Cumpleaños
No estoy de cumpleaños, pero sí lo está una persona muy cercana a mí: mi madre. Ahora mismo ya tengo una edad que recuerdo perfectamente haber visto en ella y, desde entonces hasta ahora, no ha pasado, subjetivamente hablando, tanto tiempo. El tiempo, nos dicen, es la duración de las cosas sujetas a mudanza, a cambio, a variación. Nada tan mudable como la vida humana, como ese breve y caprichoso intervalo que se extiende desde el nacimiento a la sepultura.
El cumpleaños es el aniversario del nacimiento de una persona. La misma palabra, “aniversario”, se emplea para conmemorar la muerte; al menos, el primer año del fallecimiento.
¿Cómo resumir una vida? ¿Qué cuenta de verdad al final de ella? ¿Cuál es el criterio adecuado para hacer el balance de las cosas? Los años son una especie de mojones artificiales; signos que se colocan en el despoblado de nuestra existencia. Pasan los años, pero nosotros somos, aún somos, hasta que llegue el momento, aquí en la tierra, en el que ya no seremos. Cumpliremos el éxodo obligatorio que nos convierte en recuerdo; ese último preludio del olvido, que llegará tan pronto.