomendado como sucesor del Apóstol Pedro”. Pero, aunque no lo hubiese pedido expresamente, seguiría siendo una obligación nuestra. Hay que rezar por el Papa, siempre, y más que nunca en un momento en que su autoridad – autoridad recibida de Cristo- está siendo contestada; no sólo por los que formalmente están fuera de la Iglesia, sino incluso por los que, aparentemente, están dentro.

El Papa es el Papa. No puedo ocultar mi simpatía por un Papa, Juan Pablo II. La primera vez que lo vi – en Portugal, allá por el año 1982, en el Santuario de Nuestra Señora de Sameiro – me causó una profunda impresión. Tenía yo quince años, a punto de cumplir dieciséis. Se celebraba una “Misa por las familias”. El Papa llegó tarde, por un problema de transporte o de lo que fuera. Y allí estábamos, sin dormir desde el día anterior, esperándole. No defraudó.

Después, en muchísimas ocasiones y en lugares diferentes, vi a Juan Pablo II. Para mí, un santo. Un cristiano ejemplar, un sacerdote ejemplar, un Obispo ejemplar, un Papa ejemplar. Le sucedió Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, el mejor teólogo vivo de siglo XX. Benedicto XVI me inspira una admiración distinta. Veo al Papa Benedicto como un hombre que no apela más que a la fuerza de la razón. No me imagino a Benedicto XVI dando un golpe en la mesa. Yo creo que él espera que lo que resulta evidente a sus ojos resulte evidente a los ojos de todos. Y quizá, en esto, como en tantas cosas, el Papa actual nos supera. Él está por encima, con su suavidad, con su firmeza, con su modestia, con su humildad.

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