Creer y gustar

El gusto es, en general, “un contacto entre la subjetividad y lo real en el que emerge para la interioridad subjetiva un saber inmediato sobre la congruencia (armonía y disarmonía) entre subjetividad y realidad” (J. Vicente Arregui – J. Choza). En el gusto, el sabor es inmediato; es decir, no hay distancia entre sujeto y objeto.

El sabor se asimila al saber y la revalorización del gusto reivindica una sabiduría más integral, que aprecie no solo la mente, sino la realidad total del cuerpo y del mundo que somos. El gusto permite, al saborear las cosas, hacerlas propias; establecer una suerte de comunión entre el sujeto y lo saboreado.

Algo análogo ocurre con el saber, entendido como conocimiento por connaturalidad con lo conocido, en el que el sujeto tiende a identificarse, a asimilarse con la realidad conocida: “Conocer es ser y ser lo que se conoce” (M. Blondel).

En el vocabulario de la teología y de la espiritualidad, el gusto designa el sabroso saber; la experiencia íntima, profunda, de Dios y el conocimiento experiencial de lo divino. Como dice el salmo: “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (Sal 34,9). A este salmo se remite Guillermo de St. Thierry: “A Dios se le ve a través del gusto: gustate et videte (gustad y ved)”.

Para Guillermo, el cuerpo de Cristo es la Iglesia universal. En la “Cabeza” de ese cuerpo, en su parte más elevada, hay cuatro sentidos: los ojos (los ángeles con su profunda visión), los oídos (la escucha obediente de los patriarcas), la nariz (los profetas que olfatearon la venida de Cristo) y  el tacto, que es el sentido común del pueblo.

Pero antes de la venida del Salvador faltaba el gusto, que solamente lo proporciona Cristo. Él es, nos dice Guillermo, el  que “ha gustado todo y nos lo ha hecho gustable en virtud del gusto interno de su divinidad, del sapor (sabor) con que se convirtió para nosotros en sapientia (sabiduría)” (1 Cor 1,30).

En la eucaristía, por la comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos transformamos en aquello que recibimos. La comunión es sacramento de la fe, del vínculo que une al hombre con Dios, que lo connaturaliza con Él, para saber de Dios de un modo nuevo.

Aunque la fe no se reduce a la experiencia, y tiene su norma en Cristo, el testimonio de los cristianos se hace más creíble en la medida en que hablan de lo que saben, no solo de oídas, sino por haberlo probado, gustado, en la propia vida.

Guillermo Juan Morado.

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