30.01.18

(244) Defensa de la clasicidad

Clasicidad: virtud de no apartarse de lo tradicional.

 

1.- La herencia transcendental.- Cuán necesario alimentar la razón católica, no con ideo-sincrasias difusas, de origen modernizante, sino con el legado filosófico de las precedentes generaciones cristianas.

 

2.- La potestad del servidor.- El pensamiento clásico posee una mayor autoridad. No sólo por su consistencia broncínea, sub specie aeternitatis, bajo la perspectiva de lo eterno; sino porque el mismo Magisterio de la Iglesia ha utilizado su síntesis.

 

3.- El inconcuso bisturí.- La filosofía clásica, en vanguardia contra la ontofobia existencial, defiende el verdadero y genuino valor del conocimiento humano, sus indudables principios y sus firmes nociones. Con arte preciso extirpa los errores, los tumores del subjetivismo, para que no se desustancie la persona.

 

4.- La aguja de las esencias.- La tesis central del pensamiento clásico, brújula en el bosque del devenir, es que se pueden alcanzar verdades ciertas e inmutables. Siempre con norte que atrae, que es el socorro teologal. No hay caminar seguro sin antorchas.

 

5.- Fuera del remolino.- La filosofía del ser no se somete al Maelstrom, ni en sus principios ni en sus juicios.

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26.01.18

(243) Identidad católica reducida. Más detalles de un proceso que hay que revertir

“Unos pocos solamente piensan en la verdad
depositada en el ser de la cosas”. Anselmo de
Canterbury, Diálogo sobre la verdad, IX.

 

1.- Catolicismo de identidad reducida.-  Es el que apela a los valores del humanismo cristiano, en lugar de apelar a los Mandamientos de Dios, a la sacramentalidad de la Iglesia, o a la ciencia de los santos. No sólo por vergüenza o restricción mental, sino ante todo por pelagianismo: pues cree, ingenuamente, que reduciendo a polvo la piedra de tropiezo, el mundo dará su fiat.

 

2.- Del respeto humano al estancamiento de las misiones.- Al principio se apelaba a los valores para suavizar la intención misional. Luego los valores devoraron la intención misional. El proceso de ocultamiento de la fe cristiana  —cuya teologalidad siempre tensiona hacia el martirio—, degeneró en huida, y por ósmosis con el mundo, en rechazo del apostolado explícito —o sea, del proselitismo—. Para el nuevo paradigma, la exigencia de ser “embajadores de Cristo” (1 Cor 5, 20) exhortando al mundo a penitencia de salvación, da paso a una mera presencia testimonial no asertiva, que poco irrita a la Bestia.

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23.01.18

(242) Volver la mirada al pensamiento clásico de la Iglesia

El modernismo es ante todo enajenación de la mente católica en la mente moderna. Introduciendo ideas nuevas en los esquemas tradicionales, los desvirtúa sometiéndolos a una labor de derribo, o más bien de borrado de datos, y usurpa así el mando del pensar.

 

En esta re-configuración de la mente católica juega un papel fundamental la concepción subjetivista de la realidad que posee el pensamiento moderno, que es transfundida al pensamiento católico como una neometafísica parásita.

Pero el catolicismo, no lo olvidemos, no es moderno, sino bíblico-tradicional, vive de Escritura y Tradición y tradiciones. Piensa, o debe pensar, con la prudencia del derecho eclesiástico y el rigor del magisterio, que es función tutorial de la Iglesia, Madre y Maestra. 

 

1.- La trampa de las ideas.-  El pensamiento moderno hiper-racionaliza la realidad. ¿Cómo? Recurriendo a un absolutismo de las ideas. Es el verdadero antecedente de lo que Benedicto XVI calificaría de dictadura del relativismo. Su bandera no es otra que un nuevo paganismo humanista, en que se politeízan los valores individuales y se des-esencia la Creación. No podemos caer en esta trampa, ni para dar razón de nuestra esperanza.

 

2.- La posmodernidad no contradice la modernidad, antes bien es su Simbionte. Ánomos y Ánfíbolos, sus dioses.

 

3.- La nueva revolución.- El pensamiento posmoderno subvierte la realidad recurriendo, también, a la sedición de las ideas, que en este caso deviene irracionalismo. Es por una cuestión de valores, ahora, que se deciden las esencias, traspasando la autoridad del Creador a la voluntad subjetiva, que exige soberanía, que exige autonomía, que exige ontofobia al pensamiento católico.

20.01.18

(241) La suspensión teleológica de la clasicidad, y el problema de Midas

La clasicidad de la Iglesia, es decir, su esencial tradicionalidad, nos interesa como principio y como método. Como principio, nos informa de la necesidad de configurar nuestra mente a la mente tradicional. Como método, nos enseña la necesidad de mantener en todo momento un principio católico clásico, en virtud del cual razón y fe, conocimiento natural y dato revelado, han de caminar siempre en armonía.

La Iglesia es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15), también, en cuanto transmisora de verdades metafísicas providencialmente elucidadas y enunciadas. No sólo es defensora y portadora del Depósito, también es defensora y portadora de un saber perenne y siempre actual, que es ciencia cierta y necesaria y patrimonio fundamental.

La elección, aun siendo bienintencionada, de elementos epistemológicos extraños propios de la modernidad, es siempre problemática. 

Quisiera compartir, en este post, algunas de mis preocupaciones al respecto, pensando siempre que una crítica constructiva puede constribuir a reformar la Iglesia, y superar la crisis.

 

1.- El método fenomenólógico y el problema de Midas.-  Con su habitual agudeza de ingenio, que diría Baltasar Gracián, el gran Eugenio d´Ors expresa con certerísimas palabras la inconsistencia de la fenomenología:

«El pensamiento sistemático es inasequible a la Fenomenología. O, lo que es lo mismo, resulta inasequible a la fenomenología la construcción, aunque sea parcial, de un discursivo saber. Con la dosis inevitable de cierto espíritu de caricatura se ha podido afirmar que la fenomenología es el arte gracias al cual ciertos filósofos escriben sin amenidad y sin precisión sobre aquellas cosas de que los poetas escriben sin precisión, pero con amenidad, y los hombres de ciencia con precisión, aunque sin amenidad… En esta posición continuaba, hasta que, más recientemente, le ha usurpado este papel el existencialismo» (El secreto de la filosofía, Tecnos, Madrid 1998, p. 402)

Un poco antes había caracterizado genialmente el mal de fondo del pensamiento fenomenológico:

«Los fenomenólogos repiten un poco el mitologico caso del rey Midas: como todo se vuelve oro en sus manos, y a su contacto oro de existencia, este oro, ayuno del poder que les confiere las esencias, no les permite en modo alguno alimentar su saber. Se morirán de hambre entre los esplendores de su riqueza inútil.» (Ib., p. 401)

Con ninguna escuela ha tenido tanto éxito la fenomenología como con la escuela personalista.

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16.01.18

(240) Un paradigma eclesial posmoderno

Conocer bien los principios intelectuales de la posmodernidad nos puede ayudar mucho a comprender la crisis eclesial que vivimos.
 
Cuando la Iglesia y el mundo interaccionan indebidamente, la confusión tiende a crecer a medida que aumenta el contagio.
 
Por eso, es indispensable elaborar un mapa de la crisis, que nos permita orientarnos y no perder el norte en estos tiempos.
 
1.-  La voluntad contra el entendimiento.- «El pensamiento está orientado hacia la acción», asegura Henri Bergson (1859 -1941) en Memoria y vida, la antología que hizo de sus textos Gilles Deleuze. Y para que no quede duda, en caso contrario, añade: «y cuando no aboca a una acción real, esboza una o varias acciones virtuales, siempre posibles». 
 
Es decir, (llevando la idea de Bergson a sus lógicas consecuencias), que incluso cuando el pensar no se oriente de hecho al actuar, se orienta de deseo. El entendimiento, se puede concluir de ello, andaría siempre mendigando a la voluntad, la razón subordinada a los sentimientos y el saber a los aprendizajes, invirtiendo así todo el proceso natural. La doctrina, en esta cosmovisión, siempre estará subordinada a la praxis. Formaría parte de su aventura progresista, que diría Cornelio Fabro. ¿Acaso todo ello no es la esencia del modernismo?

El voluntarismo como boa constrictor.- Es tanto el afán de voluntad de la via moderna, que malquiere con pasión adúltera al entendimiento, y de tanto pretenderlo, lo mata, boa constrictor,  asfixiándolo. Como en el abrazo mortal del Niño de la Bola, la excelente novela antiliberal de Pedro Antonio de Alarcón (1833 -1891). Aquí el impetuoso pupilo del P. Trinidad, de tanto pretender a Soledad, la abraza matándola. De poco sirvieron las advertencias del santo sacerdote, como de poco sirvieron los avisos de los Papas antimodernistas. La voluntad de dominio es siempre nihilista, por muy romántico o piadoso que parezca. El abrazo del querer moderno asfixia la razón, y consecuentemente la misma fe.

 

3.- Devenir contra razón.- Volviendo a Gilles Deleuze (1925 -1995). Sabido es que con Félix Guattari realizó un análisis deconstructivo de la metafísica en los años 70, en El AntiEdipo y Mil Mesetas. Influido por Bergson, pretende una metafísica alternativa, en que los principios filosóficos modernos queden pulverizados en puro tiempo, diferencia y devenir. Pues bien, en su obra Lógica del sentido (1969) expone su concepto de sentido como una forma diferente de entender la verdad, no basada en la representación. La representación, en este contexto, es algo así como la etiqueta con que el posmodernismo se refiere al conocimiento racional.

La identidad es lo que, según Deleuze, hace posible el saber. Por eso, primando la diferencia y el sentido en lugar de la causa, se valoriza el aprender en detrimento del saber, y por tanto los procesos, en lugar de los resultados. Es notorio cuánto han influido estos conceptos en la educación constructivista actual, con tan nefastos resultados. Los saberes humanos considerados meras “representaciones". Ahora el pensamiento racional es Comunicación y representación.

 

4.- Podemos decir que la concepción de la educación que prima hoy en día en general es el constructivismo, como paradigma incuestionado y absoluto. Su esencia, en general, es la suspensión teleológica de los saberes heredados, en definitiva, de la tradición.

Sus propuestas se basan en cinco principios:

1) El pensamiento está radicalmente ordenado a la acción.

2) Los procesos (el tiempo) tienen primacía sobre los resultados (el espacio).

3) Importancia de la participación creativa del sujeto en el aprendizaje.

4) El sujeto construye su pensamiento no a partir de saberes heredados, sino a partir de sus propias premisas y su propia situación de partida. Sólo así el aprendizaje es “significativo” (o sea, tiene sentido para él). 

y 5) Rechazo del aprendizaje magisterial autoritativo.

 

y 5.- La tentación de asimilar la mente del mundo siempre estará presente, y siempre deberá ser rechazada, para nunca caer en ella. Contra lo que dice algún que otro evangelizador despistado, la modernidad no ha cerrado, antes bien, lejos de estar caducada, está dando sus coletazos más violentos en lo que llamamos posmodernidad. Y sus patrones mentales son contagiosos. Lo posmoderno no es más que la radicalización de lo moderno, llevado a sus últimas consecuencias.

Conocer los principios de la posmodernidad nos va a ayudar mucho. Cuando la Iglesia se conforma indebidamente al mundo, hay un contagio conceptual que es preciso desentrañar. El mundo contemporáneo, con objeto de desmantelar la razón tradicional, sustituye los saberes y doctrinas por la praxis; la identidad por la diferencia; los resultados (ideales) por procesos (virtuales); el magisterio autoritativo por la reflexión ensayística privada.

Las huellas de esta ideo-sincrasia posmoderna, que se viene a bien denominar constructivismo, en la mente católica actual, son evidentes. A poco de analizar los conceptos de la crisis de fe que vivimos, constataremos que la mentalidad latente en la crisis no se libra de esta influencia, ni mucho menos.

Por eso, no dudo en calificar el pretendido nuevo paradigma de constructivista. 

 

David Glez. Alonso Gracián.