8.12.17

(229) Ráfagas e incisiones -II: La moral cristiana exige obedecer los mandamientos del Señor

La fenomenología de la persona tiende a enfocar los problemas morales bajo un punto de vista experiencial o axiológico. Es decir, centrándolos en la teoría de los valores, o en experiencias subjetivas. Ello conlleva una des-naturalización de la ley, que deja de ser considerada una participación del logos divino, para ser vista a la manera convencional, como una norma general arbitraria dada extrínsecamente. 

En ello insisten en general los formadores y divulgadores del personalismo. Configuran sus propuestas pastorales de futuro bajo perspectivas historicistas, o experienciales, deshabilitando el papel de la conciencia como función de la razón práctica, que aplica la sabiduría de Dios al caso. Coinciden más o menos, todos, en una instrumentalización de lo natural, para resaltar unilateralmente la experiencia religiosa subjetiva como fundante de la respuesta moral del sujeto. Se pretende, pues, reducir la moral cristiana a una valoración ética de los fenómenos de la experiencia religiosa, contraponiendo Evangelio a ley moral y oponiendo gracia y naturaleza. La moral cristiana deja de ser un conjunto de enseñanzas de la Iglesia (en nombre de Jesucristo, Logos de toda moral) para ser una experiencia de los valores del encuentro religioso.

 

En esto, como digo, coinciden en general los divulgadores del personalismo teológico. Veamos sólo algunos ejemplos entre muchos posibles:

«La moral del Nuevo testamento goza de una novedad radical, pues no es primariamente una enseñanza, sino una persona» (A. FERNÁNDEZ, Pensar el futuro. Apostar por la verdad y el bien: la Moral en el siglo XXI, Palabara, Madrid 2003p. 189)

«La moral cristiana no deriva de la ley natural.- A partir de lo dicho en el capítulo 5 (evitar reducir el cristianismo a un programa moral, pero tambien  admitiendo que el mensaje moral  forma parte integrante de la revelación), se ha de partir del hecho de que la moral cristiana no es una moral que deriva de la ley natural. La “inflación naturalista", como queda consignado, ha sido una vieja característica de los viejos manuales, anteriores al Concilio vaticano II. Pero una cosa es aceptar la ley natural interpretada con rigor y otra muy distinta es constituir esta ley como fundamento y razón última de la conducta del creyente.» (Ib., p. 187-188)

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6.12.17

(228) Ráfagas e incisiones -I: ¿Una Nueva Humanidad, pero no la cristiana?

1.- Friedrich Nietzsche (1844- 1900) nunca habría imaginado contar con un prosélito en la Iglesia. Es Teilhard de Chardin (1881- 1955). Su ultrahombre cósmico es más cercano al superhombre nietzscheniano que al santo. Causa pavor que tal pensamiento haya permeado la mente católica. Su visión de una hipotética Ultrahumanidad habría gustado al nihilista. Dice Chardin:

«Zoológica y psicológicamente hablando, el hombre, fijado por fin en la integridad cósmica de su trayectoria, no está todavía más que en un estado embrionario, más allá del cual se perfila ya una amplia franja de lo Ultra-humano» (El corazón de la materia, 1950).

«En torno a nosotros, en el Mundo, no habrá solamente Hombres que se multiplican en número, sino que también está el Hombre que se forma. El hombre, en otros términos, no es todavía zoológicamente adulto. Psicológicamente, no ha dicho todavía su última palabra. Pero, bajo una u otra forma, está en marcha lo ultra-humano que, por efecto (directo o indirecto) de socialización, no puede dejar de aparecer» (Le coeur du problème, 1949)

Chardin pretende una Nueva Humanidad al margen del orden sacramental de la gracia. Propone “otro” Nuevo Hombre, un humanismo cósmico, una “ecología sobrenaturalizada” convertida en religión de la persona. Un ultrahombre en formación a partir de energías cósmicas y fuerzas ínsitas en la Tierra, con la gracia instrumentalizada en su servicio. :

“El Hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado por relación consigo mismo (es decir, una “persona”), ¿no representa un elemento, por relación a una nueva y más alta síntesis? Conocemos los átomos, sumas de núcleos y de electrones; las moléculas, sumas de átomos; las células, sumas de moléculas… ¿No habrá, entre nosotros, una Humanidad en formación, suma de personas organizadas?… ¿Y no es ésta, por lo demás, la única manera lógica de prolongar por recurrencia (en la dirección de mayor complejidad centrada y de mayor conciencia), el curso de la moleculización universal?” (La vision del pasado, 1949).

Al leer esto, uno se pregunta cómo puede la mente católica no rechazar inmediatamente este tipo de nociones. Cómo puede la mente católica entregarse a anhelos nihilistas de este calibre con tanta facilidad. Es un drama que sólo se explica por una larga exposición al sueño antropocentrista. Es el viejo proyecto de hombre glorificado, el homo-homo-homo, el hombre uno y trino de Carolus Bovillus (1483- 1553), que sigue vivo en una mente católica secularizada, aunque con otra etiqueta: Nueva Humanidad, pero no del cielo, sino de la Tierra.

 
2.- La gracia perfecciona la naturaleza, enseña el adagio clásico. La idea de una gracia que no inhere la naturaleza, sino la voluntad de poder, está en la base del voluntarismo nihilista.

Pico de la Mirandola (1463- 1494), tan admirado por el personalismo teológico, fundamenta la dignidad humana en una supuesta falta de esencia definida, modificable a capricho:

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30.11.17

(227) Modernismo, paradigma personalista y crisis de fe

El semipelagianismo ha parido una semiortodoxia de la que va a ser difícil librarse. Una especie de humanismo que pretende ser plenamente católico. Y es que la mentalidad voluntarista ha engendrado un paradigma bonachón de dos cabezas: el personalismo y su paralelo teológico, la Nueva Teología: Maritain, Teilhard de Chardin, Rahner, Blondel, Mounier y tantos otros, han suministrado al nuevo modelo su acervo de tópicos. Por desgracia, pocos dudan de su catolicidad, se da por supuesta.

 

1.- No más de ciencuenta años de fenomenología han bastado para hacernos entrar en crisis; para amalgamarnos a un nuevo sistema de error, que hace urgente la reforma, o su conclusión será la apostasía.

Nos toca a nosotros, por sentido de la responsabilidad, señalar el mal; y a la autoridad correspondiente, que es la Iglesia jerárquica, disolver la nube tóxica y sanear el ambiente, hacerlo respirable, devolver a la mente católica su lustre y su brillo tradicional.

Se precisa Escritura, Tradición y tradiciones, Magisterio y mucho Santo Tomás, para deshacer el entuerto. 

 

2.- Porque el catolicismo está en crisis.- Y no una crisis cualquiera, sino una crisis de identidad, una crisis de fe, una crisis de indigestión de tópicos. 

—Un paradigma de lugares comunes. Pero, ¿difundidos por quién? Se preguntará el lector. Y yo respondo según lo visto: además de por los propios modernistas, por los existencialistas antisustancia, los antiaristotélicos, los antiescolásticos de toda condición; por los alérgicos al polen tomista, herederos de Scoto y Ockham.

—La crisis es evidente en dos sentidos: 1º) algo va mal en la mente de la Iglesia —de lo contrario, no se generalizaría la heteropraxis; y 2º) hay una toxina filosófico-teológica que lo provoca de lo contrario, no se generalizaría la heterodoxia. 

 

3.- La evidencia de la crisis se manifiesta en lo que he denominado paradigma personalista de la Nueva Teología. ¿En qué consiste este paradigma? En una idiosincrasia de valores humanistas, en que se hibridan lo natural con lo sobrenatural, y de esta hibridación piadosa surge un nuevo modelo de “ortodoxia".

Y es que si autores como Maritain, Mounier, Rahner, Teilhard de Chardin o Blondel, por ejemplo, son considerados autores de sana doctrina y pensamiento confiable, es que, como decimos, algo va mal en la mente católica.

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18.11.17

(226) Genealogía de lo político- teológicamente correcto, III: sentido de la vida y odio a la abstracción

1.- El odio a la abstracción, que caracteriza al personalismo radical,  impide una adecuada comprensión del fin último del hombre, cognoscible por la fe.

Para el personalismo radical, la conversión no puede ser expresada en lenguaje objetivo, sino sólo experimentada subjetivamente, siendo así hurtada a la razón, que queda desconectada de la fe teologal.

La mala catequesis fenomenológica, tan de moda en los últimos cincuenta años,  prefiere suscitar experiencias de sentido, en lugar de enseñar los contenidos objetivos de la revelación. 

Uno de ellos, según el tomismo, y muy principal, es la afirmación de la visión beatífica como fin último sobrenatural del hombre creado y elevado. 

Pero por influencia existencialista, sin embargo, se cree en general, como lugar común de evangelización, que a descubrir el sentido de la vida (el fin último) no se llega, por gracia, a través de un acto excelsamente razonable de conocimiento teologal (la fe), sino por una experiencia, un diálogo no mayéutico, un místico encuentro extraeclesial, como el que gusta al luteranismo o a las mil y una sectas protestantes.

Confundir la aspiración gratuita al fin último, con la búsqueda del sentido natural de la existencia humana, es el gran error de muchos evangelizadores actuales.

 

La desconfianza de la razón, consecuencia de esta crisis de fe que vivimos, ha generado una alternativa posmoderna a la noción tradicional. Esta opción no es más que un vago sentido dramatúrgico de la vida, que tanto atrae a los fenomenólogos. 

Volver a Padres y Doctores escolásticos, y abandonar consejo de psiquiatras y dramaturgos, es vital para reaprender a pensar el destino final del hombre, y comprenderlo con fe y razón.

Ya lo dice la paremia clásica: Allégate a los buenos y serás uno de ellos. A bonis bona disce, aprende de los buenos las buenas cosas. Allégate, cristiano, a Padres y Doctores escolásticos, y asimilarán tu mente a la de ellos. La novedad es mala hostelería para el católico.

 

EL ODIO A LA ABSTRACCIÓN. VICTOR FRANKL

2.- El rechazo de la abstracción.-  Es la caracteristica esencial del existencialismo. Y lo ha heredado la posmodernidad, que es su legado. Para difundirlo, acude a divulgadores, como el psiquiatra Victor Frankl (1905- 1997), que afirma: 

«Dudo que un médico pueda responder a esta pregunta con nociones genéricas, pues el sentido de la vida difiere de un hombre a otro, de un día a otro y de una hora a otra. Por tanto, lo que importa no es el sentido de la vida en formulaciones abstractas, sino el sentido concreto de la vida de un individuo en un momento determinado» (V. FRANKL, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1979, p. 131)

El sentido de la vida en formulaciones abstractas del que habla el fundador de la logoterapia, no es otro, como decimos, que el fin último, tal y como la tradición metafísica de la Iglesia, y en especial el tomismo, ha enseñado siempre. Frankl desconfía, parece, del numen heredado, sustituyéndolo por un vago concepto axiológico de la búsqueda de la verdad, en su acepción eudemónica.

Causa dolor que en la formación católica del clero y del laicado, en general, durante los decenios posconciliares, haya desaparecido prácticamente la referencia al fin último sobrenatural, sustituido por un vago concepto naturalista del sentido de la vida.

Es en definitiva un cambio de nutrición de la mente católica, una irresponsabilidad dietética de la mente posconciliar. Una cosmovisión, una Weltanschauung, extremadamente proclive a la Moral de Situación, en que se subordinan las esencias a las existencias: una mutación del alimento espiritual, en que cada cual descubre su malnutrición, pero no quiere reconocerla. Es la gastronomía del avestruz. Por mucho que se compruebe el daño, se sigue actuando al caso, como si nada sucediera.

Adviértase cómo Frankl termina de exponer su tesis con términos que recuerdan intensamente a la teología moral de Bernhard Häring:

«La noción del sentido de la vida también se entiende desde el ángulo inverso: si consideramos que cualquier situación plantea y reclama del hombre un reto o una respuesta a la que sólo él está en condiciones de responder. En última instancia, el hombre no debe cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida le interroga a él. En otras palabras, la vida pregunta por el hombre, cuestiona al hombre, y éste contesta de una única manera: respondiendo de su propia vida y con su propia vida. Únicamente desde la responsabilidad personal se puede contestar a la vida. De tal modo que la logoterapia considera que la esencia de la existencia consiste en la capacidad del ser humano para responder responsablemente a las demandas que la vida le plantea en cada situación particular» (Ibid., p.131)

—Nótese la propuesta: el sentido de la vida no es algo cuya esencia se pueda abstraer ni natural ni sobrenaturalmente, sino algo que sólo se comprende experimentándolo en la propia situación, —en el aquí y ahora, como diría el zen, y con él todas esas psicoterapias gestálticas.

De aquí al relativismo hay sólo un paso. Seamos prudentes.

* * *

 

EL ODIO A LA ABSTRACCIÓN. GABRIEL MARCEL

3.- La alergia a lo abstracto como síntoma de relativismo.- Decía Victor Frankl que el sentido de la vida “difiere de un hombre a otro, de un día a otro y de una hora a otra.". ¿Cómo es posible que chorrada tan gaseosa sea tan consumida por católicos? Es algo que me maravilla. Pero que tiene explicación: la alergia a la abstracción.

Y es que si se cree que el ser humano no es capaz de ex-traer (abstraer) la esencia de las cosas, entonces se deja inexorablemente de creer en una verdad objetiva, universal y esencial, es decir, en la naturalez humana creada Y ELEVADA por Dios.

Y así se substituye inevitablemente la ley natural, inscrita en la naturaleza humana, por los valores, elegidos subjetivamente por un hombre u otro, de un día a otro y de una hora a otra. Por consiguiente, se deja de creer que hay naturaleza humana, se deja de creer que ésta está inmersa en un orden metafísico esencial, eterno e inmutable; que posee un fin último cognoscible por la fe y comprensible por la razón, y que este fin último es fruto de la creación y elevación gratuita del ser humano al orden sobrenatural.

Y se termina por creer que encontrar el sentido de la vida es una tarea subjetiva, que a quién le importa, sino a uno mismo, y que es lo propio de cada uno en su propia circunstancia y por su propia responsabilidad. Se acaba por defender que la ley natural no abarca todos los casos particulares, y que son lícitas las excepciones a los actos intrínsecamente malos, que cada caso es cada caso. Lo decisivo es la respuesta personal, no las esencias abstraídas en normas generales.

¡Es el relativismo, y no otra cosa! —Amigo y hermano católico, si eres de los que odian la abstracción, y crees que todo en la fe cristiana es misterio inextricable, ¿a cuenta de qué denuncias el relativismo del mundo que te rodea, pero no lo ves en tu propia casa? ¡Menudo tópico de autores neotéricos!

Gabriel Marcel (1889- 1973), por ejemplo, consideraba la abstracción un mal en sí mismo, comparable al odio: 

«toda mi actuación está orientada a tantas y tan variadas fuerzas creadoras y críticas que yo quisiera encauzar a la acción, pero sin perder de vista lo que constituye el centro de mis anhelos: contribuir a mejorar un mundo que amenaza perderse en el odio y la abstracción» (G. MARCEL, Dos discursos y un prologo autobiográfico, Herder, Barcelon 1967, p.13)

* * *

El rechazo de la capacidad de conocer las esencias con la ayuda de la fe y la gracia, por tanto, tiene un nombre: RELATIVISMO. No más que un alimento en apariencia apetitoso, pero de gran toxicidad. 

Deja a un lado tus libros existencialistas y consulta buenos manuales de doctrina tradicional; la Síntesis de espiritualidad católica, del P. Iraburu y el P. Rivera, en Gratis date;  o la Teología de la perfección cristiana, y Teología moral para seglares, del gran Royo Marín OP; son excelentes alternativas de formación, que te proporcionarán doctrina sólida a salvo de experiencialismos y subjetividades: te harán sanar de prejuicios contra la ciencia de la razón, y constatar cuán débil y líquida es tu formación anti-abstractiva, prejuiciosa de verdades inmutables.

4.- Hay que iluminar las tinieblas con luces de razón y fe, en perfecta subordinación y armonía, como proponía magistralmente San Juan Pablo II en Fides et ratio y su gran legado tradicional: Veritatis splendor.

Para hablar del fin sobrenatural del hombre contemos siempre con vocablos excelentes, no con los mediocres. Es mejor  fin último que sentido de la vida. Como enseña el refrán del Siglo de Oro, Ayunar, o comer trucha. Que significa: no te conformes con medianías, en este caso, psiquiátrico-literarias. Prefiere la trucha, es decir, la tradición intelectual de la Iglesia. (En la literatura de Cervantes o Tirso de Molina, la trucha era una comida distinguida). Pues bien, comamos trucha, no personalismo. Comamos Padres y Doctores, no logoterapias ni literaturas.

Hay que iluminar las tinieblas con la luz del FIN ÚLTIMO. Hay que hacerlo, porque si el católico no lo hace, nadie lo hará. Hemos sido creados y elevados para la visión beatífica. Cuán grande es el amor de Dios, que nos ha dado un logos para comprenderlo.

Porque nosotros, los católicos, creemos en la armonía de la fe y la razón. 

 

15.11.17

(225) Genealogía de lo político-teológicamente correcto, II: diálogo sin tradición, diálogo sin sentido

1.- Sobrevaloración del diálogo.- Hoy día apelar al diálogo es políticamente correctísimo, también en teología y filosofía, también en pastoral. Todos invocan al dios diálogo como panacea y medicina. ¿Creerán tal vez que el diálogo sustituye a la gracia? ¿Creerán tal vez que es la triaca milagrosa, y no hay veneno que se le resista? ¿Esta pelagianada de órdago, esta concepción experiencialista del diálogo, no será más bien el disfraz de una pastoral pirronista?

¿Serán los signos de interrogación la marca del apocalipsis? ¿La contraseña de la bestia liberal, en la frente y en la mano?

Este pensamiento itinerante que pregunta sin querer respuesta, y que nunca descansa porque odia la certezas, ¿será tomado con el tiempo como lo propiamente catolico? Dios no lo quiera. Pero lo cierto es que se ha constituido alternativa contra la apologética, testimonio sin predicación, encuentro que renuncia a hacer prosélitos, alternativa personalista a la doctrina. La fe teologal, ¿acaso ha dejado de ser asentimiento a verdades reveladas, para hacerse diálogo? ¿Es convertirse, ahora, conversar con Dios de tú a tú, de causa primera a causa primera?

Es tal la sobrevaloración del interrogativismo mutuo, que ha vuelto innecesario el derecho penal, las condenas del Magisterio, el anatema y la plegaria. ¿Todo se puede conseguir dialogando? ¿Será que para muchos es fin y no medio?

 

2.- Pero no es un diálogo tradicional.- Más bien es rey desnudo y espada sin filo; un diálogo que no busca el convencimiento, ni confesión a la limón de la fe; sino favorecer intercambios y encuentros, y acaso prologar comisiones y programas y comisiones y programas y comisiones y programas de buena voluntad intraeclesial, o ecuménica, o interreligiosa, o interdoctrinal, pero poco más. Se queda siempre en monólogo, poco más que un cruce de autobiografías que blablean unas a otras, sin más traza que un garabateo de comunicación. 

 

3.- ¿Sócrates sí, mayéutica no?.- Lo que hoy día se considera político-eclesialmente correcto, se sintetiza en su noción-talismán: diálogo. En el pensamiento católico tradicional, sin embargo, esta palabra se reserva en exclusiva para el método socrático, figura natural de la escolástica apologética: mediante preguntas y respuestas sanadoras, el maestro removía los problemas y obstáculos que trababan la mente de su interlocutor, dejando en evidencia la inconsistencia de sus prejuicios mediante la ironía y la argumentación guiada.

Todo el diálogo estaba encaminado a que el otro descubriera la verdad y la razón preambulara su fe. Platicar de Dios era labor de cirujano y Sócrates era su Hipócrates. Trabajo mundano era chamuyar a diestro y siniestro. ¿Para qué tanto hablar, si no se va a llegar nunca a nada? ¿Hay meta o no hay meta? ¿Es el discurso propio un fin en sí mismo, o un instrumento de Dios, según la Escritura: «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros» (2 Cor 5, 20)?
4.- Es muy positivo que Gabriel Marcel (1889- 1973) apelara a un socratismo cristiano.- Falta que hace. En este sentido, su aportación al pensamiento católico contemporáneo no podría haber sido más enriquecedora. Sin embargo, sus prejuicios antisistema le jugaron una mala pasada. Su neosocratismo quedó en esbozo autobiográfico, como una sobredosis de pensamiento interrogativo. Era una concepción del diálogo más dramatúrgica que filosófica. Como alternativa a tener un sistema, tiene un diálogo. Lo cual, cuando el interlocutor es enemigo (llámese modernismo) es un error fatal. 

Xavier Tilliette, en su estudio sobre Gabriel Marcel, afirma:

«Marcel se ha negado siempre tenazmente a darle [a su pensamiento] una forma sistemática; y el único título que tolera para designar su investigación es el de “neosocratismo” o socratismo cristiano» (TILLIETTE, XAVIER: Gabriel Marcel, en La filosofía del siglo XX, Siglo XXI editores, Madrid 1987, p. 179)

 

5.- La con-versación socrática es instrumento de con-versión.- Su fin, el descubrimiento tutorizado del logos; su metodología, darlo a luz, eliminando los obstáculos. 

Por desgracia, la propia concepción de Marcel de los problemas filosófico-teológicos le impedía alcanzar una visión adecuada. Fiel a su cosmovisión existencialista, renuncia al descubrimiento racional de la verdad. Como explica Nicolás Abbagnano:

«El tono existencialista del Diario metafísico consiste exclusivamente en que Marcel se niega a considerar el problema del yo y el problema de Dios como que pueden ser resueltos en el plano objetivo, es decir, por análisis y demostraciones racionales. Pero Marcel llega hasta el punto de ni siquiera considerarlos problemas: el ser, tanto el ser del yo humano como el ser de Dios, no es problema sino misterio» ABBAGNANO, Nicolás: Historia de la filosofía, vol. 3, Hora, Barcelona 1982, p. 365.

 

6.- La elección de un Diario para dialogar es sintoma de asocratismo. ¿Qué sentido tiene una cita con el propio yo, si lo que se pretende es conversar con otro, y además con sentido, y por supuesto con fruto?

Es una seña modernista, más bien: la autocontemplación entendida como aggiornamento: con el mundo, con la Modernidad, con uno mismo. No es diálogo socrático, sino lenguaje interrogativo, fuga de certezas y seguridades, que está de moda. Confraternizar con la Modernidad, que más tranquilo se vive sin enemistades.

Como revela entusiásticamente Xavier Tilliette:

«Mas no es éste el lugar para hacer el elogio de este excelente maestro, de este hombre de dialogo, vulnerable y bueno. Hemos de escrutar brevemente el instrumento primordial del filosofar isagógico de G. Marcel. La elección del diario como método responde a la preocupación dialógica y a la exigencia de un pensamiento interrogativo» (TILLIETTE, XAVIER: Gabriel Marcel, en La filosofía del siglo XX, Siglo XXI editores, Madrid 1987, p. 181)

Vemos con claridad que el personalismo marceliano llama diálogo a un monólogo de sospecha, de autojustificación. Pero un monólogo interrogativo no es un diálogo socrático. 

Resumimos citando una paremia del Siglo de Oro: que allí va la lengua, donde duele la muela. Es decir, que por mucho que el discípulo dialogue consigo mismo, siempre vuelve a su misma falta, a su misma carencia, al mismo problema, a la misma tela de araña, de la que no puede salir sin el auxilio de uno que sepa más. Imposible sin el recurso vivo a una mediación, a un maestro, a un saber heredado. ¡No hay diálogo sin Tradición, sin transmisión!

 
7.- Todo lo que no es tradición es monólogo. Ni siquiera se puede hablar con Dios si no hay tradición, porque falta el numen heredado. Y si el diálogo consiste en mirarse al espejo y conversar con un simulacro, no es un diálogo propiamente cristiano, para hacer prosélitos, sino un charlotear con uno mismo ¿Será que es eso lo que se pretende, no hacer prosélitos? Pero, ¿acaso no ha creído siempre la iglesia que la fe es necesaria para la salvación, y que sin fe es imposible agradar a Dios (Hb 11, 6)?

 Si los errores que, en su problematicidad, ofuscan la razón natural, dejan de ser considerados obstáculos que pueden ser efectivamente salvados y solucionados en bien del prójimo, reduciéndose a misterios irresolubles, ¿qué sentido tiene el diálogo socrático? Deviene autocontemplación.

El proyecto de un socratismo cristiano no apodíctico queda pulverizado en buenas intenciones y poco más. Porque si la mayéutica renuncia a ser un instrumento del logos, para convertirse en desahogo existencial y agenda de dudas, será otra cosa, literatura, arte o teatro, pero no socrática conversación. Será un diálogo sin tradicion grecolatina, ni católica; un diálogo afectado de horror vacui, que hay que rellenar de emociones, para que no quede hueco para la verdad. 

Los que tanto critican una Iglesia autorreferencial son autorreferenciales empedernidos. Quieren que la Iglesia les mire a ellos.

 

8.- Misteriosismo y diálogo.- La sustitución, pues, de un diálogo que resuelve problemas, por un discurso monológico que sólo contempla misterios, vuelve inútil el diálogo mismo, que queda reducido a un mero intercambio de incertidumbres existenciales, ¡una catarsis emocional! Es lo ideal para un discurso ecuménico o interreligioso pelagiano, de perfil bajo, que no quiere captar para la propia religión.

 

9.- Esta sobrevaloración del diálogo, que usurpa el puesto que debe ocupar la apologética o la escolástica misma, dificulta notablemente la misión, deshabilita la filosofía, degrada la predicación y condena el polemismo tradicional de Padres y Doctores a mero testimonio existencial.

Si se renuncia a hacer prosélitos, se renuncia a usar la razón (iluminada por la fe) para enseñar la verdad; se renuncia a liberar al otro de las toxinas mentales que enferman su razón, quebrando su necesaria consonancia con la fe.

 

Y 10.- La caída de la metafísica entonces será segura y fatal. Y la crisis de la mente católica, servida. Porque un monólogo situacionista no basta para preambular la fe. Porque en tiempo de crisis, se precisa un principio de racionalidad que se armonice con la fe, en sobrenatural sintonía. Es vital. No hay diálogo verdaderamente socrático, verdaderamente católico, verdaderamente tradicional, si se renuncia a ser faro para el que naufraga. 

¡Hay que iluminar las tinieblas! Porque si no lo hace el católico, nadie lo hará.

 
 
David G. Alonso Gracián
 
Viva la Inmaculada Concepción.