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18.09.18

La lógica perversa del aborto y de la blasfemia

Pienso que solo hay una manera coherente de estar a favor del aborto: defenderlo hasta el último minuto antes del parto y, si hace falta, hasta después del mismo. Si la premisa esencial – y no veo otra – es “nosotras parimos, nosotras decidimos”, se podrá decidir en cualquier momento y por cualquier motivo.

Y si se puede decidir antes, ¿por qué no también después? Un hilo de coherencia – en el mal – une el aborto y el infanticidio. Al fin y al cabo, un bebé no deseado – y esa parece ser la causa de su eliminación física – puede no ser deseado mientras está dentro de la madre o cuando ya está fuera de ella, pero necesitado todavía de sus cuidados.

Me da hasta un poco de miedo expresar esta convicción. Aunque, obviamente, son muchos los que la expresan y hasta la defienden. Yo no defiendo ni una cosa ni la otra: ni el aborto ni el infanticidio. Pero cada día estoy más seguro de que la diferencia entre una y otra acción es accidental, no sustancial. Y también de que, si no se hace algo, todo podría ir a peor.

Las leyes son bastante hipócritas. Nadie, y los legisladores menos, desea retratarse ante la historia como un asesino en serie o como un tirano despiadado. Los legisladores pretenden justificar su tarea como un servicio a los ciudadanos. Un servicio que consiste en regular lo que ya existe. Sin entrar demasiado en si lo que existe es bueno o malo. Al final, no se cree que nada sea bueno o malo. Si nada es bueno, nada es malo. Y viceversa.

Nada es bueno y nada es malo – se supone - , pero algunas cosas “suenan” bien y otras muy mal. Hoy suena muy mal que se discrimine a una mujer por ser mujer. Si se pretendiese ir más allá de las apariencias, se encontrarían razones que justificarían a fondo que esto suena mal porque realmente está mal. Pero se esquiva llegar al fondo.

Solo en este marco de la mera apariencia, de la ética sin fundamento, se puede entender el escándalo (falso) del Partido Laborista del Reino Unido que, según “Infocatólica”, “quiere prohibir que se informe del sexo de los no nacidos para evitar que sean abortados por ser niñas”.

Si el aborto no es un mal, si es hasta un derecho, si “nosotras parimos, nosotras decidimos”, ¿a qué viene que el Partido Laborista trace una línea de demarcación entre lo que una debe decidir o no? Esa pretensión sería absurda e infundada.

Esa pretensión solo se puede basar sobre un prejuicio: Una característica genética como el sexo femenino no es razón para abortar; sin embargo, una característica genética como el síndrome de Down sí lo sería. Si la niña en cuestión puede tener ese síndrome, se le puede abortar. Si no viene con ese síndrome, el aborto sería una discriminación intolerable.

¿Por qué el aborto en algunos casos sería intolerable? En el fondo, por la misma razón por la cual el aborto es intolerable en todos los casos: Porque la aprobación legal del aborto supone aceptar que se puede justificar la eliminación de un ser humano inocente. Ya que el motivo aparente de esa eliminación radique en ser niño o niña, sano o enfermo, Down o no Dwon, blanco o negro, judío o cristiano… es, pienso, un motivo caprichoso.

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“Life is Beautiful”

Salvo los muy jóvenes - los que hayan nacido ayer más o menos - , los demás recordarán sin duda la película de Roberto Benigni, “La vita è bella”. La vi en Italia en 1997, el año de su estreno. Tiempo después tuve la ocasión de visitar la maravillosa ciudad de Arezzo, en la Toscana, donde se ambienta parte de la historia.

La película, en el lenguaje del cine, transmite amor por la vida y esperanza. A pesar de todo, incluso en las circunstancias más difíciles, como las de un campo de concentración, la vida seguía mostrando su belleza.

Defender esa belleza resulta, en ocasiones, problemático. Hay muchos datos que tienden a desmentir la afirmación según la cual “la vida es bella”. La vida puede estar acompañada de elementos muy negativos que hacen difícil percibir su belleza. Hasta puede parecer una “náusea”, un elemento absurdo con el que no nos queda más remedio que lidiar, mal que nos pese.

No es extraño sentirse un poco cansado del esfuerzo de vivir. Incluso puede uno pensar que mejor hubiera sido no haber nacido. Pero, en una dirección contraria a este pesimismo, nos empuja el propio instinto de conservación e incluso la fe. Ya no solo la fe, en el sentido teológico, sino también la confianza básica sin la cual la inserción en lo real resulta prácticamente imposible.

La fe teologal – y teológica – nos ayuda a pensar que la vida es un don de Dios y Dios no nos da nada que, en sí mismo, sea malo, aunque – sin que nosotros sepamos explicar del todo por qué – ese regalo nos llega, casi siempre, envuelto en un papel ya muy dañado por el roce de la historia.

El instinto de supervivencia debe ser atendido de modo análogo. En el fondo de nosotros mismos, algo nos dice que debemos apostar por lo que consideramos que es mejor y, salvo que estemos muy perturbados por el dolor, o por la ceguera que muchas veces lo acompaña, ese instinto apuesta por seguir viviendo.

Me imagino que en la vida de cada uno habrá momentos de plenitud, o casi, y momentos de desmoronamiento, o casi. Y la (casi) plenitud y el (casi) desmoronamiento son compatibles con la fe (teologal y teológica).

La plenitud del entusiasmo, de la sonrisa exaltada, vale para un anuncio de lo que sea – hasta de algo bueno - , pero no es compatible con la vida corriente ni con la agonía de Cristo en Getsemaní. Por otra parte, la agonía de Getsemaní, no es el único icono de nuestro paso por la tierra, ni de la asunción de la carne por el Verbo.

En realidad – en la realidad real de cada día, más allá de sus reconstrucciones exaltadas o trágicas - , es preciso saber captar la belleza y apostar por la esperanza. Hay un lema, tomado de un Salmo, que dice: “In Te, Domine, speravi; non confundar in aeternum” ("En Ti, Señor, he puesto mi esperanza; no me veré defraudado para siempre"), palabras que recoge el “Te Deum”. Son palabras sabias: Sea lo que sea, pase lo que pase, “in Te, Domine…”. Sea lo que sea, pase lo que pase, “non confundar in aeternum”.

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