Acostúmbrate a decir que no

Hay un punto en Camino, el libro quizá más emblemático de San Josemaría, que dice: “Acostúmbrate a decir que no”. Es una máxima muy breve y sencilla, pero muy sabia. Tomo nota de esa recomendación. Es obvio que deberíamos decir muchas veces, tantas como para acostumbrarnos, para adoptar una manera habitual de comportarnos, “no”. Simplemente “no”.

Y he pensado en esa frase al leer la noticia de que algunos sacerdotes navarros han sido objeto de extorsión por una banda de delincuentes. O pagaban a la banda o los acusaban de acoso sexual. Todo un montaje encaminado a un único objetivo: obtener dinero, caiga quien caiga.

Yo no he sido objeto de una extorsión tan descarada, de momento. Pero sí conozco ese proceder. Y he tenido que ir a la policía y al juzgado, incluso a un juicio. No porque nadie me acusase de nada, sino por testificar lo que yo había visto. Y lo que había visto era, ciertamente, una especie de “extorsión”, una “presión que se ejerce sobre alguien mediante amenazas para obligarlo a actuar de determinada manera y obtener así dinero u otro beneficio”.

Hay muchas formas de pedir dinero o ayuda. Algunas no son admisibles. Pedir coaccionando a quien se le pide, o insultándolo, o amenazándolo, o extorsionándolo, no es de recibo. Lo más sensato, en las parroquias, es no dar dinero a nadie. Al menos, a nadie que no sea conocido.

Una parroquia no es un cajero automático. Ni una parroquia tiene recursos ilimitados. Es más, el escaso dinero que entra, normalmente, en una parroquia es el resultado del esfuerzo y de la generosidad de personas que, por lo general, viviendo con muy poco, se desprenden de algo de lo suyo para ayudar a los demás.

La fidelidad a estas personas generosas nos ha de llevar a los sacerdotes a ser muy rigurosos con el dinero. En todos los sentidos. También a la hora de dar una limosna. Desconfiemos de quienes no conocemos. Desconfiemos de las urgencias de última hora. Siempre, a todos, debemos abrirles una puerta. Pero, siempre, con unas mínimas garantías. Porque el dinero que manejamos – que es muy poco – es, encima, dinero de los pobres que se sacrifican en favor de otros.

Acostumbrémonos a decir que “no”. Para alejar a extorsionadores y a gente de cara dura. Remitamos a todos, pero más a los sospechosos, al Ayuntamiento y a los servicios sociales, que cuentan con más medios para verificar si la necesidad es real o simulada.

La Iglesia cuenta, también, con servicios sociales que pueden ayudar a que el discernimiento, en caso de duda, sea más justo.

¿Dar dinero? En principio, no. ¿Pagar “cuotas”? Menos. ¿Exponerse a la extorsión?, Jamás. Hay que hacer comprender a todos que, en las parroquias, no podemos dar lo que no tenemos. El dinero no nos sobra, más bien nos falta. Y lo que no se tiene, no se puede dar.

 

Guillermo Juan Morado.

 

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