InfoCatólica / Que no te la cuenten / Categoría: Protestantismo

26.01.19

Leído para usted: “Imperiofobia y leyenda negra”. El fracaso de la contra-propaganda hispano-católica


María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y leyenda Negra, Siruela, Madrid 2018, 485.

 

Cuando a uno le regalan dos veces el mismo libro es, o porque no sabían que uno ya lo tenía o porque realmente el texto vale la pena.

En este caso, fue lo segundo.

Hemos leído con fruición el best seller (19va edición) de Roca Barea: un libro importante, documentado y – a la vez– lleno de tramas que cualquier apasionado por la historia querría seguir. La autora es española, docente de la Universidad de Harvard; de entrada nomás intenta buscar cierta impunidad al decirnos que no es “demasiado católica”: “pertenezco a una familia de masones y republicanos y no he recibido una educación religiosa formal” (p. 16); “no comparto con el catolicismo muchos principios morales” (p. 17); “no soy católica más que de refilón” (p. 474).

Listo: absuelta de nazi-fachismo; aunque no tanto para quien lea el libro… Un ladrillo de casi quinientas páginas que, aunque con algunas repeticiones y con párrafos excesivamente largos, intenta poner en claro no tanto el pasado de los imperios sino el futuro de los mismos (p. 479).

La pregunta crucial de la autora es ¿por qué España –e Hispanoamérica, en consecuencia– se encuentran aplastadas y sin reacción? ¿por qué no avanzan? La respuesta es clara: porque se han comido la leyenda negra y tiene el culo sucio.

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5.08.18

Las ideas del Renacimiento y Lutero. Audio de conferencia

Como ya habíamos indicado aquí, el Grupo Cruz del Sur nos había invitado gentilmente a disertar, en tres clases, acerca de La Revolución y la Contra-revolución y, más particularmente acerca de la francesa.

Como habíamos prometido, intentaremos ir subiendo los audios de las mismas para quienes lo puedan aprovechar.

Va entonces la primera, dedicada a Las ideas del Renacimiento y Lutero.

Para descargar u oír la clase, hacer clic AQUÍ

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

29.12.17

Todo esto perdono a los protestantes, una cosa «no puedo»: la confesión apologética de un periodista

Por Angelo Stagnaro 

La conmemoración del quinto centenario de la Reforma, cuyo mítico punto de inicio nos presenta a Lutero clavando en octubre de 1517 sus 95 tesis heréticas en la puerta de la capilla del Palacio de Wittenberg, ha suscitado a lo largo de los últimos meses numerosos análisis sobre el significado de ese hito. Angelo Stagnaro, periodista y editorialista del National Catholic Register y del Catholic Herald, especializado en apologética, escribió recientemente en Crisis Magazine una reflexión sobre eventos históricos y teológicos vinculados a cinco siglos de conflicto entre el protestantismo y la Iglesia. La tituló “Llamar a las cosas por su nombre":


Lutero en Wittenberg, en un cuadro de Hugo Vogel (1855-1934).

LLAMAR A LAS COSAS POR SU NOMBRE
Puedo perdonarle casi todo a los protestantes y al protestantismo.

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23.10.17

Luterándonos, Galantino y un film italiano

Las declaraciones de Mons Galantino, secretario de la Conferencia episcopal italiana, diciendo que la “Reforma” protestante “fue un acontecimiento del Espíritu Santo”, son análogas a las de cierto dicasterio que, para la des-unión de los cristianos, lo considera ahora “un testigo del evangelio”.

La cosa se está poniendo cada vez más interesante.

Nos fue imposible no recordar los fragmentos de cierto film satírico italiano, que compartimos ahora ("Scherzo da prete", de 1978).

P. Javier Olivera Ravasi


 

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19.03.17

Luterándonos: Devotio moderna y mortificación de la carne

“Los herejes no pueden aparecer (como una) cosa buena si no pintan a la Iglesia como perversa, falsa y engañadora. Desean ser ellos reputados por los únicos buenos, mientras que la Iglesia debe aparecer perversa por los cuatro costados” (Lutero antes de su apostasía)[1].

 

Devotio moderna y mortificación de la carne

 

Con una concepción casi estoica de la vida espiritual, la Devotio moderna plantea –simplificando los postulados– que cuanto más se sufre en esta vida, o cuanto más se determine uno a abrazar el camino más difícil, más santo se hará[2]. Y es verdad (digámoslo desde ahora) que como decía Nuestro Señor, “el reino de los cielos pertenece a quienes se hacen violencia” (Mt 11,12); sin embargo, ello no significa que todo consuelo, tanto espiritual como sensible, deba ser dejado de lado absolutamente como si de algo malo se tratara. No ahondaremos en un tema que ya hemos tratado.

Para Lutero, heredero de esta espiritualidad moderna el tema estaba claro:

 

Un estado religioso, si lo conoce él bien, debe estar lleno de padecimientos y dolores, con lo cual ejercitará mejor su bautismo que en el estado matrimonial, y mediante tales sufrimientos se habituará luegoa esperar la muerte con alegría, consiguiendo de este modo (en breve) el fruto de su bautismo”[3].

 

Su voluntarismo pelagiano o semi-pelagiano, le impedían ver la obra de Dios en las almas:

“Yo nunca pude darme por satisfecho con mi bautismo, sino que siempre me decía: ¿cuándo vas a acabar de hacerte un santo y de satisfacer tus deudas, para que puedas encontrar un Dios benigno? Y con estos pensamientos entré en el claustro y me martirizaba y atormentaba con ayunos, fríos y vida rigurosa, y con todo ello no conseguí otra cosa que perder el santo bautismo y hasta renegarlo[4].

 

Lejos de esta santidad a fuerza de palos, la Devotio tradicional, ha planteado siempre lo contrario. En efecto, desde la primera de sus famosas Collationes (leídas y citadas en toda la Edad Media) Casiano predica contra el exceso y la falta de prudencia en el ayunar, velar y orar y, en la segunda Colación, desarrolla especialmente el asunto a propósito de la discreción:

 

Muchos han sido alucinados con indiscretos ejercicios de penitencia, tales como vigilias y ayunos; los tales descuidaron la virtud de la discreción, llamada en el Evangelio el ojo y la luz del cuerpo, y que es la que nos enseña la senda medianera entre lo demasiado y lo escaso”[5].

 

Es decir, Lutero, penitente extralimitado[6] y sin prudencia, en vez de encontrar el equilibrio de la virtud, se volcará hacia los extremos y para luego reprocharlos y hasta predicar que de nada sirven:

 

“Cristo no ha venido al mundo para desbaratarnos el alma y el cuerpo, sino que por el contrario, por ambos cabos nos quiere prestar su amparo. Por eso no es razonable que un cartujo se suicide a fuerza de ayunos y de rezos. Es verdad que ha impuesto el trabajo corporal para que no estemos ociosos, sino en actividad: pero esta actividad ha de ser de tal suerte moderada, que el cuerpo conserve al mismo tiempo su salud. Quien, lejos de hacerlo así, martiriza su cuerpo como lo hacían muchos en los conventos en tiempo del papado, los cuales se malbarataron con el demasiado rezar, ayunar, cantar, mortificarse, leer y dormir en ruin camastro, hasta el punto de que pasaron de esta vida antes de tiempo, este tal es un verdadero suicida. Guárdate muy bien de esto, como de un horrible pecado mortal… Dios no es un asesino como lo es el diablo, el cual anda muy atareado en hacer que los santos de las obras ayunen, recen y velen como para matarse”[7].

 

De las penitencias rigurosas pasará entonces al desenfreno alocado, como narraba ya en 1521:

 

“Por aquí me paso arrellanado todo el día, ocioso y borracho”[8]

 

Y el año siguiente (1522) advertía que en el momento en que está escribiendo, se hallaba todavía despejado (sobrio), como que lo hace por la mañana:

 

“No estoy al presente borracho, ni atolondrado”[9].

“Nuestro Señor debe computar entre los pecados cotidianos, la borrachera cuando no nos sea factible evitarla…; puede tolerarse (est ferenda) la ebrietudo (borrachera eventual); pero no la ebriositas (borrachera habitual)[10].

 

De beber sólo agua quizás, pasará al extremo contrario, al punto de confesar que sus alocados desenfrenos y dolores de cabeza eran ocasionados por la bebida, como señala en una carta a su amigo Link:

“el mal de la cabeza, contraído en Coburgo por virtud del vino añejo, no se me ha curado todavía con la cerveza de Wittenberg”[11].

 

No asombra entonces que el otrora penitente haya terminado su vida (¿naturalmente?) luego de una de sus habituales borracheras, según declara el galeno que corroboró su muerte:

“El 15 de febrero de 1546 aquel boticario de Eisleben fue llamado con mucha prisa al despuntar el día junto al cadáver de Lutero, para que a indicación de los médicos, le administrara una lavativa para ver si con este experiencia lograban resucitarlo. Se la administre en efecto, y ‘tan luego como el boticario le acomodó le cánula, oyó que se desencadenaban en el recipiente del clister algunos vientos recios, pues a consecuencia del excesivo comer y beber, el cuerpo estaba lleno de jugos corrompidos; porque es del dominio público que Lutero había tenido una cocina ricamente abastecida y superabundancia de vinos dulces y extranjeros. Se cuenta de él como cosa cierta que en cada comida y en cada cena se despachaba con un azumbre de vinos dulces y de otras tierras”[12].

 

 

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Aviso: Cortamos por ahora con la serie de “Luterándonos", pero la seguiremos más adelante.

 



[1] Dictata in Psalteríum. Weim., III, 445. Cf. ademas IV, 363 (Heinrich Denifle, Lutero y el luteranismo. Estudiados en sus fuentes,Tip. Col. Santo Tomás de Aquino, Manila 1920, 16).

[2] Seguimos aquí las fuentes citadas y cotejadas a partir de la monumental obra de Fray Heinrich Denifle (ya ofrecida en castellano aquí y, en francés aquí). Los originales que hemos consultado de Lutero, tanto en alemán y en latín, se encuentran aquí.

[3] Weim., II, 736 (Henrich Denifle, op. cit., 44).

[4] Erl., 16, 90, año 1535 (Henrich Denifle, op. cit., 416).

[5] Henrich Denifle, op. cit., 427.

[6] Si hasta el mismo Kempis habla de discreción en la penitencia: “Los ejercicios corporales (es decir, las mortificaciones) se deben tomar con discreción, y no son igualmente para todos (…). Algunos indiscretos se destruyeron por la gracia de la devoción; porque presumieron de hacer más de lo que pudieron, no mirando la medida de su pequeñez, siguiendo más el deseo de su corazón que el juicio de la razón: y porque se atrevieron a mayores cosas de lo que Dios quería, presto perdieron la gracia” (Henrich Denifle, op. cit., 437).

[7] Erl., 2, 464; año 1533 (Henrich Denifle, op. cit., 370).

[8] Enders, III, 154 (Henrich Denifle, op. cit., 116).

[9] Erl. 30, 363 (Henrich Denifle, op. cit., 117).

[10] Mathesius en Loesche, Anal. Lutherana, p. 100, nº 100 (Henrich Denifle, op. cit., 117).

[11] Enders, VIII, 345 (Henrich Denifle, op. cit., 118).

[12] V. el documento en Paulus, Luthers Lebensende und der Eislebener Apotheker Johann Landau, (Mainz, 1896, p. 5) (Henrich Denifle, op. cit., 119).