"Pero, si la sal se desvirtúa..." (Mt 5, 13)
Vosotros sois la sal de la tierra -dice el Señor junto al mar de Galilea, como remate del sermón de las Bienaventuranzas-. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres (Mt, 5, 13).
No parece sino que estas palabras de Jesucristo, proféticas indudablemente, y a las que la Iglesia ha tenido que enfrentarse en más de una ocasión, tuvieran hoy -o parecería que tienen- más “peligro” -actualidad- que nunca. Y me explico.
En el fondo, ¿qué estamos teniendo hoy -y con medios poderosos a su disposición- en los adentros mismos de la Iglesia? Un intento descarado, a pecho descubierto, a muerte…; un asalto a bayoneta calada, hombre contra hombre, por no dejar nada de lo que es y representa, porque no quede piedra sobre piedra.
Por cierto, también profetizó esto Jesús contra Jerusalén, y no habían pasado cuarenta años cuando la ciudad fue destruida, arrasada. O sea, que con estas cosas no se puede jugar, porque la Palabra de Dios se cumple siempre: está dicha para ser cumplida. Indudablemente, la situación no es la misma, pero la advertencia está hecha.