Justicia, sí; linchamiento, no

Una sociedad civilizada ha de apostar por la justicia: por el derecho, por la razón, por la equidad. Una sociedad menos civilizada se conformará con el linchamiento, con ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo.

Hoy parecen coexistir los dos sistemas: el judicial, que no es infalible, pero que observa unos procedimientos, y el simple “linchamiento”, que pasa por encima de esas “reservas”, que la prudencia pide.

El respeto a las víctimas exige, para que no se pierda ese respeto, un mínimo de garantías de que las víctimas son realmente tales. Las garantías de que, en efecto, han padecido las consecuencias de un delito.

Nada sería más injusto con las verdaderas víctimas de algo que esa condición se adjudicase simplemente, sin mayor rigor, a cualquiera que se quejase buscando, sin motivos, la compasión.

Para evitar el linchamiento, las sociedades civilizadas han elaborado códigos y procedimientos. Han establecido, incluso, períodos de “prescripción” de los presuntos delitos.

Estoy completamente convencido de que, si alguien ha cometido un delito, debe pagarlo. Debe ser juzgado y condenado, si es el caso. Pero no debe ser linchado. Y, ante todo, estoy convencido de que los primeros que tienen derecho a este juicio y a esta condena son las víctimas que han padecido los daños ocasionados por ese delito. Siempre quedará, hasta en el mejor de los supuestos, un cierto margen de incertidumbre. Debemos intentar que ese margen sea residual; cercano al cero.

Apostar por la justicia, apostar por la defensa del que padece frente al que hace padecer, no puede justificarlo todo. Mal servicio se hace a la justicia cuando se le llama a todos los males del mismo modo. Es malo insultar a alguien; es peor apuñalarlo hasta la muerte. Eso no significa que el que solo ha insultado, sin haber apuñalado, se vea libre de todo reproche.

Hoy, generalmente, los linchamientos se producen en los “media”. A veces con razón, otras sin ella. Pero, incluso con la mejor voluntad – la de defender a las auténticas víctimas – no todo vale.

Un insulto no es un apuñalamiento. Y esta mínima distinción no equivale, y es triste tener que decirlo, a una justificación del insulto.

A veces creo que la razón, que es lo que une a los seres humanos, ya no rige. Hoy mismo, esta mañana, cuando pasaba por delante de un centro comercial, un señor se dirigió a mí para decirme: “No hay derecho. Han cambiado la ubicación del queso fresco sin decir nada. Cada vez hay más centros de estudios y menos educación”. Yo no supe más que asentir educadamente con el gesto, sin añadir ni una palabra. ¿Qué iba  a decir?

Cada vez resulta más complicado vivir en sociedad. ¡Cosas de nuestra época!

 

Guillermo Juan Morado.

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