La Santísima Trinidad
Homilía para la Solemnidad de la Santísima Trinidad (Ciclo C)
En la oración colecta de la Misa de la solemnidad de la Santísima Trinidad pedimos a Dios “profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa”.
Profesar la fe verdadera es confesarla, dejando que la palabra externa signifique lo que concibe la mente. En el Bautismo, se invita al que va a ser bautizado, o a sus padres y padrinos, a confesar la fe de la Iglesia. En el centro de esta confesión está el misterio de Dios: “La fe de todos los cristianos se cimenta en la Santísima Trinidad”, decía San Cesáreo de Arles. Y San Gregorio Nacianceno, al instruir a los catecúmenos de Constantinopla, afirmaba, sobre la profesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo: “Os la doy [esta profesión] como compañera y patrona de toda vuestra vida”.
La Iglesia, entregándonos el Símbolo, pone en nuestros labios las palabras adecuadas para que podamos creer y hablar (cf 2 Co 4,13): “Creo en Dios, Padre todopoderoso”, “creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”, “Creo en el Espíritu Santo”. Como escribe San Atanasio en una de sus cartas: “En la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo”.
Conocer la gloria de la eterna Trinidad equivale a contemplar, con la mirada de la fe, la manifestación que Dios hace de Sí mismo en la creación del mundo y en la historia de la salvación. Una manifestación que llega a su plenitud con el envío del Hijo y del Espíritu Santo, cuya prolongación es la misión de la Iglesia. “Todo lo que tiene el Padre es mío”, nos dice Jesús, y el Espíritu Santo “recibirá de lo mío y os lo anunciará” (cf Jn 16,12-15). El Espíritu Santo nos introduce así en la realidad de la comunicación divina, en el diálogo que mantienen las tres Personas del único Dios.