En 1250, probablemente, Santo Tomás de Aquino, cuya fiesta celebramos el 28 de Enero, recibió, en Colonia, la ordenación sacerdotal. Tenía veinticinco años. A aquella ciudad alemana se había trasladado, a últimos de junio de 1248, con San Alberto Magno, en calidad de ayudante suyo.
El mérito de San Alberto radicaba en haber trazado el camino de integración de toda la ciencia en el pensamiento cristiano. En aquel año, 1248, se ponía la primera piedra de la catedral de Colonia, edificada para albergar las reliquias de los Reyes Magos.
El 14 de Septiembre comenzó el curso académico, y Santo Tomás asistió a las lecciones de San Alberto sobre “Los nombres divinos” de Dionisio Areopagita. Dicen que San Alberto, en su taller, construyó una cabeza parlante – un anticipo de la robótica, quizá - y la leyenda cuenta que, al descubrirla Santo Tomás, la destruyó a golpes, pensando que era obra del demonio. En todo caso, tanto para San Alberto como para Santo Tomás, toda ciencia lleva a Dios: “Nuestra intención es terminar en las ciencias de Dios”.
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