El Triduo pascual: La transfiguración y el consuelo

La transfiguración, un misterio de la vida de Cristo que anticipa el triduo pascual – pasión, muerte y resurrección - , encierra un profundo significado antropológico si tenemos en cuenta la vulnerabilidad humana y la necesidad de consuelo y de ánimo que entraña la perspectiva próxima del dolor y del sufrimiento.

San León Magno incide en este aspecto y presenta el misterio del Tabor como antídoto para no perder la fe y la esperanza en medio de los padecimientos: “Que nadie tema sufrir por la justicia, ni desconfíe del cumplimiento de las promesas, porque por el trabajo se va al descanso, y por la muerte se pasa a la vida; pues el Señor echó sobre sí toda la debilidad de nuestra condición, y, si nos mantenemos en su amor, venceremos lo que él venció y recibiremos lo que prometió”.

La respuesta cristiana al temor al sufrimiento no es la resignación, sino la apertura de la mirada a la dinámica nueva que proviene de la pascua, anticipada en la transfiguración y actualizada en la eucaristía. Esta potencia nueva es la fuerza del amor, del servicio y del sacrificio. La visión que proporciona el amor y que permite “una retirada del curso de los eventos, pero solo para poder volver a ellos, para encontrar en ellos el único sentido que es capaz de salvar el tiempo, anclando firmemente el instante en la eternidad”, escribe un teólogo.

La liturgia invita a todo hombre a hacer esta experiencia en la humildad de los sacramentos: apartarse un poco para entrar en la esfera de Dios que se hace presente y que infunde serenidad y firmeza para descubrir, en el ascenso de la gloria y en el descenso de la cruz, el consuelo que dimana de esa cercanía.

Algo de esto parece expresar Amado Nervo en uno de los poemas: “Tú en todas las transfiguraciones y en todo el padecer”. Es la bienaventuranza de los que lloran (cf Mt 5,5), sobre los que se posa la nube del consuelo de Dios que capacita para consolar a otros, practicando la misericordia como lo hizo Jesús con la viuda de Naím: “se compadeció de ella y le dijo: ‘No llores’” (Lc 7,13).

Existe un nexo que vincula indisociablemente, en la lógica sacramental de la coherencia eucarística, la creencia, la oración y el obrar moral cristiano. La transfiguración de Jesús se hace significativa para los hombres cuando los cristianos se dejan transfigurar ellos mismos por la gracia y se comprometen en la tarea del reconocimiento del prójimo y de la consolación, imaginando, a partir de la eucaristía, la utopía de lo posible que equilibre las contra-imágenes que amenazan la integridad del hombre y del mundo.

El Triduo pascual – el viernes santo, el sábado y el domingo de Pascua - , anticipados en la transfiguración, en el misterio de la imagen de Dios que brilla en la carne de Cristo, nos impele al amor, nos llama al servicio y al sacrificio, a la valoración del otro y de uno mismo. Nos abre a la memoria de la mirada de Dios y a la esperanza de ser salvados por esa memoria.

 

Guillermo Juan Morado.

Instituto Teológico de Vigo.

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