13.08.17

(204) Retratos con palabras, II: la Catedral encendida

Desde el Campo del Sur, la Catedral, de noche, parece encendida. 

¿Nunca la apagan? Pregunto a mi abuelo.
No  me responde Porque ahí viven Falla y Pemán. Y un montón de fenicios dice de guasa.
Mírala, parece que hay alguien por dentro, haciendo la cena, friendo pescao.
Chiquillo, no seas irreverente —le riñe mi abuela.
Pero yo imagino por dentro al Señor, que de tan glorioso, apenas se le reconoce; bendiciendo la mesa, comiendo con los apóstoles, con Falla y con Pemán, y con la abuela Juana, que todo lo supervisa, diciendo:
Pero ¿de verdad esto está pasando en Cadi?

 

El Campo del Sur parece una cazuela de piedra ostionera. El suelo refleja el sol, como si cocinara la tarde. Mi madre gustaba de ir andando la baranda de la bahía, hasta el Parque. Allí nos esperaba una cerveza, y un cartoncito de camarones. 

Ay qué caló, David. Ya no cojo más por aquí, me quedo en casa que estoy rendía.

La balaustrada es ancha, durísima, de roca de lapas y columelas. Si la pintara, lo haría con siena tostado y blanco de Nápoles, que en realidad es amarillo, pero que no amarillea. Tiene incrustadas conchas y lascas de murícidos; y si se mira en perspectiva, parece un camino infinito.

 

El hombre que tira pan a las gaviotas, en la balaustrada del Campo del Sur, sobre la Catedral, ¿de dónde procede? ¿Cómo se llama? ¿Cuántos años lleva haciéndolo? Las gaviotas le conocen mejor que yo. Me acerco y le pregunto:
Oiga usté, ¿el pan se lo da mojao con agua o mojao con leche?
Lo mojo en agua, que la leche es cara y no me llega.

 

Las calles dan sombra de toldos de Corpus, como vestidas de gloria. El abuelo Juan me aúpa sobre la gente, y me dice:

—Mira, ahí viene la custodia de la Catedral de Cadi, qué maravilla. Y dentro va el Señó.

Luego, los niños dibujan en la alfombra de piedad, deshaciendo la arena con los dedos, atesorando grava de colores. Todas las calles del Corpus dan al mar, donde las campanas predican la Transubstanciación, con bronce ostionero y glorioso.

 

9.08.17

(203) Por qué es importante para un cristiano ser tradicional. Más signos de identidad

1.- El tradicional no gusta de substituir virtudes por valores, ni religión del Dios Uno y Trino por religión del hombre; ni afirma que Dios no castiga, ni que Dios no condena, ni que Dios perdona incondicionalmente a todos,  hagan lo que hagan, sin arrepentirse. Se centra en el culto de dulía como esencia de su identidad católica. Incluye en su apostolado la ciencia de los santos, su manera, y el orden de las mediaciones como esencial para la conversión; orden sacramental, orden de mediación, orden de la justificación mediada y de la necesidad de la virtud —posible por gracia.

 

2.- El tradicional gusta de Liturgia, gusta de doxología, gusta de alabanza, gusta de adoración, gusta de hacerlo todo en Nombre de Cristo; gusta de una sola identidad para dar gloria —alter Christus, ipse Christus— y odia la supuestamente piadosa doble membresía —media persona para Dios, media persona para la democracia moderna.

 

3.- El tradicional no cree que lo ñoño es piadoso, ni cree que ser cristiano es estar siempre alegre; no confunde la sal con el azúcar; no gusta de cursilerías antropocéntricas, ni sentimentaladas propias de la devotio moderna. Afirma que ser cristiano, además de creer en el Redentor, es retener su doctrina y profesar catecismos—su fe es dogmática ante todo. Y por eso cree que las religiones adámicas están en tinieblas, y sus fieles en grave peligro de condenación. ¡Hay que misionarles!

 

4.- El tradicional gusta de la Veterum Sapientia, de la sabiduría antigua, su lenguaje, su logos, su épica, sus preámbulos de la fe. No considera que la mente grecolatina sea admirable por sí misma, sino que el cristianismo la redimió y la convirtió en preparación de la fe. No tiene horror a la Escolástica ni mira por encima del hombro la Cristiandad medieval; no quiere dar saltos de quince siglos, ni grita libertad, igualdad y fraternidad con falsa garganta humanista.

 

6.- El tradicional da su vida por conservar el Depósito. Es el único sentido en que es conservador.

 

7.- El tradicional huye de psicologismos posmodernos, piensa filialmente, con la mirada puesta en Padres y Doctores, y no en los intelectuales de la Modernidad. La Iglesia es su Madre, figurada por María.

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6.08.17

(202) Diez distintivos de ser católico tradicional

1.- Ser tradicional es creer en la verdad, no poner en un segundo plano la doctrina, en pos de la experiencia; ni reducir la fe a un “encuentro personal". El relativismo fiducial no es católico.

 

2.- Ser tradicional es ser objetivo, ni sobreoptimista ni superpesimista. Mirar cara a cara a la realidad, y defender ante el mundo la razón. El irracionalismo subjetivista no es católico.

 

3.-Ser tradicional es defender la palabra Transubstanciación y todo lo que conceptualmente implica. Minusvalorarla no es católico, porque el valor de esta palabra es crucial.

 

4.- Ser tradicional es defender con la vida la ley moral. La Teología de la Anomia no es católica.

 

5.- Ser tradicional es llamar al pan pan y al vino vino. El eufemismo no es católico.

 

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6.- Ser tradicional es no firmar la paz con los cuatro enemigos: demonio, mundo, carne y modernismo. El pacifismo no es católico.

 

7.- Ser tradicional es predicar contra la apostasía de la anticoncepción. La demagogia situacionista no es católica.

 

8.- Ser tradicional es clamar contra el pecado, atricionando almas para Cristo, y hablar del cielo y del infierno, del purgatorio y del juicio, particular y final. La inmanencia humanista no es católica.

 
9- Ser tradicional es combatir el adulterio y no trapichearlo con el mundo. El situacionismo, aquí de nuevo, no es católico.
 
y 10.- Ser tradicional, si se es obispo, es usar la propia autoridad para condenar el error, sancionar obstinados, prohibir panfletos, reprimir heteropraxis, remover cátedras, poner a los buenos y no a los malos en puestos de responsabilidad. La desistencia no es católica.
 
 

4.08.17

(201) Lo que pretende el situacionismo, II: difundir la ética de Judas

1.- Toda crisis de fe, en general, no es más que un abandono de la fe católica —a hechura de Judas, el protoapóstata. Porque la fe es la fe de la Iglesia, y la apostasía es rechazo de la fe de la Iglesia.

 

2.- Arrecia la necesidad de martirio, y se incrementa la infidelidad. Porque la apostasía, a estilo del Iscariote, es rechazo del martirio. 

 

3.- El situacionismo no es más que una evitación del martirio, una enajenación en la propia circunstancia; una autojustificación radical, que evita el testimonio, obviando la ley moral. Es la ética de Judas: un estado de pecado mortal habitual convertido en valor.

 

4.- Siendo la apostasía el más grave de todos los pecados, la moral de situación, en cuanto que la implica, es una de las más graves heterodoxias en teología moral.

 

5.- La justificación situacionista del uso de anticonceptivos no es más que la difusión de la infidelidad. La introducción en el matrimonio del horror al martirio.

 

6.- Trento, citando a San Agustín, enseña que «Dios, a los que una vez justificó por su gracia, no los abandona, si antes no es por ellos abandonado» (Dz 1537). Substituir la ley moral —que es la sabiduría misma de Dios— por los valores subjetivos de la propia circunstancia. He aquí el disparate sumo, la suprema desconfianza: es la sospecha de la gracia y el abandono de Dios.

 

7.- El ejemplo más elocuente: la apostasía masiva de bautizados, debida al uso de anticonceptivos, justificado con argumentos situacionistas. Es el beso de Judas de la Nueva Moral. El absolutismo de la propia situación.

 
 

2.08.17

(200) Memoria cristiana, I: calle Hospitalito, donde el obispado de Cádiz

DEL GRECO EN EL HOSPITALITO

En el Hospitalito hay un cuadro del Greco. A mi madre no le gustaba, más bien le daba coraje:

—¿Qué le pasa a este santo, que está tan delgao?

Le enternecía el chapurreo del órgano de aquel hombre mayó, que a veces tocaba, y toda la gloria polícroma del templo.

A menudo al salir de esa Misa, muchos años después, nos íbamos a tomar algo al bar Carrusel.

—Yo quiero un montaíto de melva y un café— decía ella. —Yo me pedía del tirón una cerveza.— ¿Qué te pareció la homilía, hijo? —me preguntaba, a ver qué decía.

Y luego me contaba cosas de la abuela Juana, del tiempo de la guerra, o cuando estaba enferma y escuchaba campanadas del Hospitalito, llamando a Misa.

—La abuela Juana guardaba caramelos de piñones junto a la cama —decía— y os daba en las manos, de chicos, si le sigilábais alguno.

 

VÁMONOS, QUE HAY QUE LLEGAR TEMPRANO A MISA

Muchos años antes, tras el romero azul del Parque Genovés, donde el muro de la fuente, estaba El Otro Lado. De niño lo sondeaba, le lanzaba aviones de plástico y plomo, que nunca regresaban. De pronto surgía un lagarto verde, se asustaban palomas, comenzaba a llover. Y alcanzaba a ver tan sólo un cuernecillo de columna, un canto viejo de ladrillo, una grieta del muro más antiguo que el mundo.

—Vamos ya, que hay que llegar temprano a Misa— decía mi madre.

Y recopilaba naves y aviadores despintados del Otro Lado del muro, tras el romero azul.

—Vámonos ya, David, que hay que confesarse— apuraba. 

Y marchaba del Genovés abandonando a algunos navegantes; pues, ¿quién sería capaz de cruzar el misterio, para rescatarlos?

Y tras la Misa, regresábamos todos juntos, mi madre, mis hermanos y yo, a casa por el Hospitalito, atravesando Cádiz, y el tiempo mismo.

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