La homilía: Una tarea que ha ser tomada muy en serio

Predicar es un “ministerio”, una ocupación, un trabajo, un servicio, que hay que asumir con un gran sentido de la responsabilidad. Así lo enseña el papa Benedicto XVI: “quienes por ministerio específico están encargados de la predicación han de tomarse muy en serio esta tarea” (Verbum Domini, 59).

Ser ministros, ser servidores -  ser casi lo de menos - , equivale a no querer ser el centro. Se deben evitar, nos dice Benedicto XVI, “inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico. Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda homilía”.

Cristo no aburre. Y solo Él, y no el predicador, puede ser el centro. Todo lo demás es - a corto, medio y largo plazo – un fraude. Un día puede valer contar tal o cual experiencia personal. A la quinta vez que se cuente, y digo a la quinta por ser muy indulgente, obliga casi a desconectar. Y ya no digamos si quien predica se empeña en narrar supuestos “milagros” obrados por el poder divino en atención a su maestría suprema a la hora de anunciar el Evangelio. No cuela. Sobra. Aburre. Son divagaciones inútiles.

Para ser buenos ministros, nos recuerda Benedicto XVI, “se requiere que los predicadores tengan familiaridad y trato asiduo con el texto sagrado; que se preparen para la homilía con la meditación y la oración, para que prediquen con convicción y pasión”.

No es poco lo que se les pide a los predicadores. El texto sagrado, que es la Sagrada Escritura. La meditación y la oración – y la Liturgia de las Horas contribuirá a que la Escritura sea meditada y orada - . La convicción y la pasión, que es como convocar a la mente y al corazón a cumplir su papel imprescindible: pensar y comprometerse.

Newman creía que el único recurso para “convencer a otros” era que el mismo argumento “me convenza a mí”. Tenía toda la razón. “Si me convence a mí, puede convencer a otros”. No creo que haya otro modo.

Resumo:

  1. Predicar no es lucirse. Predicar es servir a la Palabra de Dios; a Cristo, nuestro Señor.
  2. Este servicio solo puede ser ejercido con responsabilidad y con humildad.
  3. El predicador es importante en cuanto medio, nunca en cuanto fin.
  4. El centro de toda homilía ha de ser solo Cristo.
  5. Es necesario familiarizarse con el texto sagrado.
  6. Esta familiarización se produce mediante la meditación y la oración, partiendo de la Sagrada Escritura, “rezada” en la Liturgia de las Horas.
  7. La oración moverá la pasión, porque solo si uno está realmente convencido podrá tener el empuje necesario para convencer a otros.

(Seguirá)

 

Guillermo Juan Morado.

 

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