29.01.22

(500) No es para siempre

La decadencia actual del catolicismo no es para siempre. Considerar esta verdad, apercibidos de Escritura y Tradición (y de sus legítimas tradiciones locales) sustente nuestro obrar y pensar pacientes.

Dios, si lo pedimos, puede obtener grandes bienes con ocasión de grandes males. Por eso es vital no equivocar el diagnóstico, ni llamar bien al mal, ni atenuar los síntomas de muerte, como si fueran de vida. Ni justificar lo malo, para obstaculizar lo bueno.

Ligados por esperanza a nuestro Primer Motor, se nos dará mejor movernos a un mayor fruto. La corrupción de las realidades temporales, en que todo es pasajero, puede utilizarse en provecho propio. Atender a su vicisitud consuela: lo malo pasa, no es eterno.

 

No sabemos si pasará trágicamente, para dar comienzo al fin de los fines.

No sabemos si pasará pedagógicamente, para dar comienzo a un tiempo de mejor y mayor virtud.

No sabemos si pasará judicialmente, para cribar a los que nunca fueron de los nuestros, sino de la Bestia.

Pero sabemos, y esto conforta, que al monstruo moderno le ha sido permitido campear en la casa del Dios vivo para hacer brillar el poder de la divina providencia: pues todo depende principalmente de Dios. No nos quepa duda: «Leviatán, quem fecisti, ut ludat in eo», hiciste al Leviatán para juguete tuyo (Sal Vg, 103, 26).

No sabemos si pasará en esta vida o en la otra. Lo que sabemos es que pasará. Y que podemos ayudar a que pase antes; viviendo virtuosamente, contribuimos a que lo malo pase, y se allane el camino.

Pasará, no quepa duda; este orden adámico, en que la Iglesia milita, está sometido a corrupción. Los que valoran en exceso las cosas temporales, deben concienciarse: los bienes de hoy, por la caída, son bienes de ayer nada más nacen. Y lo mismo, en otro plano, el de la privación, ocurre a los males.

La Iglesia que milita, y da la gracia de su Rey y Señor, la da para siempre, no para que pase. La da para el fin último, no para perderse.

 

Quien quiera dar a entender esta esperanza, puede aprovecharse de la empresa 140 de don Juan de Borja, con el lema Non in aeternum (no para siempre). Porque, así como los navegantes afrontan la tempestad con la esperanza de que pase pronto, y al oleaje suceda la calma, los católicos debemos afrontar la crisis hodierna con la consideración de que no es para siempre. «Consolándose con ésto en las adversidades, dice el hijo de san Francisco de Borja, pues el que supiere aprovecharse de ellas, como lo hace el justo, no le durará para siempre la tormenta» (pág. 286, ed. de Bruselas, 1680).

¿Cómo aprovecharemos el actual desastre? Profundizando en la doctrina de siempre, sintiendo con la Iglesia de siempre, calmando la tempestad con la autoridad de siempre, que es la de Cristo, no la del mundo. Lo haremos con una renovada infusión de providencialismo; no del moderno, ni del progresista ni del moderado, sino del de siempre.

Tiempos vendrán, en esta o la otra vida, en que la verdad podrá resplandecer más claramente. Entonces Dios Todopoderoso hará justicia y pondrá los puntos sobre las íes. A los justos arrimará al buen puerto de su fin último, y Cristo se mostrará del todo en todo, para gloria de sus elegidos. A los injustos castigará, y conducirá al abismo de la pena, en que será eterno el rechinar de dientes.

Hasta entonces, será preciso demandarle humildemente, cual importuno e insistente amigo, gracia sobre gracia; será urgente acudir, con temor y temblor, a Quien domina tempestades.

 

23.01.22

(499) Modernidad y catolicismo son contrarios

Texto 9

«Por último queremos hacer notar que el personalismo nunca se enfrenta a la modernidad como si estuviera fuera de ella porque, aunque está entroncado con la filosofía clásica, es una filosofía moderna que nace, en concreto, en el siglo XX» (J.M. BURGOS, El personalismo, Madrid, Palabra, 2000, pág. 194).

 

Comentario crítico:

9.1, queremos hacer notar.— Se agradece que en el texto se quiera hacer notar, esto es, manifestar con claridad, lo que es el personalismo. 

 

9.2, el personalismo nunca se enfrenta a la modernidad como si estuviera fuera de ella.— La idiosincrasia personalista es cronológicamente moderna, esto es, reciente, novedosa en la Iglesia, no tradicional; y axiológicamente moderna, pues comparte algunos, no todos, de los valores esenciales del mundo moderno; persigue un aggiornamento, una actualización del catolicismo respecto de la Modernidad, que siempre será problemática. Porque la esencia de la Modernidad, que es el culto personal y público a la persona, es incompatible con la esencia del catolicismo, que es el culto personal y público a Dios Uno y Trino.

Por esto es lógico, demasiado lógico que, para no enfrentarse con lo moderno, el personalismo modere los elementos antimodernos del catolicismo, y se autorreduzca, por ejemplo haciéndose “aconfesional", abandonando el derecho natural por los derechos humanos subjetivos, sembrando sospechas sobre la escolástica, relativizando el concepto de alma, etc.

Por tanto, si el personalismo no se enfrenta a la Modernidad es en detrimento de los derechos de Cristo. Se ignora la doctrina social y política antimoderna de Cristo Rey, tal y como la enseña el magisterio antimodernista y se opta por las constituciones liberales postrevolucionarias. 

 

9.3, aunque está entroncado con la filosofía clásica.— La palabra entroncado, utilizada de manera rigurosa, debe dar a entender que el personalismo es una rama del pensamiento clásico, pero no es el caso; pues esta escuela es, por confesión de parte, moderna, si bien moderadamente (no está de acuerdo con todo); pero no se puede surgir de un tronco clásico y al mismo tiempo surgir de un tronco anticlásico.

No es cierto, por tanto, que entronque con el pensamiento clásico, pues el personalismo parte de un axioma centralísimo: la acción precede al ser, que es el axioma opuesto al axioma clásico, que dice que el ser precede a la acción.

 

9.4, “es” una filosofía moderna.— Se entiende que no sólo cronológicamente, sino también axiológicamente, aunque en parte; tiene una valoración positiva en general de la Modernidad, si bien no le da un cheque en blanco. Cree poder domesticar al Leviatán liberal.

Por eso, es filosofía “moderadamente” moderna. El problema es que, si es filosofía moderna, contiene principios y nociones esenciales del numen reciente: dignidad preadámica (independiente de la dignidad moral); sobrevaloración del cuerpo; minusvaloración del alma en pos de una vaga dimensión espiritual; maximización un tanto escéptica de la experiencia subjetiva; autodeterminación; primacía de la acción sobre el ser; prevalencia de la voluntad sobre el entendimiento; irenismo epistemológico; negación de los universales escolásticos; oposición entre verdad lógica y verdad ontológica, etc.

A menudo se le hará necesario sustituir una parte de los fundamentos del catolicismo tradicional, por una parte de los fundamentos del pensamiento reciente; con lo cual se produce un híbrido intelectual del que poco se puede esperar, salvo confusión. 

 

14.01.22

(498) Desembarrando caminos

Tópico 1

«Dios espera que le aceptes, Dios apuesta por el hombre».

 

Comentario:

1.1. De alguien se dice que espera cuando no empieza a obrar hasta que ocurre algo, que es como el detonante. De Dios, sin embargo, no se puede decir que necesite esperar un detonante para obrar; ni que Dios tenga que aguardar a que el hombre actúe para tomar la iniciativa principal de la acción del hombre. Dios puede hacerlo sin coaccionar, sino liberando y habilitando, porque es omnipotente.

Y cuando se dice que Dios espera que se le abra la puerta, debe entenderse figuradamente, no metafísicamente, no como de una causa primera esperando la acción de otra causa primera. Pues, como enseña la Iglesia:

«Si alguno porfía que Dios espera nuestra voluntad para limpiarnos del pecado, y no confiesa que aun el querer ser limpios se hace en nosotros por infusión y operación sobre nosotros del Espíritu Santo, resiste al mismo Espíritu Santo que por Salomón dice: Es preparada la voluntad por el Señor [Prov. 8, 35: LXX], y al Apóstol que saludablemente predica: Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar, según su beneplácito [Fil. 2, 13]» (Denz 177)

Dios prepara la voluntad para que obre libremente. Por tanto, Dios no espera, sino actúa, según su providencia.

 

1.2. Asimismo, de alguien se dice que apuesta cuando arriesga algo en favor de un resultado incierto. De Dios, no obstante, no se puede decir propiamente que apueste, como si aguardara (con riesgo de fracaso) un resultado inaccesible a su omnipotencia. En realidad, como dice la Sagrada Escritura en el pasaje citado por el Magisterio, «Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar, según su beneplácito (Fil. 2, 13)». Por tanto obra, no apuesta.

Por eso, de quien obra principalmente no se debe decir que apueste, pues el resultado está principalmente en su mano y no, principalmente, en manos de otro.

En este caso, el ser humano no es un dios, sino una criatura necesitada de su Creador y Redentor. Por tanto, cuando la criatura racional obra libremente, obra por sí misma subordinada y secundariamente, que es lo que corresponde a una criatura libre que no es un dios.

Mas no por obrar movida es menos libre, todo lo contrario. Pues el auxilio del Creador y Redentor, por omnipotente, es activador del movimiento auténtico y verdaderamente real de la causa segunda, que actúa por sí misma, dueña de su obrar, cuando obra. 

Y es por eso que sin Dios nada bueno puede el ser humano, ni a nivel natural ni sobrenatural. Bien por mociones creaturales, bien por mociones sobrenaturales, el hombre se mueve libremente cuando es movido, y por eso es dueño de sus propias acciones.

 

27.12.21

(497) Falsa paz

Texto 8

«La amplitud de las enseñanzas conciliares sobre la Iglesia ofrece ciertamente una mejor base para el diálogo —a condición, por supuesto, de no comenzar por reducirlas, reteniendo sólo una de sus partes, que además podría ser mal interpretada, como ya ha sucedido en más de una ocasión—. Esta forma de “pensar” según la disyuntiva “o esto o aquello” es un procedimiento simplista o sectario, que deforma la realidad y engendra polémicas sin solución. […] Progresar en el campo del conocimiento analítico no entraña siempre un avance en la inteligencia vital». (Henri DE LUBAC, Diálogo sobre el Vaticano II, Madrid, BAC Popular, 1985, pág.49

 

Paráfrasis crítica

8.1, «La amplitud de las enseñanzas […] ofrece ciertamente una mejor base para el diálogo —a condición […] de no […] reducirlas, reteniendo […] una [parte] […] mal interpretada».— Cuando uno quiere evitar la discusión con alguien, se pone a hablar de vaguedades, y no entra en temas polémicos concretos. Se expresa con mucha amplitud, para no hacer distinciones que provoquen el disenso. A veces es prudente, pero en no pocas ocasiones es falsa caridad.

Esta manera de hablar, aun sin quererlo, hiere el celo por la salvación de las almas. No quiere un recto proselitismo, sino intercambio de pareceres que deje a salvo la falsa paz; no aborda derechamente los temas candentes, ni matiza cuanto puede y debe. No contribuye al bien del errado; por su bienestar psicológico y espiritual, a veces es preciso contenderle: 

«Amados, por el gran empeño con que deseaba escribiros sobre nuestra común salud, he sentido la necesidad de hacerlo, exhortándoos a contender por la fe, que, una vez para siempre, ha sido entregada a los santos» (Judas 1, 3).

Por esto, la idea de Henri de Lubac, que a priori, en asuntos de doctrina, hablar ampliamente de las cosas es mejor para dialogar, no se refiere desde luego al diálogo mayéutico ni al apostólico, sino al político, al mundano o al diplomático; no al que pretende la conversión del interlocutor, cuyas objeciones se han resuelto con exactitud salvífica; sino al que se conforma con un intercambio afectuoso, vano y conformista de pareceres, que puede servir para despedirse sonrientes y para reunirse juntos y hacer declaraciones conjuntas de buenas intenciones, pero no para la metanoia.

Porque errores precisos requieren refutaciones precisas, no elásticas, sino rigurosas; para que, ablandado por esa caridad que es sol faciado de la verdad, el disidente autoengañado se rinda y crea.

Santo Tomás, y la traditio escolástica original, enseñan respondiendo objeciones y aportando soluciones, no apelando a una opinión arcana o al sentimiento de lo misterioso nouménico. Tras la oscuridad de las dificultades, por fin resueltas, ha de surgir la claridad, como expone Cristóbal Pérez de Herrera, en su epigrama:

«Los argumentos que ofrecen

La duda y contrariedad,

Aclaran más la verdad» (Amparo de pobres, 1598, f. 74, Emb. Post nubila Phoebus)

 

8.2, «como ya ha sucedido en más de una ocasión».— Ingenuidad pelagiana es suponer que, dando argumentos ambiguos por su amplitud, no vaya a haber disputas y malas hermenéuticas, cuando se aborde necesariamente lo esencial. De hecho, debido a la ofuscación originada por el pecado, y a la intrínseca dificultad de las cuestiones morales y religiosas, lo normal es que si las cosas no se precisan, se malquisten en la confusión, y se produzcan discusiones sin fin. Es absurdo aceptar unas premisas erróneas y luego lamentarse de su conclusión.

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4.12.21

(496) Sin naturaleza humana, en realidad

Texto 7

«El personalismo considera que existe una naturaleza humana […] La dificultad que existe es la siguiente: la palabra “naturaleza” que, en principio, parece tan clara y precisa [..] se puede emplear con varios sentidos […] entendiendo, como hicieron los racionalistas, algo definido y concluido, esencial, inalterable y aplicar ese concepto de modo unívoco a los hombres […] Pues bien, esta última noción es la que plantea un cierto rechazo por parte de los personalistas pero no porque no contenga elementos verdaderos, sino por su rigidez. ¿Cómo se compagina la noción de naturaleza humana formulada de esta manera con la evolución o con la existencia de dimensiones afectivas, subjetivas y culturales en el hombre? Es posible hacerlo, pero plantea problemas de no fácil solución. Por eso, a veces, desde el personalismo se prefiere partir de la noción de persona, porque es más flexible». (Juan Manuel BURGOS, El personalismo, Madrid, Ediciones Palabra, 2000, págs. 176-177)

 

Paráfrasis crítica

7.1, «El personalismo considera que “existe una naturaleza humana”».— Hacen bien los personalistas en admitir la existencia de la naturaleza humana. Contra los nominalistas, que la estiman una voz vacía y flatulenta. Queda por ver si de verdad creen que exista, o es sólo una creencia ambigua.

7.2, «La dificultad que existe es la siguiente».— No era verdad entonces que creen, sin más, que existe. Es un sí, pero no… O sea un falso sí. En realidad, el personalismo no cree que existe una naturaleza humana, sino muchas. O mejor dicho, una, pero cambiante, no única, sino plural. Moderadamente múltiple. Evolutiva. Modificable por el poder de la “libertad".

7.3, «la palabra “naturaleza” que, en principio, parece tan clara y precisa [..] se puede emplear con varios sentidos».— Un sentido tradicional, tomista, grecolatino y escolástico, del que sospechan, aunque no de todo. (No son radicales progresistas). Y otro sentido moderno, evolucionista, hegeliano, mutante a voluntad, fluidificado por un albedrío mal entendido, que es el que profesan.

7.4, «entendiendo [por naturaleza], como hicieron los racionalistas, algo definido y concluido, esencial, inalterable y aplicar ese concepto de modo unívoco a los hombres […] Pues bien, esta última noción es la que plantea un cierto rechazo por parte de los personalistas».— Que la naturaleza humana es algo definido, estable, y dada por el Creador, no es racionalismo, sino catolicismo. Y una verdad enseñada por griegos y romanos, que preambula la fe.

Ahora es cuando por fin queda claro en qué idea de naturaleza cree el personalismo. Llama racionalismo (u objetivismo) al pensamiento tradicional. No cree en realidad en una naturaleza definida, sino en una transformista y fluida, equívoca y cambiante a voluntad, aunque no del todo. Era el sueño del humanista Pico de la Mirandola: los hombres tiene dignidad porque pueden llegar a ser lo que quieran, no hay límites, su esencia es modelable cual plastilina. 

En definitiva, que la naturaleza humana sea algo dado, y esencial e inmutable como la misma ley natural inscrita en ella, es rechazado por su “rigidez” metafísica. Prefieren una naturaleza humana que existe, pero sometida a evolución vital y a algo más: a la experiencia y al sentimiento.

7.5, «plantea un cierto rechazo por parte de los personalistas pero no porque no contenga elementos verdaderos, sino por su rigidez».— La verdad estable e inamovible les parece rígida. Comprobamos que la etiqueta de rigoristas no es nueva.

7.6, «¿Cómo se compagina la noción de naturaleza humana formulada de esta manera con la evolución o con la existencia de dimensiones afectivas, subjetivas y culturales en el hombre?».— La escuela personalista apela a este argumento evolutivo y emotivista siempre que quiere dar por caducada la doctrina tradicional, con su fundamento aristotélico-tomista, grecolatino y escolástico, a favor del evolucionismo de corte chardiniano.

Lo hizo Joseph Ratzinger en su pobre debate con Jürgen Habermas: renunció a defender el derecho natural apelando, precisamente, al evolucionismo, cuyas tesis (asumidas como verdaderas) impedirían hablar de la naturaleza de las cosas, y por tanto de lo justo natural. Según ésto, dado que, según los chardinianos, la naturaleza humana está sometida a una experiencia de evolución, es preferible no hablar de derecho natural, mejor limitarnos a los derechos subjetivos.  No hay una naturaleza estable, sino proteica. Lo mismo en teología moral. En esta mutabilidad de la esencia del matrimonio se sustenta Amoris laetitia

7.8, «Por eso, a veces, desde el personalismo se prefiere partir de la noción de persona, porque es más flexible»— Así es. La escuela personalista sustituye la noción clásica de naturaleza por la noción de persona, tal y como el mundo moderno la concibe, aunque con moderación, introduciendo elementos piadosos. Pero esta sustitución no puede hacerse sin grave daño. Quedan afectados todos los saberes basados en la naturaleza: el derecho, la teología moral, la política, la pedagogía…

Conclusión

No se puede decir, entonces, que los personalistas crean en la naturaleza humana. Al menos, no como tradicionalmente se entiende. Profesan una naturaleza evolucionable, cambiante, no rígida, flexible, que no se identifica con el orden del ser sino con la subjetividad personal.

Las consecuencias nefastas de introducir esta filosofía privada en la pastoral eclesiástica, como si fuera doctrina oficial de la Iglesia, son evidentes. Los personalistas desustancian la persona. Amoris laetitia no viene de la nada. Ni la crisis de fe actual tampoco.