2.01.21

(454) Comentarios críticos a Amoris laetitia, VII: ¿Matrimonio cristiano o matrimonio en general?

Comentario 12

«La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia. Como han indicado los Padres sinodales, a pesar de las numerosas señales de crisis del matrimonio, “el deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia”. Como respuesta a ese anhelo “el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia”. (Amoris letitia, n. 1).

«El camino sinodal permitió poner sobre la mesa la situación de las familias en el mundo actual, ampliar nuestra mirada y reavivar nuestra conciencia sobre la importancia del matrimonio y la familia.» (Amoris laetitia, n. 2)

 

Un grave problema de la pastoral personalista actual es que habla del matrimonio [adámico, porque necesita redención] y del matrimonio cristiano sin hacer las debidas distinciones, hablando indistintamente de uno y de otro, confundiéndolos o identificándolos; a veces distinguiéndolos sólo débilmente, como si fuera una cuestión de ideal o de valores. Es frecuente que este tipo de pastoral sobreoptimista minusvalore los efectos del pecado original en el amor humano, a menudo sobredimensionado o sobrenaturalizado indebidamente.

El problema del primer pasaje, como de toda la exhortación en general,  es que no se sabe si se refiere a «la alegría del amor» ¿cristiano? «que se vive en las familias» ¿cristianas?, o al amor en general de las familias en general

Más bien parece esto último, porque a continuación se habla de una «respuesta a ese anhelo» (¿de familia en general o de familia cristiana?) por parte de una Iglesia muy motivada (por ese anhelo de familia en general). Más bien parece esto último, en efecto, porque en el parágrafo 2 se habla otra vez, en general, de «la situación de las familias en el mundo actual». Luego se entiende que habla en general.

Si en efecto se habla del amor familiar en sentido amplio, no en concreto del amor familiar cristiano, hay que decir que no se entiende el júbilo de la Iglesia al respecto, porque sabemos, por el dato revelado y por la experiencia misma, de la grave herida que el pecado inflige al amor familiar. ¿Puede haber una alegría del amor familiar, en general, tal y como actualmente se da, que cause tal contento a la Iglesia? ¿O más bien lo que debe suscitar en nuestros pastores es una hondísima preocupación misionera —y, por qué no, proselitista, en el buen sentido?

Se entiende que todo en general está afectado por el pecado, que lo natural está caído y es en parte antinatural, que el amor humano, aunque no destruido, está enfermo y es hijo de la ira, y que la Iglesia por eso —y no porque todo en general vaya más o menos bien, aun con sus dificultades o crisis— tiene que anunciar la Buena Nueva. Y que vaya mal no es motivo de júbilo, aunque ciertamente sí de motivación: lo que motiva a la Iglesia es poder salvar al matrimonio en general, que va mal (en los más) porque no es cristiano. No se anuncia el matrimonio cristiano porque todo vaya más o menos bien o circunstancialmente regular, sino porque, desde que Adán y Eva desordenaron el mundo, va todo muy mal para sus descendientes, o sea para todo el mundo adámico en general, incluido el matrimonio. Cristo es necesario, el matrimonio sacramental es necesario.

Pero es que resulta que esa motivación pastoral jubilosa que el texto encuentra en la Iglesia actual, se fundamenta en el «el deseo de familia» que dice encontrar en los jóvenes. Hay que preguntarse qué significa deseo de familia, si deseo de estar en familia, deseo de tener una familia, o deseo de formar una familia en general. Si se refiere a esto último, no es motivo de alegría, porque lo normal sería que los jóvenes cristianos quisieran formar una familia cristiana y no una familia en general, o sea, irredenta.

Pero si se está diciendo que los jóvenes tienen deseo de formar una familia cristiana, desde luego que es motivo de gran alegría. Y estamos de acuerdo, si fuera cierto, que ojalá lo fuera. Porque admitimos que puede ser verdad en los menos, pero no en los más, al menos en las actuales sociedades liberales descristianizadas.

No dudamos que este deseo de matrimonio sacramental existe en muchos jóvenes cristianos, a los que la gracia santificante purifica su mundo interior y eleva a un orden sobrenatural, en que la grandeza del matrimonio cristiano resplandece como auténtico anhelo. Pero, al menos en las sociedades liberales de Occidente, no es la tónica general, sino la excepción.

Cuesta entender que la Iglesia se reconozca tan contenta respecto a la situación actual del matrimonio en general. Porque la situación, en lugar de ser jubilosa, es muy grave; no es que se estén dando «numerosas señales de crisis del matrimonio»; esto más bien parece un eufemismo. Lo que existe es una profundísima descristianización de la familia, y un gravísimo deterioro, por parte de muchas Iglesias locales, de la enseñanza de la doctrina católica sobre el matrimonio.

Lo que existe, tras años de difusión del impudor, del divorcio, de prácticas anticonceptivas y abortivas, es una masiva apostasía de los matrimonios católicos. Lo que existe es una agresión de los Estados liberales, agnósticos e irreligiosos, por medio de leyes ofensivas contra la familia; y una aprobación, por parte de muchos pastores y de la pastoral política en general, de los fundamentos de la democracia liberal, la misma que persigue la familia y separa indebidamente lo social y político de lo religioso y moral.

Lo que existe, por desgracia, es una descristianización galopante de sociedades hasta hace muy poco católicas. Cierto que hay también muchas familias cristianas dando ejemplo y razón de su fe y de su amor por Cristo, pero no son las más.

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31.12.20

(453) Comentarios críticos a Amoris laetitia, VI: Una comunión de intentos

Comentario 11

«Espiritualidad de la comunión sobrenatural».

«Siempre hemos hablado de la inhabitación divina en el corazón de la persona que vive en gracia. Hoy podemos decir también que la Trinidad está presente en el templo de la comunión matrimonial. Así como habita en las alabanzas de su pueblo (cf. Sal 22,4), vive íntimamente en el amor conyugal que le da gloria».

«La presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos» (Amoris laetitia, n. 314-315)

Nos parece apropiado atribuir a la familia, que constituye como una iglesia doméstica, una espiritualidad de comunión, primero natural, de medios, afectos y fines; segundo sobrenatural, de vida de gracia santificante, si es que sus miembros están en estado de gracia.

Es cierto que Dios Uno y Trino inhabita, más que en el corazón, (o sea en la voluntad en cuanto centro de los afectos familiares), en el alma del justificado, siempre y cuando éste esté en estado de gracia, tal y como se observa justamente al comienzo del parágrafo n. 314.

Lo que crea cierta inquietud es que, a continuación, parece que avisa de una doctrina nueva: «Hoy podemos decir también que…». Si va enseñar algo que puede decirse hoy es que antes no podía decirse. Y ¿qué es eso que antes no se decía y ahora sí? Pues que la Santísima Trinidad habita también en el «templo de la comunión matrimonial», en «las alabanzas de su pueblo» “íntimamente"  «en el amor conyugal que le da gloria».

Pero si es doctrina novedosa, tendría que haberla matizado más, porque podríamos conceder que Dios Uno y Trino habita en una comunión de almas en estado de gracia, pero esto no es doctrina nueva, así que puede pensarse que se refiere a la comunión familiar sin más, o a la unión afectiva e intencional de los esposos; lo cual sobrenaturalizaría indebidamente la comunión matrimonial; respecto a las alabanzas de su pueblo, parece una afirmación metafórica, porque Dios inhabita almas en gracia, no cantos, aunque se puede referir también a que el Señor puede estar presente espiritualmente entre varios que le alaban, pero entonces no estaríamos hablando de la inhabitación divina; pues no hay que confundir la inhabitacion trinitaria con la mera presencia espiritual; y que puede inhabitar en el amor conyugal que le da gloria, no se entiende en qué sentido lo dice: porque Dios Uno y Trino inhabita almas, no relaciones, no accidentes, no actos de la voluntad. ¿En ese amor conyugal que da gloria a Dios se debe sobreentender que los esposos están en gracia? ¿O basta que sean fervorosos y alaben a Dios?

Pero se confunde más la cosa en el n. 315, cuando afirma que «[l]a presencia del Señor habita en la familia real y concreta, con todos sus sufrimientos, luchas, alegrías e intentos cotidianos». ¿A qué se refiere con familia real y concreta? ¿A cualquier familia, a toda familia real y concreta, al margen de el estado de gracia o de pecado de sus miembros, al margen tal vez de su religión o del estado canónico en que se encuentren? Vale decir, dando por sentado que los miembros de esa familia estén en gracia, que inhabita en sus almas a pesar de sus sufrimientos, y sus luchas y alegrías, pero… ¿en sus intentos? ¿Intentos de qué? ¿Tal vez de cumplir los mandamientos?

Si por intentos se refiere a intentos por cumplir los mandamientos, ya no podemos estar de acuerdo. Porque si está hablando, eufemísticamente, de los pecados cotidianos contra el matrimonio o contra la familia, entonces la cosa cambia. Habría que rechazar esa forma de hablar del pecado como un intento fallido de vencer una tentación contra la ley moral. El pecado mortal no es un bienintencionado e inocente intento fallido. Así que el tema queda en la oscuridad por falta de explicitación.

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24.12.20

(452) Comentarios críticos a Amoris laetitia, V: Imperio de Cronos y pluralismo doctrinal

Comentario 8

«Es sano prestar atención a la realidad concreta, porque “las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia", a través de los cuales “la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia"» (Amoris laetitia, n. 31).

Que se proponga que la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (Cf. 1 Tim 3, 15), debe dejarse guiar por la realidad concreta tal y como ésta se despliega en su devenir histórico, no es sólo una muestra de hegelianismo, sino también de existencialismo ético, es decir, de situacionismo.

Por el primero, se sumerge el conocimiento en el devenir, distrayéndolo de la esencia de las cosas, —que es universal y se alcanza por abstracción—; por el segundo, se evita lo universal y se prefiere lo particular concreto, aumentando así la incerteza.

Porque cuanto menos universal sea el conocer, más incierto se vuelve. Y es precisamente lo que se pide aquí. Que la iglesia se deje guiar por lo particular históricamente devenido, renunciando a sus certezas y seguridades, que es casi un lema del autor del texto.

Pero sucede, sin embargo, lo contrario que dice el texto, porque cuanto más particular y concreta es la cosa conocida, menos profunda es la comprensión alcanzada de ella. El conocimiento es mayor cuanto más se penetra en la esencia universal, y menor, cuanto más se aleja de ella. Es un rasgo nominalista pretender que el momento histórico por el que atraviesa la familia, en plena disolución de la misma por efecto del espíritu de la Modernidad, conduzca a la Iglesia a una comprensión más profunda.

Habría que preguntar, además, comprensión de qué. Porque se dice que «del inagotable misterio del matrimonio y la familia», así, sin más, como si no fuera una realidad cuya esencia es accesible a la razón, (y como si no tuviera un aspecto sobrenatural —el sacramental— que lo supone y perfecciona, accesible por la fe); es claro que la comprensión puede aumentar, pero no en virtud del devenir histórico, lo cual supone una idea inaceptable de progreso, sino en razón del ejercicio jerárquico (no popular ni democrático) del Magisterio de la Iglesia. La comprensión de las cosas no cambia necesariamente a mejor en función del tiempo.

 

No hay que olvidar además que, para la mentalidad personalista que anima las muchas páginas de Amoris laetitia, las realidades naturales y sobrenaturales son misterios ocultos a los que no se tiene acceso por la doctrina sino por la experiencia subjetiva interna, en clave pseudomística; los personalistas creen que la doctrina sólo es una aproximación al arcano, siempre incompleta y siempre ineficaz, siendo el objeto de la comprensión no un conjunto de verdades sino una realidad ignota inaccesible a una doctrina. Pero el matrimonio y la familia son, en parte, accesibles a la razón, que puede abstraer su esencia universal y aprehenderla eficazmente, aunque de forma parcial; y a la fe, que recibe la verdad revelada acerca del matrimonio y su plan salvífico.

El responsable de este escepticismo, por el que se profesa que nunca se llega a conocer la realidad, es Kant, y antes Ockham. El matrimonio y la familia, también en su dimensión natural, serían un secreto nouménico que sólo se desvelaría a través de la experiencia personal o comunitaria de la historia en sus condicionantes existenciales concretos. Por lo que la doctrina al respecto podría cambiar (nueva “profundización” de lo informulable) en tanto cambiaran las experiencias históricas del noúmeno, y en tanto lo secreto (del matrimonio) se fuera manifestando en el fluir de la historia.

 

Comentario 9

«Ante las familias, y en medio de ellas, debe volver a resonar siempre el primer anuncio, que es “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario”, y “debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora”. Es el anuncio principal, “ese que siempre hay que volver a escuchar de diversas maneras y ese que siempre hay que volver a anunciar de una forma o de otra”. Porque “nada hay más sólido, más profundo, más seguro, más denso y más sabio que ese anuncio» y “toda formación cristiana es ante todo la profundización del kerygma”» (Amoris laetitia, n. 58)

Volvemos a lo mismo, al pluralismo doctrinal. No habría una doctrina inequívoca, una forma precisa, providencialmente eficaz, de comunicar la verdad, sino muchas, cambiantes según en el momento histórico y personal; por lo que habría que escuchar de diversas maneras y anunciar de una forma u otra, porque todas se suponen válidas —siempre y cuando, como quiere H. Urs von Balthasar en La verdad es sinfónica, no sean cacofónicas.

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19.12.20

(451) Comentarios críticos a Amoris laetitia, IV: ¿Sin límites definidos?

Comentario 5

«De ese modo, los matrimonios podrán reconocer el sentido del camino que están recorriendo. Porque, como recordamos varias veces en esta Exhortación, ninguna familia es una realidad celestial y confeccionada de una vez para siempre[…] Pero además, contemplar la plenitud que todavía no alcanzamos, nos permite relativizar el recorrido histórico que estamos haciendo como familias, para dejar de exigir a las relaciones interpersonales una perfección, una pureza de intenciones y una coherencia que sólo podremos encontrar en el Reino definitivo. También nos impide juzgar con dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad. Todos estamos llamados a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de nuestros límites, y cada familia debe vivir en ese estímulo constante. Caminemos familias, sigamos caminando. Lo que se nos promete es siempre más. No desesperemos por nuestros límites, pero tampoco renunciemos a buscar la plenitud de amor y de comunión que se nos ha prometido» (Amoris laetitia, n. 325).

Pico de la Mirandola (1463-1494), uno de los más importantes representantes del humanismo renacentista, en su Discurso sobre la dignidad del hombre, presenta al ser humano como obra de naturaleza indefinida, sin límite alguno que lo constriña, artífice de sí mismo.

La idea fundamentará en adelante el concepto moderno de dignidad humana. El ser humano y sus instituciones estarían siempre por definir, siempre en camino de autodescubrimiento, sin una esencia “estática", sino dinámica; no existiría un ser propio del cual dimanaran naturalmente sus acciones, conforme al principio que enseña que el obrar sigue al ser; sino todo lo contrario, su ser mismo dependería de sus actos, en un proceso “creador” de autoconstrucción que se constituiría como libertad negativa —usando el término al que, insistentemente, nos remite Danilo Castellano: libertad como negación de un orden metafísico estable e inmutable.

El pensamiento moderno, por ello, frente a lo estático, ensalzará el tiempo, los procesos, el camino de autodefinición por recorrer. El ser será enfrentado al devenir y el tiempo entronizado frente al espacio.

En este contexto conceptual, el personalismo católico, sin querer dejar de ser católico, asumirá estas nociones e intentará compaginarlas con el pensamiento cristiano, buscando una vía medía. Se empezará a hablar, entonces, de autodeterminación humanista, y mencionándola explícitamente o sin mencionarla, pero utilizando su idea y su mentalidad, pasará a formar parte de la mente católica liberal, si bien atenuada por consideraciones piadosas y mitigada por conceptos tradicionales.

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5.12.20

(450) Comentarios críticos a Amoris laetitia, III: Nada sin la doctrina revelada

Comentario 4

«En este breve recorrido podemos comprobar que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas, sino como una compañera de viaje» (Amoris laetitia, n.22)

 

El breve recorrido a que se refiere el pasaje es «una apertura [al tema de la exhortación] inspirada en las Sagradas Escrituras» que se realiza en el capítulo primero, titulado «A la luz de la Palabra». Esta apertura bíblica se realiza, según se dice, para que «otorgue un tono adecuado». Por lo que se propone considerar «la situación actual de las familias» (A.L., n.6) «[a] partir de allí».

Es decir, la exhortación pretende considerar el estado actual de las familias, no talmente de la familia, sino de las familias, a partir de un previo enfoque escriturario que proporcione el tono adecuado a la reflexión. Hay que preguntarse por qué ese tono adecuado no se propone a partir de las Sagradas Escrituras y de la Sagrada Tradición, o mejor dicho, a partir de la doctrina revelada contenida en ellas. Eso sí que aportaría el tono adecuado, dada la confusión reinante.

Podría, además, pensarse que la exhortación postsinodal va a llevar a cabo esta consideración, en clave bíblica, sobre la situación actual de las familias, para iluminarlas con la verdad revelada contenida en parte en la Biblia y salvarlas. Pero el fin explicitado es otro, que enuncia a continuación: «consideraré la situación actual de las familias en orden a mantener los pies en la tierra» (A.L. n.6).

Es muy significativo que se pretenda reflexionar sobre las diversas familias de hoy para tener los pies en la tierra. Como es, también, muy significativo, que el tono previo utilizado pretenda principalmente ser ¿sólo? bíblico. ¿Solamente la Biblia es la Palabra? ¿O acaso la Tradición no lo es también, y la doctrina que contienen ambas también?

La clave está en el pasaje que da pie a este comentario 4. En él se afirma que la Palabra de Dios no se muestra como una secuencia de tesis abstractas; es decir, que niega que la Palabra de Dios sea también una doctrina. Pero, ¿qué es entonces la Palabra de Dios, bajo esta perspectiva? Pues una compañera de viaje. O sea, un conjunto de historias vitales y espirituales que proporciona el adecuado tono existencial y religioso a la propia experiencia vital y espiritual de las familias.

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