Imaginación y Teología

Se ha dicho que la cuestión teológica de la imagen “marca el paso” a la teología (P. Sequeri). Pero ¿qué significa imaginación? El Diccionario de la Lengua Española indica cuatro acepciones del término:

1) Facultad del alma que representa las imágenes de las cosas reales o ideales.

2) Aprensión falsa o juicio de algo que no hay en realidad o no tiene fundamento.

3) Imagen formada por la fantasía.

Y 4) facilidad para formar nuevas ideas, nuevos proyectos, etc.

Estas diversas acepciones ayudan a comprender que, a la hora de abordar el valor cognoscitivo de la imaginación, no siempre haya habido acuerdo entre los filósofos y entre los teólogos.

¿La imaginación ha de ser rechazada como una fuente de engaños o, por el contrario, estimada como una ayuda para pensar la realidad y forjar nuevos proyectos?

Según Aristóteles, la imaginación “es una representación que media entre el espíritu y el cuerpo y lleva a actuar”. Este papel mediador entre el espíritu y el cuerpo se orienta a conocer lo real y a actuar concretamente. Sin imagen, no hay pensamiento. La imaginación lleva a cabo esta función mediadora y reconciliadora.

Al hablar de la sacramentalidad de la fe, de su carácter personal, concreto, encarnado, no se puede pasar por alto la imaginación.

Es habitual, en los tratados de Teología fundamental, cuando se intenta analizar en qué consiste la fe, abordar la relación entre fe y razón, lo cual es necesario, porque no se puede dejar de lado la razón. Pero la razón no puede quedar reducida a un esquema racionalista, sino que ha de abrirse a la totalidad de lo humano, sin menospreciar la imaginación a fin de no privar al logos  - a la razón - de la carne.

En la filosofía posmoderna son muchos los pensadores que se oponen a la imaginación, por considerar que esta carece de referente real, ni objeto ni sujeto, pero hay otros – como G. Vattimo, J. Kristeva o J.F. Lyotard – que se muestran dispuestos a reconocer el espacio de una nueva imaginación.

La imaginación, ha dicho el teólogo N. Steeves, “debe ayudar a la posmodernidad a construir una utopía de lo posible, por el testimonio conjunto de la ética, de la estética y de la empatía”.

Es un reto al que la teología cristiana tiene mucho que aportar, para bien del hombre; para que su conocimiento sea más realista y su actuación más concreta y más justa.

Ya el Apocalipsis testimonia un empleo de la imaginación tendente a “ver de otro modo el mundo en el que se vive para obrar en él concretamente para el bien” (N. Steeves).

Todo el libro está lleno de imágenes, de visiones simbólicas: la serpiente, el paraíso, las plagas, las trompetas; el sol que se vuelve negro, la luna que se desangra, los relámpagos, los truenos, los terremotos… Los símbolos animales: el gran dragón, la primera y la segunda bestia, los caballos, los cuernos.

Las imágenes y visiones cromáticas: el rojo de la sangre, el blanco de Cristo, el oro, el verde. Los símbolos aritméticos del siete y sus fracciones y múltiplos, el doce…

En el Apocalipsis se imagina un mundo nuevo, contrapartida de la visión imperial romana de lo real, para consolar a los que sufren. Pese a las apariencias, Dios reina sobre la creación y el Apocalipsis se convierte en un libro de esperanza de la Iglesia ante el misterio de la iniquidad.

Por su parte, en los evangelios, observa P. Ricoeur, las parábolas impulsan a ver el mundo con ojos nuevos, reescribiendo la realidad.

Guillermo Juan Morado.

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