En el aniversario de D. Daniel Bermúdez Morales

Ayer celebramos, en la Parroquia de San Pablo, de Vigo, el aniversario de quien fue su primer párroco, D. Daniel Bermúdez Morales. En la oración colecta de la Misa, tomada del Ritual de Exequias, se decía:

“Oh Dios, que pusiste al frente de esta familia tuya a nuestro hermano Daniel, presbítero, para que, representando a Jesucristo, presidiera esta comunidad parroquial, y prometiste recompensar al siervo fiel y solícito, escucha nuestras plegarias y haz que el que fue nuestro pastor en este mundo pase ahora al banquete festivo de su Señor”.

Con motivo de este aniversario se imprimió una postal. En el anverso aparece una imagen de la Virgen que se venera en la Parroquia de San Pablo. En el reverso, algunas fechas de la vida de D. Daniel, así como la oración colecta mencionada.

En esa oración se le presentan a Dios nuestro Padre dos peticiones a favor de “nuestro hermano Daniel, presbítero”. Se trata, pues, de una intercesión. La primera petición es: “Escucha nuestras plegarias”. La segunda: “Haz que el que fue nuestro pastor en este mundo pase ahora al banquete festivo de su Señor”.

La Iglesia, y nosotros en ella, acude confiada a la misericordia de Dios: “Escucha nuestras plegarias”, “escúchanos”. Es una súplica confiada, porque entre Dios y nosotros se ha establecido, por decirlo de algún modo, una misma frecuencia de onda.

Esta posibilidad de hablar y de ser escuchados – más aun, esta posibilidad de ser introducidos en el diálogo ininterrumpido de Cristo con su Padre – tiene su inicio en el Bautismo.

D. Daniel nació en Ribadeo el 10 de enero de 1932. Pronto, a este nacimiento, a esta primera llamada al ser, se unió la llamada a la vida cristiana por la recepción del Bautismo. El bautizado es incorporado a Cristo por la unción del Espíritu Santo y es hecho, de este modo, hijo adoptivo del Padre por la gracia.

El libro de la Sabiduría aplica al Espíritu Santo unas palabras muy bellas: “El Espíritu del Señor llena la tierra y, como da consistencia al universo, no ignora ningún sonido” (Sb 1,7).

Ninguna súplica pasa desapercibida al Espíritu de Dios. Él es la atmósfera que sostiene el diálogo del Padre con el Hijo. Y, en este diálogo, en esta intimidad de la vida de Dios, nos introduce a nosotros. Crea la sintonía adecuada para que podamos escuchar a Dios y para que podamos hablarle.

En la liturgia nuestras súplicas no son solo nuestras. Son las peticiones de la Iglesia, Esposa de Cristo. Son el contenido de la intercesión del Señor ante el Padre.

¡Escucha nuestras plegarias!

La segunda petición es: “Haz que el que fue nuestro pastor en este mundo pase ahora al banquete festivo de su Señor”.

D. Daniel fue ordenado sacerdote el 26 de junio de 1960 y, diez años después, en 1970, fue nombrado pastor de esta Parroquia. Él, representando a Jesucristo, presidió durante muchos años esta comunidad parroquial.

La Iglesia – y, en la Iglesia, la parroquia – es un pequeño rebaño, cuya fortaleza reside en su Cabeza, Cristo, el Buen Pastor. Él no nos deja desasistidos. Él nos conoce por nuestro nombre y da la vida por nosotros.

“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”, dice el Salmo 22. El Señor es Cordero y Pastor. Él ha caminado delante de nosotros, atravesando las cañadas oscuras del dolor y de la muerte, para abrirnos paso. Él es el Cordero inmolado y, a la vez, el Cordero vivo y glorioso que está en pie ante el trono de Dios.

D. Daniel ha sido –con sus limitaciones, ¿quién no las tiene? – signo e instrumento de Cristo, el Buen Pastor. Ha reproducido el amor del Señor, dando la vida por su grey. Ha reproducido el tránsito de Jesús a través del sufrimiento. Pedimos que participe también en la victoria de su Resurrección.

Que “pase ahora al banquete festivo de su Señor”. D. Daniel murió el 12 de agosto de 2017, casi en las vísperas de la solemnidad de la Asunción. Uno de los últimos regalos de D. Daniel a Nuestra Señora fue la promoción de una corona dedicada a María.

La vida plena, el banquete festivo, se refleja en la Asunción de la Santísima Virgen. María, con su fe, nos abrió la puerta de la vida eterna, el acceso a Jesucristo. Ella abre la puerta – ¡Puerta del Cielo! – para ser de Cristo, para ser con Cristo, plenamente y para siempre.

A ella encomendamos el eterno descanso de D. Daniel. Amén.

Guillermo Juan Morado.

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