274 - JUAN PABLO II: UNA CIVILIZACIÓN DEL AMOR. DESAFÍO PARA LOS CRISTIANOS

JUAN PABLO II: UNA CIVILIZACIÓN DEL AMOR: DESAFÍO PARA LOS CRISTIANOS DEL TERCER MILENIO. Texto íntegro

En nuestro próximo número de Noticias Globales haremos un esbozo de la Carta para la Democracia Global, y otros empeños conjuntos de la ONU y muchas ONG´s, que como otros documentos "ético-políticos" serán presentados en la Cumbre del Milenio, organizada para septiembre próximo por las Naciones Unidas. Antes y como un indicador para juzgar esta iniciativa consideramos necesario tener en cuenta las palabras de Su Santidad Juan Pablo II, en la Audiencia General del 15 de diciembre pasado, que gracias a la agencia ZENIT, podemos dar en su versión castellana.

Juan Pablo II afrontó de lleno, en la audiencia general del miércoles 15 de diciembre, los grandes desafíos que tienen que afrontar los cristianos a inicios de este milenio: la construcción de una "civilización del amor" en la que el hombre es punto de partida y llegada de toda acción social. En pocas líneas, el pontífice ha puesto las bases de lo que tienen que ser los fundamentos del compromiso en la vida pública de los cristianos. Ofrecemos a continuación la traducción íntegra del discurso del Santo Padre.

1. "Los cristianos recordando la palabra del Señor: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos, en el amor mutuo que os tengáis" (Jn 13,35), no pueden tener otro anhelo mayor que el de servir con creciente generosidad y con suma eficacia a los hombres de hoy" ("Gaudium et spes", 93).

Esta tarea que el Concilio Vaticano II nos planteó al concluir la Constitución pastoral sobre "La Iglesia en el mundo contemporáneo" responde al fascinante desafío de construir un mundo animado por la ley del amor, una civilización del amor "fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización" ("Tertio millennio adveniente", 52).

En los cimientos de esta civilización se encuentra el reconocimiento de la soberanía universal de Dios Padre como manantial inagotable de amor. Precisamente hay que hacer un sincero examen de conciencia a finales de milenio, con ocasión del gran Jubileo, sobre la aceptación de este valor fundamental para continuar más decididamente hacia el futuro que nos espera.

Somos testigos del declive de ideologías que han vaciado de referencias espirituales a muchos de nuestros hermanos, pero los frutos nefastos de un secularismo que genera indiferencia religiosa siguen en pie, sobre todo en las regiones más desarrolladas. No es una respuesta válida para esta situación el regreso a una religiosidad vaga, motivada por frágiles motivos de compensación y por la búsqueda de un equilibrio psico-cósmico, como sucede en muchos de los nuevos paradigmas religiosos que proclaman una religiosidad sin referencia a un Dios trascendente y personal.

Por el contrario, es necesario analizar con atención las causas de la pérdida del sentido de Dios y replantear con valentía el anuncio del rostro del Padre, revelado por Jesucristo en la luz del Espíritu. Esta revelación no disminuye, sino que más bien exalta la dignidad de la persona humana, en cuanto imagen de Dios Amor.

2. La pérdida del sentido de Dios ha coincidido, en las últimas décadas, con la expansión de una cultura nihilista que empobrece el sentido de la existencia humana y que llega a relativizar en el campo ético incluso los valores fundamentales de la familia y del respeto a la vida. Todo esto tiene lugar frecuentemente de manera poco vistosa, con la sutil metodología de la indiferencia que considera como normales todos los comportamientos, de manera que deja de plantearse todo problema moral. Paradójicamente se exige que el Estado reconozca como "derechos" muchos comportamientos que van contra la vida humana, en especial, la del más débil e indefenso. Por no hablar de las tremendas dificultades para aceptar al otro porque es diverso, incómodo, extranjero, enfermo, minusválido. Precisamente el rechazo cada vez más fuerte del otro en cuanto otro interroga nuestra conciencia de creyentes. Como decía en la encíclica "Evangelium vitae": "estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad, que en muchos casos se configura como verdadera "cultura de muerte"" (n. 12).

3. Frente a esta cultura necrófila, nuestra responsabilidad de cristianos se expresa en el compromiso de la "nueva evangelización", que tiene como uno de los frutos más importantes la civilización del amor.

"El Evangelio y por tanto la evangelización no se identifican con la cultura y son independientes de todas las culturas" ("Evangelii nuntiandi", 20), ahora bien, poseen una fuerza regeneradora que puede influir positivamente en las culturas. El mensaje cristiano no mortifica las culturas, destruyendo sus características peculiares, al contrario, actúa en ellas en su interior, valorando aquellas potencialidades originales que su genio es capaz de expresar. El influjo del Evangelio en las culturas purifica y eleva lo humano, haciendo resplandecer la belleza de la vida, la armonía de la convivencia pacífica, la genialidad que todo pueblo aporta a la comunidad de los hombres. Este influjo tiene su fuerza en el amor que no impone, sino propone, basándose en la libre adhesión, en una atmósfera de respeto y de recíproca acogida.

4. El mensaje de amor propio del Evangelio desencadena valores humanos como la solidaridad, el anhelo de libertad y de igualdad, el respeto por el pluralismo en las formas de expresión. El quicio de la civilización del amor es el reconocimiento del valor de la persona humana y más concretamente de todas las personas humanas. La gran aportación del cristianismo se encuentra precisamente en este campo. De hecho, de la reflexión sobre el misterio del Dios trinitario y sobre la persona del Verbo hecho carne surgió gradualmente la doctrina antropológica de la persona humana como ser relacional. Este extraordinario logro ha hecho madurar la concepción de una sociedad que establece en la persona su punto de partida y el objetivo a alcanzar. La doctrina social de la Iglesia, cuya meditación replantea el espíritu del Jubileo, ha contribuido a basar en el derecho de la persona las mismas leyes de la convivencia social. La visión cristiana del ser humano como imagen de Dios implica, de hecho, que se imponga por su naturaleza a la sociedad el respeto de los derechos de la persona, que no los crea, sino que simplemente los reconoce(cf. "Gaudium et spes", 26).

5. La Iglesia es consciente de que esta doctrina puede convertirse en letra muerta si la vida social no está animada por el aliento de una auténtica experiencia religiosa y, en particular, por el testimonio cristiano alimentado continuamente por la acción creadora y regeneradora del Espíritu Santo. Es consciente de que la crisis de la sociedad y del hombre contemporáneo se debe en buena parte a la reducción de la dimensión espiritual específica de la persona humana.

El cristianismo ofrece su contribución a la construcción de una sociedad a la medida del hombre asegurándole precisamente un alma y proclamando las exigencias de la ley de Dios, en las que debe anclarse toda organización y legislación de la sociedad, si quieren garantizar la promoción humana, la liberación de todo tipo de esclavitud y el auténtico progreso.

Esta contribución de la Iglesia pasa sobre todo a través del testimonio de los cristianos, en particular de los laicos, en su vida cotidiana. El hombre contemporáneo acepta el mensaje de amor de los testigos y no tanto de los maestros, a no ser que estos últimos se presenten como auténticos testigos (cf. "Evangelii nuntiandi" 41). Este es el desafío que hay que asumir para que se abran nuevos horizontes para el futuro del cristianismo y de la misma humanidad. (Traducción no oficial realizada por la agencia "Zenit"). FIN.