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1.09.18

Venezuela: La huida del paraíso

En uno de los paneles de la bóveda de la Capilla Sixtina, obra de Miguel Ángel, se representa el pecado de Adán y Eva y la expulsión del paraíso terrestre. Parece que se trata de un fresco que es debido únicamente a Miguel Ángel, por entonces (más o menos en 1509) harto ya de ayudantes y no menos harto de las instrucciones del teólogo papal. La expulsión del paraíso no es un premio, sino un castigo, simbolizado por la espada que amenaza el cuello de Adán.

En el jardín de Dios todo iba bien. El desorden lo introdujo el pecado; es decir, la desconfianza del hombre hacia Dios. La expulsión del paraíso representa y concreta las consecuencias de esta desconfianza: la pérdida de la armonía. Ya nada será lo que era. Podrá ser mucho mejor – gracias a Cristo –, o mucho peor – si se rechaza a Cristo - .

Las utopías seculares han desposeído de fundamento este simbolismo. Para estas utopías, “Dios” es una cifra de lo que el hombre debería llegar a ser por sí mismo,  y el “paraíso” un modo de denominar lo que el hombre podría lograr si se esforzase a fondo.

Hay visiones de la sociedad y de la vida que no prometen el paraíso, que dicen que la vida es una lucha muy dura y que, con trabajo y esfuerzo, quizá las cosas vayan mejor. Pero hay otras visiones, muy fraudulentas, que prometen dar lo que no pueden dar: el cielo en la tierra. El cielo es Dios y la comunión con Dios. No el resultado de un programa de ingeniería social.

Para un cristiano, la virtud de la esperanza debe ser un acicate para apostar porque lo (aparentemente) imposible se haga posible, pero no a cualquier precio. Merece la pena apostar por todo lo bueno, por todo lo noble, por todo lo justo. Sin duda. Pero siempre guardando esa sabia “reserva escatológica” que nos recuerda que cualquier jardín humano, por bello que se muestre, no es todavía el cielo. La honestidad debe empujar a ser conscientes de esta reserva.

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