InfoCatólica / Tal vez el mundo es Corinto / Categoría: Meditaciones

22.06.15

El descanso de Dios

Saludos, padre. ¿Qué significa el descanso de Dios (Génesis)? ¿Es lo mismo del descanso de Jesús en la barca? - E.R.M.

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El descanso de Dios en el Génesis (capítulo 1) es en sí mismo una fuente de preguntas porque el Dios que todo lo puede no se supone que quede agotado, ni siquiera por el hecho de haber creado una obra magnífica como es el universo. Así que un punto de partida en el caso del Génesis es que este descanso no es un “reponer fuerzas” como si Dios pudiera estar necesitado de recuperarse.

Un clave interesante es observar que en la Biblia el trabajo siempre tiene carácter de “medio,” es decir: se trabaja para algo o para alguien. Trabajar no es un fin en sí mismo. por contraste, la palabra “descanso” nos invita, y casi obliga, a mirar cuáles son los “fines,” cuál es el “para qué” de nuestros esfuerzos, y aun de nosotros mismos, y del universo. En este sentido sí resulta razonable hablar de que Dios “descansa,” porque la contemplación de la belleza y bondad propias de la creación es un acto propio de Dios, propio de su conocimiento y de su amor. Por supuesto, eso le da también el sentido a nuestro propio descanso semanal, que en el caso de los cristianos corresponde al domingo, día de la Resurrección: santificar el domingo es no dejarnos encadenar por el “producir-consumir-entretenerse” que nos propone e impone el mundo.

¿Qué decir del descanso de Cristo en la barca? Claramente en este otro caso hablamos del cansancio con el que todos estamos familiarizados, es decir, el agotamiento de fuerzas propio de una labor dura. ¡Y pocas labores tan duras y exigentes como la que Cristo se impuso por amor a nosotros! En ese sentido, su reposo en la barca es una expresión viva de todo lo que ha entregado este buen pastor buscándonos a nosotros sus ovejas extraviadas y caprichosas. Por supuesto, es ese cansancio suyo lo que a nosotros nos conduce al verdadero “descanso,” es decir, a la comunión de amor con Dios, como fin y término último de toda nuestra vida. En este sentido hay una relación, aunque muy lejana, con el texto del Génesis.

29.04.15

Decálogo de Santa Catalina de Siena

01 No existe paz fuera de la verdad.


02 La vida cristiana empieza su camino en serio a partir del conocimiento de sí mismo a la luz de Dios.


03 O escogemos el Puente, que es Cristo, o nos devora el río, que es el torrente de las promesas falsas y amenazas falsas del mundo.


04 El que no arde de amor por la Iglesia que no piense que ama mucho a Cristo.


05 Todos han de tener inmenso aprecio por la celebración cotidiana, digna y fervorosa, de la Eucaristía.


06 Aprendemos a orar como aprendimos a hablar: oyendo a otros y repitiendo con sabiduría y amor.


07 Rechazar el camino de la obediencia es elegir el camino del capricho, y de ahí lo que sigue es muerte.


08 La vida de los consagrados es como el avance de un bote; quienes no tienen comunidad nadan solos.


09 Nuestra voluntad es tan débil como la distancia que nos separa de la voluntad de Dios: a mayor distancia, mayor debilidad.


10 La santidad es el fruto propio del bautismo, y por consiguiente, la meta natural de todo bautizado.

[Primero publicado en mi cuenta de Twitter.]

8.04.15

Mensaje de Pascua del Prior de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia

De la frialdad del sepulcro al fuego de la vida nueva en el Resucitado

Mensaje de Pascua del Prior de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia

¡Feliz y Santa Pascua, queridos hermanos!

Con el Aleluya de Pascua tan cercano a nuestros oídos, envío este saludo a mis hermanos de vocación, llamados por Cristo mismo a ser testigos de su gracia y su victoria. Deseo que el corazón de cada uno se sienta renovado con los grandes misterios de nuestra fe en los lugares donde han predicado la fuerza del resucitado.

En el capítulo 4 de los Hechos de los Apóstoles encontramos a Pedro, el pescador de Galilea, enfrentando la dureza de los jefes del pueblo con el solo apoyo de la fuerza de la Pascua. Las palabras de este apóstol nos inspiran porque también nosotros encontramos y encontraremos dureza en nuestra labor diaria. “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído,” afirma san Pedro (Hechos 4,20).

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31.12.14

Mensaje de Año Nuevo 2015

Si hay algo que puede enseñarnos la astronomía es que la Tierra no se renueva simplemente con dar vueltas al sol. El paso implacable de miles de años–miles de esas vueltas–produce más sedimentos en las continentes, más sales en los mares, pero falta mostrar si el corazón de los faraones era menos egolátrico que el de los secretarios sempiternos de los partidos comunistas en el gobierno; o falta ver si eran menos lascivos los mediterráneos de Pompeya y Herculano que algunos grandes ejecutivos del siglo XXI, verdaderos alimentadores del tristemente llamado turismo sexual.

La vida no se renueva simplemente con amaneceres y atardeceres, y a pesar de todas las poesías, la primavera no parece que haga sustancialmente mejores a quienes viven en regiones que tienen bien delimitadas las estaciones.

Las antiguas culturas estaban firmemente convencidos de la repetición de los ciclos climáticos, económicos y cósmicos. Por eso el budismo promete sacarnos de la rueda del Sámsara; por eso los mitos del “eterno retorno” entre los griegos (para extemporánea fascinación de Nietzsche); por eso las círculos del calendario maya; por eso Egipto mide su pulso con las periódicas inundaciones del Nilo; por eso la combinación de desencanto doloroso y cinismo divertido en tantos historiadores cuando se dan cuenta que registrar la secuencia de los siglos es como ver muchas veces la misma película con apenas algunos cambios de ropaje y utilería.

Y por todo ello el hastío que hace insoportable la vida a muchos hasta hundirlos en la depresión o el absurdo.

No: la vida no se renovará simplemente dejando que este planeta Tierra siga dando tumbos por un rincón de lo que hoy llamamos la Vía Láctea. Tampoco bastan las modas en el vestir ni la demencial carrera hacia placeres más exóticos, intensos o frecuentes. “No hay nada nuevo bajo el sol,” constata el Eclesiastés, cansado, ya en su tiempo, de ver cómo la cascada de los pequeños y grandes egoísmos se lleva la tajada más generosa de nuestros breves años en este suelo.

Y nada más habría que decir si no pudiéramos pronunciar el Nombre de Jesús. Su llegada, como acabamos de celebrar en Navidad, no es el comienzo de un ciclo: es, de hecho, el decreto de culminación de la historia humana en su conjunto. Sólo hay “año nuevo” para aquel que presiente, en Cristo y desde Cristo, que la Historia tiene un punto focal, una meta, un desenlace irreversible, de modo que cada año nos aproxima, como especie, como raza de Adán, a esa meta.

Precisamente porque la Historia no es cíclica; precisamente porque Cristo ha insertado para siempre una dirección irreversible en el conjunto del ser y quehacer humanos; precisamente por ello nosotros los cristianos sabemos qué decimos cuando saludamos: “¡Feliz Año Nuevo!” Es “nuevo” porque es inédito; porque pertenece a una secuencia irrepetible; porque no volverá jamás. Y es “feliz” solamente porque lleva el sello de Cristo, Buena Nueva de Dios Padre para todos los siglos.

21.12.14

¿Y cómo será la Navidad en…?

Para millones de católicos la Navidad será tiempo de comidas especiales, reuniones familiares e intercambio de regalos más o menos útiles. Para los católicos en Siria, Nigeria, Pakistán o Iraq, las cosas serán muy distintas. Un número no pequeño de quienes viven en esos países, y también en otros sitios, sentirán en su carne que son excluidos, odiados, expulsados a la noche fría, obligados a buscar afecto lejos de los humanos, como el Niño en el portal de Belén.

Será diferente también la Navidad en las familias que este año perdieron un ser querido, o tienen ahora un pariente secuestrado. Para 43 familias en México estas fechas serán espantosamente duras. Y en México y en otros lugares, muchas mujeres no querrán ver al niño Jesús porque no quieren ver bebés, y su única razón, aunque no se atrevan a decírsela, es un aborto que cometieron hace un tiempo.

No todo será superficialidad o dureza. Para muchos católicos esta será su primera Navidad después de haber reencontrado la fe. Un buen retiro espiritual, una confesión bien hecha, la evangelización recibida en un buen grupo de oración, les han permitido encontrarse con un Dios vivo. Para ellos Jesús ha pasado a ser el motivo verdadero y real de la Navidad, y por ello, con comidas especiales o no, con regalos o no, se sienten privilegiados de recordar y celebrar que “el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros…”

Un porcentaje pequeño pero muy significativo de hombres consagrados celebrarán por primera vez la Navidad como diáconos o sacerdotes. Su mente, perfumada todavía con el reciente crisma, no podrá dejar de comparar la humildad del Niño en el pesebre con la humildad de la Santísima Eucaristía en sus propias manos–manos que todo sacerdote sabe que son infinitamente indignas de portar al Rey de Reyes.

Aquellas mujeres que han llegado a la maternidad este año, sobre todo si este don les ha sido dado por primera vez, no podrán dejar de hacer otra comparación válida y bellísima: su bebé les va a parecer como un Niño-Dios, un don inefable que les recuerda el Don todavía mayor del Hijo de Dios encarnado.

Con los ojos de la mente podríamos aún evocar muchas otras escenas: los que están en cárceles y hospitales; los que por su trabajo o profesión prácticamente deben hacer caso omiso de todo lo religioso y concentrarse en sus labores, por ejemplo de cuidado de la salud, o de vigilancia; los que tienen a todos sus parientes y amigos muy lejos; los que son creyentes y están en países o realidades ateas o secularizadas al extremo…

Siempre me llamó la atención el nombre de la especial bendición que el Papa da en Navidad y en Pascua: “Urbi et Orbi,” es decir, para la Urbe–Roma, que es su rebaño propio–y para el Orbe, para el mundo entero. En el mismo sentido, propongo yo: cuando llegue el momento de abrazarnos en Navidad, no olvidemos a los que estando lejos de nuestros brazos jamás deben salir de nuestro amor y de nuestra oración. Amén.