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13.05.16

¿El Confesonario una "sala de tortura"? Parte II

Ayer se me cortó la página -perdón- y ahora sigo con la narración del encuentro de Jesús con La Samaritana, que me parece absolutamente clarificador para el tema de las “torturas” y de los “torturadores".

Cuando Jesús le responde con “la verdad plena” -la que ha venido a traernos; con la que nos salva si la hacemos nuestra: El que me ama, guardará mi Palabra, y Yo le amaré, y vendremos a él, y haremos morada dentro de él-, y le dice: -Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice dame de beber, tú le habrías pedido y Él te habría dado agua viva.

A la mujer se le acaban los desplantes: -¿De dónde sacas, pues, el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro Padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebió él, sus hijos y sus ganados?

Jesús sigue sembrando, con todo el amor que atesora su corazón, en el alma de aquella mujer, coleccionista de “maridos"; no la suelta, ni la riñe, ni le echa en cara nada, le habla: -Todo el que bebe de este agua tendrá sed de nuevo, pero el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed nunca más, sino qie el agua que Yo le daré se hará en él fuente de agua que salta hasta la vida eterna.

La mujer se siente ganada por esa promesa de Jesús, aunque aún no la entiende del todo; pero algo “intuye": -Señor, dame de esa agua, para que no tenga sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla.

Y ahora sí; ahora Jesús le toca ya el alma a aquella mujer: -Anda, llama a tu marido y vuelve aquí.

Se debió quedar desconcertada; debió “ver” los últimos años de su vida, y…, no iba a engañarse una vez más, ni a engañar a quien le ha prometido el agua que salta hasta la vida eterna. Porque esto sí lo ha entendido bien: le ha hablado del más allá: la vida a la que estamos todos abocados. Por eso responde: -No tengo marido.

Una vez la mujer “en suertes” -como se diría en términos taurinos-, Jesús entra con todo: -Bien has dicho no tengo marido pues cinco has tenido y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho la verdad.

Y como está escrito, veritas liberavit vos, aquella mujer se rinde ante Jesús: -Señor, veo que tú eres un profeta…

Y Jesús, prosigue, ya en el orden espiritual, sobrenatural, en el que la mujer está puesta, fruto de su diálogo con el Señor: -Créeme, mujer (…) llega la hora, y es ésta, en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad. Porque así son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad.

La mujer está totalmente entregada, en sintonía cuasi perfecta con lo que Jesús le dice: -Sé que el Mesías, el llmado Cristo, va a venir. Cuando Él venga nos anunciará todas las cosas.

-Yo soy, el que habla contigo, le revela Jesús.

No acaba aquí la escena. La mujer se ha quedado conmovida y removida por Jesús: por estar en presencia de quien han esperado desde siglos atrás, por tener delante el cumplimiento de las promesas de Dios mismo. Y renuncia a su vida pasada -la pone en manos del Mesías, del Cristo, del que ha hablado con ella: una pecadora con currículum-, y se transforma. Se sabe perdonada -seguro que se lo ha dicho Jesús, aunque san Juan no lo diga; pero ya se sabe que los Evangelios no dicen todo-, y convertida y transformada, se lanza al pueblo, donde la conocen tan bien, y les empieza a decir a todo el mundo, supongo que empezando por los miembros de su “colección": -Venid, ved a un hombre que me ha dicho cuanto hice. ¿No será éste el Cristo?

Y consigue su propósito: Salieron de la ciudad y venían a Él. Ya no es la de antes, ahora es apóstol, ahora es de Cristo. Por eso san Juan remata la escena con los paisanos de aquella mujer: Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto hice. Y seguro que añadió: Y me ha perdonado.

Así que, cuando vinieron a Él los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Entonces creyeron en él muchos más por su predicación. Y decían a la mujer: Ya no creemos por tu palabra; nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es en verdad el Salvador del mundo.

¿Es esto torturar? ¿Es esto tirar la doctrina a la cabeza de alguien? ¿No es esto lo que han hecho, y hacen, tantos y tantos sacerdotes y religiosos -hermanos nuestros- en más de 2000 años de Iglesia Católica? ¿No han derrochado paciencia, dedicación, oraciones, consejos, doctrina, sabiduría, amor por las almas y por las gentes todas viniesen de donde viniesen, cercanía, comprensión, dulzura, tacto humano y sobrenatural…? ¿No han sido Cristo cada vez que se han puesto en el confesonario? Es más: lo han hecho precisamente por eso: para ser Cristo en esos momentos, ahí, en ese “tribunal” para “juzgar” según Dios mismo en favor de las conciencias y en orden a la salvación de todos. Y lo han hecho porque Cristo mismo nos lo ha mandado: nos ha escogido para esto, para poder llevar luego a la gente a El: a la Eucaristía.

Por contra, los que no lo hacen, y los que no lo han hecho; los que han quitado los confesonarios de las Iglesias, son los que han traicionado el mandato de Jesús de perdonar los pecados. Se han convertido en “funcionarios” para cosas burocráticas.

O se han entretenido en publicar a bombo y platillo -la semana pasada, sin ir más lejos- y con la que está cayendo desde hace tantos años enl a Iglesia en España, que “la piratería en internet es pecado". Y se han quedado hasta satisfechos. Han arreglado la Iglesia y las conciencias de los españoles, a la espera de los refugiados que no quieren ni pisar este país. Y no me extraña.

El celo de tu casa me consume. Igualitos.