Bombas, fragatas e hipocresía

Cada día asistimos a tal cúmulo de noticias que, a la postre, resulta difícil de procesar. Parece que estamos en medio de un carrusel, de un espectáculo o, incluso, expuestos a una especie de ruleta rusa. Todo se enreda y todo se confunde.

Salen ahora con el afán de robar a la Iglesia Católica bienes que la Iglesia ha “inmatriculado”. “Inmatricular” un bien significa que su propietario, en este caso la Iglesia, lo inscribe en el Registro de la Propiedad.

Una posibilidad, inscribir bienes en el Registro, que la Iglesia no tenía hasta hace muy poco. Inscribir un bien no es robar ese bien, equivale simplemente a que conste en el Registro cuál es su propietario.

A la propaganda, a la ruleta rusa, esto no le interesa. Hay que dar la murga. Con motivo o sin él. Hay que repetir: “La Iglesia roba”, “la Iglesia nos roba”. Las razones a favor o en contra del “mantra” no interesan: “La Iglesia roba”, “la Iglesia nos roba”. Y así, mañana, tarde y noche.

Bueno, cabrá esperar – de momento – en los tribunales, en la Justicia. Salvo que los que mandan vayan sacando decretos que cubran, con la apariencia de la ley, sus fechorías.

Si se apropian, los dueños del cortijo, de los bienes culturales eclesiásticos, sería para la Iglesia, en parte, una liberación. ¡Qué carguen con los gastos de su mantenimiento ordinario! Y que les paguen a quienes han de conservarlos lo que no les van a pagar a los curas que, sin salario apenas, los cuidan.

Esa medida confiscatoria complacería, quizá, a los católicos “monofisitas” que se escandalizan de pagar una entrada para una visita cultural a una catedral. ¡Cómo si a las catedrales no se les cobrasen los suministros y los demás gastos!

Resulta difícil de entender que cueste tanto ayudar a sostener las catedrales. El hecho de pagar una “entrada” debería ser visto como una ocasión práctica para ayudar al sostenimiento del templo. Máxime cuando siempre, las catedrales, reservan horas y espacios para la oración.

Pero, a los agnósticos famosos, esos tiempos y esos espacios no les sirven. No iban buscando la ocasión de confesarse a cualquier hora del día o de poder oír, a cualquier hora del día, un sermón del obispo. Iban a lo suyo, que siempre es “otra cosa".

Todo el mundo se pone, con frecuencia, muy digno. Hasta con las bombas. Dicen que España le vendió a Arabia Saudita unas bombas. Un pacifista no vende bombas; ni las fabrica. Pero parece que Arabia Saudita había encargado también unas fragatas. Y España (su Gobierno), antes de perder el contrato de las fragatas, se muestra cada día más comprensiva con la venta de bombas.

Se ponen fieros, los que manejan el cortijo, no con los fieros, sino con los débiles. Cargando las tintas con las inmatriculaciones. No cuela.

Tampoco cuela del todo, en el sentido de que no es justificable, que un país – al que admiro profundamente – como EEUU haya registrado en 2016 nada menos que 57.319 delitos sexuales contra menores.

Me imagino que los fiscales – no solo el de Pensilvania – estarán trabajando de la mañana a la noche para erradicar ese espanto. No se trata, en materia tan delicada, de escandalizarse con las bombas mientras se toleran las fragatas.

Jamás es disculpable o soportable un delito tan grave como el abuso de menores. Pero ese terrible delito no se erradica con hipocresía, sino con coherencia. La misma coherencia que exige que si no se quiere vender bombas, quizá tampoco se pueda aspirar a fabricarlas ni a vender fragatas al mismo cliente.

Combatir el abuso sexual de los menores exige mucho más que recopilar los casos perpetrados por los clérigos (solo de los católicos) desde la II Guerra Mundial. Si esa recopilación sirve para empeñarse en acabar con todo ese tipo de delitos, adelante. Si es una excusa para aparentar “eficacia” (hacia el pasado) a mí, personalmente, no me convence.

 

Guillermo Juan Morado.

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