Parroquias
Si a mí me dejasen escoger, creo que nunca sería párroco. Hubiera preferido, “motu proprio”, ejercer de modo diferente el ministerio sacerdotal. Yo sería feliz como profesor de Teología, y hasta como canónigo (aunque decir esto último pueda levantar injustificadas sospechas). Pero, como hay poco clero, y porque me debo a la obediencia, me ha tocado ser párroco.
Pero sí veo cada día que la parroquia es una “Iglesia en miniatura”. Todo lo que hace la Iglesia – enseñar, regir, santificar – se hace, concretamente, en la parroquia. No discuto, ni niego, la grandeza de las órdenes religiosas, de los nuevos movimientos, de otras formas asociativas de vivir el compromiso cristiano. La Iglesia es el templo del Espíritu Santo, habitado por la libertad y por el señorío de Dios, y los límites a esa libertad será los que Dios imponga, no los que nuestros gustos o caprichos quieran convertir en ley. Así que no hay ningún tipo de malsano “exclusivismo” en mi elogio de las parroquias.