InfoCatólica / Tal vez el mundo es Corinto / Categoría: Meditaciones

28.05.16

Bienaventurados

He conocido personas que viven en los confines de sí mismas.

Se han vuelto ajenas a sus mejores sueños y se han dejado exiliar de sus más preciados tesoros.

Da la impresión de que el centro de su existencia les resulta desconocido, como un lugar al que se tiene miedo, y entonces huyen de las preguntas fundamentales mientras van dejando pasar el tiempo en el ciclo asfixiante de producir, consumir y entretenerse.

Para no escuchar las voces profundas–el llamado mismo de la eternidad, que se acerca inexorablemente–han poblado de ruidos su día y su noche, de principio a fin. Si alguna cuestión ardua golpea su conciencia, como queriendo despertarla, entonces se vuelven instintivamente a los murmullos de la masa, y pronto encuentran una semejanza de tranquilidad en las cobijas de la opinión del momento.

Por ese camino se llama “verdad” a la noticia que más suene; es “bello” lo que más se vende en el centro comercial de moda; es “bueno” lo que todos hacen; es “feliz” el que sale con mayor frecuencia en los medios; lo “normal” lo define la estadística y ser “agradable” significa estar bien domesticado.

¡Tantos hombres y mujeres, celosamente moldeados por estas definiciones, siempre mudables y desechables, se consideran relevados de pensar, de preguntar, de disentir, de oponerse! ¿Y para qué oponerse, al fin y al cabo, si nada que uno diga o haga podrá importar? Por ello esta gente, vestida de una sonrisa a medias, que igual significa resignación que alegría fugaz, huyen del día hundiéndose en los torbellinos de la noche. La vida, según este esquema, es aguantar, jugar bien las cartas, reírse del absurdo, colgar sobre el vacío, y tener solo admiración por aquellos que un día cortan el hilo y se lanzan a la nada.

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25.03.16

Mensaje de Pascua 2016

Uno de los aspectos más impactantes de la Pasión de Cristo es la soledad. En su Pasión, Cristo es el “abandonado” de todos: de Dios, a quien ruega con poderoso clamor y lágrimas; de sus amigos, que le han traicionado; del sistema legal romano, que todavía hoy es considerado como una fuente de inspiración y un punto de referencia para nuestra cultura occidental. Solo y despojado, incluso de sus vestidos y de su dignidad, Cristo nos cuestiona en su silencio y su profunda aceptación de un desenlace horroroso, que tiene su culminación en la muerte en la Cruz.

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28.01.16

También nuestra ira necesita ser purificada

Es comprensible que ante algunos escándalos o enseñanzas confusas que se abren paso en nuestra Iglesia Católica se sienta dolor e indignación. Tales sentimientos son la lógica consecuencia del amor que todo hijo debe tener por su madre, y puesto que nuestra madre es la Iglesia, nos duele con amargura ver que su hermosura es profanada miserablemente. Cristo mismo se llenó de cólera al ver al templo de Jerusalén reducido a un lugar de mercado. ¡Cuánto mayor ha de ser nuestro enojo si de verdad entendemos que la Iglesia supera a ese venerable templo cuanto la realidad supera a sus bocetos y figuras!

Pero también la ira necesita ser purificada. Bien enseña Santo Tomás que las pasiones no son, en sí mismas, ni buenas ni malas. Su calificación moral la reciben de razones externas que, en este caso, nos obligan a hacernos preguntas como qué nos disgusta exactamente, y contra quién va nuestro enojo.

Dicho de manera muy simple: permitir en nosotros una ira mal dirigida o mal alimentada es dar al demonio un regalo muy deleitable. Estimo que, después de la soberbia, nada ha ayudado tanto a crear divisiones en la Iglesia que esa clase de ira. En particular, el cisma entre Oriente y Occidente, en el siglo XI y el cisma de la Reforma, en el siglo XVI, estuvieron bien precedidos, acompañados y seguidos de explosiones de ira, por todas partes, también desde el lado católico.

La indignación mal dirigida puede arruinar incluso una motivación que de suyo era correcta. Un ejemplo elemental pero completamente válido es el del papá que, ardiendo de ira, porque la hija ha tenido pésimos resultados en los estudios, la golpea salvajemente hasta dejarle cicatrices permanentes. Había un motivo justo pero el resultado de esa ira incontrolada, y en esto estaremos todos de acuerdo, lejos de alcanzar su objetivo, ha causado un daño monstruoso e indeleble.

Además del ejemplo dado sobre el exceso de ira hay otras circunstancias en que una persona indignada puede hacer y hacerse más daño que bien. La actitud ofensivo-defensiva propia de esta pasión nos lleva a maximizar los errores o defectos de quien nos resulta detestable mientras minimizamos los nuestros. Tal deformación de la mirada prepara algo más serio: la pérdida del sentido de la verdad, y con ello, el oscurecimiento de la capacidad de percibir las proporciones, y de acceder a la prudencia. Todo esto es tan bien conocido que, en muchos países, el derecho penal reconoce como atenuante “ira e intenso dolor,” con lo cual la sabiduría popular admite que una persona en tales condiciones no suele pensar bien.

Pasa también que no todas las formas de ira son iguales. Hay amarguras, calentadas a fuego lento durante años, que degeneran en resentimiento y en un lenguaje de permanente desprecio y descalificación. El racismo, la xenofobia o las disputas étnicas y tribales dan abundantes muestras de este hecho. En la escala menor de tantas barbaries hay algo que también nos llega a todos, por lo menos como tentación: el prejuicio. Y no cabe duda de que ver a través de los lentes del prejuicio es a veces peor que no ver nada porque el ignorante está dispuesto a recibir y aprender mientras que el que está seguro de su visión sesgada solamente acepta lo que le confirme su propia perspectiva. Sobre ello nos enseña Cristo en Juan 9. Además, escoltando al prejuicio van la sorna, el sarcasmo, la burla cruel, la difamación, y otras enfermedades del alma, que empiezan por la lengua pero que no se detienen hasta envenenar el corazón.

Siempre me llamó la atención aquel versículo de advertencia en que nuestro Señor dice: “viene la hora cuando cualquiera que os mate pensará que así rinde un servicio a Dios” (Juan 16,2). Para mí en esto hay un aviso sobre cuánto puede la mente humana confundir lo más sublime con lo más sórdido. Y sería soberbia pura creer que uno, simplemente por ser quien es, jamás podría caer en ese pecado.

No pidamos a Dios que nos quite la indignación pero supliquémosle con toda el alma que otorgue pureza a nuestra intención y amor limpio para servirlo a Él y a su Santa Iglesia.

18.12.15

Una poesía de Adviento

De lo primero que voy a hacer


De lo primero que voy a hacer
si Dios me regala el Cielo,
es postrarme y agradecer
que me permitió conocer
amor marcado por su Sello.

De lo primero que voy a hacer
al verme en sus ojos bellos
es besar sus hermosos pies
que a bien tuvieron recorrer
esta tierra y este suelo.

De lo primero que voy a hacer
al ver a mi Señor y Dueño
es decirle, una y otra vez,
que por su gracia y su poder
hoy vivo aunque estuve muerto.

De lo primero que voy a hacer
el día del gozo inmenso
es cantar a Jerusalén,
y proclamar “Ciudad del Rey”
mi corazón, mi alma y mi cuerpo.

De lo primero que voy a hacer
al ver llegar a mi Maestro
es dejar que me enseñe Él,
con su Palabra y con su ser,
qué es amar con amor eterno.

Amén.

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19.07.15

Súplica Extrema

Muchos no entenderán de dónde brotan estas peticiones. Pero otros muchos sí lo comprenderán, y algunos incluso harán conmigo estas súplicas ante tanto dolor, tanta incoherencia y tan poca acción de parte de quienes deberían seguramente intervenir.

  • Que les arda la boca cuando digan otra mentira.
  • Que en sueños reales vean los cadáveres de los fetos que mandaron despedazar.
  • Que les fatigue su ocio vacío e irresponsable.
  • Que la sensación de absurdo por fin se haga evidente a sus almas hasta hacerles recapacitar.
  • Que se les peguen los labios con la próxima promesa falsa.
  • Que empiecen a sentir pánico de su horrendo rostro en el espejo, por tantas traiciones.
  • Que se despierten con algo muy amargo en la boca y se pregunten por el hedor de sus torpezas.
  • Que les canse en extremo otro pecado más y por fin levanten sus ojos al cielo.
  • Que en medio de sus discursos vanos y tramposos se les confunda la mente y un día recapaciten.
  • Que la ternura les dé aquella sorpresa que la crueldad jamás pudo darles.
  • Que se sientan ridículos por tantos engaños y que un niño pequeño se lo haga sentir.
  • Que tú hagas, Señor, lo que tengas que hacer pero que tus enemigos te busquen y al fin, con libertad y amor, te encuentren.

Publicado primero en mi cuenta de Twitter.