12.02.18

(249) La desactivación del catolicismo

UN ESTREMECIMIENTO.— No parece haber consenso filosófico-teológico en torno a qué es exactamente la secularización. ¿Materialismo, hedonismo, despreocupación por lo religioso, tecnocracia, valores mundanos necesariamente autónomos…?

Lo que está claro es que avanza, y que no es algo bueno. Estuvo de moda, en el posconcilio, creer que sería algo benéfico, que tal locura hegeliana sería una renovación. —Y digo hegeliana, porque para Hegel la mundanización es algo bueno, diríase que deducido del cristianismo, que da al mundo lo que es del mundo y a Dios lo que es Dios. Como para Nietzsche, para el que la secularización es como el avance del desierto, una nada cuya cercanía vitoreaba con júbilo. Si bien no en cuanto humanización cristiana, sino en cuanto superhumanización del nihilismo.

Para los buenos católicos, sin embargo, la secularización no puede ser algo bueno; porque, como certeramente dice el P. José María Iraburu:

«No debe, pues, extrañar que los cristianos formados en la Biblia y la Tradición patrística y espiritual sientan un estremecimiento cuando la teología de la secularización pone la renovación de la Iglesia, de la vida cristiana, de sacerdotes y religiosos, en clave de secularización» (Sacralidad y secularización, Gratis date, Pamplona 2005, p. 8)

Los buenos cristianos no pueden querer que avance el desierto, porque saben que donde no hay botánicas abundan los demonios.

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10.02.18

(248) Del paradigma posmodernista y sus anticonceptos

No ha entrado en vigor ningún  “nuevo” paradigma que no sea el mismo nuevo paradigma en que nos encontrábamos. Nos encontramos donde estábamos, en el mismo estado de crisis, pero agravado. No es sino el mismo paradigma de la posmodernidad.

Conocer su hodierno desarrollo es vital para que sus toxinas no penetren en la mente de la Iglesia, y así se cumpla la Escritura: «no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente» (Rom 12, 2)

 

1.- CALAMIDAD CONCEPTUAL Y PARADIGMA.— Nicolás Gómez Dávila, con su habitual perspicacia, comenta en uno de sus Escolios que «toda catástrofe es catástrofe de la inteligencia». Nosotros parafraseamos este aviso del genial reaccionario colombiano, y afirmamos que todo paradigma es paradigma de la inteligencia, esto es, plataforma conceptual, calamitosa, precisamente, por blindarse como praxis incuestionada.

Asociamos así paradigma filosófico-teológico e infortunio pastoral. Y esta asociación no es una valoración catastrofista, sino una constatación de hechos. 

—El hundimiento del catolicismo inmanentista, cual Titanic; la desmantelación posconciliar de la forma mentis católica, —no solo en España y Europa, sino en Hispanoamérica—  no es una opinión de profetas de calamidades, sino la comprobación de un paradigma calamitoso, el del posmodernismo, asumido por iglesias locales e instituciones docentes católicas bajo diversas perspectivas : teología de la liberación, teología de la anomia, situacionismo a lo Häring, aggiornamento imprudente, protoluteranismo, fenomenología antimetafísica, etc., etc.

 

2.- ES EL POSMODERNISMO, SIMPLEMENTE.— Ni el paradigma ni la calamidad son, en realidad, nuevos, porque no es nueva, en general, la corrupción conceptual de la posmodernidad. Es duro de aceptar, lo comprendemos, sobre todo para el que piensa que la Iglesia nunca ha estado tan bien como ahora. Pero si el numen se conforma con el espíritu del siglo, acaba contaminado por él y transformado en otra cosa. Ese como ahora, que decíamos, siendo referencia progresista al nuevo paradigma, nos retrotrae, en cambio, al pasado, al origen de la crisis, al pecado original de todos los paraísos artificiales, que es la libertad negativa. Lo novedoso es viejo y rancio, y no es progreso.

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8.02.18

(247) Maelstrom y libertad negativa, en siete breves aforismos

Siete aforismos para reflejar siete momentos de la moderna y posmoderna oscuridad. Siete rasgos de nihilismo.

 

1.- Libertad negativa significa retorsión del orden moral, natural y sobrenatural, sobre el querer subjetivo.

 

2.- Para eso hay que efectuar una revuelta, esto es, una reforma. Fue lo que hizo Lutero.

 

3.- Una reforma aspira a instaurar un nuevo orden de cosas, y para eso se necesita una revolución.

 

4.- Una revolución no puede realizarse sin una nueva inteligencia, que “libremente” examine para autónomamente re-ordenar las cosas —es decir, para desordenarlas a su manera.

 

5.- Para eso se protesta contra el numen tradicional, cuyos principios subvierte. Se precisa por tanto una mente gnóstica.

 

6.- La nueva inteligencia de las cosas, naturales y sobrenaturales, sólo tiene por norma su propio criterio, esto es, ninguna norma —Así se identifica con la autoafirmación originaria, replegando la mente sobre la propia voluntad.

 

7.- La libertad negativa, por todo ello, lo abarca todo, lo traga todo, lo arrastra todo hacia el propio querer autodeterminado. Y haciéndose acreedora de derechos, impugna el fin último y se vuelve obligatoria.

Así es como, rehabilitada por el modernismo, se vuelve Maelstrom.

 
 
David Glez. Alonso Gracián
 

6.02.18

(246) Ánomos y Anfíbolos, II: los padres fundadores del posmodernismo

Ánomos y Anfíbolos, descendientes de la modernidad, son los padres fundadores del posmodernismo. De tal palo tal astilla.

 

Ánomos surgió de una ola del Maelstrom. Anfíbolos apareció junto al error, agazapado en su seno, con alas de potencia oscura. Y desde el principio era garganta de Ánomos y servidor de su numen.

Ánomos congenia con revoluciones, mutaciones, reformas y situacionismos. Su gran enemigo es el derecho natural y el orden político cristiano.

 

Anfíbolos es el gran propagador del culto a los expertos; demagogo y sofista, es especialista en introducir nuevos términos; manipulador de verdades a medias y generador de eufemismos.

Anfíbolos sabe cambiar la percepción de la realidad mediante hechizos lingüísticos, para que parezca bueno lo atroz. Es el gran legislador de lo inicuo, positivista y subjetivo.

 

Ánomos y Anfíbolos son los dos ojos con que el subjetivismo moderno escudriña la realidad, en busca de esencias para devorarlas, y que la naturaleza humana quede reducida a fantasmagoría mental, a pura axiología existencialista, a pura desustanciación.

 

Son los grandes enemigos de la clasicidad. Su vicio es apartarse de lo tradicional por sistema. Son los prestigiosos ídolos mentales de la era postmetafísica.

Uno es la desobediencia pura, la aversión a los universales, la ruptura con la regla de la tradición, el gran relativizador de la ley. Otro es la anfibología y la pixelación, el desenfoque y la demagogia.

Uno es fundamentación del ser en el mero pensar. Otro es su expresión en pura ambigüedad. Ambos son los ojos del principio de autodeterminaciónla libertad negativa convertida en exégesis.

 

Son los padres fundadores del posmodernismo, filosófico y teológico, jurídico y político, antropológico y cultural. Son los padres de todas las heterodoxias, de todas las crisis, de todas las facetas de la secularización.

Y solamente hay un remedio eficaz contra ellos: no apartarse ni un milímetro de lo propiamente católico.

 

David Glez. Alonso Gracián

 

4.02.18

(245) Libertad negativa, esencia de la modernidad

Acierta el hidalgo de Cristo al querer ser hombre de letras católicas, no mundanas, sino de recta doctrina, según el pensamiento de la Iglesia. Propio del buen cristiano es venerar el logos recibido, los saberes que ha heredado de sus antepasados, y no alterarlo con novelerías. No gusta el buen cristiano carcomerse la sesera con subjetivismos, existencialidades, fenomenologismos y nuevas voces, que mucho prestigian y dan no poca honra a los expertos, pero poco aprovechan al justo. Sabe y practica, como glosa Eugenio D´Ors, que todo lo que no es tradición es plagio.

La hidalguía le viene al cristiano de servir a su Rey, no de plagiar la modernidad, por complejo o con buena intención, pero plagiarla al fin y al cabo. Por gentilhombre, quiere servir a su Señor en todo, colaborando para que Retorne, que es grande gracia y merced. Sabe que no ha sido criado para hacer su voluntad, sino la voluntad de su Señor, y en esta tarea tan grande encuentra su misión y el único sentido de su vida. Sabe, por la razón y por la fe, —y porque sus antepasados, con hechos y palabras, así se lo han transmitido— que «no debe tomarse nada para sí, que no le fuere dado de lo Alto (Jn 3, 27)». Sabe, por tanto, como buen caballero de la fe, con el Doctor Angélico, que «Dios obra en lo más íntimo de todas las cosas» (S Th I, q105, a5).

 

No es la realeza de su Rey una realeza privada, o meramente doméstica, sino total e indivisa. Quiere el cristiano que en todo se cumpla la voluntad de su Señor, en todos los órdenes y espacios de su Reinado. Quiere el cristiano que el logos de la ley, que como un pliego de preceptos lleva inscrito en su alma, sea siempre guardado en todo; en su propia vida, en su casa, en las instituciones, en el estado, en las leyes, en toda empresa y labor que se haga, para mayor gloria de Dios.

Es en base a este sentido de la totalidad, en el servicio pleno a su Rey, que el buen hidalgo de Cristo concibe su libertad como elección teleológica del bien. Esto es, como una opción coherente con su fin último, que es su Señor. No pasa por su cabeza autodeterminarse, ni autodefinirse, ni autoengrandecerse haciendo su voluntad al margen de la de su Señor. La libertad del cristiano no es fin en sí misma, sino destello y fulgor de la realeza de su Rey, reconocimiento de su soberanía, y plenitud, anticipada, del fin último. 

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