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9.11.18

"Somos la generación que ha callado durante décadas" (Card. Cipriani. Lima)

Gracias a Dios, ya “llueve sobre mojado". Con estas palabras, que tienen el sabor de la denuncia y del “mea culpa", se ha despachado el señor cardenal de Lima (Perú), mons. Juan Luis: “Somos la generación que ha callado durante décadas". Y, conociéndole en persona, sé que no lo dice por decir, desde luego; al contrario: lo dice queriéndolo decir, expresa y prúblicamente, a los cuatro vientos. Y lo dice por todos: por él mismo y por sus hermanos de la Jerarquía eclesial, en Perú y en la Iglesia universal. 

Es una pena que lo diga ahora, a estas alturas de su trayectoria, que ha sido y es brillante. Solo le he visto un “borrón": las gruesas acusaciones públicas contra cuatro hermanos suyos de capelo, los cuatro cardenales de las “dudas", sobre la AL, cuando lo que pretendieron hacer -porque es lo que hicieron- esos hermanos suyos fue, precisamente, dejar de callar. Y Cipriani, con sus declaraciones, quiso “callarlos” no tanto en ellos que ya había hablado, como en los demás miembros de la Jerarquía y, sobre todo, en las gentes de a pié que podían sentirse más que impresionadas por lo que estaba pasando; y sigue pasando: un silencio de décadas. Lo dice el mismo cardenal. Una pena aquello. Aunque ya se sabe que “el mejor escribano echa un borón".

Pero hay que decirlo claramente y lo hago: en primer lugar y como primera intención, lo hace para denunciar la presencia activa del demonio en medio del mundo y en medio de la Iglesia. Pero, necesariamente, hay que juntar las dos cosas: acción del demonio y silencio ominoso, culpable y, en el fondo, casi “incomprensible” de los Pastores, si no fuera tan dramáticamente real y evidente: sin el “dejar hacer silente” de los pastores mudos, sin los “reconvertidos” en mercenarios, el demonio no hubiese podido hacer el estrago que ha hecho y sigue haciendo, ni mucho menos campar a sus anchas.

Un miembro más de la Jerarquía Católica, por tanto, esta vez también desde Hispanoamérica, que se manifiesta en este sentido. Desde aquel “hemos defraudado” a este “hemos callado". Y no por un día, o por un mes: “durante décadas". ¡Que ya es callar!

¿Cómo lo habrán soportado? Es también otra buena pregunta que solo se les puede hacer a los que lo han protagonizado, porque solo ellos la pueden contestar con verdad. Y la contestación no es “pedir perdón", “lo sentimos", “hemos defraudado", etc. Ni mucho menos: esas expresiones pueden ser perfectametne “lágrimas de cocodrilo", y un seguir “quedando bien” con el personal: ellos sabrán también con qué personal

Pero, ciertamente, tal postura les honra: al fin y al cabo “mas vale tarde que nunca". Al contrario de los que siguen callados o mudos; eso sí: “babeando” con la progrez eclesial y política de uso corriente y legal. Y así estamos y seguimos, con las consecuencias que eso tiene. Una pena y una desgracia de máximo calibre.

No digamos de los que siguen como meros “expectadores", y así lo narran en el ocaso de su trayectoria pastoral: “los jóvenes ya no consideran a la Iglesia significativa para su existencia". Palabras pronunciadas en la UPSA, no hace muchos días: más bien pocos. ¡Que ya tiene la Iglesia que haber “desaparecido” -no “en salida", sino “a escape", como se decía antes- y haber fracasado rotundamente -habiendo participado activa y a conciencia en el desaguisado- como tal Iglesia, para llegar a no significar ya nada relevante para ellos.

La gran pregunta es: ¿HAY REMEDIO?

En el fondo, es la ÚNICA pregunta verdaderamente importante. Pero la respuesta no es fácil, a mi modo de ver, porque la veo y entiendo sin una respuesta clara, o en dos horizontes distintos y, sin  duda, contrapuestos: “SÍ” y “NO MUCHO". El “NO” rotundo no lo considero: porque soy sacerdote, no sociólogo.

Y voy a intentar explicarme.

La primera respuesta es “SI". Por supuesto. Nos bastaría considerar que el mismo Cristo lo dijo: Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Más aquellas otras palabras tan consoladoras y tan necesarias para sus hiojs en su Iglesia a día de hoy:  Las puertas del infierno no prevalecerán.

Pero, ¿basta esto? ¿"Nos” basta con esto? Si queremos dejar solo al Señor y que Él se apañe, porque Él sabrá y podrá…, nos basta. Si no, no.

Por eso NO NOS BASTA: algo nos toca a nosotros, y de modo “decisivo".

¿El qué? ¿Cuál es nuestro papel -me pongo en la piel de los cristianos corrientes- en esta situaciión que es realmente trágica? Y que conste que no pretendo cargar las tintas.

En primer lugar querer encarnar ese resto de Israel que, a pesar de los pesares, siempre se ha guardado el Señor para sí, y con los que ha vuelto a empezar una y otra vez a lo largo de casi mil años. Pero lo ha podido hacer -le ha salido bien- porque los “escogidos” por Él han querido ser fieles a esa “elección divina".

El papa san Juan Pablo II, en su Novo millenio ineunte veía así a la Iglesia en un futuro no lejano: como un pusillus grex -un “pequeño rebaño” amado por el Señor- en manos de Cristo, fieles, a contracorriente. Y, desde ahí, reconstruir “SU” Iglesia, su Esposa. Si queremos.

La palabra clave es ¡FIELES! Así nos quiere nuestro Padre Dios, y así nos puede “usar". De otro modo, en absoluto: acrecentaríamos el número de los que siguen gritando: “¡No queremos que este reine sobre nosotros!“, para acabar gritando, porque a eso se llega necesariamente: ¡A ese, crucifícale, crucifícale!

¿Y para ser fieles? 

Lo primero: DOCTRINA. Lo de la “fe de carbonero” hay que borrarlo del diccionario. Y aquí es donde veo más “pegas". Porque la doctrina nos viene -nos debe venir- de quien supuestamente la tiene, la debe tener. Y este es el primer momento de pesimismo con el que tropiezo, porque el primer déficit está en quien debería darla. volvemos a la Jerarquía. ¿Cómo van a creer si nadie les predica? señala acertadísimamente san Pablo, poniendo el dedo en la llaga.

Pero siempre tenemos dónde beber, porque las fuentes no se han secado: tenemos la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento; a poder ser en ediciones anteriores al CV II, porque las de después son muy deficientes; y mientras no se corrijan, mejor obviarlas. Tenemos el Catecismo de la Iglesia Católica; y, por supuesto, los anteriores Catecismos incluso los más elementales: imprescindibles y necesarios. Tenemos el Magisterio perenne de la Iglesia, y no solo el de después del CV II. Sin permitir que las “novedades” nos arrebaten “lo de siempre".

Lo segundo: SACRAMENTOS. Con la Confesión y la Comunión frecuentes, semanales como mínimo, aprovechando el precepto dominical. Pero aquí volvemos a “necesitar” a la Jerarquía, pues nadie que no sea sacerdote puede ponerse a confesar o a decir la Santa Misa. Pero, ¿podemos fiarnos a estas alturas? Otro de los grandes interrogantes. Porque, en muchos casos, simplemente no podemos porque ni se ponen a ello. Y, a la vez, en muchos casos, es mejor que no se pongan.

Por último, la PIEDAD PERSONAL, recuperando -a nivel personal, a nivel familiar, a nivel escolar, a nivel parroquial- todas las devociones que hemos vivido en la Iglesia Católica, porque las necesitamos todas. Acudir y recuperar los viejos DEVOCIONARIOS, hoy más imprescindibles que nunca, dada la falta de las prácticas de piedad en tanta gente.

Y ¡pedir, pedir, pedir…! Al Señor Jesús, a la Virgen y a san José que acabe este tiempo de prueba que se lleva tantas almas.