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2.01.16

¿Quiénes serían hoy los Magos – o las Magas -?

Me parece admirable el relato evangélico de la Adoración de los Magos (cf Mt 2,1-12). El texto nos habla de “unos magos de Oriente”, quizá astrónomos babilonios, muy pendientes de escudriñar los fenómenos naturales. En cualquier caso, se trata de personas íntimamente abiertas a la verdad y que no tienen empacho en reconocerla, una vez encontrada.

Benedicto XVI, además de lo que ha escrito sobre la infancia del Señor en su trilogía sobre Jesús de Nazaret, ha dedicado varios discursos y homilías a hablar de los Magos. Hay que recordar que, en Colonia, se veneran – desde el siglo XII, pues fueron trasladadas desde Milán – las reliquias de estos sabios de Oriente.

¿Quiénes serían hoy los Magos?, se pregunta el papa Benedicto. Y apunta a tres categorías de personas: los gobernantes, los hombres del pensamiento y de la ciencia, y los líderes espirituales de las grandes religiones no cristianas.

Estas tres categorías de personas prefiguran “tres dimensiones constitutivas del humanismo moderno: la dimensión política, la científica y la religiosa” (Benedicto XVI, “Homilía”, 6-1-2007).

¿Qué sería lo común de estas tres categorías? La búsqueda de la justicia, la búsqueda de la verdad y la búsqueda del bien. Los Magos se diferencian de Herodes. Este último simboliza el poder prepotente y estridente de este mundo. Los Magos reconocen, en Jesús, un poder diverso: el poder inerme del amor. Conjugan una gran esperanza y una gran valentía. No se conforman con poco ni con lo de siempre.

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31.12.15

Un prólogo amable, de Mons. Alberto Cuevas

En la visita que hizo a san Felipe Neri un ministro del gobierno italiano de la época, le impresionó ver con qué alegría y eficacia obedecían al santo sus frailes. Bastaba un gesto, una mirada, una insinuación o sugerencia, para que inmediatamente ejecutasen lo que se les había indicado. Intrigado y admirado preguntó a san Felipe cómo se las arreglaba para que sus frailes le obedeciesen así. Y el santo contestó: “Mandando muy poco”. Cuando alguien ha tomado voluntariamente decisiones firmes, por motivos fundados y con ánimo decidido, no hace falta exigir, amenazar o forzarle a que actué de manera coherente; hará lo que tenga que hacer, saliéndole del alma. Y esa actitud rezumará espontáneamente al exterior.

Varias veces a lo largo de la lectura del libro que tienes en tus manos me vino a la memoria tan sencilla como ilustrativa  anécdota. Porque descubre que la confianza, la fe, la obediencia en definitiva   –hacer lo que hay que hacer, llevar a cabo la misión propia, cumplir los deberes- , es una  preciosa virtud de extraordinarias consecuencias en la vida personal y en la convivencia social, que nos hace vivir felices – como los frailes envidiados por el ministro-,  o en perpetuo amargor, si es que no se captó el meollo del “y por qué tengo que hacer eso”… La ignorancia o el desconocimiento voluntario de las razones y porqués, condenan a muchas personas a una rebelde e inmadura adolescencia a perpetuidad. De ahí que sea tan gratificante querer saber, para poder entender y amar; o al menos  para no dejarse engatusar con bisuterías…  La clave en la vida está, por tanto,  en saber por qué entregamos nuestra voluntad al amado o a lo que aspiramos, pues solo entonces la libertad se hará entrega confiada…  Dicho de otro modo, llena de gozo y satisfacción, y rebaja los resquemores, cumplir el deber, conociendo el sentido  y el valor de la aportación personal al objetivo pretendido o al ideal programado. De hecho en los trabajos mecanizados y  “alienantes”, se recomienda, casi como medicina,  “hacer ver  al operario qué lugar ocupa y qué aporta su trabajo personal al conjunto general”.  Dicen los psicólogos que solo así se liberan depresiones, malhumores,  y aparece el optimismo de quien descubrió  por fin que no es un tornillo suelto, alocado y  neutro en un hasta entonces  delirante universo inexplicable…

La obediencia del ser.Reflexiones sobre la vida cristiana es una escalinata suave y entretenida por la que se asciende y accede a montones de respuestas a fundamentales porqués de  la vida cristiana: ¿qué creemos y su sentido, es razonable o más bien cursi e infantiloide creer, es científico…?. ¿Hay  argumentario,  como se dice ahora, para cimentar y explicar la adhesión a la Iglesia y cómo debe ser el compromiso con ella? Y otra que  pudiera ser: eso de creer ¿sirve para algo? o ¿para cambiar el mundo tengo que cambiar también yo…?

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29.12.15

Iglesia y democracia

Yo ya estaba acostumbrado, cuando tenía abierta la sección de comentarios en mi blog, a que algunos lectores me tachasen, como poco, de tibio, que viene a ser algo así como indiferente, como demasiado templado; más o menos, como si uno no tuviese convicciones firmes. Ya había asumido esa cruz. Es inevitable: uno escribe un post – que no es un tratado – y el que lo lee saca sus propias conclusiones, con más o menos razón.

Cuando toca comentar un texto, se suele recomendar hacer un resumen breve del mismo, señalar el esquema lógico que lo articula, comentar los principales conceptos que se exponen y, finalmente, relacionar ese texto con lo que el autor del mismo ha dicho en otros textos, y con la problemática abordada.

Le agradezco mucho al Dr. D. Luis Ignacio Amorós que se haya tomado la molestia, no solo de leer, sino de comentar, un post mío. No creo que, en mi pobre contribución, hubiese motivo para tanto. Pero es un honor que el Dr. Amorós se haya ocupado de hacerlo.

Yo, con D. Luis Fernando, estoy de acuerdo en todo. Y somos muy distintos. Él argumenta a su manera, yo a la mía. Pero, nunca, me he sentido en absoluto desacuerdo con él. Y creo que la razón de este no desacuerdo completo es porque, ambos, cada uno a su modo, defendemos de la mejor forma que está a nuestro alcance lo que cada uno entiende, de buena fe, que es más acorde con el catolicismo y con el bien común.

Fíjense que en mi respuesta a D. Luis Fernando solo me refería a lo que él había comentado sobre el 20 de Diciembre. A nada más. Solo a eso. Y le decía: muchos católicos no han votado a lo que han querido, sino a lo que han podido. Y eso no es una opinión; es una simple constatación. Y, si alguien no se lo cree, que repase, provincia por provincia, quién se presentaba y con qué programas.

Por más que revise ese post mío, no encuentro nada que cambiar. Hoy diría exactamente lo mismo. Yo sé que puedo equivocarme. Sé que puedo ser interpretado mal. Pero, espero, que nadie crea que diría jamás nada en contra de la fe o del magisterio de la Iglesia. Eso no lo he hecho nunca – que yo sepa – y con la ayuda de Dios espero no hacerlo jamás.

El Dr. Amorós le ha dado a ese simple post, muy contextualizado, una dimensión casi universal. Ha pasado de la anécdota a la categoría. Y, con plena justicia – quien escribe algo se expone a ser contestado – , esgrime una serie de disentimientos. Él sabrá.

Yo no he negado jamás que exista un magisterio de la Iglesia sobre la vida social y política. Y ya sé que el Catecismo lo recuerda. Tampoco voy a negar que, en estas cuestiones, a la hora de tomar una decisión tan concreta como el voto, la prudencia es esencial. Y no creo que ser prudente sea ser cobarde, no. Se trata de ser sensato.

La Iglesia, desde el Papa, pasando por las Conferencias Episcopales, y por los Obispos diocesanos, nunca ha dejado de orientar a los católicos. Basta repasar la página web del Vaticano, de la CEE, o de los diferentes Obispados. La Iglesia jerárquica no está muda. Que, justo antes de unas elecciones, diga algo o nada no significa que no haya dicho ya mucho sobre casi todo lo que se puede decir.

Nadie renuncia a la posible influencia social de los creyentes. Es obvio que todos los cristianos tenemos que batallar en favor de la verdad y de los valores. ¿Quién lo niega? ¿Quién podría negarlo?

No es sensato arremeter contra la existencia de las Conferencias Episcopales. Que no sean de derecho divino, no significa que no haya afinidad entre el derecho divino y el derecho eclesiástico. Existe algo así como la colegialidad episcopal, y las Conferencias Episcopales son un signo de esa realidad. Y los Obispos en España se han esforzado, esta última vez será la primera excepción, en hacer una nota ante las elecciones. Notas, muy de agradecer, pero ya no necesarias ( o no imprescindibles).

Los Obispos de España, como el Papa, no resumen su doctrina en notas. Hay un amplísimo magisterio que está, si se quiere, al alcance de todos.

Que el reino de Cristo “no es de este mundo” no lo he dicho yo. Lo ha dicho Cristo, y por algo sería. Las reclamaciones, a Él. ¿Cómo podemos realizar los cristianos el Reino de Cristo? Pues tratando que el mundo, en lo que podamos, responda a lo que Dios quiere.

A ver, yo pienso que la Iglesia – y los católicos – tenemos mucho que hacer. Nada más lejos de mi pensamiento que una especie de “quietismo”. Tenemos que profesar la fe, sin incoherencias. Tenemos que celebrarla. Que vivirla – con una ética plena en el plano personal y social - . Tenemos que orar, por todos; también por nosotros.

La democracia no es un invento del demonio. Vivimos en el mundo, y el mundo es lo que es. A nosotros nos toca, con las demás personas de buena voluntad, mejorarlo. Yo sé que, por poner un ejemplo, EEUU no es la Jerusalén celeste. Pero, si tuviese que optar, preferiría vivir en EEUU antes que en Corea del Norte.

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