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15.05.16

Ahora, las "diaconisas"

Por si faltaba algún palo por tocar -a este paso, seguro que faltan-, ahora le toca el turno a las “diaconisas". Y las que ya se ven -o ya las ven- vestiditas muy monas con su alzacuellos y todo -algo así como el espectáculo que han montado los anglicanos con sus diáconas, sacerdotas y obispas; modelo, por cierto, cada vez más “inspirador” para los demoledores de la Iglesia Católica- están aplaudiendo hasta con las orejas. ¡Qué pena!

Vamos a entrarle al tema, pero con la Palabra de Dios por delante: no con los “inventos” de la “no iglesia". Y nos vamos a los Hechos de los Apóstoles, escrito por san Lucas, el mismo autor del tercer Evangelio.

De las “diaconisas", por concretar, solo se las nombra: san Pablo; y nunca se les refiere función eclesial alguna, que yo recuerde. De los “diáconos” se nos narra con detalle su “institución y funciones". Vamos a verlo a continuación.

Exactamente, ¿a qué respondió la elección de los siete primeros diáconos de la historia y la vida de la Iglesia? Los Hechos nos responden: En aquellos días, al crecer el número de los discípulos, se levantó una queja de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas estaban desatendidas en la asistencia diaria. Los Doce convocaron a la multitud de los discípulos y les dijeron:

-No es conveniente que nosotros abandonemos la Palabra de Dios para servir las mesas. Escoged, hermanos, de entre vosotros a siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, a los que designemos para este servicio. Y añadieron: Mientras, nosotros nos dedicaremos asiduamente a la oración y al ministerio de la Palabra.

La propuesta agradó a toda la asamblea y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe,… Los presentaron ante los Apóstoles y orando les impusieron las manos (6, 1-6). Esteban será mártir, mientras Saulo aprobaba su muerte; y Felipe predicará en Samaría, y bautizará al eunuco de Candace, la reina de Etiopía. Y ya no hay más noticia revelada de los diáconos en la primerísima Iglesia.

¿Por qué en la Iglesia se dejó relativamente pronto el cargo de “diaconisa"? En cuanto el cargo de “diácono” pasó a ser “ministerio ordenado", y no solo de “servicio a las mesas” como nació; y, más tarde y para algunos de ellos, paso previo para ser ordenados “sacerdotes“. Como ese no podía ser camino para las mujeres en la Iglesia -esto lo tuvo clarísimo la Iglesia desde el primer minuto de su vida e historia-, se dejaron las “diaconisas", fuese cual fuese su verdadera función en la primera Iglesia; porque ha fluctuado mucho de unos sitios a otros.

Por ejemplo, en unos sitios no se las ordenaba, solo se las bendecía; en otros parece que sí había una ordenación. Siempre se trataba de señoras mayores -de 60 años o más-, y de probada virtud. Y un Concilio mandó que las que habían sido “ordenadas” se las redugera a fieles “normales". Siempre estaban para hacer los servicios a otras mujeres, pues no sería decoroso que lo hiciesen los varones; por ejemplo en la atención de pobres y enfermas, o en el bautizo de señoras por inmersión. Su “institución” nunca fue generalizada en la Iglesia: hubo sitios y sitios.

La mujer en la Iglesia Católica nunca ha necesitado ser “diaconisa” para ser lo que es y lo que tiene que ser: santa. Lo mismo que los hombres y como todos en la Iglesia, por cierto. Y la santidad, en la Iglesia, no es un problema de función o cargo, sino es una cuestión personal: de amor de Dios, de corresponder personalmente al Misterio del Amor de Dios por nosotros.

De hecho, en la Iglesia Católica, no hay más que una categoría o naturaleza: la de HIJOS DE DIOS. Y no hay más que una vocación: la SANTIDAD. Todos hechos hijos de Dios por la Gracia del Bautismo, y todos llamados a la santidad, por esa misma Gracia.

Hay “cargos", que son siempre cargas, porque hay diferentes SERVICIOS que atender o cubrir. El primero, instituido por Jesucristo, el sacerdocio: porque sin sacerdotes no hay Eucaristía, y sin Eucaristía no hay Iglesia, porque no está Cristo presente, vivo, real. Y constituyen la JERARQUÏA, porque en la Iglesia Católica, sí hay Cabeza.

Santa Teresa no necesito para nada ser diaconisa. Ni santa Catlina de Siena. Ni santa Isabel de Portugal, o santa Brígida, o la abadesa de las huelgas. Esta última, por cierto, con más “mando en plaza” que el propio Obispo de Burgos, en todos de los temas que concernían a la Abadía, sus dominios y sus prerrogativas.

¿Quién “reverdece” este tema en el seno de las religiosas? Las que no tienen un sentido eclesial, las que están infectadas de los parámetros mundanos y pretenden establecer las “cuotas por sexo” en la misma Iglesia. Las que pretenden que la Iglesia es “nuestra” y, por tanto, "la hacemos nosotros". Y posiciones por el estilo.

¿Y entre los miembros de la Jerarquía, por ejemplo, Burke, que se ha lanzado en plancha y en marcha en cuanto le ha llegado la noticia? Qué voy a decir de Burke que no se sepa a estas alturas.

Me da que, como esto siga así, van a acabar “infartando” a la misma Iglesia. Porque no se puede tener a la gente en un “¡ay"” continuo. ¿Les parece misericordioso o mínimamente caritativo?

13.05.16

¿El Confesonario una "sala de tortura"? Parte II

Ayer se me cortó la página -perdón- y ahora sigo con la narración del encuentro de Jesús con La Samaritana, que me parece absolutamente clarificador para el tema de las “torturas” y de los “torturadores".

Cuando Jesús le responde con “la verdad plena” -la que ha venido a traernos; con la que nos salva si la hacemos nuestra: El que me ama, guardará mi Palabra, y Yo le amaré, y vendremos a él, y haremos morada dentro de él-, y le dice: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, tú le habrías pedido y Él te habría dado agua viva.

A la mujer se le acaban los desplantes: -¿De dónde sacas, pues, el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro Padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus ganados?

Jesús sigue sembrando, con todo el amor que atesora su corazón, en el alma de aquella mujer, coleccionista de “maridos"; no la suelta, ni la riñe, ni le echa en cara nada, le habla: -Todo el que bebe de este agua tendrá sed de nuevo, pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed nunca más, sino qie el agua que Yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna.

La mujer se siente ganada por esa promesa de Jesús, aunque aún no la entiende del todo; pero algo “intuye": -Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla.

Y ahora sí; ahora Jesús le toca ya el alma a aquella mujer: -Anda, llama a tu marido y vuelve aquí.

Se debió quedar desconcertada; debió “ver” los últimos años de su vida, y…, no iba a engañarse una vez más, ni a engañar a quien le ha prometido el agua que salta hasta la vida eterna. Porque esto sí lo ha entendido bien: le ha hablado del más allá: la vida a la que estamos todos abocados. Por eso responde: -No tengo marido.

Una vez la mujer “en suertes” -como se diría en términos taurinos-, Jesús entra con todo: -Bien has dicho no tengo marido pues cinco has tenido y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho la verdad.

Y como está escrito, veritas liberavit vos, aquella mujer se rinde ante Jesús: -Señor, veo que tú eres un profeta…

Y Jesús, prosigue, ya en el orden espiritual, sobrenatural, en el que la mujer está puesta, fruto de su diálogo con el Señor: -Créeme, mujer (…) llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad.

La mujer está totalmente entregada, en sintonía cuasi perfecta con lo que Jesús le dice: -Sé que el Mesías, el llmado Cristo, va a venir. Cuando Él venga nos anunciará todas las cosas.

-Yo soy, el que habla contigo, le revela Jesús.

No acaba aquí la escena. La mujer se ha quedado conmovida y removida por Jesús: por estar en presencia de quien han esperado desde siglos atrás, por tener delante el cumplimiento de las promesas de Dios mismo. Y renuncia a su vida pasada -la pone en manos del Mesías, del Cristo, del que ha hablado con ella: una pecadora con currículum-, y se transforma. Se sabe perdonada -seguro que se lo ha dicho Jesús, aunque san Juan no lo diga; pero ya se sabe que los Evangelios no dicen todo-, y convertida y transformada, se lanza al pueblo, donde la conocen tan bien, y les empieza a decir a todo el mundo, supongo que empezando por los miembros de su “colección": -Venid, ved a un hombre que me ha dicho cuanto hice. ¿No será éste el Cristo?

Y consigue su propósito: Salieron de la ciudad y venían a Él. Ya no es la de antes, ahora es apóstol, ahora es de Cristo. Por eso san Juan remata la escena con los paisanos de aquella mujer: Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto hice. Y seguro que añadió: Y me ha perdonado.

Así que, cuando vinieron a Él los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Entonces creyeron en él muchos más por su predicación. Y decían a la mujer: Ya no creemos por tu palabra; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo.

¿Es esto torturar? ¿Es esto tirar la doctrina a la cabeza de alguien? ¿No es esto lo que han hecho, y hacen, tantos y tantos sacerdotes y religiosos -hermanos nuestros- en más de 2000 años de Iglesia Católica? ¿No han derrochado paciencia, dedicación, oraciones, consejos, doctrina, sabiduría, amor por las almas y por las gentes todas viniesen de donde viniesen, cercanía, comprensión, dulzura, tacto humano y sobrenatural…? ¿No han sido Cristo cada vez que se han puesto en el confesonario? Es más: lo han hecho precisamente por eso: para ser Cristo en esos momentos, ahí, en ese “tribunal” para “juzgar” según Dios mismo en favor de las conciencias y en orden a la salvación de todos. Y lo han hecho porque Cristo mismo nos lo ha mandado: nos ha escogido para esto, para poder llevar luego a la gente a El: a la Eucaristía.

Por contra, los que no lo hacen, y los que no lo han hecho; los que han quitado los confesonarios de las Iglesias, son los que han traicionado el mandato de Jesús de perdonar los pecados. Se han convertido en “funcionarios” para cosas burocráticas.

O se han entretenido en publicar a bombo y platillo -la semana pasada, sin ir más lejos- y con la que está cayendo desde hace tantos años enl a Iglesia en España, que “la piratería en internet es pecado". Y se han quedado hasta satisfechos. Han arreglado la Iglesia y las conciencias de los españoles, a la espera de los refugiados que no quieren ni pisar este país. Y no me extraña.

El celo de tu casa me consume. Igualitos.

12.05.16

¿El Confesionario «una sala de tortura»?

Tengo 68 años, todos ellos vivido en la Iglesia Católica: no conozco otra. Desde el año 79 como sacerdote. Antes y después, como es lógico, he acudido a confesarme frecuentemente. Y nunca, en 68 me he encontrado con un confesonario convertido en una sala de tortura; mucho menos con un confesor convertido en un torturador.

Por cierto y como inciso: me encantaría que la gente contase sus experiencias de confesonarios y de confesores, para constatar cuántos casos de tortura y de torturadores tenemos en la Iglesia Católica.

Volviendo al tema. Escribir y proclamar esto sin el más mínimo matiz, me parece, de entrada, un despropósito; además, me parece una descalificación intolerable con tantos sacerdotes que se santifican, y santifican, en y desde el confesonario; y, finalmente, me parece una impiedad y una injusticia para todos esos hermanos nuestros: un juicio inmisericorde.

Y, por decirlo ya todo: un espaldarazo infame para los sacerdotes que no se sientan en el confesonario desde hace décadas, que dan absoluciones colectivas -sacrílegamente- como remedo y que, en esas condiciones, llevan a la gente a comulgar, de nuevo sacrílegamente.

Por contra, y hablo desde mi experiencia de penitente y de confesor, siempre he salido de confesar feliz y contento, “liberado” y libre, como si me hubiesen quitado un peso de encima. Y animado a seguir adelante, bien agarrado a la gracia del Sacramento. Y como confesor, ¡cuántas veces he visto llorar de alegría, humana y sobrenatural, a tantas gentes que se han acercado a confesar conmigo!

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3.05.16

"Pero, si la sal se desvirtúa..." (Mt 5, 13)

Vosotros sois la sal de la tierra -dice el Señor junto al mar de Galilea, como remate del sermón de las Bienaventuranzas-. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres (Mt, 5, 13).

No parece sino que estas palabras de Jesucristo, proféticas indudablemente, y a las que la Iglesia ha tenido que enfrentarse en más de una ocasión, tuvieran hoy -o parecería que tienen- más “peligro” -actualidad- que nunca. Y me explico.

En el fondo, ¿qué estamos teniendo hoy -y con medios poderosos a su disposición-  en los adentros mismos de la Iglesia? Un intento descarado, a pecho descubierto, a muerte…; un asalto a bayoneta calada, hombre contra hombre, por no dejar nada de lo que es y representa, porque no quede piedra sobre piedra.

Por cierto, también profetizó esto Jesús contra Jerusalén, y no habían pasado cuarenta años cuando la ciudad fue destruida, arrasada. O sea, que con estas cosas no se puede jugar, porque la Palabra de Dios se cumple siempre: está dicha para ser cumplida. Indudablemente, la situación no es la misma, pero la advertencia está hecha.

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26.04.16

Se le dan bien los rapapolvos.

“Rapapolvo del Papa a los medios de comunicación". Así titula RomeReports una secuencia -grabada y publicada- de la tertulia con los periodistas del papa Francisco en el avión que lo devolvía de su minivisita a Lesbos. El Papa, ante una nueva pregunta que incidía -agua sobre mojado- en el tema “estrella” de si los católicos divorciados y vueltos a recasar por lo civil podían recibir o no la comuníón, su respuesta fue, exactamente, la siguiente:

“Cuando convoqué el primer sínodo, la gran preocupación de los medios era: ¿podrán hacer la comunión los divorciados que se han vuelto a casar (civilmente)? Y como yo no soy santo, esto me molestó y también me produjo un poco de tristeza. ¿Pero ese medio de comunicación que dice esto, esto y lo otro no se da cuenta de que ese no es el problema importante? ¿No se da cuenta de que la familia, en todo el mundo, está en crisis? Y la familia es la base de la sociedad. ¿No se da cuenta de que los jóvenes no quieren casarse? ¿No se da cuenta de que la caída de natalidad en Europa es para echarse a llorar? ¿No se da cuenta de que la falta de trabajo y las posibilidades de trabajo hacen que el papá y la mamá tengan que trabajar y los niños crezcan solos y no aprendan a crecer en diálogo con el papá y la mamá? Estos son los grandes problemas".

También añadió Francisco que a esa pregunta podría responder, “Sí. Y punto". Pero que en lugar de hacer eso, remitía a lo dicho por el card. Christoph Schönborn en la presentación de la exhortación pastoral “Amoris laetitia". Que la leyeran, que ahí estaba la respuesta. Un cardenal, por cierto, que públicamente ha invitado a los católicos a celebrar el ramadán, o que ha declarado que las relaciones homosexuales tienen cosas positivas. Dos “perlitas", entre otras muchas que se podrían traer a colación, salidas de la boca de este buen cardenal.

No sé si alguien tendría que reinterpretar las palabras del Papa, o no lo verán necesario: a saber. Quizá su Portavoz. O el Presidente de Doctrina de la Fe… Pero da la impresión de que al Papa el paro, la falta de trabajo, el que los jóvenes no quieran casarse, que la familia esté en crisis, que los niños se estén educando más fuera de la familia que dentro de ella…, todos ellos problemas serios, qué duda cabe; pero que él coloca por encima, muy por encima -"estos son los grandes problemas"- del acceso a la comunión de los católicos divorciados y recasados por lo civil: “Estos son los grandes problemas". Perdonen que repita. Y el que tanta gente vea que el verdadero problema -la madre de todos los problemas- sea la “nueva” disciplina de la Comunión, al Papa parece que no le dice nada, o que no le afecta.

Por tanto, la Eucaristía y la Comunión -"Ecclesia de Eucaristia vivit"-, según parecen afirmar sus propias palabras, no alcanzan la categoría de los “grandes problemas” para la Iglesia, a día de hoy. La disciplina de los Sacramentos que, cuando no se respeta, lleva a grandes aberraciones y mata las conciencias tanto de los que los distribuyen como de quienes los reciben no está en ese orden de cosas:  los grandes problemas para la Iglesia hoy son -según Francisco- los problemas sociales, cuya relación ha ido enumerando, y ha puesto de relieve con sus gestos pastorales. 

Problemas, por cierto, que, si nos atenemos a la Doctrina Social de la Iglesia que ha llegado hasta nuestros días, no son competencia directa de la Iglesia sino de los poderes públicos. Lo que sí le compete a la Iglesia, en ese orden, es formar las conciencias de los que asumen esos poderes, para que den unas soluciones dignas de la persona humana, y en orden -defensa, protección- al bien común; y formar además los criterios morales de los ciudadanos para que sepan actuar en consecuencia, con conciencia rectamente formada, en los asuntos temporales, en cuyo compromiso y resolución han de buscar su santidad, buscando al Señor que los esperá ahí, porque detrás están las personas.

Con lo cual, no me extraña nada que, según se ha manifestado el Papa, el “tema” de la admisión “pacífica” de las situaciones irregulares como situaciones pemanentes que, dicho sea de paso y según la “Amoris laetitia", no hay por qué empecinarse en cambiar, sino que se puede permanecer en ellas; el “tema” del acceso a la comunión de los católicos metidos, de hoz y coz, en esas situaciones, no solo no entra dentro de los “grandes problemas” sino que no es ningún problema porque es la “solución": la comunión está para estas personas en su camino personal de “integración” a la Iglesia-Madre-y-Misericordiosa, antes que para los católicos fieles a sus compromisos matrimoniales: “la comunión es para los débiles, no un premio para los justos".

Y aquí paz, y después gloria. Y nada de problemas o de problematizar las cosas. Todo es sencillo, y todo está perfectamente claro, con este Papa. Y los que discrepan lo hacen por hacer, por enredar, por tener un corazón de piedra y, en consecuencia, usan la doctrina para tirarla como piedras contra el resto del personal.