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3.09.18

"No hay curas homosexuales. Hay homosexuales curas". La pedofilia homosexual en la Iglesia. Sermón

Para oír el sermón, hacer clic AQUÍ

Durante el siglo VI, los bárbaros comenzaron a ingresar en la Iglesia, con sus bondades y sus vicios. El ite et docete se estaba dando; faltaba acristianarlos y hacer que el Evangelio empapara la vida de los hombres.

Durante el siglo X, llamado el siglo de hierro, las costumbres en la Iglesia se habían vuelto insostenibles en ciertos ambientes, incluso en el propio clero. Fue entonces cuando un hombre extraordinario, originario de Ravena, Italia, surgió como una luminaria feroz: San Pedro Damián, monje benedictino que llegó a ser cardenal de la Iglesia y martillo de herejes.

Por entonces, decía:

“Ha arraigado entre nosotros cierto vicio sumamente asqueroso y repugnante. Si no se lo extirpa cuanto antes con mano dura, está claro que la espada de la cólera divina asestará sus golpes, de un momento a otro, para la perdición de muchos (…). El pecado contra natura repta como un cangrejo hasta alcanzar a los sacerdotes[1].

 

La Iglesia necesitaba de una reforma. Y así lo hizo; con el tiempo, San Pedro Damián se convirtió incluso en doctor de la Iglesia.

 

*    *    *

 

Pero analicemos ahora brevemente lo que pasa en la actualidad.

En los últimos años y como una oleada devastadora que ahora sale de nuevo a la luz, varios casos de abusos sexuales han surgido entre los sacerdotes católicos. Y, con toda verdad, hay que denunciarlos y repudiar este pus de la Iglesia, sin negar la realidad.

Pero también, para mantenernos firmes y dignos, es necesario recordar ciertas  verdades que, por ser política o eclesialmente incorrectas, simplemente no se dicen.

Brevitatis causae enunciaremos sólo tres de ellas.

 

1) La homosexualidad ¿es una enfermedad o una perversión?

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1.09.18

Teodoro y su penitencia

Escrupulosos, jansenistas y carentes de ironía, abstenerse. Aviso.

 

Hay algo que no se dice (¡no se quiere decir!) y es que la inmensa mayoría de los casos de abusos sexuales cometidos por parte del clero, han sido obra de sodomitas empedernidos que, viendo un ambiente propicio en los seminarios, ingresaron a ellos como el zorro ingresa en el gallinero. 

Es decir, y para ser claros: no hay sacerdotes homosexuales, sino homosexuales que “trabajan” de sacerdotes. 

Esta es la primera y principal reflexión, con todas las putrefactas consecuencias que quieran sacarse, con perdón de la eufonía.

La segunda es similar a la primera y es que la pedofilia o efebofilia, lamentablemente no son cosa de hoy, ni en el mundo ni en la Iglesia sancta et meretrix[1], al mismo tiempo. Tanto es así que, en siglo de hierro (s. X), la plaga de la homosexualidad también había asolado a la Esposa de Cristo en su cara visible, como podemos leer en el siguiente resumen del “Liber gomorrhianus” de San Pedro Damián, obispo y doctor de la Iglesia.

La diferencia entre lo que sucedía antes y lo que sucede ahora es que, nadie justificaba el pecado; se pecaba y se pecaba fuerte; pero se sabía de la falta, no se promovía –por ello– al pecador.

A partir de todas estas reflexiones, se nos ocurrió compartir con los lectores el famoso romance español titulado “El cura y su penitencia”, interpretado por el inigualable Joaquín Díaz (por favor, óiganlo) para, luego, intentar una leve modificación para los tiempos que corren.

Que no te la cuenten…

P. Javier Olivera Ravasi

 

 

 

Teodoro y su penitencia 

Teodoro que dice Misa

en medio de Washington

se enamoró de un mocoso

desde que lo bautizó.

Mientras vivieron sus padres,

no lo pudo tocar, no.

Cuando murieron sus padres,

el joven solo quedó.

Un día del mes de mayo,

sin saberlo Viganó;

pasó por allí el mal cura, pasó por allí el traidor.

– Vente conmigo, Pepito;

Pepito del corazón.
Lo ha agarrado de la mano

y a su casa lo llevó.

Un día de Jueves Santo,

con el joven se acostó
la puso la mano al pecho,

y el cuerpo muerto quedó.

“– Obispos, obispos sados,

si queréis buen envión,

sacadme de aquí este niño,

donde no la vea Dios.

A la mañana siguiente,

a decir misa marchó
y al tiempo de alzar el cáliz,

del cielo bajó una voz.

– “Detente, traidor, detente;

detente padre traidor,
que no puedes decir misa,

ni consagrar al Señor”.

A la mañana siguiente,

para Roma se marchó
a que le confiese alguno

y le eche la absolución.

 

– Tranquilo, Teodor tranquilo,

que nadie te condenó,

y si nadie te condena

cómo he de hacerlo yo.

 

- Que te saquen el capelo,

que te quiten el reloj.

- Esa es mucha penitencia;

más chica la quiero yo.


– Que te reten un poquito

hasta que olviden de vos

– Esa es mucha penitencia;

más chica la quiero yo.


– Que te metan en un claustro

y que reces con ardor.

– Esa es mucha penitencia;   

más chica la quiero yo.

 

– Que te agarren entre cuatro

y que te partan en dos,

esa sí que es penitencia,

bien grande la quiero yo…

 

 

 

 

 



[1] Santa y prostituta al mismo tiempo. Santa por su fundador y prostituta por algunos de sus miembros.

 PD: si a ud. le consta la homosexualidad de algún sacerdote, no sea cómplice. Denúncielo con el obispo.


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