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25.01.18

Combate espiritual

Leyes actuales en muchos países de Occidente apuntan a que admitamos los siguientes cinco enunciados; dos de ellos son clásicos y de gran solidez y los restantes tres son exabruptos de reciente factura:

1. Todos somos iguales delante de la ley.
2. Toda persona es inocente mientras no se demuestre lo contrario.
3. Sin embargo, en casos de agresión, abuso u otros crímenes, se presume culpabilidad por parte del hombre (es decir, del varón).
4. Las discriminaciones deben ser castigadas a menos que se trate de algunas que van específicamente contra los hombres.
5. Pero un hombre puede volverse mujer, o una mujer, hombre, con la sola fuerza de su declaración subjetiva.

Estimo que las evidentes contradicciones entre estos enunciados alcanzan al final un propósito: crear vacíos e inconsistencias legales de facto, que quedan como instrumentos de arbitrariedad para uso de los jueces o para presiones externas sobre los mismos jueces, por ejemplo, por parte de poderosos y bien subsidiados lobbies.

Estamos ante un ejemplo claro y reciente del colapso de la rama judicial, que así sigue de cerca al colapso de la rama legislativa–que ya había caído en el pozo séptico del positivismo jurídico–y al colapso de la rama ejecutiva, que ya se había redefinido a sí misma en términos de pragmatismo social para sostenerse en el poder dando a la gente lo que las encuestas digan que hay que darle.

Presenciamos así, a distintas velocidades y niveles de gravedad, el derrumbe del sistema actual de gobierno, conocido como “democracia” y basado teoricamente en la tripartición de poderes. Ese derrumbre deja en extrema desprotección a todos, empezando por las instancias intermedias, es decir, las formas de asociación que son superiores al individuo pero menores en número frente al Estado.

Lo cual significa que la familia, en primer lugar, y luego los grupos o comunidades nacidos de creencias religiosas o de prácticas académicas, están en situación de creciente vulnerabilidad frente a un sistema que dispone de poderosas herramientas para silenciar a los opositores.

En efecto, he aquí algunas de las mordazas que ya hemos visto entrar en acción: crear leyes ad hoc; utilizar dobles estándares; aplicar multas onerosas pero selectivas; restringir los permisos de existencia jurídica; y sobre todo, reclasificar como “discurso de odio” todo lo que no quepa en el “pensamiento único.”

A este árido panorama deben añadirse algunas herramientas de manipulación masiva como son:

(1) La seducción de la mujer hacia el campo profesional, como si fuera su campo único de verdadera plenitud al margen de la maternidad y la crianza, que quedan redefinidas como explotación. Objetivo: hacer caer la natalidad y destruir la fuerza pedagógica de la familia.

(2) La agresiva intervención en el campo educativo para segurar la docilidad desde los primeros años de vida por medio de un intenso adoctrinamiento del cual quedan excluidos por principio los padres de familia.

(3) La presentación selectiva de la información a través de los canales de noticias u otros medios, de modo que la respuesta emocional de las masas sea controlada dentro de los resultados que se consideran deseables.

(4) La exaltación de estereotipos en los más dversos campos de la cultura y las artes para secuestrar prnta y eficazmente la mente de los jóvenes.

(5) La conquista progresiva de líderes (escritores, sacerdotes, teólogos y algunos obispos) de la Iglesia Católica que van adaptando su discurso de manera que resulte aceptable en el nuevo orden de cosas.

¿Qué experimenta entonces un cristiano que quiere ser fiel a Cristo y a su Iglesia, la que brilla con el rojo escarlata de sus mártires? Experimenta combate espiritual.

¿Cuáles son sus armas? Las mismas de los mártires: oración, penitencia, humildad, paciencia, testimonio coherente, buena formación, sentido de comunidad, evangelización sin cobardía y esperanza sobrenatural centrada en la gloria del Cielo.

17.11.17

El ecumenismo no se puede hacer a las carreras

Una comprensión seria de los sacramentos enseña que el ecumenismo no se puede hacer a las carreras.

Si uno entiende los sacramentos como meras acciones simbólicas, según piensa la mayor parte de los protestantes, entonces es natural la prisa por celebrar tales “símbolos” junto a, y en comunión con otros cristianos no católicos, de manera que se pueda “enviar un mensaje” de reconciliación o de unidad.

Pero los sacramentos no son recursos para “enviar mensajes.” En preciosa expresión de San León Magno, papa y doctor de la Iglesia, “lo que era visible en la carne de Cristo ha pasado a los sacramentos.” Lo cual significa que los sacramentos NUNCA están, por así decirlo, en nuestras manos sino que celebrar los sacramentos es ponernos, como Iglesia, de modo absolutamente único, en las manos y bajo la autoridad de Cristo.

Esa es la razón por la que se ha afirmado con verdad que “la Eucaristía hace a la Iglesia” como lo expuso con elevada elocuencia San Juan Pablo II en su última encíclica, Ecclesia De Eucharistia, sobre todo en el capítulo II. No nos acercamos a la Eucaristía en primer lugar para expresar algo nuestro, ni siquiera la magnitud o claridad de la fe que tenemos: al altar vamos, por el contrario, como Iglesia siempre necesitada, que sabe que nada puede sin el alimento celeste y sin el amor redentor que se hace presente en el “sagrado banquete, en que se recibe al mismo Cristo,” según expresión perfecta de Santo Tomás de Aquino.

El ecumenismo apresurado lastima a la Iglesia porque hace borrosa la realidad sacramental; lo cual no es pequeño daño porque la Iglesia sólo puede tocar la realidad de la redención y la verdad de la Encarnación cuando toca a Cristo en los sacramentos. Quitar, o por lo menos oscurecer, los sacramentos es privar a la Iglesia de su alimento propio y del criterio último de verdad que posee mientras peregrina sobre esta tierra.

Hacer ecumenismo no es lograr que todos coman la hostia consagrada, si es que ha sido de verdad consagrada. La comunión, en efecto, no es asunto sólo de abrir la boca o masticar con los dientes: es primero asunto de abrir el corazón a la fe plena para que sea Cristo, divinamente presente en la Eucaristía, quien disponga qué debe quedar y qué no de cuanto forma nuestra vida. En cierto sentido, es Él quien tiene que masticar y triturar nuestra carne con su carne, que ha sido primero macerada en la Cruz. Sólo así será verdad lo que dijo San Agustín: que al comulgar no lo transformamos a Él en nosotros sino que es Él quien nos transforma en Él mismo.

Hacer ecumenismo no es entonces sentar gente alrededor de un altar y comer juntos materialmente unas mismas hostias consagradas, si es que de verdad han sido consagradas. La comunión externa, corporal, material, ha de ir precedida por el largo camino de la conversión, que implica ciertamente la renuncia al pecado y al error–sobre todo al error en la fe sacramental misma.

Oremos, pues, para que la Iglesia aprecie y adore con todo su ser el sacramento que ha recibido, de modo que no haya engaños ni prisas sino conversión, humildad, camino bien hecho y con paciencia, hasta el día en que comulguemos lo mismo porque de verdad aceptamos y vivimos la misma fe que nos dejaron los apóstoles.

29.09.17

Sobre las tensiones dentro de la Iglesia

¿Hay tensiones en el interior de la Iglesia Católica? Sí. Puede decirse además que es normal que las haya, como señal de crecimiento y de la riqueza del don del Espíritu, que no está reservado sólo a algunos sino que alcanza a multitud de fieles de distinta clase y condición. Lo malo empieza cuando esas tensiones incluyen insultos, irrespeto, descalificación absoluta, o también: desprecio del depósito de la fe simplemente por deseo de imponer una determinada agenda o postura.

¿Pueden sanarse las tensiones en la Iglesia? Por supuesto. Estamos llamados a seguir el ejemplo que nos muestra el capítulo 15 de Hechos de los Apóstoles: escucha, diálogo, oración, y al final, la palabra autorizada de los sucesores de los apóstoles. Esto indica que hay cosas que definitivamente NO van a funcionar y cosas que tal vez SÍ pueden funcionar. En la medida en que todos nos concentremos más en lo que sí puede ayudar a la unidad de la Iglesia, mejor para todos, en Cristo.

Cosas que NO funcionan

1. El lenguaje apocalíptico, marcado por el pánico, endurece todas las posturas. Pregonar a las masas que estamos al borde o al comienzo de un cisma espantoso no ayuda por una razón: la inmensa mayoría de los fieles católicos no tienen la preparación teológica ni pastoral para comprender los términos de lo que está en discusión. Lo que se logra con un lenguaje de pánico es acelerar que la gente se apegue por razones más bien emocionales a los líderes, voces, sacerdotes o movimientos que les ofrecen de modo más inmediato una sensación de seguridad. Los llamados “tradicionalistas” se encerrarán con mayor empeño en el latín y en las costumbres de hace años; los llamados “progresistas” se encerrarán en los discursos y páginas web que les confirmen que recién ahora estamos descubriendo el Evangelio. No sirve. No funciona.

2. La multiplicación de “etiquetas” para designar a la parte opuesta sólo hace daño. Buena parte del conflicto actual proviene de una auténtica guerra de palabras. Y ello no puede dar fruto que sirva. Repetir palabras como “hereje” al que sostiene una postura para que luego ése grite “fariseo” a quien así lo llamó no es útil para la unidad del Cuerpo de Cristo. No es difícil hacer la lista de los epítetos lanzados por cada parte contra la otra. Unos serían los “legalistas, casuistas, fariseos, retrógrados, inquisidores, ultra-católicos,” y más adjetivos de ese orden. Los otros serían los “modernistas, progres, herejes, mundanizados, masones,” y otras cuantas palabras más. Detrás de las etiquetas ha habido, con dolorosa abundancia, exageraciones y sofismas, en particular, el muy famoso sofisma del “hombre de paja": presentar una caricatura de la postura del otro para así ridiculizarlo y vencerlo.

3. El silencio, o simplemente dejar pasar el tiempo, no arregla nada. Si alguien pregunta, sobre todo si se esfuerza por preguntar con respeto, ciertamente merece una respuesta que esté por lo menos al mismo nivel de elaboración y precisión de la pregunta. El simple silencio envía un mensaje errado, o mejor, una serie de mensajes que sólo pueden hacer daño: ¿No me responden porque no merezco que me respondan, es decir, predicamos diálogo con los de fuera pero despreciamos el diálogo con los de adentro? ¿O es que todo lo que estoy preguntando ya está respondido en alguna parte? ¿O ese silencio es una estrategia para que, en el tiempo que va pasando, se afiancen posturas pastorales, como quien “crea un hecho” con el que después no se pueden ya detener? ¿O ese silencio es una estrategia mediática para supuestamente no dar voz a los que tenemos objeciones, o sea, estamos frente a una simple pugna de poder ante los medios? Uno ve que todas esas nuevas preguntas, claramente dolorosas y legítimas, sólo pueden empeorar la división y no sanarla.

4. Los actos administrativos o de potestad contra personas que sostienen perspectivas contrarias a la de uno aumentan y no disminuyen la desconfianza. Si un adversario teológico es simplemente removido de su cargo, la teología no resulta enriquecida ni aclarada ni beneficiada. La desconfianza, en cambio, crece, y con ella crece también la sensación de que aquel que está en el poder está aprovechando su tiempo para instalar su propio programa y su propia agenda con su propia gente. Todo ello parece sólo una invitación a que un día los del otro “bando,” cuando por fin logren “el poder” hagan lo mismo. ¿Acaso se parece eso a la Iglesia de Cristo?

 
Cosas que SÍ funcionan

1. Es nuestro deber más inmediato ORAR. Pedir luz, gracia, don del Espíritu Santo, y en particular, don de sabiduría. Pedir en favor de todos, empezando por el Papa. Pedir con perseverancia, humildad, esperanza firme, caridad ardiente.

2. Es necesario utilizar lenguajes más formales. Las metáforas, anécdotas y sobre todo, como ya se dijo, las caricaturas, crean demasiado “ruido” y no son útiles para aclarar las cosas. Los grandes maestros de la “disputatio,” entre los cuales todos cuentan a Santo Tomás de Aquino, se caracterizaron siempre por el sosiego de ánimo, la precisión del lenguaje, el uso coherente de los términos. Esto vale particularmente para los temas de moral en los cuales el emocionalismo, las historias particulares, el dramatismo en el discurso no ayudan a un verdadero discernimiento. De hecho, ese lenguaje de emociones crispadas ha sido útil a los enemigos de la Iglesia, como en el ya conocido caso de la despenalización del aborto en tantos países: siempre se empieza por casos lacrimógenos como la pobre niña violada que ahora es “condenada” a tener el hijo fruto de esa violación.

3. Conviene centralizar los espacios de diálogo. Lo propio de la Iglesia está en la unidad expresada por el apóstol: “Un Señor, una fe, un bautismo” (véase Efesios 4,5-6). Cuando lo que es creído y vivido en una parte se opone frontalmente a los que es creído y vivido en otra parte la belleza y la verdad de la Iglesia dejan de ser reconocibles. No puede ser bueno para la Iglesia que a pocos kilómetros, los que cruzan la frontera entre Polonia y Alemania se practique la fe y se entiendan los sacramentos de modos opuestos e incompatibles. Cuanto más se delegue a las Conferencias Episcopales mayor es el riesgo de que casos así se multipliquen. Y lo que cabe esperar de tales diferencias de credo es que cada uno se endurezca más en lo suyo, sea porque lo considera una especie de “conquista” o porque lo ve como una “verdad defendida.” Por todo ello, es muy necesario centralizar el diálogo: un diálogo real, honesto, seguramente prolongado, pero que puede dar verdadero fruto.

4. Hay que enviar un mensaje claro sobre la verdadera catolicidad de la Iglesia. Es preciso cuidar que la potestad de régimen no se utilice como una especie de argumento implícito, que luego todos tendrían que “descifrar.” Sobre todo porque cuando los nombramientos dependen de “si eres o no” de mi grupo, el mensaje que se está enviando es: “Haz esto y tu carrera eclesiástica tendrá futuro.” Ello se traduce en que lo verdaderamente correcto es nombrar también a aquellos que pueden parecer “opuestos” en un cierto sentido de doctrina o de teología pero cuya adhesión a Cristo y deseo de servicio estén fuera de discusión.

5. Este es el tiempo para mostrar el verdadero sentido de la “senda estrecha” y de la Cruz misma de salvación. Mientras que el mundo se rige por la lógica de las mayorías; mientras que el mundo usa sin remordimiento estrategias de manipulación y marketing masivo; mientras que el pensamiento mundano se impone con dinero y lobbies, la Iglesia está llamada a ser a la vez signo de misericordia y signo de contradicción. ¡No puede renunciar a ninguna de las dos cosas! No puede, a precio de verse más acogedora, ser menos verdadera, ni tampoco, a precio de fidelidad a la doctrina, ser menos compasiva y madre de todos.

6. Sobre todo es necesario preguntarse con honestidad en qué puede estar acertando el que no piensa como yo. Y en este punto quiero terminar con una alusión personal. Si hay algo que, como cristiano, como teólogo y como dominico, le admiro a Santo Tomás de Aquino es su capacidad de buscar hasta el último miligramo de acierto o verdad en sus oponentes, o en general en quienes él cita o estudia. Es una actitud sabia, prudente, de la más alta caridad, que tiene mucho que enseñarnos hoy.

2.09.17

Aprenda a responder a los que usan textos de la Iglesia contra la misma Iglesia

Un caso interesante, que no dudo se repetirá con otros formatos en el futuro, se ha dado en Colombia. Una periodista conocida, Claudia Palacios, ha publicado un artículo en el diario de mayor circulación en mi país, EL TIEMPO. El título es: “Atenuantes del pecado de abortar” Y el subtítulo es este: La Iglesia debe reconocer que el derecho canónico perdona el aborto en 10 causales.

El artículo de Claudia Palacios está aquí. El mismo artículo lo he guardado el día de su publicación en mi libreta de Evernote, para controlar si el texto es cambiado posteriormente. El enlace público a ese artículo en mi libreta está aquí.

En su momento preparé una respuesta en video al escrito de la Sra. Palacios:

Voy a presentar aquí una síntesis de los recursos que ella utiliza porque es útil conocerlos, y como dije, estoy seguro de que van a replicarse en otros escritos que quieren minar la enseñanza de la Iglesia en temas de tanta trascendencia como es la defensa de la vida del no-nacido. Mi presentación, con todo el respeto hacia ella como persona y como comunicadora, debe llamar las cosas por su nombre y por eso no es extraño que hable de “mitos” y “mentiras” porque ahí están.

1. Mito: La autora quiere que pensemos que al Papa Francisco no le dejan decir todo lo que él quisiera. Se supone que “el problema no es Francisco, sino la pesada estructura eclesial.” La verdad es que el Papa ha sido diáfano sobre el tema del aborto. Ver por ejemplo este video.

2. Tergiversación de un texto pontificio y mentira subsiguiente: La misericordia que predica el Papa sirve para autorizar el aborto. El Papa ha facilitado el perdón para quien comete el crimen del aborto, exactamente con estas palabras: “En virtud de esta exigencia, para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios, de ahora en adelante concedo a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado del aborto.” (Carta apostólica Misericordia et misera, n. 12). El lenguaje no es ambiguo: se trata de la “absolución” de un “pecado” no de una declaración de inocencia. En el mismo lugar agrega el Papa: “Quiero enfatizar con todas mis fuerzas que el aborto es un pecado grave, porque pone fin a una vida humana inocente. Con la misma fuerza, sin embargo, puedo y debo afirmar que no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir, allí donde encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre.” [subrayado nuestro]

3. Mito: La Iglesia Católica oculta información para dominar la conciencia de las personas. Mito derivado: La verdad de la Iglesia sólo se conoce a través de “filtraciones.” La señora Palacios presenta su artículo en el tono de una revelación que ha obtenido de modo secreto. Estas son sus palabras: “Yo no lo sabía, me lo dijo un sacerdote teólogo, que me pide no revelar su nombre para no meterse en líos con su comunidad.” Es el estilo típico de las películas a lo Dan Brown (“Código de Da Vinci”) Parte del uso de novela es agregar motivaciones completamente especulativas para ensuciar a la Iglesia: “hablar de esto no es estar a favor del aborto ni promoverlo, sino decir esa verdad que la mayoría de los sacerdotes y la alta jerarquía de la Iglesia, según él, se niegan a divulgar por miedo a perder el control sobre la conciencia de las personas.” Esa clase de lenguaje tiene buena aceptación hoy, tristemente. Por supuesto, todo esto es falsedad sobre falsedad: los textos que ella utiliza hace años están disponibles para todo el mundo, católicos y no católicos desde hace muchos años. Más veracidad y menos ficción por favor.

4. Inexactitud grave: los atenuantes del Derecho Canónico son equiparables a los casos en que la ley colombiana permite abortar. En uno de los párrafos centrales la autora menciona que el Derecho Canónico nombra 10 atenuantes en la aplicación de una pena; recuerda también ella que la Corte Constitucional de Colombia (obrando como Tribunal Supremo) ha autorizado el aborto en tres casos específicos, que son enunciados en la página web de Profamilia, que promueve el aborto en este país. Dice así:

Desde el 2006, la Corte Constitucional en Colombia abrió la puerta al IVEs [Aborto: Interrupción Voluntaria del Embarazo. Nota de la redacción], permitiendo realizar el procedimiento cuando se incurre en alguna de estas tres circunstancias: (1) Cuando el embarazo pone en peligro la salud —física o mental— de la mujer, o su vida. (2) Cuando el embarazo es resultado de una violación o de incesto. (3) Cuando hay malformaciones del feto que son incompatibles con la vida por fuera del útero.

Pues bien, la señora Palacios ve mayor amplitud de aceptación en el Derecho Canónico de la Iglesia Católica porque considera 10 atenuantes de una pena mientras que la Corte colombiana sólo nombró 3 causales. Para ella atenuantes canónicos y causales penales son lo mismo, y según esa equiparación la Iglesia estaría más que dispuesta al aborto.

5. Lenguaje engañoso: El Derecho Canónico exime de toda pena a los menores de edad. Este sí que es un asunto grave. Palacios alude a las causales establecidas por el Derecho Canónico como atenuantes de la pena, y cita: “No queda sujeto a pena quien cuando infringió una ley o precepto aún no había cumplido 16 años.” Si hablamos de la pena en sentido general, eso es simplemente falso porque la gravedad del aborto (un ser humano inocente asesinado) no cambia. Lo que puede cambiar es el tipo de pena: que la persona no quede excomulgada, si tal fuera el caso, no quiere decir que no ha cometido un gravísimo pecado. Es pertinente recordar aquí un aparte del número 62 de Evangelium vitae de Juan Pablo II:

La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros siglos, ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban con la culpa del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves, ha sido ratificada en los diversos períodos históricos. El Código de Derecho Canónico de 1917 establecía para el aborto la pena de excomunión. 69 También la nueva legislación canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que « quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae »,70 es decir, automática. La excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido: 71 con esta reiterada sanción, la Iglesia señala este delito como uno de los más graves y peligrosos, alentando así a quien lo comete a buscar solícitamente el camino de la conversión. En efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un cierto pecado y favorecer, por tanto, una adecuada conversión y penitencia. Ante semejante unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinar de la Iglesia, Pablo VI pudo declarar que esta enseñanza no había cambiado y que era inmutable. 72 Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.

En resumen de esta parte: el hecho de que no haya excomunión “automática” no quiere decir que ha cesado el desorden moral grave porque implica la eliminación de un ser humano inocente. Equiparar que no hay excomunión (para el caso de los menores de 16 años) con que no hay pena, en general, como si no hubiera consecuencias, es inducir a un engaño en materia gravísima.

6. Inexactitud gravemente falaz: la aplicación de los atenuantes en una pena canónica es automática de modo que debe suponerse que siempre se aplican. En ninguna parte dice el Derecho canónico que los atenuantes son de discernimiento y aplicación subjetiva, que finalmente lleva a una especie de auto-perdón automático. Pero eso es lo que sugiere la autora: “si una mujer decide abortar por temor a las consecuencias para su vida de traer un hijo no deseado al mundo –expulsión de la familia, posibilidad de retirarse del estudio, incapacidad para mantenerlo, o la que sea–, no es imputable” El Código de la Iglesia dice exactamente lo opuesto: “Cometida la infracción externa, se presume la imputabilidad, a no ser que conste lo contrario” (Código de Derecho Canónico, 1321 § 3). Y es evidente que lo que “consta” no es simplemente lo que consta “ante mis ojos,” como sugiere Palacios.

Por cierto, vemos aquí a dónde conduce esa teología moral que disocia “pecado objetivo” y “responsabilidad subjetiva” hasta el punto de guardar la fachada de una norma que sin embargo cada uno puede considerar inaplicable por propio deseo o decisión. Es algo que hemos visto suceder con Amoris laetitia, del Papa Francisco, y artículos como el que estamos comentando deben advertirnos adónde se llega por ese camino: si un adúltero puede discernir que puede comulgar, una mujer que aborta, o un médico que hace abortos, puede llegar a la conclusión de que lo suyo ni siquiera tiene que ser confesado ( ya eso llega Palacios).

7. Mito de uso de nombre: Palacios difunde la agenda de la ONG “Católicas por el Derecho a Decidir,” que es claramente abortista, y que ha sido descalificada por la Iglesia Católica, por ejemplo, por la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos. Véase amplia información aquí.

8. Mitos históricos trasnochados para lograr impacto emocional: por ejemplo, citar a Galileo y la Inquisición, caballos de batalla de continuo uso para intentar desacreditar todo lo que la Iglesia hoy haga o enseñe.

* * *

Resulta arduo entrar en el detalle de tantos sofismas y medias verdades utilizadas con cierta inteligencia para lograr un objetivo. pero es nuestro deber buscar claridad, siempre con respeto pero sin dejar de respetar la verdad de los textos y de la dignidad de la vida humana, sobre todo.

Permita Dios que termine la aberración del aborto en todo el mundo. Amén.

18.04.17

Sobre la verdad de la resurrección

Desde el siglo XIX ha tomado impulso peculiar una verdadera guerra contra el Resucitado. O para ser más exactos: oposición abierta, pero vestida de racionalidad, al dato tan sencillo y tan fundamental que nos traen los Evangelios: el que murió en la Cruz no ha quedado sujeto a la corrupción de los cadáveres; vive, está lleno de la gloria del Padre, y la muerte ya no tiene poder sobre Él.

Ya San Mateo (28,11-15) cuenta de un primer intento, muy burdo, de negar la victoria postrera del Crucificado: los soldados que guardaban la tumba deben testificar que, mientras ellos dormían, los discípulos robaron el cadáver.

Uno puede leer la historia de las herejías cristológicas como un esfuerzo continuado de robar su sentido y significado real a la resurrección. Por ejemplo: Si Cristo es un ser altísimo distinto de Dios y creado por Dios, como cree el arrianismo, entonces no es Dios pero tampoco es hombre, luego su muerte es falsa, o no es la muerte nuestra, y su resurrección no dice en verdad nada a nosotros.

Resucitó!
Si hay un Cristo “hijo de Dios” distinto de otro Cristo “hijo de María,” como quiere el nestorianismo, entonces la resurrección es, a lo sumo, la reanimación de un cadáver: una especie de segunda encarnación. Por supuesto, ello tampoco dice nada a nuestra esperanza porque nosotros no contamos con que el Lógos se una a nosotros después de que muramos.

Si en Cristo sólo hay una naturaleza, la naturaleza divina, como pretende el monofisismo, entonces su muerte es un holograma repleto de efectos especiales… que nada dicen a la realidad cruda y dura de nuestra propia muerte.

Al revisar las principales herejías uno pronto entiende la sabiduría del dictum de San Ireneo: Caro cardo salutis: la verdad y realidad de la carne de Cristo, y por ende, de su plena naturaleza humana, unida en la única persona del Verbo, es el fundamento para creer en el amor que se desplegó en la Cruz, y para dar fundamento a la esperanza que se despliega con la resurrección.

Así las cosas, una oleada de escepticismo hacia los milagros en general, y hacia la resurrección de Cristo en particular, ha llevado a tratar de reinterpretar los Evangelios desde ideas ajenas y artificales, como aquello de que Cristo resucitó “en la fe de los discípulos,” es decir, algo completamente semejante a lo que un entusiasta de Mao Tse-Tung puede gritar en una manifestación callejera: “¡Mao Vive!” Y si le preguntamos al del grito: de qué modo vive Mao, él admite que el cadáver de Mao siguió el destino de todo cadáver, y que lo que se conserva es por obra de un proceso de embalsamamiento. Pues así pretenden estos sedicentes teólogos que pensemos de Cristo: que lo que está vivo es “su proyecto,” “su causa,” la cual después se interpreta como luchar por unos “valores del Reino,” que al final se reducen a un humanismo horizontal y buenista bien salpicado de socialismo.


Puede complementarse esta reflexión con:

  1. Cinco homilías sobre la resurrección
  2. Video sobre cómo prepararse para la Pascua y para el Tiempo Pascual.
  3. Pascua y comunidad.