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3.07.19

"No nos pertenecemos" ¡Somos de Dios!

La cita, de san Pablo es más rica, por más extensa, de lo que he puesto en el título. Y -lo digo de intento, pues sirve exactamente para REZAR- reza así: ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no os pertenecéis? Porque habéis sido comprados a gran precio? (I Cor 6, 19-20).

Antes de seguir adelante, una aclaracion: escribo desde la Palabra de Dios y, en primer lugar, para los católicos de cualquier pelaje; pero más en particular para los que, reconociéndose como tales, quieren sacar adelante, seriamente y con fidelidad, su carácter y su vocación de hijos de Dios en su Iglesia; para los que, aunque estén bautizados desconocen ya lo que eso significa realmente; e incluso para aquellos que teniendo una práctica religiosa más que aceptable, no llegan al “compromiso vital” que eso supone, de tal manera que su vida de piedad va por un lado, y su vida real va por otro… y coinciden solo malamente, o por casualidad, o en algunas cosillas. Como diría aquel: “son muy liberales", por poner un poner.

Volvemos a san Pablo. Está exponiendo clarísimamente la primera VERDAD que, en el orden práctico, es decir, en el ORDEN MORAL, se le plantea a todo hombre, sea católico o no: el amor a Dios y, en el extremo opuesto, el pecado. Dos realidades -el misterium amoris de Dios Padre a nosotros, y el misterium iniquitatis, o sea, la respuesta malvada del hombre a Dios: el pecado-; las dos están ahí de modo patente e innegable, ciertamente; pero que, como lo dice el mismo Jesús, son de suyo absolutamente incompatibles: No podéis servir a dos señores.

Y aquí viene el tema que quería abordar, y que ya apunté en mi anterior post… pero dándole una nueva vuelta de tuerca: porque no podemos cohonestar con la ofensa a Dios ni con las estructuras de pecado: que las hay y fortísimas; más fuertes cuanto más débil se hace la misma Iglesia, empezando por su Jerarquía, evidentemente<, y también más fuertes cuanto más se descristianizan las conciencias y la misma sociedad, con todo lo que la compone. No podemos admitir nada de eso -nada que diga razón de pecado- en nuestra vida personal, ni en nuestra vida social o en la misma vida eclesial.

Y esto viene de lejos, de muy lejos si abrimos la Bíblia, pues, ya desde sus primerísimas líneas, se aborda frontalmente la problemática: Pondré enemistad entre tí y la mujer, entre tu descendencia y la suya, y esta te aplastarála cabeza 

Así habla Dios a la serpiente en presencia de Adán y Eva. Por tanto, así habla también Dios, y con las mismas palabras, a ellos y a su descendencia. Es decir: aquí se nos cita sin posibilidad moral de pretender no haber oído nada, o sin el escapismo de pretender meter la cabeza en un agujero, en plan avestruz: el Señor Dios se dirige a todos nosotros  y, por tanto, a esto se nos convoca. pondré enemistad… Es decir, y para que nos enteremos bien: estamos llamados vocacionalmente por Dios mismo a COMBATIR, en una lucha sobrenatural -a lo divino-, y con las armas que el mismo Jesús nos ha dejado: su Palabra y su Gracia, contra las asechanzas del demonio -sus pompas y sus obras, como se pronuncian los católicos en la Iglesia. Lo entendamos o no, lo queramos o no. Pero es Palabra de Dios: yo no me invento nada; por tanto, si alguien quiere discutir, que lo haga con Él, que “yo me llamo andana".

Pero todo esto, como cualquiera puede también entender, nos compromete y mucho. Ciertamente. No solo nos compromete: es que nos pide que seamos unos HÉROES, sin miedo -o con él, pero enfrentándolo y venciéndolo- a que nuestra vida como hijos de Dios y de su Iglesia, a veces, haya de ser realmente heroica, nos juguemos lo que nos juguemos, incluso la misma vida. Cierto también al cien por cien.

Exactamente esta ha sido la verdadera vida -la única y verdadera Historia- de la Iglesia Católica, desde sus inicios hasta hoy mismo.

Y esto no es nada extraordinario. La misma vida, a veces, nos pone en codiciones de ser auténticos héroes… en favor, por ejemplo de nuestros semejantes. Ahí están los ejemplos de tantas personas que han dado su vida por salvar las de otros: desde un policia en la playa de La Coruña, que se ahogó tratando de salvar a una persona en apuros; o los bomberos de Nueva York que, sabiendo que las Torres estaban condenadas y podían caer sobre ellos, entraron en ellas a salvar a todos los que pudieran: y perecieron.

Ni toods los policias estuvieron en esa tesitura, ni todos los bomberos en la otra. Pero a los que sí estuvieron o tuvieron que obedecer una orden, sí. Y lo asumieron.

En la vida católica, en nuestra condición de hijos de Dios, imitadores de Cristo y obedientes a su Espíritu Santo, sí se nos pide. A todos se nos pide, de parte de Dios mismo, esta disposición. Luego, las circunstancias de la vida hará que tenga que ejercitarse o no: pero hemos de estar dispuestos a ser los “héroes de Dios". Normalmente, en el ámbito de lo cotidiano: y ahí ser heroicamente fieles. Y otras veces en situaciones que, de suyo nos sobrepasan: son absolutamente extraordinarias; pero para las que tenemos toda la gracia de Dios, toda la fortaleza del mismo Cristo y toda la audacia del Espíritu Santo para ser mártires, si  falta hiciere. Desde la entrega total de los Apóstoles hasta el martirio de los católicos en Siria, en Irak o en la India, pasando por san Agustín, santo Tomás Moro, los cristeros o los miles ya de mártires beatificados de la guerra civil española.

Lo contrario, no es católico ni de católicos. Como la cobardía no es de hombres: hay hombres cobardes, pero esa no es la condición del hombre; como hay hombres corruptos y corruptores, pero esa no es la condición  del hombre; como los hay apóstatas y herejes, pero esa no es la condición del católico; como los hay que somos pecadores: pero no estamos hechos para el pecado sino para la santidad: este es el hombre NUEVO, redimido por Cristo y santificado por el Espíritu Santo.

Por tanto, la “ligereza” o la frivolidad a la hora de enfocar las cosas como católicos, no es católica. El enfoque católico de las cosas y de las situciones, es decir, de las resoluciones que hemos de tomar ante ellas para enfrentarlas como hijos de Dios, llamados a ser santos y a manifestarnos como tales, es tan seria…, que nos jugamos la vida eterna. Porque al Cielo van los santos. Y nadie más.

1.07.19

¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar?

Hoy día, en el mundo católico, hay un caos del patín. Es tan evidente que decirlo, para unos se ha convertido en un auténtico lugar común o, incluso, en una “boutade" que ya no significa nada. Para otros, seguimos con el escándalo farisaico porque, para los de esta banda, la verdad de lo que pasa en la Iglesia ya no se puede ni decir: ni se tolera ni se quiere saber.

Pero la verdad está ahí, tozuda, como le pasa siempre a la verdad. Incluso a la Verdad.

Hay otro grupo que va de católicos cien por cien, que despotrican contra todo lo que no se ajusta a lo que entienden por “lo católico"; y, desde ahí, también pontifican.

Pero la prueba del algodón de todo católico es exactamente “hasta dónde está dispuesto a llegar por su Fe, por la Doctrina, por la Iglesia y por Jesucristo". Es decir: por todo lo que, en este ámbito de realidad, no es suyo: es recibido de Dios.

Y me explico. Y espero que se me entienda.

He escrito “dispuestos a llegar” para que nadie se piense que voy por lo económico: para nada. Me refiero a lo que estamos dispuestos a entregar -a entregarnos, por más exactos- para ser fieles a nuestra vocación de hijos de Dios en su Iglesia. Para aclararnos: “tanto amamos cuanto estamos dispuestos a sacrificarnos por…”. Porque el amor verdadero es darse, entregarse. Y esto es aplicable a todo orden de cosas y personas, incluido Dios, Uno y Trino.

¿En la Iglesia Católica, dónde lo aprendemos? Ni más ni menos que en Nuestro Señor Jesucristo -en primerísimo lugar-, que nos amó hasta el fin. Ahí están el Jueves Santo y el Viernes Santo para todo el que quiera enterarse.

Y esta ha sido la constante en la bimilenaria vida de la Iglesia desde los mismos Apóstoles hasta nuestros días, pasando por los mártires de ayer y de hoy, que los ha habido, hay y habrá. De hecho, la Iglesia Católica ha fecundado el mundo y ha salvado alas almas de sí mismas y de todos los ambientes contrarios, precisamente con el testimonio fiel del amor, fuerte hasta la muerteque, por Cristo y en Cristo, ha regado todos los ambientes, todas las naciones y todas las culturas desde entonces. Insisto: hoy como ayer.

Así han amado tantos y tantos a Cristo, a su Iglesia y a su misma Fe: más que a su propia vida.

Y esto es lo que tantos y tantos, que van de buenos, ortodoxos, fieles…, al menos de primeras, ya no están dispuestos a asumir.

En la Iglesia Católica hemos condescendido tanto, tanto; hasta tal punto nos hemos creído que la Fe es cosa de boquilla -verbo et lingua- pero que no va más allá en los ámbitos que no son estrictamente “espirituales"; es decir: teóricos…

Porque en los temas “prácticos": me caso o no, tengo hijos o no, me dejo sobornar o no, dejo mi conciencia a la puerta o no, miento o no, robo o no, aborto o no, milito en tal partido político o no, voto esto o lo otro, pago impuestos, ayudo realmente al personal, me someto a las estructuras de pecado, me dedico a la anticoncepción, engaño en mi trabajo, pongo cuernos a quien corresponde…

En todo lo que es la vida real, ahí hago lo que me da la gana; y la Iglesia no me puede decir nada; y si pretende decírmelo, con no hacerle caso, pues eso… Y yo, tan católico como siempre, oiga.

O sea: ya tenemos incorporado en la vida práctica de los “buenos” lo mismo que define a los que van de herejes, modernos, a la contra, etc, O sea, los no católicos, aunque lo hayan sido. La composición de lugar es la misma.

¿Es esto lo que estamos viendo en los católicos de la China? ¿Y lo que hemos visto -y vemos aún- en los católicos de Irak? ¿O en África? ¿Es esto lo que aprendemos de Tomás Moro -que lo era todo ante su rey y sus conciudadanos-, de Juan Fisher y tantos mártires ingleses? ¿O los cristeros? ¿O los mártires de la guerra civil española, los últimos -un buen número de monjas- beatificados por mártires no hace ni dos semanas? ¿Han sido así todos los innumerables mártires de las sucesivas persecuciones dentro del Imperio Romano durante dos siglos?

Con estos ejemplos por delante, que nos interpelan a todos -profundamente y sin excusas posibles-, ¿podemos admitir como nivel de conciencia el “mal menor"; como criterio moral “es lo que hay"; y como nivel de compromiso y fidelidad lo de “no es mi problema"?

Lógicamente, es mucho más cómodo comprometerse con los plásticos; y pensar que así, y con mi defensa de los “principios” -que no sigo en mi vida real- sigo siendo más católico que nadie -caso de que aún pretenda mantener esa bandera levantada, precisamente cuando ya la he convertido en un trampantojo- que nadar contracorriente frente al entreguismo de las sociedades y de las gentes ante los poderes públicos y sus leyes?

Ahí está el divorcio, la anticoncepción, el aborto, la eutanasia, la corrupción de menores y de mayores, las leyes del mundillo, la corrupción y el latrocinio a mansalva perpetrado y perpetuado por los partidos políticos, la distadura del más fuerte -que siempre es el Estado- y de la partitocracia, el pisoteo salvaje de las instituciones intermedias, la destrucción del bien común y, por tanto, de la justicia, etc.

¿Ceder siempre y en todo es esto católico? ¿Y tragar como nunca? ¿Y colar un mosquito y tragarse un camello? ¿Y buscar la puerta estrecha, y lo del ojo de la aguja, porque ancho es el camino que lleva a la perdición? ¿Y lo de no podéis servir a dos señores? Mucho menos a tres o más, supongo; o al jefe de un partido, o de una banda. ¿Y lo de no entrarán en el Reino de los Cielos; o eso es única y exclusivamente para recordárselo a los demás? ¿Y lo de apartaos de Mí, malditos…?

Va a ser que no. Y habrá que hacérselo mirar: ahí están la dirección espiritual y la confesión, por ejemplo, y bien a mano; o mirarse uno mismo sus propias constantes católicas para ver en qué me estoy quedando, o en qué me he convertido ya…

¡Suerte, y al toro! Que el Señor nos espera siempre con todo cariño porque es un Padrazo.

Y que Dios reparta suerte.