2.06.09

¿Católicos sin dogma?

Yo no sé lo que algunos católicos entienden por “dogma”. Esa palabra debe despertar en algunos de ellos un desasosiego indescriptible. Recuerdo lo que, en su día, me contó un diplomático de la Santa Sede. El Papa Juan Pablo II hacía su primer viaje a México. En unas declaraciones públicas, un prócer local se adelantó a precisar: “Soy cristiano, pero sin dogmas”. Ese mismo prócer, en la dedicatoria de un libro que ofreció como regalo personal al Papa, escribía: “A Su Santidad Juan Pablo II, como hijo fiel de la Iglesia…”.

Es decir, ni entre los católicos, la opinión “pública” coincide exactamente con la opinión “publicada”. Las creencias están ahí, pero la coherencia con las propias creencias puede estar o no estar. Pensemos en Santo Tomás Moro. O en la “sensatez” – humanamente muy comprensible - de Lady Alice cuando aconsejaba a su marido no ir más lejos de lo “prudente”. De lo políticamente prudente. Y eso que Tomás Moro se jugaba algo más que el cargo y la posición; se jugaba la vida.

He tenido la fortuna de leer a Newman. Para Newman, el dogma no es un capricho, ni un signo del autoritarismo de la Iglesia, sino un desarrollo originado a partir de la revelación; un desarrollo que garantiza la objetividad de la fe.

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Sagrado Corazón de Jesús: Amor y reparación

El amor de Dios se manifiesta como amor crucificado, como reconciliación: “la prueba del amor que Dios nos tiene nos la ha dado en esto: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores” (Romanos 5, 8). Sólo conociendo el amor es posible descubrir la gravedad del pecado. La cruz revela, a la vez, la grandeza del amor y el abismo del pecado; es absolución y condena; salvación y juicio; muerte y vida.

El Corazón de Cristo es el corazón del Buen Pastor que va tras la oveja descarriada y, al encontrarla, la carga sobre los hombros. La caridad de Jesucristo, Pastor de los hombres, refleja así la imposible indiferencia de Dios; su indeclinable compromiso.

“El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron”. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús entraña la voluntad de reparación, de satisfacción, de penitencia.

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1.06.09

No se puede matar en nombre de la vida

La defensa de la vida humana es una causa noble y justa, pero es también una causa exigente. Pide, entre otras cosas, coherencia. En nombre de la vida no se puede eliminar la vida. No se puede, por ejemplo, luchar contra el aborto disparando contra médicos abortistas. La contradicción entre una cosa y otra resulta patente. Es más, si quien defiende la vida atenta contra ella se expone no sólo a sí mismo, sino que expone también su causa, a incurrir en una odiosa contradicción; en definitiva, al descrédito.

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31.05.09

¿Qué hacía ese médico en un oficio dominical?

Un famoso médico abortista norteamericano ha sido asesinado, en Kansas, mientras participaba en los servicios religiosos de una iglesia luterana. Parece que el médico en cuestión se había especializado en practicar abortos en casos de embarazos muy avanzados.

Que haya sido asesinado es condenable. Como es condenable todo asesinato. Por desgracia, muchas personas son asesinadas cada día. No obstante, lo que me resulta más llamativo - y no puedo silenciar mi perplejidad - es que ese ginecólogo acudiese a los servicios religiosos.

¿Cómo se puede hacer compatible, me pregunto, matar a los seres humanos antes de nacer y acudir a la iglesia cada domingo? ¿En qué pensaba el médico cuando se leían los mandamientos, entre ellos, el quinto: “No matarás”?

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30.05.09

La fuerza y la energía

Uno de los significados de la palabra “espíritu” es ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo. Cuando nos falta el “espíritu” nos sentimos languidecer. No solamente puede debilitarse el cuerpo - por ejemplo, en la enfermedad -, sino que también el “espíritu” puede abatirse.

Aunque mejoremos nuestras condiciones de vida – la vivienda, el bienestar material, la comodidad –, si nuestro espíritu no está fuerte, entonces no encontraremos la felicidad. Incluso teniéndolo todo, nos parecerá que las cosas, y que la misma existencia, no merecen demasiado la pena.

El “espíritu” es también un modo de denominar nuestra alma. Los hombres somos seres “espirituales”, dotados de “espíritu”; es decir, llamados a un fin sobrenatural, destinados, desde la creación, a ser elevados, por pura gracia, a la comunión con Dios.

La solemnidad de Pentecostés nos recuerda que la fuerza y la energía interior nos viene de Dios, y que la realización de esa capacidad de nuestra alma de ser elevada al plano de lo divino es también una obra de Dios, del Espíritu de Dios.

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