8.06.17

(184) Brevemente, tres señas de identidad modernista

1.- El modernista es un mil caras.- Ahora simula piadoso creyente, ahora es fenomenólogo; ahora es obedientísimo al Papa, ahora es rebelde y antitradicional; ahora es lumbrera progresista, ahora es perrillo faldero de la diócesis; ahora es cabeza a pájaros, ahora es cabeza de antropólogo; ahora es funcionario del error, ahora es bohemio y creativo teólogo; ahora es proluterano cabal, ahora es apasionado oficialista . Ya lo avisaba la Pascendi,3:

«Para mayor claridad en materia tan compleja, preciso es advertir ante todo que cada modernista presenta y reúne en sí mismo variedad de personajes, mezclando, por decirlo así, al filósofo, al creyente, al apologista, al reformador; personajes todos que conviene distinguir singularmente si se quiere conocer a fondo su sistema y penetrar en los principios y consecuencias de sus doctrinas.»

 

2.- El modernista no cree en la razón, pero cree que tiene razón en todo.- Todo lo confía a la fiducia, como si el logos no existiera. Su fe no es razonable, ni dogmática, sino mero encuentro sin doctrina, sin Depósito; su Dios es inaccesible al conocimiento, porque es un Misterio imposible a todos, menos a él; no cree en preámbulos de la fe, ni en la escolástica, que es cosa, dice, de cabeza a cuadros; todo en su fe contraría la razón, porque la fe no le parece asentimiento, sino sentimiento; cree porque creer le parece absurdo, por eso cree en un dios que es todo potencia en todo. Ya lo avisaba la Pascendi, 4:

«Los modernistas establecen, como base de su filosofía religiosa, la doctrina comúnmente llamada agnosticismo. La razón humana, encerrada rigurosamente en el círculo de los fenómenos, es decir, de las cosas que aparecen, y tales ni más ni menos como aparecen, no posee facultad ni derecho de franquear los límites de aquéllas. Por lo tanto, es incapaz de elevarse hasta Dios»

 

3.- El modernista sólo cree en la fe como expresión de fiducia.- No considera la fe como obediencia a la verdad revelada. No le importa que Dios se revele y se autocomunique; desprecia la doctrina como cosa de carcas inconversos, que nada saben de métodos ni de pastoral; sólo le importa la inmanencia vital, el círculo cerrado de su propia experiencia. Ya lo avisaba la Pascendi, 4:

«Nada les detiene, ni aun las condenaciones de la Iglesia contra errores tan monstruosos. Porque el concilio Vaticano decretó lo que sigue: «Si alguno dijere que la luz natural de la razón humana es incapaz de conocer con certeza, por medio de las cosas creadas, el único y verdadera Dios, nuestro Creador y Señor, sea excomulgado»(4). Igualmente: «Si alguno dijere no ser posible o conveniente que el hombre sea instruido, mediante la revelación divina, sobre Dios y sobre el culto a él debido, sea excomulgado»(5). Y por último: «Si alguno dijere que la revelación divina no puede hacerse creíble por signos exteriores, y que, en consecuencia, sólo por la experiencia individual o por una inspiración privada deben ser movidos los hombres a la fe, sea excomulgado»(6)»

 
Estos son, brevemente, tres rasgos del modernista. Es un mil caras, no cree en la razón; su fe no es fe, sino fiducia de mero encuentro sin doctrina. Veremos más, con el favor de Dios.
 

4.06.17

(183) El modernismo no ha caducado. Está bien, demasiado bien de fecha

1.- Combatir el modernismo no es tarea de cazadores de dinosaurios. No nos movemos en un Triásico eclesial, sino en un paisaje posmoderno de especies no extintas. 

 

2.- No es cierto que la Iglesia viva anclada en la modernidad, y fuera inactual la lucha contra el modernismo. Actualizarse no es considerar caduco al Leviatán, sino enfrentarle. El Monstruo no se ha ido. Quien le encara vive el fragor del presente.

 

3.- Tantos católicos puestos en fuga hacia el protestantismo, o que desembocaron en múltiples heterodoxias, no dejaron de ser católicos por un problema metodológico, como se afirma en los nuevos contextos pastorales. Dejaron atrás su hogar apostólico, que es la Iglesia, porque recibieron doctrina envenenada durante muchos años. No se fueron de casa por meros defectos de método, praxis o pastoral, sino por graves fallos de sistema.

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31.05.17

(182) Un nuevo tipo de homilía para la Santa Misa

Uno de los gritos de guerra de los buenos Partisanos de la Gracia podría ser: ¡Sólo Padres y Doctores!

Se habría de aplicar en tiempos de caída doctrinal, y ante todo, en homilías y textos magisteriales… sólo Padres y Doctores. Otra cosa serían predicaciones en general, charlas espirituales, artículos, conferencias, lecciones teológicas… ahí cabe todo lo bueno y verdadero, con buen criterio y sana prudencia.

Pero en la divina liturgia, en el ámbito sacramental y magisterial, creemos que debe alimentarse el sentido de la Tradición, de la buena y recta doctrina, de lo sacro y separado (del mundo): sólo Padres y Doctores. Se trata de superar un grave estado de precariedad doctrinal y confusión antitradicional. Se trata de vencer al modernismo depurando al máximo la homilías de la Misa y la catequesis en general.

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20.05.17

(181) Un nuevo modelo de adulterio

1.- Para las almas modernistas, siempre ansiosas de error, exterminar una doctrina es una necesidad, llevan dentro ese anhelo como llevan dentro sus ganas de Maelstrom: su lujuria antilegalista, su deseo obstinado de adulterio. Siempre con hambre de heterodoxia, su apetito (a todas horas) de agujero negro. Cual síntoma de hambruna posconciliar, suscribe situacionismos e idolatra al Gran Buda Europeo, fundador del Occidente apóstata, sacristán del Renacimiento.

 
2.- No seamos ingenuos. El enemigo está dentro, se autodenomina católico, se viste de piedad, es agente de escisiones, vomitador de Pascendis, lisonjeador de Padres Anomios: es el Modernismo, ¿no te das cuenta? No tiene fecha de caducidad, no ha sido condenado en sus metástasis posmodernas, no ha sido combatido sino alimentado con desistencias. Se precisa un nuevo Índice de errores.

17.05.17

(180) En que el P. Vetusto se encara con el P. Anomio, profesor de teología moral y promotor de la anticoncepción

Tiempo ha que el P. Martín Anomio, prestigioso profesor de teología moral,  visitaba asociaciones familiaristas de laicos, y predicaba y daba sermones y homilías y conferencias de prensa en los medios. Su tema estrella no podía ser otro que la supuesta enemistad entre la gracia y la ley, dando embestidas furibundas a la Humanae Vitae.

—Si tienes la gracia, ¿para qué quieres la ley? Reconoce tu conciencia creativa, que es señora de tu matrimonio, y no la ley que te esclaviza— solía decir, entre jocoso y tentador.

No escatimaba horas ni luz de lámpara, con tal de difundir su proyecto antilegalista, como él lo llamaba: demostrar a los rigoristas católicos que la prohibición de la anticoncepción es legalismo, y ha de ser reconsiderada bajo una nueva perspectiva: la de la opción fundamental por la gracia, y la responsabilidad de los esposos. Y he aquí que predicaba resueltamente, con escandalosa facilidad, este y otros muy graves y dañosos disparates contra la salud del matrimonio.

Sus libros reventaron escaparates, colonizaron librerías católicas, hirieron obispos, despeñaron ovejas, recibieron premios prestigiosos de los centros docentes católicos, y fueron incluidos en los planes de formación de seminarios, institutos de ciencias religiosas, cátedras universitarias y planes pastorales: es el apóstol del matrimonio, dijeron. Y le colmaron de halagos y distinciones honoríficas, y le nombraron el renovador de la teología moral católica. Memorable fue su apología proluterana en una muy famosa conferencia en el Rodolfianum.

 

Y es que el redentorista Don Martín Anomio, desde sus primeras lecciones docentes, ya enemistaba Ley y Gracia. En su celebérrima obra Argumentos cristianos contra la Humanae vitae afirmaba textualmente:

El uso de preservativos no profana las relaciones conyugales. Por el contrario, es una muestra de la primacía de la conciencia sobre el fariseísmo magisterial.  Nada impide que, si ha habido un profundo discerniento ético, sin duda por etapas y procesos de descubrimiento de valores, una pareja de sujeto y sujeta utilice anticonceptivos regularmente y pueda crecer en gracia santificante, virtudes teologales y una mayor vivencia de los valores evangélicos.

 

Pues bien, dicho esto, cual proemio, toca hablar de su Némesis, es decir, del enemigo mortal de Don Anomio, que no podía ser otro que nuestro muy apreciado y admirado Padre Vetusto. Y con ello proseguimos, de paso, nuestra entrevista de anteayer. Escuchemos al bizarro sacerdote. Le pregunto:

—Padre Vetusto, sabido es que tuvo ud algún encontronazo con el famoso Don Anomio, cuando era profesor de teología moral en el seminario de Vitruvia.

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