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20.04.16

Jesús siempre nos da seguridad. II

¿Por qué actúa Jesús así en el discurso más importante de su predicación, precisamente cuando nos revela -en favor nuestro- su misterio más íntimo, el misterio eucarístico? Y, al comprobar que no lo admiten, que se cierran a su Palabra, ¿por qué insiste en lo mismo, en lugar de “explicarse"?

¿Acaso le importa más la “VERDAD” -"abstracta", como algunos dentro de la misma Iglesia, la descalifican, y “usada como piedras para ser arrojadas” (incomprensibles palabras, la verdad)- que las mismas personas a las que se dirige? ¿Por qué, en este caso -el caso más importante, a mi entender- no se “abaja” -Él, la humildad personificada, la misericordia en estado puro- al nivel de las gentes, que ve que le están rechazando y se le van a ir?

Si Jesús actúa así es porque está haciendo BIEN: como decían las gentes con admiración y asombro en tantas ocasiones, omnia bene fecit: todo lo ha hecho bien (Mc 7, 37). Y si está haciendo el bien “enrocándose” en la VERDAD es porque la verdad -toda verdad y toda la verdad: “la verdad completa"- es el bien del hombre. De ahí que llevarle a ella -enseñársela-, es la mejor y la más grande caridad. No cabe otra interpretación que salve que solo Dios es bueno (Mc 10, 18). Por tanto, es la única valoración que nos sirve, porque es la única verdadera, justa y buena, porque está fundada en Dios: no en nosotros. Eso por lo que mira a lo que Jesús nos enseña.

Pero hay otra razón mucho más importante porque es absolutamente divina: divina en sí misma. y la expresa Jesús, en la Última Cena, con las siguientes palabras: Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en Mí es el que realiza las obras. (…) Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, (…) La palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado (Jn 14, 10-24).

Jesús no puede ceder porque “no es el dueño” de la Palabra de Dios, su Padre. Y, por tanto, solo puede “hablar” la Palabra que su Padre le ha entregado. Por lo mismo, la Iglesia, y al frente la Jerarquía, solo puede hablar las palabras de Jesús: El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que Yo os he dicho  (Jn 14, 26).

Así actúa Jesús: Siempre nos da seguridad. Todo en Él tiene esta cuallidad. La misma que nos exige a nosotros: Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí; no, no’: que lo que pasa de aquí viene delMaligno (Mt 5, 37).

Por tanto, ¿cómo actúa la Iglesia por boca de sus Pastores, empezando por Pedro? Pues actúa exactamente igual, como buena “Hija” de tan buen Padre y Maestro: no teniendo la doctrina como dueña y señora, sino sujetándose a lo dicho por Jesús y enseñado por el Espíritu Santo. Dándonos por tanto siempre SEGURIDAD; y, con ella, PAZ. Vamos a verlo.

La Iglesia echa a andar el día de Pentecostés. Sale Padro a la cabeza frente a la multitud congregada ante el cenáculo y, ¿qué les predica? La verdad más inmediata a aquellas gentes:  A Jesús, el Nazareo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales, (…) a este… vosotros lo matasteis clavándolo en la cruz por mano de los impíos; a este, pues, Dios le resucitó, (…); de lo cual todos nosotros somos testigos (Hch 2, 22-32). 

Aquella gente, que estaba al cabo de la calle de lo que habían visto, gritado y oído cincuenta días atrás; que estaban sobre ascuas -era la comidilla de Jerusalén- con lo del sepulcro vacío, y no digamos con los rumores y comentarios -solapados o abiertos- sobre posibles apariciones…; los Apóstoles no les pueden venir con milongas: solo con la VERDAD; en caso contrario, los rechazarían, y rechazarían cualquier otra cosa que les dijesen, pretendiendo darles gato por liebre.

¿Y qué contestan cuando se dan de bruces con la realidad de lo que han hecho -engañados o no, personalmente conscientes o dejándose llevar- con lo que ha pasado, con lo que está pasando, con todos aquellos sucesos de los han sido testigos y protagonistas?

Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás Apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” Pedro les contestó: “Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” (…). “Salvaos de esta generación perversa". Y, de una tacada, aquel día se bautizaron unos 3000 de los que oyeron.

Los Apóstoles han recibido el mandato de Jesús de predicar y de ir por todo el mundo -ut eatis!-, y lo hacen. ¿Y cuándo les prohiben predicar en nombre de Jesús? Tienen respuesta: ni enmudecen, ni atemperan, ni esconden, ni tergiversan… No pueden: Juzgad vosotros si hemos de obedeceros a vosotros antes que a Dios. ¿Y cuando les dan un buen “repasillo” para que dejen de hablar de Jesús? Ellos…, estaban gozosos por haber sido hallados dignos de poder sufrir por Jesús.

Y lo mismo Pablo: Yo solo predico a Cristo, y a Este crucificado: locura para los gentiles, y escándalo para los judíos. Constata exactamente eso: lo ve clarísimo. Pero no se apea. Y explica las cosas, incluso distinguiendo perfectamente entre lo recibido del Señor, y lo que dice él, tal como lo entiende, habiendo sido enseñado directamente por Jesús: Mandato tengo recibido del Señor… // No el Señor, sino yo os digo: ¡ojalá fuerais todos como yo!

¿Y la Iglesia como tal, cómo actúa con toda la Jerarquía reunida? En el primer Concilio de su historia, el de Jerusalén, al plantearse el primer “problema” doctrinal y moral en el seno de los fieles, se reúnen, dialogan entre ellos, y escriben a sus ovejas las resoluciones, con un convencimiento y un lenguaje que, a la vuelta de dos mil años, sigue maravillando: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros… 

y Juan, y Santiago,… y san Agustín, y Santo Tomás, y santa Catalina de Siena,… y Pablo VI, y san Juan Pablo II, y Bendicto XVI… Es el hacer de la Iglesia, con sus Pastores al frente: fieles a la Palabra recibida -al Verbo hecho Carne-, Palabra que ha de custodiar, transmitir, enseñar y, antes que cualquier otra cosa, palabra que ha de VIVIR: hacer “carne", suya y nuestra.

Esta es la santidad de la Iglesia, y la de sus hijos. Su Fe. Y la Iglesia, con sus Pastores a la cabeza, ha de ser fiel a este “modus operandi": testigos todos, hasta el fin del mundo y hasta el último confín de la tierra.

No puede obrar de otra manera si quiere ser “SU” Iglesia -la de Cristo- y quiere seguir siendo “LA” Iglesia: la única y, por tanto, la verdadera. Las situaciones “nuevas” que se van creando en medio de los hombres -anticoncepción, corrupción, fecundación in vitro, homosxualidad, deconstrucción de la parsonas y de sus obras plenamente humanas, etc-, ha de iluminarlas y resolverlas con el depositum fidei, enmarcado en la Tradición, y defendido por el Derecho, de donde la Iglesia siempre saca lo nuevo y lo viejo.

Otro modo de proceder no le compete. Es que “no se siente autorizada para obrar de otra manera". Es más: tantas veces no tendrá otra “razón” que aducir más que esta: “no se siente autorizada". O, incluso, tener la humildad de aceptar que, “a día de hoy, no hemos encontrado una ’solución’: seguiremos estudiando el tema. Nunca tirar por el camino de enmedio, y menos sin saber dónde lleva. Y nunca ir más allá de donde debe y puede.

Seguiremos rezando. Y hablando.

19.04.16

Jesús siempre nos da seguridad. I

Cuando uno lee la Escritura Santa -Antiguo y Nuevo Testamento-, lo más inmediato que se “siente” en lo más íntimo de uno mismo, es que todo eso es VERDAD. Y la certeza de “estar” y “tener” la verdad engendra, necesariamente, SEGURIDAD. Porque estamos hechos para poseer la verdad, que es el primer bien de la persona humana.

Remitiéndonos al NuevoTestamento, vemos cómo Jesús, al hablarnos -al hablar a las gentes: “hoy” a nosotros- nunca deja nada como inacabado, como no conclusivo, de modo que pueda ser causa de incertidumbre, o de duda o, no digamos, de error. Incluso cuando sabe que su auditorio no le está entendiendo y, en consecuencia, “se le va a ir", Él insiste en su enseñanza porque lo que les pide no es que “entiendan": les pide FE.  Jesús nunca ha dicho: “el que entienda se salvará; el que no entienda se condenará", sino el que crea se salvará, el que no crea se condenará. Si no le creen, si no quieren creerle, no les va a dar ninguna explicación. Y, de hecho, no se la da. San Agustín hizo una síntesis perfecta de los dos términos: “Creo para entender; entiendo para creer”

Me refiero, en concreto, a su discurso sobre la Eucaristía. Después de aquella multiplicación de panes y de peces -con la que se sacieron más de cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños-, las gentes le buscan para hacerle rey. Y Jesús, ante la multitud que se ha vuelto a congregar ante Él en la sinagoga de Cafarnaúm, cree llegado el momento de revelarles lo más excelso que viene a darnos: a Él mismo, bajo las especies sacramentales.

Nos lo narra san Juan en el capítulo VI de su Evangelio, que voy a resumir. En verdad, en vardad ps digo: vosotros me buscáis, … porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre. (…)

     Ellos le dijeron: ¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios? Jesús les respondió: “La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado". (…) “Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer“.

     Jesús les respondió: “En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo: porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo".

     Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan".

Hasta aquí las cosas parece que van bien; o mejor: parece que van sobre ruedas. Esa petición de la gente: danos siempre de ese pan dan esa impresión. Y se anima Jesús a llevarles “a la verdad completa“: que para eso ha venido, y para eso da su Vida por nosotros.

Les dijo Jesús: Yo soy el pan de la vida. El que venga a Mí, no tendrá hambre, y el que crea en Mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. (…) Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que Yo le resucite el último día".

Y aquí se acaba todo el aparente “encantamiento". Los judíos murmuraban de Él, porque había dicho: “Yo soy el pan que ha bajado del cielo” (…)

Jesús, que no les deja a solas con su “escandalosa espantada", porque la obra de Dios es que crean, les respondió: “No murmuréis entre vosotros. (…) Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. (…) Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que Yo le voy a dar, es mi carne para la vida del mundo".

Ellos, se cierran -y se ciegan- a sus palabras, de modo que discutían entre sí los judíos, y decían: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?".

Jesús, que no les resuelve el interrogante, sino que les insiste en la Verdad, les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y Yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y Yo en él. (…)

     Muchos de sus discípulos, al oirle, dijeron: “Es duro este lenguaje, ¿Quién puede escucharlo?". (…)

     Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él.

He escrito lo que me ha parecido más importante, manteniendo lo esencial del discurso del Señor; más bien un diálogo, porque lo es en verdad. Un diálogo en el que Jesús no “rebaja” la verdad de su anuncio, ni lo adecúa tampoco a la falta de entendederas del personal, sino que se mantiene, erre que erre, en sus trece: Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre no morirá para siempre, sino que Yo le resucitaré el último día.

Da la impresión que este diálogo en la sinagoga de Cafarnaúm es la escenificación de uno de los fracasos más rotundos de Jesús. El siguiente en magnitud será ya el ¡Crucifícale, crucifícale! y todo lo que trajo consigo.

Desde una perspectiva buscadamente superficial se le podría achacar a Jesús -hay quien lo hace, en este o en otros temas- una gran e “inaceptable” cerrazón de corazón -un Corazón, que no tendrá ningún inconveniente en dejárselo traspasar por amor nuestro-; pues, ante la falta de “entendimiento” de las gentes que le oían, no se aviene a explicarles cómo lo va a resolver -lo resolverá en la ültima Cena, el Jueves Santo, con los suyos mediante el pan y el vino consagrados-, sino que les insiste en lo que se resisten a creer y, por tanto, a admitir: que hay que comer su carne y que hay que beber su sangre si uno quiere vivir en, por y con Jesucristo -o sea, “en cristiano"-, y salvarse.

Hay quien diría que esta actitud de Jesús es “muy poco cristiana", según los estándares de “cristianidad” al uso. Bueno, al uso, no, porque de momento están solo los intentos; o los “usos” están solo en sus comienzos y no han cristalizado aún. ¿Llegarán a instalarse, de hoz y de coz en la Santa Madre Iglesia?

Seguiremos, que quedan todavía cosas por considerar.

16.04.16

"La Iglesia no condena a nadie para siempre"

Se topa uno (hablo por mí) con una afirmación de este calibre: “la Iglesia no condena a nadie para siempre” (mons. Osoro dixit, aunque me parece que la autoría no es suya); y, la verdad, no sabe uno a qué carta quedarse. Y me explico.

Llevo 37 años de sacerdote y, ni durante mis años de formación, ni luego como tal, me había topado con semejante machada. Casi todos estos años los he vivido bajo los pontificados de san Juan Pablo II y Bendicto XVI, el Papa emérito, Y nunca se les había ocurrido decir una cosa así.

En primer lugar, porque es obvia: la misión de la Iglesia Católica es SALVAR -la misma misión que Cristo le confió-; y así, a la Iglesia, se la ha llamado con total precisión y certeza, “sacramento de salvación”. Y en segundo lugar, porque re-afirmar lo obvio no tiene ningún sentido…, a no ser que detrás haya una sibilina y ¿traicionera, retorcida? intención o intencionalidad.

¿Por qué lo digo? Porque es preciso preguntarse qué hay detrás de semejantes aseveraciones; máxime cuando no son las únicas, sino que parece que se está “institucionalizando” esta forma de ¿enseñar? en el seno de la Iglesia.

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11.04.16

Sí no te gustan mis principios, tengo otros.

Estoy leyendo -despacito, como se nos ha recomendado- la exhortación papal “Amoris laetitia“.: A la vez he leído y escuchado distintas opiniones que me han dejado “perplejo” (lo digo en honor del Sr. Presidente de la CEE).

Me explico. Unos escriben que la exhortación apostólica “permite el acceso a la Comunión a los católicos vueltos a casar por lo civil". Exactamente lo mismo que pregonaban, interesadamente y a todo volumen, antes, durante y después de los sínodos de los obispos sobre la familia.

Otros -en concreto InfoCatólica- escriben exactamente lo contrario: “después de leer la exhortación, podemos afirmar que no hay ni una sola palabra a favor de la Comunión a los católicos divorciados y vueltos a casar por lo civil".

Evidentemente, y por el principio de “no contradicción", las dos afirmaciones no pueden ser verdad a la vez; y, por lo tanto, una de ellas es una desaforada e impresentable mentira; aunque ahora no voy a entrar ahí: tiempo habrá.

Pero de esta disparidad surge una pregunta necesaria e, incluso, obligada: ¿cómo es posible que un texto que se quiere “magisterial", y sobre dos temas tan importantes como son el Sacramento del Matrimonio y el Sacramento de la Eucaristía -vitales los dos para la Iglesia misma y para la sociedad de la que la Iglesia es el “alma"-, puede dar lugar a dos visiones tan contrarias?

Dicho de otro modo: ¿cómo se puede reafirmar -en un mismo documento magisterial- la doctrina de siempre sobre el Matrimonio y la Familia -y lo mismo sobre la Eucaristía- para decir a continuación que, en base a una supuesta nueva “pastoral” -por muy personalizada que se pretenda por parte de los mismos obispos o de quienes estos deleguen-, esa doctrina no se va a seguir, no se va a aplicar, sino que se va a obviar y a contravenir?

Es decir: ¿lo que se pretende es que, en estos dos temas tan esenciales, y promovido por la misma Iglesia Católica, la “praxis” va a estar por encima -y en contra- de la “verdad”

¿A qué suena esto? Mejor dicho, ¿qué es todo esto? Pues, exactamente, lo que proponían -y viven desde hace decenios- las mal llamadas “teologías de la liberación", que propugnan precisamente esto: la “ortopraxis” por encima y en contra de la “ortodoxia". Y esto, después de la descalificación eclesial de esas “teologías” -Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, con el visto bueno de san Juan Pablo II-, ¿desde un documento “magisterial"? 

Es lo mismo que hacen los anglicanos, los luteranos, los evangélicos y otras yerbas con el tema del “sacerdocio” famenino, de los “matrimonios” homosexs, etc.: “hacer de su capa un sayo". ¿Se pretende, entonces, establecer un punto y aparte -no un punto y seguido- en la vida de la Iglesia Católica? ¿Es esto?

Escribe san Cipriano, obispo y mártir: “Dios nos contempla, Cristo y sus ángeles nos miran, mientras luchamos por la Fe. Qué dignidad tan grande, qué felicidad tan plena es luchar bajo la mirada de Dios y ser coronados por Cristo. Revistámonos de fuerza, hermanos amadísimos, y preparémonos para la lucha con un espíritu incorrupto, con una fe sincera, con una total entrega. (…) El Apóstol nos indica cómo debemos revestirnos y prepararnos, cuando dice: Abrochaos el cinturón de la verdad, por coraza poneos la justicia; bien calzados para estar dispuestos a anunciar el Evangelio de la paz. Y, por supuesto, tened embrazado el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del Malo. Tomad por casco la salvación y por espada la del Espíritu, es decir, la Palabra de Dios“.

“Abrochaos el cinturón de la verdad". Lo primero, en la Iglesia, es Cristo, "camino, verdad y vida”. La Iglesia no predica ni defiende más que la verdad: la de Dios -y Cristo es la encarnación de esa Verdad-, la del hombre y la del mundo. Y a partir de ahí -de la verdad de la Fe, de la verdad de la Doctrina, de la verdad del Derecho, de la verdad del Magisterio y de la verdad de la Tradición-, la Iglesia “monta” la Pastoral, que ha de estar -para ser digna de ese nombre, y para responder a su finalidad-, al servicio de la verdad completa de la persona humana, de su dignidad de hijo de Dios: todo en orden a su felicidad y a su salvación. Y nunca dejarle vendido -a los mercenarios, a los lobos- “en una situación objetiva de pecado".

Y san Justino, en su primera Apología, escribe:A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no viven como Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estos alimentos como si fueran pan común o una bebida ordinaria; sino que, así como Cristo, nuestro Salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se aleimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús que se encarnó". Palabras que se comentan por sí mismas, y que dejan meridianamente clara la verdad de la Eucaristía y las condiciones para su recepción.

¿Puede un documento magisterial pasar por alto lo que han creído -y vivido- siempre la Iglesia y sus hijos? ¿Se pueden dejar “abiertos” los dos puntos esenciales de la vida de la Iglesia hasta el punto de que cada uno en particular -los propios católicos divorciados y recasados, “según su conciencia” desligada de cualquier norma moral- y que en cada diócesis en general -según una diligente, perspicaz y personalizada atención pastoral: ¡qué ironía, o qué pantomima!-, se haga lo que se quiera, porque no hay más referencia que la pastoral “de inserción” de quien está fuera porque ha querido situarse fuera?

¿Una conciencia que reconoce que está en “una situación objetiva de pecado grave” puede, “subjetivamente", ir a comulgar, incluso aunque se le haya “aconsejado” eso precisamente dentro de la misma Iglesia?

Seguiremos, porque aquí, como dije hace bastantes meses, tras esta exhortación apostólica, va a haber un antes y un después en la vida de la Iglesia.

Lo que no sé es hacia dónde. Pero me lo temo.

5.04.16

La Conferencia Episcopal Peruana (y otras parecidas)

Hace unos días el obispo de Arequipa publicaba para sus fieles una nota con motivo de las próximas elecciones en el país. Decía -rotundo- que votar a favor del aborto y del “matrimonio” homosexual era un pecado “mortal".

Le faltó tiempo a la CEP (Conferencia Episcopal Peruana) para salir al paso de tamaño “atrevimiento” por parte de dicho obispo, hermano suyo en el episcopado, por cierto. Y quiseron desautorizarlo remitiéndose a una nota anterior de la susodicha Conferencia, en la que daban una lista de líneas de conciencia que debían seguir los ciudadanos a la hora de emitir su voto: hacerlo en conciencia, optar por candidatos que defiendiesen la vida, el bien común y el bien social, que no estuviesen salpicados de corrupción, etc.

Es decir: señalan lo mismo que el señor obispo, hermano suyo; pero, eso sí, obvian la palabra “pecado”. Han hecho de la pusilanimidad su “modus docendi” -si a eso, tal como están las cosas, se le puede llamar “enseñar"-, y su “modus vivendi": “calladitos estáis mejor”, que es lo que les dice la progrez a los obispos, un día sí y otro también. Y ellos, a callar: ni molestar, ni molestarse: ¿para qué?.

Claro que por lo menos han hablado; y lo que han dicho, aún siendo tan “cortito", tan “apocadito", tan “nadita", por lo menos es algo. En España, y con el mismo motivo -las elecciones-, nuestros obispos en comandita bajo el paraguas de la CEE, ni se molestaron en decir nada. Sólo dos o tres, a título particular -como ha hecho valientemente el de Arequipa, en defensa del vivir “en católico” de sus “ovejas”-, dijeron públicamente que un católico, en conciencia, no podía votar a ningno de los partidos políticos al uso en nuestro país.

Por cierto, “no poder votar en conciencia” para un católico significa, exactamente, que si se vota en contra de la propia conciencia, formada rectamente en la Fe y en la Doctrina católicas, es un pecado grave; o sea, un pecado mortal.

¿Por qué? Porque es amparar con el propio voto -es decir, con la propia colaboración directa- el aborto, el divorcio, la eutanasia, el “matrimonio imposible", el desmadre social, la corrupción en general y de las conciencias en particular, etc.

Y ya que estamos con las Conferencias Episcopales: en mi opinión, han sido un intento bienintencionado -por parte de la Iglesia- de fomentar la colegialidad y la comunión entre los obispos. Había motivos, para montarlas. Pero, desgraciadamente, y los ejemplos traídos a colación -la peruana y la española, más otros muchos casos que podrían aducirse- son un ejemplo palpable de que el intento ha fracasado. Y habrá que replantearse el asunto por quien corresponda, pues es muy grave.

En la mayoría de los casos -las excepciones de obispos que hablan en nombre propio, aun cuando la Conferencia de la que forman parte haya dicho lo que haya dicho, son muy, muy minoritarias-, se han convertido en un rebajar todo lo rebajable -y también lo no rebajable- en orden y finalidad de un “consenso” que ha de ser necesariamente de mínimos. Y, necesariamente, no “cubre” ni “soluciona” ningún problema “real” de ninguna Diócesis.

Bajo ese “consenso” se refugian mediocridades episcopales, ausencias, dejación de deberes, irresponsabilidad personal en el gobierno de las diócesis…, cuando no abandono de las ovejas, “dejando el futuro de los españoles” en manos de los políticos y de los partidos. Más claro no lo pudieron decir Blázquez ni Sebastián: yo me limito a reproducirlo.

Por cierto, que cuando se crearon las Conferencias Episcopales, lo primero que dejó claro el Vaticano fue que la responsabilidad del gobierno de las Diócesis seguía siendo deber exclusivo de sus titulares, los obispos.

Me da que a muchos se les ha olvidado, o esa parte no la leyeron. Las prisas, ya saben.