La palabra necesaria

La novedad del Evangelio, ¿cuál es?

De manera sorprendente una gran cantidad de cristianos no podrían responder a esta pregunta. De hecho, un buen número ni siquiera se lo ha planteado y por eso no es de maravillarse que vean su propia fe como un camino idéntico a cualquier otro cuando se trata de creencias y religiones.

Una razón por la que la pregunta ni siquiera se plantea está en el hecho de la enorme presión que hay sobre la Iglesia para lograr la “existencia” o “supervivencia” social. Fruto colateral del Concilio Vaticano II fue la mentalidad de que la Iglesia debía correr, y correr bastante, para que no la dejara “el Tren de la Historia.” Fue ese el modo prevalente de entender la expresión “aggiornamento” que en la mente del Papa San Juan XXIII significaba adecuación en los medios para difundir el Evangelio pero no cambio alguno en su sustancia ni en sus exigencias. La palabra, tan querida por él, fue “secuestrada” por el ala progresista y muy pronto empezó a significar: “el mundo nos ha abandonado; somos irrelevantes; algo tenemos que hacer para lograr significancia en las nuevas coordenadas sociales.”

Así surgió la idea, o más bien, la tendencia a buscar “relevancia” a toda costa. Uno se asombra de ver cuántas cosas pasan en la Iglesia sobre el presupuesto de “seamos relevantes.” Ya se trate de reventar la liturgia para que pueda conectar con las emociones del hombre moderno, o ya se trate de experimentar con sacerdotes y religiosas en el mundo de la farándula, uno puede ver esa prisa, esa urgencia, de no ser descartados, de no quedarse atrás, de no perder el ritmo del mundo.

Por supuesto, el problema está en que, una vez acordado que el mundo va delante y la Iglesia detrás, será siempre el mundo el que determine los temas, los énfasis e incluso el contenido del Evangelio que está dispuesto a aceptar. Hoy por ejemplo, el mundo acepta con gusto temas de justicia social, ecología, fraternidad universal y espiritualidad neutra, entendida esta simplemente como una pausa en el materialismo. Si la Iglesia no quiere ser rechazada por ese mundo entonces hablará solo de esos temas, y dejará sin perturbación lo que parece discutible en el dogma, como por ejemplo, los novísimos, o lo que es incómodo para el hedonismo individualista actual, como por ejemplo, la defensa de la vida o del matrimonio según el designio de Dios.

La palabra que resulta proscrita en este modo, esencialmente modernista, de ver las cosas es la conversión. En la mentalidad del mundo no cabe que alguien desee o trabaje por la conversión de otros. Tal cosa es vista como un atentado a la libertad y autodeterminación de la persona, que hoy es vista como una especie de absoluto metafísico intocable. Además, y siempre según la misma mentalidad igualitaria tan propia del Modernismo, pretender la conversión de otros implica que hay verdades objetivas, y que no todo da lo mismo. El mundo no está dispuesto a tragar eso de que alguien puede tener la verdad. El dogma prevalente en nuestra cultura es que la verdad es una construcción comunitaria y por eso nadie puede esperar que otro cambie, y si lo pretende, es reo de fundamentalismo, mentalidad inquisitorial y muy posiblemente, sarna mental en avanzado estado.

Llegamos así a una multitud de evangelizadores que no quieren serlo; predicadores que solo quieren “caer bien;” pastores paralizados de miedo con solo pensar que alguien se incomode; actividades pastorales evaluadas puramente en términos de número de selfies e impacto en redes sociales… Pero, ¿un llamado claro, fuerte, cargado de amor y celo por la gloria divina? Escaso, muy escaso.

A las puertas de la cuaresma conviene recordar, subrayar, con humildad pero con absoluta claridad, el llamado de Jesucristo a la conversión.

Así como se oye: dejar el pecado, a través de una buena confesión; emprender la ruta de una vida sellada por la fe, la esperanza y el amor; abrazar el misterio solemne de la Cruz; hacer penitencia por los pecados propios y los del mundo entero; orar con perseverancia y total confianza; dar testimonio, cada vez más pleno, de la gracia recibida con nuestra vida y nuestras palabras, para que también otros tengan la bendita experiencia de la CONVERSIÓN.

8 comentarios

  
Josué
Palabras justas y esclarecedoras. Gracias Padre.
02/03/19 7:13 PM
  
Juan F
Estimado Fray Nelson! Gracias por ser pastor en estos tiempos en los que abundan los lobos rapaces y los pastores que ahora presumen de no actuar como tales. Cuando se negocia con el mundo desde el ámbito Catolico sucede exactamente lo descrito muy bien por usted. La evangelización está destinada a aquellos que viven en el mundo y son del mundo, para descubrir la Verdad, el Camino y la Vida, pero si nos camuflamos en el mundo y terminamos enredados en sus argucias, cómo se evangelizará? Ahora debemos no solo evangelizar a los que viven en el mundo, si no también a los que de ser católicos ahora son injertos en el mundo. Hoy más que nunca debemos hablar claro y llamar a la conversación desde dentro de nuestra iglesia hacia afuera! Ven Señor Jesús!
02/03/19 8:49 PM
  
Javidaba
Conversión y tras ella, conversión y un poco de conversión en reserva para convertirnos otra vez... hasta las setenta veces siete...
Gracias padre.
02/03/19 11:35 PM
  
Fabian Hernández
El último parrafo... Concreto en porque se refiere a las acciones concretas que un cristiano debe hacer.
03/03/19 8:03 AM
  
Maricruz Tasies
Fray, tu eres de los van camino al cielo y por eso voy contigo.
Dios te guarde.
03/03/19 11:25 AM
  
Beatriz Mercedes Alonso (Córdoba - Argentina)
¡Excelente meditación, Fray Nelson! Muy oportunas palabras "a las puertas de la cuaresma". Muchísimas gracias y que Dios le pague con creces todo el bien que nos hace.
Que el Espíritu Santo lo siga iluminando. Que la Santísima Virgen María y San José lo protejan siempre.
03/03/19 12:38 PM
  
Carmen
Padre, a menos que se me haya pasado, no he encontrado respuesta a la pregunta con la que empieza el post. ¿Cuál es la novedad del Evangelio?
03/03/19 6:38 PM
  
Fabian Hernández
¿Se considera, entonces, que algunos males de la Iglesia actual, son fruto de una mala interpretación del Concilio Vaticano II? ¿Es la herejía modernista cosechando sus frutos de su semilla sembrada a mediados del siglo XIX?

Hace poco escuchaba una entrevista a Monseñor Athanasius Schneider, decía que el Concilio fue pastoral, no dogmático, y que por tanto, podían hacerse modificaciones, ¿es cierto esto? Más bien creo que hace falta una reinterpretación de su texto, esclareciendo sus alcances e imponiendo límites.
03/03/19 7:15 PM

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