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12.06.18

Un gran predicador: San Antonio de Padua

San Antonio de Padua con Niño, MurilloFue popular en vida, San Antonio, y lo es tras su muerte. Es, sin duda, uno de los santos más venerados en todo el mundo. Se recurre a él en busca de objetos perdidos, recitando su famoso responsorio: “Si buscas milagros, mira: muerte y error desterrados, miseria y demonio huidos, leprosos y enfermos sanos”…, “miembros y bienes perdidos recobran mozos y ancianos”. El responsorio, en latín, ha dado nombre a una plegaria y origen a un apellido italiano, que porta un célebre teólogo, Sequeri: “Si quaeris miracula…”.

Se dice también que las mozas casaderas se encomendaban a San Antonio para encontrar novio. Rosalía de Castro dejó constancia de ello en Cantares gallegos, en un poema satírico –en el que compagina picardía y ternura, a decir de Marina Mayoral - : “Meu santo San Antonio, daime un homiño, anque o tamaño teña, dun gran de millo”. La poetisa rebajaba así el tono de lo que era un cantar popular de contenido más brutal: “San Antonio Bendito, dádeme un home, anque me mate, anque me esfole”.

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La homilía: Una tarea que ha ser tomada muy en serio

Predicar es un “ministerio”, una ocupación, un trabajo, un servicio, que hay que asumir con un gran sentido de la responsabilidad. Así lo enseña el papa Benedicto XVI: “quienes por ministerio específico están encargados de la predicación han de tomarse muy en serio esta tarea” (Verbum Domini, 59).

Ser ministros, ser servidores -  ser casi lo de menos - , equivale a no querer ser el centro. Se deben evitar, nos dice Benedicto XVI, “inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico. Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda homilía”.

Cristo no aburre. Y solo Él, y no el predicador, puede ser el centro. Todo lo demás es - a corto, medio y largo plazo – un fraude. Un día puede valer contar tal o cual experiencia personal. A la quinta vez que se cuente, y digo a la quinta por ser muy indulgente, obliga casi a desconectar. Y ya no digamos si quien predica se empeña en narrar supuestos “milagros” obrados por el poder divino en atención a su maestría suprema a la hora de anunciar el Evangelio. No cuela. Sobra. Aburre. Son divagaciones inútiles.

Para ser buenos ministros, nos recuerda Benedicto XVI, “se requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión”.

No es poco lo que se les pide a los predicadores. El texto sagrado, que es la Sagrada Escritura. La meditación y la oración – y la Liturgia de las Horas contribuirá a que la Escritura sea meditada y orada - . La convicción y la pasión, que es como convocar a la mente y al corazón a cumplir su papel imprescindible: pensar y comprometerse.

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