La bendición, la confianza y la dicha
Homilía del VI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)
La confianza es la esperanza firme que se tiene en algo o en alguien. Para vivir, para actuar, para desarrollarnos como personas, necesitamos la confianza: en nosotros mismos, en los demás y, sobre todo, en Dios. La Escritura llama “bendito” - es decir, beneficiado por la generosidad divina – “a quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza” (cf Jr 17,5-8). La vida de quien confía en Dios no será una vida estéril, sino fecunda, con la fecundidad de un árbol que echa raíces junto a un río, que no se seca en el verano y que da frutos incluso en tiempo de sequía.
Preguntarnos sobre qué depositamos nuestra confianza es lo mismo que interrogarnos sobre qué buscamos para ser felices. Y todo ser humano desea ser feliz, ya que Dios ha sembrado ese anhelo en nuestro corazón. En la Sagrada Escritura se considera “dichoso” al que tiene temor de Dios: será poderoso, bendecido, tendrá numerosos hijos, le irá bien en la vida. Todos esos dones, que hacen dichosa la existencia, tienen su fuente en Dios. Pero lo que, en el fondo, hace feliz al hombre es Dios mismo, no sólo lo que Dios da. Quien tiene a Dios, lo tiene todo y puede vivir una confianza sin límites.
Dios nos ha dado todo, porque nos ha dado a su Hijo, Jesucristo, y ha infundido en nuestros corazones el Espíritu Santo. La dicha, la bienaventuranza, la felicidad para el hombre, es Jesús. Consiste en conocer, amar y seguir a Jesús. En saber que Él nunca nos abandona, ni en las circunstancias humanamente más adversas que podamos padecer. Los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que son perseguidos son dichosos no por la pobreza, por el hambre, por el llanto o por la persecución, consideradas en sí mismas, sino en la medida que dejan que Jesús entre en sus vidas para transformar la pobreza en posesión de su Reino, el hambre en saciedad, el llanto en risa, la persecución en recompensa.