InfoCatólica / Que no te la cuenten / Categoría: Personas y personajes

4.05.17

¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? La polémica expulsión de los judíos (5-7)

 

En esta segunda parte de nuestro trabajo indagaremos en la historia del pueblo hebreo en la España de Isabel la Católica. Creemos que la historia nos dará los elementos necesarios para vislumbrar  las razones que han movido al pueblo judío a oponerse tan fuerte y abiertamente a la canonización de Nuestra Reina.

 Procuraremos comprender el problema que hubo con los israelitas durante el reinado de la Reina Católica. Para ello realizaremos un rapidísimo recorrido por su historia en España, luego veremos su situación durante el reinado de los Reyes Católicos y finalmente explicaremos las medidas que fueron tomadas contra ellos: la instauración del tribunal inquisitorial y la expulsión de los judíos en marzo de 1492.

Lo que intentaremos considerar es, si tales medidas son realmente causa de peso para frenar el proceso de beatificación de Isabel la Católica. Porque, si fueron realizadas por un movimiento de odio racial, por un fanatismo exacerbado hacia la fe católica o por una imprudencia en el reinado, bien podrían ser dos motivos de gran peso para frenar su causa de canonización.

Pero si, por el contrario, estas dos medidas que fueron tomadas por nuestra Reina y su esposo, son espejo de virtud, su trato para con los judíos no solo no constituiría un motivo para el congelamiento de su proceso, sino que serían un motivo más para que nuestra Reina sea ascendida a los Altares de los Santos.

Leer más... »

3.05.17

¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? La posición del cardenal Lustiger (4-7)

Isabel la Católica ha sido durante siglos la mujer más elogiada de la historia. Su belleza, sus virtudes, su santidad han sido cantadas por millones de poetas y resaltadas por todo tipo de estudiosos. América toda la considera su madre y España la aclama como su primera reina. Desde las dos Españas los clamores para que sea elevada a los altares han sido constantes durante cinco siglos.

No. No nos confundamos. No es la falta de devoción popular, ni la falta de fama de santidad lo que impide que la Reina Católica sea proclamada santa.

El hecho que ha impedido que Isabel la Católica sea elevada a los Santos Altares no es sino la presión eficacísima que las comunidades judías han ejercido en las más altas esferas de la Iglesia Católica. Los motivos los hemos dado anteriormente. ¿Qué mayor prueba que desde la B’nai B’rith se hayan congratulado con Roma por suspender el proceso?

Jean Marie Lustiger

 

“Era el converso más famoso de la cristiandad. Amigo íntimo del Papa Wojtyla, defensor del diálogo hebreo-católico y, por eso, mismo, acérrimo opositor a la beatificación de Isabel la Católica, el cardenal Jean Marie Lustiger murió el domingo [o5 de agosto del 2007] en París, a los 80 años, víctima de un cáncer”[9].

Habíamos mencionado anteriormente al cardenal de origen judío. Jean Dumont, al escribir en 1991 sobre la congelación de la Causa de Isabel, nos habla también de él:

Hasta hoy, el mismo Le Monde no ha revelado entre los prela­dos promotores de la «suspensión» del proceso de beatificación re­ligiosa de «la católica» por título de la Iglesia, más que al carde­nal Lustiger, que no ha cesado de referirse él mismo a su nacimiento judío. «Monseñor Lustiger ha intervenido ante el arzo­bispo de Madrid. Parece que sin éxito» (Le Monde, 7 de diciem­bre de 1990). La primera causa de esta insólita intervención de monseñor Lustiger lejos de su sede, en los asuntos de otra igle­sia y de otro pueblo, es en él, ciertamente, una conjunción: la de su conmovedora pasión, la más importante, por sus orígenes, y la de la deficiencia de su información histórica, que le han hecho tomar el bello rostro y el alma hermosa de Isabel por sedes de abominaciones, golpeando, por maldad, al judaísmo[10].

Antes de seguir adelante, es necesaria una aclaración: No es nuestra intención difamar a un cardenal de la Iglesia Católica fallecido recientemente, y quien realizó en su diócesis una amplia obra pastoral. Simplemente nos estamos deteniendo en la figura de este cardenal, porque es el único que sabemos a ciencia cierta que se opuso a la elevación de Isabel la Católica a los Altares. Esto nos ayuda a corroborar nuestra doble tesis: en primer lugar que la causa de Isabel la Católica está parada, y en segundo lugar que la causa de la suspensión del proceso es la protesta judía.

Simplemente diremos que fue él el representante mayor de la oposición judía en 1991, y que por obra de su oposición, Isabel la Católica no pudo ser beatificada en dicha fecha.

No fue necesario indagar demasiado acerca del cardenal para obtener la noticia. La biblioteca digital Wikipedia (que no es garantía de ninguna autoridad, pero a la cual recurrimos habitualmente cuando buscamos un pantallazo general acerca de un tema) nombra, en su artículo sobre Lustiger, su abierta oposición a la beatificación de Isabel la Católica. Así dice el artículo: “Él contrajo la enemistad de muchos de la Iglesia Española por su fuerte oposición al proyecto de canonizar a la Reina Isabel I de Castilla. (…) La oposición de Lustiger fue debido a que Isabel y su esposo Fernando de Aragón expulsaron a los judíos de sus dominios en 1492”[11].

            Pero no nos quedaremos con estos informales datos que nos otorga cualquier página virtual. El diario El País publicó en 1991:

Algunas acciones de Isabel la Católica iban en contra de la enseñanza de la Iglesia, y en concreto, de la libertad de conciencia, manifestó ayer Jean Marie Lustiger, cardenal arzobispo de París. Lustiger (…) ha desempeñado un importante papel en la congelación del proceso de beatificación de Isabel de Castilla. No en vano, el cardenal se convirtió al catolicismo a los 14 años y cambió su nombre judío de Aaron por el de Jean Marie.

El cardenal de París, que participó ayer en un seminario organizado por la Universidad Complutense en El Escorial, se ha caracterizado por una especial sensibilidad hacia los temas judíos desde el catolicismo. Ha defendido la acción de los cazadores de nazis, y recientemente se ha opuesto activamente al proceso de beatificación de Isabel la Católica, bajo cuyo mandato fueron expulsados los judíos de España[12].

El diario Periodista digital con motivo del fallecimiento del cardenal en el año 2007 también mencionó su oposición a la beatificación de Isabel: “Aunque convertido, el purpurado francés nunca cortó con sus raíces judías. Tanto que algunos le llamaban el gran rabino de París. Por eso nunca quiso que Isabel la Católica, a la que reprochaba la expulsión de los judíos, subiese a los altares. Y de hecho, consiguió bloquear su proceso en Roma, donde duerme el sueño de los justos”[13].

¿Quién es este cardenal que se opuso de forma tan abierta a la beatificación de Isabel la Católica?

Jean Marie Lustiger nació en París en el año 1926. Sus padres, judíos, vivían en Francia, y cuando los nazis la invadieron, ambos fueron deportados. Su madre moriría en 1943, en Auschwitz.

El pequeño, que por entonces se llamaba Aron, fue acogido por una familia de Orleans, y allí se convirtió al catolicismo. Realizó sus estudios en el Liceo Montaigne (París) y luego en Orleans. Una vez egresado de dicha institución, entró en el seminario carmelita de París y en 1954 fue ordenado sacerdote.

En el año 1979, nuestro cardenal sufre una crisis espiritual, provocada por el “antisemitismo francés”. Considera entonces la idea de dejar Francia para conducirse a Israel. Comienza a estudiar hebreo, pero es entonces cuando el Sumo Pontífice lo nombra obispo de Orleans. La idea de migrar desapareció entonces.

En 1981 se hizo cargo de la arquidiócesis de París y en ese puesto permaneció hasta su fallecimiento el 06 de agosto de 2007.

Durante toda su vida hizo alarde de su ascendencia judía, defendiendo a su pueblo muchas veces más que a los mismos cristianos, a quienes a menudo trataba de “ellos”.

Veamos algunos testimonios de él mismo:

Nací judío y permanezco judío, incluso si esto es inaceptable para muchos[14].

La vocación de Israel es traer luz a los no judíos. Esa es mi esperanza y creo que el cristianismo es el medio para lograrlo[15].

Soy tan judío como todos los otros miembros de mi familia que fueron asesinados en Auschwitz y otros campos de concentración[16].

A ellos no les gusta admitirlo pero la creencia de los cristianos, las obtuvieron de los judíos[17].

El día de su fallecimiento, en el atrio de Nôtre Dame, se escuchó la siguiente oración fúnebre:

Exaltado y santificado sea su gran nombre, Amén.

En este mundo de Su creación que creó conforme a Su voluntad; llegue su reino pronto, germine la salvación y se aproxime la llegada del Mesías, Amén.

En vuestra vida, y en vuestros días y en vida de toda la casa de Israel, pronto y en vuestro tiempo cercano y decid: Amén.

Bendito sea Su gran Nombre para siempre, por toda la eternidad; sea bendito, elogiado, glorificado, exaltado, ensalzado, magnificado, enaltecido y alabado Su gran Nombre (Amén), por encima de todas las bendiciones, de los cánticos, de las alabanzas y consuelos que pueden expresarse en el mundo y decid: Amén.

Por Israel y por nuestros maestros y sus alumnos, y por todos los alumnos de los alumnos, que se ocupan de la sagrada Torá, tanto en esta tierra como en cada nación y nación. Recibamos nosotros y todos ellos la gracia, bondad y misericordia del Amo del cielo y de la tierra, y decid: Amén. (Amén)

Descienda del Cielo una paz grande, vida, abundancia, salvación, consuelo, liberación, salud, redención, perdón, expiación, amplitud, y libertad, para nosotros y para todo Su pueblo Israel y decid: Amén. (Amén)

El que establece la armonía en Sus alturas, nos dé con sus piedades paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel y decid: Amén.

Es la oración llamada kadish, una plegaria judía para celebraciones fúnebres. De este modo se abrieron los funerales del cardenal judío-francés Jean Marie Lustiger.

Los actos hablan por sí solos. Imposible es negar el gran acercamiento de nuestro cardenal a la religión judía.

 Para concluir, transcribiremos una cita del historiador y periodista José María Zavala, quien recientemente ha publicado una hermosa biografía de la Reina Isabel. La cita es de una entrevista que se le hizo en ocasión de la presentación de su libro.

“Cuando la beatificación estaba a punto de salir adelante, el cardenal francés Jean Marie Lustiger, amigo del Papa Wojtyla y defensor del diálogo hebreo-cristiano como judío converso que era, se opuso de forma decisiva”[18].

 

Consideraciones parciales

Tristes páginas nos ha tocado escribir. Tristes, emocionantes e incomprensibles. Mientras el cielo entero se alegra por la presencia de la santa entre los ángeles, los hombres que hemos recibido los privilegios de sus obras nos empeñamos por esconderla, calumniarla y repudiarla.

¿Qué palabras hay para hacer justicia a nuestra Reina? ¿Qué palabras hay para devolverle a Nuestra Madre todos los beneficios que nos aportó? ¿Con qué ojos la mirará América el día de la Ira del Señor? No hay palabras que hagan justicia ya a su nombre ultrajado.

Quizá Dios quiso premiarla doblemente en el cielo haciendo que sus obras permanezcan en silencio en la tierra. ¿No fue acaso Él quien dijo: “tu Padre que ve en lo secreto te recompensará”. Quizá Dios recompensa en el cielo la obra evangelizadora y purificadora que Isabel realizó en la España de aquende y allende el mar. Quizá quiere Él guardar en silencio las obras más grandes de la historia. Quizá, quizá Dios lo quiso; pero los hombres hemos colaborado para ello.

Y es que los hombres solemos hacer este tipo de cosas. Dios nos dio a su hijo y nosotros lo crucificamos. Así también nos dio a esta magnífica hechura de sus manos como madre a los americanos, como reina a los españoles, y como figura egregia que dignifica la raza humana, a todo el mundo. ¿Qué ha hecho el mundo con semejante regalo? Silenciarlo, esconderlo, cuidar que no se vea demasiado o peor aún, denunciarlo falsamente.

Tristes páginas nos tocan escribir. Ojalá hubiéramos podido obviarlas. Ojalá la historia hubiera sido distinta. Ojalá hoy pudiéramos hablar de Santa Isabel la Católica, contar las hazañas de su vida y su gloriosa y merecida llegada al Altar de los Santos. Podríamos también simplemente hablar de la santidad de su vida y de sus virtudes. Podríamos hacerlo y sería algo muy bueno.

Pero hay algo que golpea nuestra conciencia y nos obliga a gritar la injusticia que se comete con nuestra heroína. La indignación que surge de la injusticia que se le hace a Isabel la Católica nos ha llevado a escoger estos avatares que entre lágrimas, emociones y un amor profundo hacia la Reina hemos derramado en estas páginas.

De este torpe modo hemos querido disminuir un poco el vergonzoso ostracismo en que vive desde su tumba la Reina que supo unir las coronas de Castilla y Aragón; que supo luchar contra una niña que tenía las espaldas reforzadas por los nobles más poderosos de Castilla y por los reyes portugueses y que pasó a la historia como “La Beltraneja”, sin padre ni trono.

Queremos, de este modo, recordar a la Reina Católica que purificó a los religiosos y sacerdotes relajados de su reino, predicando con su ejemplo de virtud. A la santa inquisidora. A la heroína de la epopeya de Granada. Al temor de los moros. A la jueza más justa y misericordiosa. A la beata más piadosa. A la reina victoriosa. A la doncella a quien su caballero le ha ofrecido las victorias del Rosellón y el abatimiento del  poder francés en Italia y en el Pirineo. A la hacedora de la  hegemonía española que triunfó en Europa, y surgió luego del mar de Occidente disfrazada de islas incógnitas.

A ella, a quien indignos nos sentimos de mencionarla en este mundo ingrato e impío, rogamos interceda ante Dios para aplacar su ira hacia los hombres que han menospreciado de tal forma su regalo.

Isabel la Católica, ruega por nosotros.

Prof. Magdalena Ale

continuará

 

[1] José Antonio Primo de Rivera,  Discurso de Fundación de la Falange. Obras Completas. Madrid: Ediciones de la Vicesecretaría de Educación Popular, 1945. Pág. 25.

[2] Positio historica super vita, P.894.

[3] Ibídem, P. 896.

[4] Pedro de Cartagena escribió esta copla reprendiendo (un poco exageradamente) a Iñigo de Mendoza, OFM (1420-1490) por haber dedicado a Isabel unas coplas a manera de justas con el título: Historia de la question y diferencia que hay entre la razón y la sensualidad. Cfr. Ibídem, P. 896.

[5] Ibídem, P. 897.

[6] Ibídem, P. 897.

[7] Íbidem, P. 937.

[8] Manuel Sánchez Márquez. Vida sintética de Isabel la Católica en verso romance. Buenos Aires: Gladius, 1999. P. 167.

[9] Periodista Digital, 09 de agosto del 2007. Fecha de consulta el 04/ 02/2015.

[10] Jean Dumont, Op.Cit.

[11] es.wikipedia.org. Fecha de consulta el 20/02/15.

[12] El País, 06 de julio de 1991.

[13] Periodista Digital, 09 de agosto del 2007. Consultado el 04/ 02/2015.

[14] Enlace judío, 06 de mayo de 2011.

[15] Ibídem.

[16] Ibídem.

[17] Ibídem.

[18] Religión en libertad, 14 de marzo del 2014.

1.05.17

¿Por qué aún Isabel la Católica no es santa? El problema judío y la causa de canonización (3-7)

“De entre los obstáculos para la beatificación de la reina Isabel, la mal llamada expulsión de los judíos tal vez sea el principal”[1].

En la Posición Histórica de la vida de la Reina Isabel, el postulador Anastasio Gutiérrez, analiza seis hechos que podrían resultar “posibles impedimentos” para la Causa: la legitimidad de la sucesión al trono, la dispensa para el matrimonio, las capitulaciones de paz con Alfonso V, la fundación de la Inquisición Española, la expulsión de los judíos y las contiendas con los papas Sixto IV, Inocencio VIII y Alejandro VI. [2]

Luego de explicar brevemente cómo han sido aclarados a través de estudios rigurosos cada uno de estos posibles impedimentos, el P. Anastasio Gutiérrez afirma:

En conclusión, según la Comisión histórica vallisoletana, no parece encontrarse hecho alguno de la vida pública de la Reina Isabel que pueda entenderse o apreciarse biográfica o históricamente como efecto de una consciente incorrección moral. La línea moral de sus hechos se perfila paso a paso en el examen serio y conjunto de toda la amplísima y críticamente bien cimentada documentación[3].

Es decir, que todos estos temas han sido esclarecidos y no se ha encontrado en ninguna de estas acciones faltas morales de la Reina que puedan frenar su Causa. Y sin embargo, cinco siglos después de su muerte se continúa cuestionando su santidad.

Pero… ¿Por qué? ¿Por qué, si ya está todo aclarado, la figura de la Reina sigue siendo tan controvertida?

Leer más... »

17.02.17

Católicos fachas

- “¡Fachas!”

- “¡Nazi!”

- “¡Fundamentalista!

- “¡Trogdolita!" 

- “¡Derechoso!"…

Más de una vez quisimos analizar qué diablos nos querían decir cuando nos decían esto… y encontramos hace poco la respuesta en un párrafo inolvidable del -aún no declarado- mártir argentino, el Prof. Jordán Bruno Genta:

Hablo de la derecha en el sentido del arraigo a la tradición espiritual e histórica de las naciones cristianas. Hablo de derecha en el sentido de adhesión al orden natural y cristiano de la vida, en la familia, en el municipio, en la escuela, en la universidad, en la empresa, en el Estado. Hablo de derecha en ese sentido de adhesión a la civilización cristiana occidental, en el orden de sus verdades esenciales, en el orden de sus instituciones, de sus jerarquías naturales (…). El otro día un profesor peronista, católico, theilardista, le comentaba a otro profesor que (…) (Genta) está cuarenta años atrasado; quería decir que lo que enseño es algo que está cuarenta años atrasado (…). Yo no estoy atrasado cuarenta años, yo estoy atrasado más de veinte siglos porque lo que enseño comenzó allá por el siglo cuarto o quinto antes de Cristo, luego culminó, tuvo una primera culminación decisiva con la venida de Nuestro Señor, luego tuvo otro momento de real grandeza y proyección ecuménica en el siglo XIII que es el gran siglo de la Cristiandad… De manera que lo que yo enseño es realmente anacrónico. Pero no es un anacronismo de cuarenta años, sino de más de veinte siglos. Porque lo que yo llamo derecha, para oponerlo a esa izquierda atea, apátrida y desarraigada de todo orden natural de la existencia humana, es precisamente la restauración en Cristo de todas las cosas, que es restablecerlas en su verdadero orden, en su orden esencial, en su orden natural. Lo cristiano y lo natural, son una y la misma cosa. ¿Quién es el autor de la naturaleza? El autor de la naturaleza es Nuestro Señor Jesucristo, el mismo que nos ha redimido del pecado y de la muerte. Él es el autor de la naturaleza. De modo que todo lo que es natural, es cristiano. Por eso está bien aquello que el alma humana es naturalmente cristiana”[1].

Jordán Bruno Genta

Filósofo y profesor argentino asesinado por odio a la Fe,

durante la década de los ’70.

Aún aguarda la gloria de los altares

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi


[1] Jordán B. Genta, Asalto terrorista al poder, Buen Combate, Buenos Aires 2014, 270-271. 

6.02.17

Alejandro VI (Papa Borgia) y la leyenda negra (5-5). Verdaderas razones del odio contra Borgia

Las razones de los ataques

Así como enumeramos antes las acusaciones, digamos ahora cuáles fueron sus orígenes.

 

1) La calidad de sus enemigos y el férreo gobierno en el Papado

Es necesario advertir que la principal diferencia de este Papa con los otros del Re­nacimiento está dada por la calidad de los enemigos po­líticos que tuvo. Es aquí donde aparecen las figu­ras que cuentan en este entresijo público. Un Carlos VIII, Rey de Francia, o un fray Jerónimo Savonarola O.P., el dicta­dor rigorista de Florencia, quien, al tiempo que atacaba al Papa, hipostasiaba la imagen del rey francés. Y, por supuesto, la lucha del clan de los «catalanes» (en realidad, valencia­nos de Játiva), con las otras facciones romanas.

Alejandro VI hizo política temporal en los Estados Pontificios, conforme a las circunstancias del Renacimiento, e intentó romper las bases de la feudalidad romana. «Yo no acepto ser esclavo de mis baro­nes», dijo; y, con ello, inició una lucha constante con los Colonna, Orsini, Savelli, Conti y otros.

Sus enemigos contaban con un gran aliado: el Rey de Francia, quien intentó someterlo a tutela y a cautiverio en Sant’Angelo. Rodrigo, con auxilio hispano, se liberó de tal dependencia, e impuso su férrea mano sobre los nobles romanos traidores:

Si ahora empieza la lucha, también empieza a crearse la fama de los Borgia. Es ahora cuando todos estos poderosos señores con grandes Cor­tes (…), al verse amenazados, se lanzan a una campaña de descrédito en contra del Papa y los suyos, que se intensifica a medida que van perdiendo los bienes abusivamente retenidos[1].

Éste y no otro es el origen de la campaña de difamación, a base de libelos anónimos, que enlodan el nombre de los Borgia:

El descontento contra este gobernante, que quería dominar con mano fuerte, empezó a extenderse desde la urbe al resto de Italia, y luego pasó los Alpes. El nepotismo papal ofreció un lado débil a los atacantes, y empezaron los«se dice», «se rumorea», «es opinión general». Los diplomáticos acreditados cerca de la Corte papal, para satisfacer el espíritu ávido de intrigas de Sus Señores, recogían estos rumores con beneplácito, pues el Papa les hacía sentir todo el peso de su indiscutible superioridad mental. El mundo reaccionó rápidamente contra la política del nuevo Pontífice. Los Orsini y los Colonna y las otras familias contendientes seculares tienen ahora un enemigo común, y los vemos, en una hora, pelear en las mismas filas. El Rey Ferrante de Nápoles, expresión de todo abuso y tiranía, se trueca en moralista, porque el Papa lo detiene en su avance contra los Estados de la Iglesia, y escribe una carta a los Reyes Católicos, que denuncia la vida privada de Alejandro VI. Los venecianos, para difamar al Papa, se unen a los tiranos de la Romaña, que oprimen aquellas tie­rras, y denuncian contra toda ética al Rey de Francia las relaciones y tratos secretos que tie­nen con la Corte de Roma. Los florentinos, co­merciantes tranquilos, ven siniestramente a este Papa, que quiere una Roma en lo temporal fuerte sobre una región extensa que pone cerco a su propio Estado. Los Reyes de Francia invaden suce­sivamente Italia y ocupan el Reino de Nápoles y el Ducado de Milán, y no encuentran más que a este Papa que les dificulta su avance[2].

El poder temporal de los Papas en los Estados Pontificios italianos había sido minado por el «cautiverio» de Aviñón y el Cisma de Occidente. Al regresar a Roma, los pontífices quisieron restaurar su antigua jurisdicción. No lo lograron, pero quien más cerca estuvo de procurarlo fue Alejandro VI. Ese es el designio político que lo enfrenta con tantos ad­versarios, entre ellos el mismo Fernando de Aragón.

Alejandro VI fue el iniciador de la unificación de Italia, según se estilaba en la Europa de entonces; para ello, era necesaria la desaparición del enorme poder de la nobleza feudal. Fue esto mismo lo que intentaron tanto Luis XI como los Reyes Católicos y hasta el mismo Enrique VIII. Rodrigo Borgia sucumbió en el intento viéndose sorprendido por la muerte; desde entonces, se intensificó la ola difamatoria que terminó por consolidarse con la pétrea posteridad.

Orestes Ferrara formula este juicio glo­bal:

El Renacimiento no fue una época normal. Fue una explosión de cuanto de bueno y de malo tenía el alma humana; un período en que lo que acontece no puede medirse por el rasero de la honorabilidad y del deber (…).Alejandro VI fue Papa en la época de mayor fer­mentación del Renacimiento. Y, además, el Rena­cimiento continuó después de su muerte, siendo sus enemigos los grandes personajes del tiempo, con poetas cronistas en sus Cortes, con historiado­res a sueldo que escribían de los hechos pasa­dos como pretexto para disertar sobre las ideas del presente.

Los actos del Papa, ya falseados en su época, sirvieron de base para las más exageradas acu­saciones posteriores. Tratándose de él, toda hi­pótesis fue fácilmente admitida como hecho cierto; todo lo inconcebible fue creído y propa­gado; toda impostura fue acogida. Los «rumo­res» que inventaron el interés bastardo o la agi­tada fantasía fueron reproducidos como verdades indiscutibles (…).En realidad, si una par­te de ella se formó en vida de Alejandro VI, la mayor parte se fue creando después, empezando las nuevas calumnias en el Pontifi­cado de Julio II, o sea durante el gobierno de sus enemigos. Es la historia de Robespierre es­crita por la reacción inmediata que sobrevino a su muerte. Es como si se escribiera la historia de Napoleón tomando los hechos de las gacetas inglesas de su tiempo. Es la historia de Catilina hecha sobre los discursos de Cicerón[3].

 

2) La Cruzada contra el Islam

A raíz de la caída de Constantinopla en manos del Turco, todos los Papas precedentes cumplieron con la obli­gación de financiar y organizar una cruzada. Más diligen­te que ellos fue Alejandro VI. Al respecto es útil leer esta página:

En estos años de 1500 y 1501, Alejandro VI tomó gran interés en la cuestión turca. Con su vigor habitual, se dirigía a los Príncipes de Europa para que llevasen a cabo la cruzada prometida. Pero los Estados europeos, no sólo no respondían al llamamiento, sino que se entendían con el Sul­tán más o menos abiertamente (…).El Papa, no obstante todo esto, aprovechando los entusiasmos del jubileo, reunió, el 11 de marzo de 1500, en el Consistorio, una especie de Congreso, formado por todos los Embaja­dores en Roma. En su discurso de apertura pre­sentó el peligro de una invasión turca (…).Pero los Embajadores salieron de la dificultad de aquel convenio declarando que no tenían fa­cultades (…).La inutilidad de la reunión no des­corazonó al Papa. Comprendiendo la avaricia de aquellos Soberanos, empezó a recolectar dinero directamente (…).La guerra contra el Turco, que el Papa había pre­parado con tanto esfuerzo, sacrificando hasta sus mayores entradas, había sido abandonada por ­los principales poderes[4].

En 1501, Alejandro VI insistirá en su proyecto de cruza­da, en ocasión del Tratado de Granada, entre Francia y Es­paña. Por ese convenio ambos países se dividían el reino de Nápoles (la zona napolitana para Francia, Calabria para Es­paña). Conforme al criterio medieval de la ratificación Pon­tificia, lo sometieron a la potestad de Alejandro VI. Enton­ces, el Papa aprovechó la oportunidad, e hizo una contraproposición, exigiendo una cru­zada como punto esencial del acuerdo y la parti­ción del reino de Nápoles como consecuencia de la misma. Queda así en pie, entonces, el significado de la voluntad de la Santa Sede en ese caso, que es, también, demostrati­vo de la constancia del Papado en esa gran línea política.

 

3) Donó a los Reyes Católicos las tierras «descubiertas y por descubrir»

El ideal cristiano de la Cruzada contra el Islam había sido el único marco único legitimante del Descubrimiento y Donación de América. El sostenimiento de esa empresa superior, años después de 1493, por Alejandro VI, constituye uno de los datos más positivos de su pontificado. Ya en 1460, siendo vicecanciller del Papa Pío II, Rodrigo Borgia había aplicado el excedente de 100.000 ducados de la explotación de las minas de alumbre de La Tolfa al financiamiento de la Cruza­da. Y hasta había puesto en venta los cargos de la vicecancillería con ese mismo fin. Ese es el hecho que los impugnado­res de las Bulas Indianas suponen una simonía de Alejandro VI, en colusión con Fernando de Aragón. No había tal, sino que era uno de los tantos expedientes arbitrados por Borgia para acrecentar el tesoro de la Cruzada. Esa fue la «gran ilusión de su existencia», como él mismo la llamó; pues, a pesar de las grandes diferencias éti­cas personales que lo distancian de Colón y de los Reyes Ca­tólicos, la coincidencia política y religiosa en lo principal resulta notoria: la defensa y expansión de la Fe. Y si de tal concordancia en los fines supremos de la Cristiandad devino el magno acontecimiento que incorporó América a la civilización occidental, los iberoamericanos, beneficiarios directos de esa conjunción de voluntades, no podemos te­ner sino un poco de piedad histórica para con aquel, tan escarnecido, Papa del Descubrimiento.

4) Fue el impulsor de la evangelización de la recién descubierta «América»

 

Las bulas alejandrinas, base del Tratado de Tordesillas delimitaron los fines y objetivos de la conquista española: la evangelización.

Os mandamos en virtud de santa obediencia que haciendo todas las debidas diligencias del caso, destinéis a dichas tierras e islas varones probos y temerosos de Dios, peritos y expertos para instruir en la fe católica e imbuir en las buenas costumbres a sus pobladores y habitantes[5].

 

Dichos documentos han sido considerados el primer documento constitucional del Derecho Público Americano[6], y es pertinente destacar que contribuyeron al mejor entendimiento de Castilla y Portugal. En efecto, las suspicacias y guerras entre ambas coronas llevaban ya más de un siglo y habían culminado con la batalla de Toro, que consolidó a Isabel. Recién se suavizaron con la boda de Carlos V e Isabel de Avis y con la unificación de ambas coronas en Felipe II (1580-1640, aunque luego continuaron, esporádicamente).

Esta digresión no es ociosa, porque ilustra sobre el genio político de Alejandro, quien no podía permitir rivalidades entre dos reinos poderosos y dueños del mar para concretar su sueño de cruzado.

 

5) Refrendó el matrimonio y nombró como «católicos» a los reyes Fernando e Isabel

Como ya dijimos más arriba, fue a instancias del cardenal Rodrigo Borgia que los príncipes de Castilla y Aragón pudieron subsanar los errores canónicos de su boda. Pero no sólo esto: el mismo título de «reyes católicos» les fue dado por el Papa por medio de la bula Si convenit a raíz de la política que habían llevado en sus reinos.

 

6) A raíz de la imprenta, introdujo la censura en la Iglesia

Aunque no se preocupaba mucho por lo que se dijera de él (al Embajador de Ferrara le reveló: «Roma es una ciudad libre, en donde cada uno puede decir y escribir lo que mejor le plazca; mucho malo se dice de mí, y yo no me ocupo»), Alejandro VI no sustentaba igual opinión en materia estrictamente eclesiástica:

Toda desviación en este campo la consideraba un delito. Es él, en efecto, quien introdujo la censura eclesiástica por primera vez. En una Bula de 1 de junio de 1501, después de hacer elogios de la Imprenta, declara, sin embargo, que este instrumento de divulgación, así como puede ser útil para propagar el bien, puede producir grandes trastornos al dar publicidad al mal[7].

 

7) Fue el precursor de lo que sería el Concilio de Trento, preparando la reforma de la Iglesia

Es verdad que antes de Alejandro VI se había hablado de una necesaria reforma dentro de la Iglesia, pero sólo fue a instancias suyas que se intentó. Él «conocía por larga experiencia dónde estaban los males de la organización de que formaba parte, como lo demostró en el documento en que preparó la gran reforma de la Iglesia, cuyas guías siguió más tarde el Concilio de Trento»[8].

El concilio que intentaba convocar no logró realizarse a raíz de las disputas externas en las que se vio implicado; el mismo Julio II, su mayor enemigo, lo dirá en 1511: «el Concilio ha sido largamente aplazado desde los tiempos del Papa Alejandro por las calamidades que han afligido a Italia y que todavía la afligen»[9].

La llegada de Luis XII a Italia, las conquistas extranjeras de Milán y Nápoles, las incursiones turcas sobre las costas de Italia, los pactos de Ludovico el Moro y de Federico de Nápoles con el Sultán de Turquía, la actitud de los Barones y Príncipes del territorio de la Iglesia, y, por fin, el imperialismo veneciano, no podían producir el ambiente favorable a un Concilio. Sin embargo, la intención y los propósitos de Alejandro VI quedaron bien definidos en el prefacio a un documento redactado por él mismo en 1497:

Advertimos, con pena, que la conducta de los cristianos se ha ido desviando de la perfecta y antigua disciplina, ha roto los saludables principios de antaño, los decretos de los santos Concilios y Soberanos Pontífices que frenan la sensualidad y la avaricia, y ha estallado en un libertinaje tal, que es imposible tolerarlo por más tiempo (…). Al principio de nuestro pontificado también decidimos consagrar nuestros cuidados a este asunto, anteponiéndolo a toda otra labor, pero envueltos como estábamos en otra mayor dificultad a consecuencia de la llegada a Italia de nuestro bien amado hijo en Cristo, Carlos, el muy cristiano Rey de los franceses, con un potentísimo Ejército, fuimos compelidos a posponer nuestro empeño hasta hoy[10].

¿Qué es lo que el Papa hubiese querido tratar en su Concilio? Veamos: no debían venderse las indulgencias; los cardenales deberían llevar una vida pura y santa («sus banquetes deben empezar con un plato de pastas, una carne hervida y un asado y terminar con frutas, y durante los mismos hay que leer versos de las Escrituras Santas y no permitir músicas, cantos seculares ni histriones»); quienes perteneciesen al séquito de los cardenales no debían tener concubinas; en el palacio papal sólo deberían habitar clérigos; y toda simonía o venta de sacramentos sería castigada con la excomunión; todo nombramiento de clérigo debería estar ser precedido de un examen moral del candidato.

La analogía —en algunos casos hasta identidad— con lo que sería luego el Concilio de Trento (1545) resultan notables.

 

*          *          *

Terminemos con un excelente resumen que Ferrara escribió con motivo de la inauguración de un monumento en Játiva, ciudad natal de Alejandro VI.

Expulsó a los franceses, que habían ocupado Nápoles, y comprendiendo que la Santa Sede, a falta del brazo temporal de un emperador medieval que la defendiese, debía constituir un Estado propio que sirviera de baluarte a su libertad eclesiástica, puso mano a la obra. Esta no era fácil ni podía ser suave. Respondía a una necesidad imperiosa. De este noble propósito provino la causa de su triste fama. Los grandes feudatarios de la Iglesia se habían adueñado de los territorios papales, y a la hora crítica habían abandonado al Papa para seguir a Carlos VIII, su enemigo. Los barones que vivían en la ciudad y en los castillos del agro romano, de instrumento de la Santa Sede se habían trocado en dominadores de la misma, luchando los unos contra los otros por esta dominación. Eran gentes poderosas, ricas, cultas, con grandes relaciones, hábiles en la intriga: malos enemigos. Sus Cortes eran centros de maledicencia, alimentada por el genio literario, siempre dispuesto a volar con las alas de la fantasía (…). Ordenó a César, dotado de las más altas cualidades militares que la época exigía, expulsar de su domino a los feudatarios infieles (…). Éstos, como llevados por un vendaval, fueron errando por el resto de Italia y por el mundo, e iniciaron la cruzada verbal, cuyo eco resuena aún. Su labor fue eficaz y hábil. Falsificación de documentos, epigramas, pasquinadas, cartas, relatos históricos, fundamentalmente alterados, fueron las armas usadas, las únicas que poseían (…). Muerto él fueron favorecidos por Julián della Rovere que les devolvió el poder y la riqueza (…) Alejandro VI (…) no había dejado camarillas que le amparasen ni se había preocupado de su fama histórica. Sonreía ante los infundios y despreciaba los insultos: no creía en la fuerza de la calumnia (…) .La fama de Rodrigo Borgia fue ennegrecida por actos de venganza verbal continua e irreductible durante más de un siglo (…). No se examinaron directamente los hechos, no se estudiaron los documentos, no se coordinaron los relatos (…). La familia Borgia, se estatuye como cosa indiscutible por seudohistoriadores, fue incestuosa; y ninguno de ellos se ha tomado la molestia de explicar por qué, entonces, estos supuestos incestuosos entraron en el seno de las más honorables, respetadas y poderosas familias se sangre real de Europa. Efectivamente, Pedro Luis y Juan Borgia se casaron, el uno después del otro, con una sobrina del católico Rey don Fernando; César, del mismo apellido, con la hermana del Rey de Navarra, pariente de Luis XII, célebre en los anales de la calumnia; Lucrecia, con el duque de Mantua, respetado y riquísimo, y el último hermano, Joffre, con una parienta del Rey de Nápoles. Se dice aún más, que el Papa es odiado por todos, y al mismo tiempo se admite que en todas partes pesaba su voluntad y se le obedecía. Le suponen dedicado a los placeres, y a renglón seguido nos ofrecen el relato de su vida laboriosísima, que organiza el Estado Pontificio; da la autonomía administrativa a la ciudad de Roma; fija las bases de la Reforma eclesiástica, que coinciden, en lo fundamental, con las resoluciones posteriores del Concilio de Trento; defiende los derechos territoriales de la Iglesia, ya que no puede impedir que el extranjero se apodere de Milán y Nápoles; interviene en la política internacional para mantener un equilibrio de fuerzas entre los invasores, equilibrio que permita al resto de Italia seguir disfrutando de su independencia. Se le acusa, sobre todo, de envenenar a sus enemigos y al príncipe Djem de Turquía, y no se nota siquiera, tanta es la ceguera histórica, que este último murió después de haber ido en pleno invierno a caballo desde Roma a Nápoles, en el séquito, y, virtualmente, prisionero de Carlos VIII, y que enfermó casi un mes después de haber salido de la reclusión vaticana; ni tampoco que las otras supuestas víctimas de la «cantarella» borgiana fueron amigos del Papa y sus constantes protegidos, mientras gozaron de buena salud sus peores enemigos[11].

La «Leyenda negra» borgiana recién ahora, luego de siglos de tinta (y más bien deberíamos decir lodo), comienza a ser analizada con mayor ecuanimidad. No sólo resultó la manipulación perfecta para hacer que el papado continuase siendo una factoría de los príncipes renacentistas, sino que fue la excusa ideal de los historiadores protestantes para lanzar la Reforma anhelada.

La faz humana del Pontífice que instauró la costumbre de rezar el Angelus tres veces al día quedó enturbiada, en­vuelta en esa maraña de intrigas y conflictos. Cualesquiera hayan sido sus concupiscencias y errores personales, no parece haber sido el peor de los pontífices renacentistas sino todo lo contrario. Como fuere, y aunque fuesen verdaderos todos los crí­menes que se le imputan, nadie ha indicado que este Papa faltara a la ortodoxia o que debilitara la Fe con doctrinas heréticas.

Y podrá haber sido un pecador, como todo cristiano, pero no un hereje ni un apóstata, cosa que resulta por demás milagroso y habla de la perennidad de la Iglesia a pesar de los hombres.

 

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

Mayo de 2015

 

 



[1] Ibídem, 34, 229.

[2] Ibídem, 33-34.

[3] Ibídem, 35-36.

[4] Ibídem, 304-305, 333. El mismo Ludwig von Pas­tor admite la diligencia de Alejandro VI en esta materia: «Con fecha 1 de junio de 1500 se expidió una Bula dirigida a toda la Cristiandad, pintando la furia terrible y cruel de los turcos contra los cristianos, y excitando a todos urgentemente a la común defensa (…) se declara la guerra en nombre de la Iglesia romana al enemigo hereditario de la Cristiandad» (Ludovico von Pastor, Historia de los Papas. En la época del Renacimiento desde la elección de Inocencio VIII hasta la muerte de Julio II, Gustavo Gili, Barcelona 1950, vol. VI, 33).

[5] «Inter coetera» (1era.) de Alejandro VI, del 3 de mayo de 1493; traducción extraída de America Pontificia primi saeculi evangelizationis, 1493-1592, J. Metzler, I, Vaticano 1991, 71-75. Ya hemos tocado el tema de la donación papal en otro lugar (Javier Olivera Ravasi, Que no te la cuenten, Buen Combate, Buenos Aires 2013, pp. 164 y ss.).

[6] Luis Weckmann, Las Bulas Alejandrinas de 1493 y la teoría política del Papado medieval. Estudio de la supremacía papal sobre las islas, 1091-1493 (citado por Doralicia Carmona, Memoria política de México, http://www.memoriapoliticademexico.org/Efemerides/5/04051493.html

[7] Orestes Ferrara, op. cit., 307.

[8] Ibídem, 111.

[9] Ibídem, 261.

[10]Ibídem, 262-263.

[11] Diario ABC de Madrid, 14/05/1958, p.3.