Un prólogo amable, de Mons. Alberto Cuevas

En la visita que hizo a san Felipe Neri un ministro del gobierno italiano de la época, le impresionó ver con qué alegría y eficacia obedecían al santo sus frailes. Bastaba un gesto, una mirada, una insinuación o sugerencia, para que inmediatamente ejecutasen lo que se les había indicado. Intrigado y admirado preguntó a san Felipe cómo se las arreglaba para que sus frailes le obedeciesen así. Y el santo contestó: “Mandando muy poco”. Cuando alguien ha tomado voluntariamente decisiones firmes, por motivos fundados y con ánimo decidido, no hace falta exigir, amenazar o forzarle a que actué de manera coherente; hará lo que tenga que hacer, saliéndole del alma. Y esa actitud rezumará espontáneamente al exterior.

Varias veces a lo largo de la lectura del libro que tienes en tus manos me vino a la memoria tan sencilla como ilustrativa  anécdota. Porque descubre que la confianza, la fe, la obediencia en definitiva   –hacer lo que hay que hacer, llevar a cabo la misión propia, cumplir los deberes- , es una  preciosa virtud de extraordinarias consecuencias en la vida personal y en la convivencia social, que nos hace vivir felices – como los frailes envidiados por el ministro-,  o en perpetuo amargor, si es que no se captó el meollo del “y por qué tengo que hacer eso”… La ignorancia o el desconocimiento voluntario de las razones y porqués, condenan a muchas personas a una rebelde e inmadura adolescencia a perpetuidad. De ahí que sea tan gratificante querer saber, para poder entender y amar; o al menos  para no dejarse engatusar con bisuterías…  La clave en la vida está, por tanto,  en saber por qué entregamos nuestra voluntad al amado o a lo que aspiramos, pues solo entonces la libertad se hará entrega confiada…  Dicho de otro modo, llena de gozo y satisfacción, y rebaja los resquemores, cumplir el deber, conociendo el sentido  y el valor de la aportación personal al objetivo pretendido o al ideal programado. De hecho en los trabajos mecanizados y  “alienantes”, se recomienda, casi como medicina,  “hacer ver  al operario qué lugar ocupa y qué aporta su trabajo personal al conjunto general”.  Dicen los psicólogos que solo así se liberan depresiones, malhumores,  y aparece el optimismo de quien descubrió  por fin que no es un tornillo suelto, alocado y  neutro en un hasta entonces  delirante universo inexplicable…

La obediencia del ser.Reflexiones sobre la vida cristiana es una escalinata suave y entretenida por la que se asciende y accede a montones de respuestas a fundamentales porqués de  la vida cristiana: ¿qué creemos y su sentido, es razonable o más bien cursi e infantiloide creer, es científico…?. ¿Hay  argumentario,  como se dice ahora, para cimentar y explicar la adhesión a la Iglesia y cómo debe ser el compromiso con ella? Y otra que  pudiera ser: eso de creer ¿sirve para algo? o ¿para cambiar el mundo tengo que cambiar también yo…?

 

No se puede “ser cristiano convencido y feliz”  si no sabemos por qué  y en qué creemos. San Pablo lo decía más finamente: si no sabemos “dar razón de nuestra esperanza”. Como en las cosas del querer, también en las de creer, la entrega incondicional se cimienta en haber rendido antes nuestra cabeza. De otra suerte no hay amor, sino solo coqueteo o conveniencia.      

Obediencia del ser  decía Romano Guardini , y adopta el término  Guillermo Juan Morado, es la aceptación y entrega libérrima de la criatura a Dios para “ser-con- Él”  –amar es darse y no otra cosa debiera ser la religio-,  religándose, abrazándose con quien nos sostiene de continuo en el ser y vivir…            

Ahondar en las razones, buscar los motivos de por qué vivimos, por qué amamos, qué significa lo que celebramos y dónde está la raíz de esas costumbres y ritos; hacernos preguntas y alcanzar respuestas, dudar y que alguien se acerque a desatarnos los  nudos y las marañas de la mente, es un ejercicio aparentemente fatigoso pero increíblemente satisfactorio. Como lo es ascender a una cumbre o subir escaleras –que en este caso son cortitas y llevaderas-, porque el horizonte que se abre luego ofrece  paisajes nuevos, con luces más claras  y se nos  hincha el ánimo y los pulmones de una vitalidad renovada.

Que eso sea para ti el nadar relajado  y el disfrutar complacido en  las aguas de este mar en el que ahora te adentras.  

 

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Mons. Alberto Cuevas Fernández.

Sacerdote y periodista 

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