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2.08.17

La santidad de Dios

“Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en la mano, no sabía que tenia radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos los israelitas vieron a Moisés con la piel de la cara radiante, y no se atrevieron a acercarse a él”. Hemos escuchado hoy este pasaje del libro del Éxodo.

La santidad de Dios hace que todo se convierta en radiante y que, en cierto modo, imponga una distancia. Dios no es una realidad de “andar por casa”. Dios, que es real, supera toda realidad ordinaria. Dios, en sí mismo, abre la esfera de la gloria, de la majestad, de la santidad. Algunos, como Moisés, han sido elegidos para acercarse un poco más a este misterio.

Otros, como los ángeles, son testigos de la riqueza de la santidad divina. Los ángeles son las criaturas espirituales que rodean a Dios. Esto significa que donde está Dios están los ángeles. Y Dios está en todas partes. Los ángeles, también.

Me preguntaba hace pocos días una feligresa muy atribulada: “Me han dado un disgusto. Me han dicho que no existe el ángel de la guarda. Y me he llevado un disgusto, porque siempre he sido devota de este ángel”. Obviamente, le respondí que la habían engañado. Claro que existe el ángel de la guarda: “Nadie podrá negar que cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducir su vida” (San Basilio Magno, Adversus Eunomium, 3, 1).

Para mí es mucho más de recibo ese testimonio de San Basilio que la opinión del último iluminado al respecto. Y no pretendo decir que el único testimonio a tener en cuenta en este tema sea el de san Basilio.

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