13.02.10

La bendición, la confianza y la dicha

Homilía del VI Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

La confianza es la esperanza firme que se tiene en algo o en alguien. Para vivir, para actuar, para desarrollarnos como personas, necesitamos la confianza: en nosotros mismos, en los demás y, sobre todo, en Dios. La Escritura llama “bendito” - es decir, beneficiado por la generosidad divina – “a quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza” (cf Jr 17,5-8). La vida de quien confía en Dios no será una vida estéril, sino fecunda, con la fecundidad de un árbol que echa raíces junto a un río, que no se seca en el verano y que da frutos incluso en tiempo de sequía.

Preguntarnos sobre qué depositamos nuestra confianza es lo mismo que interrogarnos sobre qué buscamos para ser felices. Y todo ser humano desea ser feliz, ya que Dios ha sembrado ese anhelo en nuestro corazón. En la Sagrada Escritura se considera “dichoso” al que tiene temor de Dios: será poderoso, bendecido, tendrá numerosos hijos, le irá bien en la vida. Todos esos dones, que hacen dichosa la existencia, tienen su fuente en Dios. Pero lo que, en el fondo, hace feliz al hombre es Dios mismo, no sólo lo que Dios da. Quien tiene a Dios, lo tiene todo y puede vivir una confianza sin límites.

Dios nos ha dado todo, porque nos ha dado a su Hijo, Jesucristo, y ha infundido en nuestros corazones el Espíritu Santo. La dicha, la bienaventuranza, la felicidad para el hombre, es Jesús. Consiste en conocer, amar y seguir a Jesús. En saber que Él nunca nos abandona, ni en las circunstancias humanamente más adversas que podamos padecer. Los pobres, los hambrientos, los que lloran, los que son perseguidos son dichosos no por la pobreza, por el hambre, por el llanto o por la persecución, consideradas en sí mismas, sino en la medida que dejan que Jesús entre en sus vidas para transformar la pobreza en posesión de su Reino, el hambre en saciedad, el llanto en risa, la persecución en recompensa.

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Blasfemia

La blasfemia es uno de los pecados que menos se pueden comprender. Injuriar a Dios, faltarle al respeto, abusar de su Nombre, despreciar a la Iglesia de Cristo, a los santos y a las cosas sagradas, es absolutamente reprobable.

La blasfemia ofende a Dios. Y, porque ofende a Dios, nos ofende a nosotros, que creemos en Él; más aun, que nos sabemos hijos suyos. Ofende infinitamente más que ver insultado al propio padre o a la propia madre. Y, si todas las blasfemias son dolorosas, especialmente repugnantes resultan las injurias contra la Madre de Dios, porque ningún hijo soporta que vilipendien a su madre.

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11.02.10

Amando conocemos

“Amando conocemos”, ha dicho el Papa caracterizando uno de los rasgos de la teología franciscana; a saber, “el papel asignado al amor divino, que entra en la esfera de los afectos, de la voluntad, del corazón, y que es también la fuente de la que brota un conocimiento espiritual, que sobrepasa todo conocimiento”.

Es muy digno de ser tenido en cuenta este rasgo de la teología franciscana, iniciada por San Antonio de Padua y con representantes tan destacados como San Buenaventura y el beato Duns Scoto.

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10.02.10

Por si a alguien le sirve

Como tengo que dar un curso sobre “Antropología de la fe cristiana” iré colgando en el blog los esquemas básicos, por si a algún lector les resultan de utilidad.

Curso 2009-2010
Bienio / II Semestre

Antropología de la fe cristiana
Prof. Dr. D. Guillermo Juan Morado

COMPETENCIAS/OBJETIVOS

Realizar una aproximación teológico-fundamental a la antropología de la fe cristiana. Reflexionar sobre el hombre como destinatario de la revelación. Capacitarse para mostrar el anclaje humano de la fe cristiana.

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9.02.10

Lo “mío” y lo “suyo”

La Cuaresma es una especie de combate entablado entre lo “mío” y lo “suyo”. Entre lo que me pertenece a mí y lo que no puede pertenecerme sin que Otro me lo dé.

El hombre no puede tener lo suyo como suyo sin recibirlo como don: No se puede decir “que en lo nuestro seamos totalmente nuestros”, decía Blondel en su Carta sobre Apologética.

Esta dialéctica entre lo que más necesito y lo que, sin embargo, no puedo darme a mí mismo, aparece perfectamente reflejada en el “Mensaje” de Benedicto XVI para la Cuaresma. Un mensaje que se puede resumir en una frase: El hombre necesita a Dios, necesita, como algo muy propio, la gracia de Dios.

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