InfoCatólica / La Mirada en Perspectiva / Archivos para: Mayo 2020

30.05.20

(426) La reducción existencialista

Fe es «virtud con la cual asentimos firmemente a las cosas que Dios ha revelado […] nadie puede con razón dudar que esta fe es necesaria para conseguir la salvación» (Catecismo Romano, cap. I)

 

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En los párrafos anteriores hemos delineado por encima, informalmente, algunas mutaciones doctrinales con que el moderantismo católico ha transformado la virtud de la fe en la vivencia de un valor religioso. El motivo de esta transmutación de esencias es acomodar la religión revelada a los principios existenciales del mundo moderno, tal y como eclosionaron en la Revolución Francesa; pero corregidos por el moderantismo cristiano, para que no lleguen a ser radicales, y pueda seguirse siendo, a la vez, moderno y cristiano.

Porque los moderados católicos, como buenos conservadores que son, no quieren desorden sino orden. Pero no el orden tradicional, en que el conocimiento tiene la primacía; sino el orden nuevo, en que los sentimientos y las experiencias subjetivas se han apoderado del entendimiento.

 

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Para la mente católica tradicional, la fe es «principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos» (Trento, ses. 6ª, cap. VIII). Por eso la fe, para el pensamiento tradicional, «es la primera virtud cristiana, en cuanto fundamento positivo de todas las demás» (ROYO MARÍN, Teología de la perfección cristiana, BAC, Madrid, 1958, pág. 435).

Fundamento, ni más ni menos, como el cimiento de un edificio; pues aunque la caridad es más excelente, sin fe es imposible esperar y confiar, sin fe es imposible amar sobrenaturalmente. Y es también raíz, «porque de ella, informada por la caridad, arrancan y viven todas las demás (virtudes)» (Ibid., pág 436).

 

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Tras decenios de predicación existencialista y no menos existencialista catequesis, las clásicas distinciones sobre la fe han quedado oscurecidas y difuminadas en la ambigüedad. Porque al minusvalorarse el entendimiento, se minusvaloran también las distinciones con que se clarifica la verdad. El error, entonces, se hace fuerte y se difunde

De manera que, siguiendo los axiomas del pensamiento neoteológico y personalista, se confunde sujeto con objeto, y ya no se distingue el sujeto que cree del objeto que es creído; ya no se distingue la fe subjetiva de la fe objetiva. Se habla, como alternativa, de una experiencia personal unificante en que se difumina lo objetivo y lo subjetivo: un encuentro vital entre dos sujetos: Jesús y la persona humana, (ya ni siquiera el creyente, sino todo hombre). Es el pensamiento “relacional” y dialógico, en que la fe es definida como una relación interpersonal vital, en la que no es necesario creer sino sentir.

 

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Era un paso lógico desenfocar las distinciones con que la doctrina clásica precisaba la fe subjetiva. Porque, tradicionalmente, se hablaba de fe divina (con la cual se cree todo lo revelado por Dios); de fe católica (con la cual se cree todo lo que la Iglesia jerárquica propone como revelado por Dios); de fe habitual (hábito sobrenatural que Dios mismo infunde con el bautismo); de fe actual (el acto sobrenatural propio del hábito antes dicho).

Tambien de fe formada (perfeccionada por la caridad en el estado de gracia); de fe informe (no perfeccionada por la caridad, en estado de pecado); de fe explícita (con la cual se cree tal o cual misterio concreto revelado por Dios); de fe implícita (con la cual se cree todo, aunque se ignoren misterios concretos); de fe interna (si está dentro de nuestra alma); de fe externa (sacada afuera mediante palabras, figuras o señales) (Ver, para todas estas distinciones, Royo Marín, Ibid., pág. 436, que he seguido casi al pie de la letra).

 

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Respecto de la fe objetiva, también la doctrina tradicional realizaba precisas y preciosas distinciones. De nuevo siguiendo la Teología de la perfección cristiana, (págs. 436-437), hablamos de fe católica, (conjunto de verdades reveladas que Dios comunica a todos los hombres para que creyéndolas puedan salvarse por gracia, contenidas en Escritura y Tradición explícita o implícitamente); de fe privada (conjunto de verdades manifestadas por Dios en privado a una persona concreta); de fe definida (propuestas explícitamente por la Iglesia bajo pecado de herejía y pena de excomunión); de fe definible (que pueden ser propuestas explícitamente).

También de fe necesaria con necesidad de medio (aquellas verdades cuya ignorancia, aun inculpable, impide absolutamente la salvación, como la existencia de Dios remunerador de buenos y castigador de malos, la Santísima Trinidad o Cristo redentor, al menos implícitamente); de fe necesaria con necesidad de precepto (aquellas verdades cuya ignorancia inculpable no impide la salvación, como pueden ser algunos dogmas concretos).

 
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La fe, tanto subjetiva como objetiva, puede aumentar hasta un grado eminente, para que el justo pueda vivir de la fe (Rm 1, 17). Pedir a Dios que la haga crecer es petición necesaria. 

El católico moderno, sin embargo, desconfia de todas estas distinciones, porque, a hechura del hombre moderno, sólo confía en sus emociones y sentimientos. Que aumente la fe o disminuya, para él, no es otra cosa que aumenten o disminuyan sus experiencias espirituales.

De esta forma, se ha extendido entre las mentes católicas, como una enfermedad mortal para la fe, la minusvaloración moderna del entendimiento. Al rechazar la primacía del conocer se rechaza la necesidad salvífica de la verdad. Al suprimir el entendimiento de la virtud de la fe, convertida en experiencia espiritual, se deja la esperanza y la caridad sin asidero cognitivo, flotando en la indefinición existencial, abandonadas al mero acontecer inmanente y al mundo autónomo de los valores.

Es así como la perspectiva existencialista, como una máquina de vacío, deja hueca de verdades la fe. La vida cristiana se convierte en experiencialismo subjetivista. La fe, entonces, ya no consiste en creer, sino en experimentar, sentir, confiar, tener un encuentro espiritual. Las clásicas distinciones dejan de tener sentido.

 
 

23.05.20

(425) Transmutación reformista de la fe

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El pensamiento católico europeo posterior a la II Guerra Mundial se caracteriza, en general, por la adopción de planteamientos liberales; por una parte, liberal-progresistas; por otra, liberal-conservadores. Estos últimos reclamarán la ortodoxia intelectual, apelando al nuevo orden sociopolítico en clave democristiana, y readaptando los principios del catolicismo liberal decimonónico y de principios del siglo XX, esto es, el modernismo. El resultado será el neomodernismo, que es un movimiento ante todo, liberal conservador.

 

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La primera virtud que quedará afectada por esta conformación al siglo sera la virtud teologal de la fe, de cuya crisis comenzamos a hablar en los diez primeros parágrafos anteriores. La perspectiva neomodernista será perfecta para adaptar la fe a la mentalidad liberal conservadora: individualismo ético, es decir, existencialismo, mitigado por el comunitarismo progresista. Porque en lo social y en lo económico, y también en lo antropológico, los católicos conservadores querrán parecer progresistas. Nada mejor, para ello, que reivindicar una socialdemocracia moralista, que manteniendo la ortodoxia en moral sexual, adquiera apariencia reformista y social.

 

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Esta socialdemocratización espiritualista del catolicismo será llevada a cabo, en el plano teológico, por la Nueva Teología, utilizando el Método de Inmanencia de Maurice Blondel para inmanentizar la fe cristiana sin que se note, hibridando lo natural con lo sobrenatural. Y en el plano filosófico, por el Personalismo, recentrando el pensamiento cristiano en la persona, escindiendo de ella el orden metafísico para reformar la antropología católica según los presupuestos subjetivistas del liberalismo social de corte socialista. Pero sin pasarse. Éste, el liberalismo social moderado, concretamente el que León XIII denomina de tercer grado, será desarrollado en clave piadosa por la democracia cristiana.

 

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Ante todo, la reforma liberal de la fe se ha realizado confundiéndola con la esperanza, al modo protestante. La fiducia es más adaptable al nuevo orden que la fe teologal. La fe dejará de consistir en creer, para consistir en confiar. Ya no se creerán verdades, ya no se creerán doctrinas. Se confiará en una Persona humana que por sus excelencias es divina. Aunque no perfectamente divina, porque por solidaridad ha renunciado a ser perfecto Dios para «abajarse». Adviene un nuevo nestorianismo mitigado.Se habla de Jesús como si se hablara de una persona humana, aunque perfecta y sin pecado, en la cual se confía de tú a tú, pero sin tener por qué creer en lo que dice, porque no se trata de creer palabras humanas, sino de mera relación existencial. Casi nunca se habla de Cristo como Perfecto Hombre y Perfecto Dios; la expresión Dios Hijo está, casi siempre, ausente; sino como de una persona humana que es también divina, porque Dios (no el Padre, sino Dios, en general) está en ella. El nestorianismo mitigado sirve para aportar un trasfondo espiritual al conservadurismo social y catolizarlo.

 

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La fe, de esta manera, se humaniza, se inmanentiza, deviene experiencia existencialista e individual. La fe pasa a ser una relación subjetiva personal de proyección social, utilizada contra el liberalismo de primer y segundo grado y contra el marxismo. Porque el liberalismo social conservador no quiere excesos, quiere cierto orden, quiere civilización, no la revolución, sino sus “mejoras”. No tanto creer, como relacionarse independiente y libremente con otra persona humana, en este caso, perfecta. Pero relacionarse no en el sentido en que, tradicionalmente, se hablaba de la relación del cristiano con su Redentor, sino de tú a tú, de causa primera (el hombre) a causa segunda de Dios (Jesús).

 

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El hombre, soberanamente libre, va a pretender tener el control; Jesús es convertido en instrumento humano de Dios, que obra y salva por solidaridad, no por sacrificio; y a la espera, confiando en que el hombre dé, por sí solo, el primer paso, minusvalorando, aunque no negando, los efectos del pecado original y personal. Es el numen liberal, que adora la absoluta independencia humana (imperfecta, eso sí; pero para eso pone a Dios a su servicio, para restaurar la autonomía del hombre; nótese la instrumentalización de la gracia, convertida en mera función operativa, rehabilitada por el amor solidario de Jesús, de la naturaleza humana). Es el hombre quien tiene que dar primero el sí.

La fe ha dejado de ser teologal y la gracia se ha convertido en una simple ayuda opcional a posteriori. Primero, para esta mentalidad, siempre, tiene que ser el solo consentimiento humano por la sola voluntad causado, anterior a todo influjo de la gracia. Dios, convertido en expectador. Dios apuesta por el hombre, se dice. Confía en el hombre. Espera que sea él quien dé el primer paso, como si pudiera darlo sin su Creador y Redentor, y no estuviera caído de la gracia. Es el hombre superdigno liberal, el homo-homo-homo renacentista, el hombre uno y trino del humanismo, convertido en causa de sí mismo. La fe ha pasado a ser de la Iglesia a ser del hombre autónomo, que la trata como si fuera su propiedad. La reforma en clave socialdemócrata del concepto católico de libertad, tambien en materia religiosa, será el siguiente paso.

 
 
LA CLAVADURA, I: Una necesaria ambigüedad, II: Transmutación reformista de la fe
 

18.05.20

(424) Una necesaria ambigüedad

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La ambigüedad doctrinal es como clavadura en los pies de un caballo. El clavo ha penetrado la carne viva, el jinete anima al animal a que se mueva, pero éste cojea y cada vez está peor, la herida va comiendo por dentro al caballo y agobiando al jinete, que no consigue llegar donde debía. Si el hombre no reacciona y descubre la herida y extrae el clavo y la cura, el pus negro y oscuro va devorando al animal.

 

2

Lo mismo puede pasar, está pasando, con la virtud de la fe. La Nueva Teología ha conseguido que hoy se hable ambiguamente de ella. Sin distinguir lo que es creer de lo que es amar, de lo que es esperar; de lo que es mera convicción adámica, de lo que es emoción religiosa, de lo que es experiencia subjetiva, de lo que es mera creencia humana, demasiado humana. Por eso hay que afirmar, hoy, tajantemente, que así como la caridad consiste en amar, y la esperanza en esperar confiando, la fe consiste en creer.

 

3

El hombre moderno abomina de su propio logos, prefiere la voluntad. El católico neomodernizado, quiere conservar, como conservador que es, esta abominación por ser moderna, pretende mantenerla pero no del todo (no es progresista), por eso, sin llegar a negarla, se dice: creer, sí, vale, pero sobre todo y ante todo…. experimentar, sentir, confiar,…No así el católico tradicional. Y es que el Catecismo de San Pio X, 864, lo explica con grata concisión antimoderna: «¿Qué es Fe?.— Fe es una virtud sobrenatural, infundida por Dios en nuestra alma, y por la cual, apoyados en la autoridad del mismo Dios, creemos ser verdad cuanto Él ha revelado y por medio de la Iglesia nos propone para creerlo».

 

4

En consecuencia, ser creyente es creer que es verdad cuanto Dios revela y propone para ser creído como verdadero a través de la Iglesia. Por esto la Iglesia es, como dice la Santa Vulgata, «columna et firmamentum veritatis», columna y firmamento, fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15). Firmamentum, como traduce el Diccionario Vox es «apoyo, sostén; prueba, confirmación; […] firmamento, cielo». Mediante la fe recibida de Dios —por eso es teologal, porque procede de Él— a través de los sacramentos, la Iglesia nos ha de confirmar en la verdad; la Iglesia que debe ser nuestro sustento, y, también, el firmamento de nuestro anhelo de verdad. Nunca el velo que la oculta con ambigüedades. La Iglesia debe des-velar-nos la verdad, por ello ser docente, enseñarla y no ocultarla, porque la hemos de creer. Porque «Dios quiere que todo el mundo se salve, y llegue al conocimiento de la verdad» (1 Tim 2, 4).

 

5

Por supuesto, la verdad es Nuestro Señor Jesucristo, Él ES la verdad, y también lo que dice ES la  verdad. El es la Palabra que dice palabras verdaderas. La fe consiste en creerle.  La verdad recibida y creída a través de la fe está propuesta, esto es, formulada, dada en conceptos adecuados a nuestra necesidad cognitiva, de manera que podamos creerla y salvarnos. Las verdades reveladas por Dios, esto es, la doctrina revelada, está adecuada a nuestra forma humana de conocer, y se ajusta a lo que necesita nuestro entendimiento. La gracia nos conforma a la mente de Cristo.

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10.05.20

(423) Volver a tener pulso

Las mentes conservadoras, activas en partidos, cátedras, púlpitos o movimientos, conservan moderadamente las novedades con que las mentes progresistas quebrantan el orden natural y sobrenatural. Van por ahí dando clases de ortodoxia citando autores que no se sabe si son un poco heterodoxos o un poco ortodoxos (citas que, aunque al común de los católicos parecen un rollo infumable, para estas mentes superexegetas son cosa extraordinaria, o hacen como que lo son).

Debe el hombre de tradición dar el paso y no quedarse en la fantasmagoría moderada, creyendo que es católica.

La solución a los males que nos aquejan no se encontrará, por eso, donde germinan los principios del quebrantamiento, pérfidas semillas de cizaña con apariencia de trigo.

La Causa de la Regeneración, ahora, en esta tierra, pasa por el desencanto de la ilusión conservadora, que todavía atrae a cristianos de buena voluntad.

Porque la originales teorizaciones piadosas del catolicismo conservador, que siempre son un plagio encubierto, subcatólico, de la Reforma, no dan sino más de lo mismo: nihilismo y apatía con aspecto espiritual.

La tradición local hispánica, entre sus muchas virtudes, contiene la de la clasicidad: la de aferrarse firmemente a la Tradición, a la Escritura, al Magisterio, porque cree firmemente que la Iglesia es columna y fundamento de la verdad, y por eso ha de ser docente, en lugar de ensayista o teorizante. No sólo a la traditio sobrenatural, sino también a la cultural, jurídica, musical, espiritual en general. Nos conviene, porque mantiene inconsútil la doctrina católica clásica, y por ello es más potente, cuenta con la gracia. Para qué defender derecho-humanismos globales si tenemos el derecho natural.

Labor urgente de todos los católicos que tienen por lengua madre la del Manco de Lepanto y la Santa Fundadora de Ávila, es mantener la primacía de la perspectiva sub specie aternitatis que desde tiempos inmemoriales caracteriza nuestros quehaceres, nuestros dolores, nuestras epidemias, nuestras tribulaciones y nuestros gozos y sombras.

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3.05.20

(422) Regeneración, sin más

Regeneración, sin más. Dejémonos de fantasías, de quijotismos. Seamos realistas, cuerdos, discretos, cabales. Donde hay molinos no veamos gigantes, sino molinos. Que el manco de Lepanto no haya escrito el Quijote en vano. Démonos cuenta de dónde estamos, y a dónde hemos de ir. 

Esta es la Causa que debe consumir nuestros desvelos: contribuir a la regeneración de nuestra traditio. Digo de la nuestra, no podemos actuar por otros, ni enajenarnos en la mente de otros, ni dejar lo nuestro a un lado para ser otros; debemos saber quiénes somos y, como diría Vallet de Goytisolo, cuál es nuestra tarea. Y somos la fe de nuestros padres. No tenemos otros. Nuestros padres no fueron los que alzaron el filo de la guillotina, ni los que dijeron que pensaban luego existían, ni los que desmontaron la Veterum sapientia para convertir en dios al devenir.

No. La influencia de la filosofía y teología francoalemanas ha producido desastrosas consecuencias en nuestro pensamiento. La primera, la pérdida de la esencia propia, la descomposición europeísta de nuestro numen local, es decir, de nuestra tradición hispánica. La del Beato Diego José de Cádiz, la del Jesús del Gran Poder, la de la orfebrería sacra, la de las procesiones y los Rosarios de la Aurora, la de Tomás Luis de Victoria y Báñez dirigiendo a Santa Teresa de Jesús.

Quisieron echar siete llaves al sepulcro del Cid, callar la pluma de Cervantes y amanerar con dulces y refritos la locura de la Santa de Ávila, poner ascensores al Monte Carmelo, subirlo como San Juan de la Cruz pero sin las renuncias de San Juan de la Cruz. Quisieron aguar la tradición aristotélico tomista de nuestros escolásticos, afrancesar la doctrina de nuestros Saavedras-Fajardos, suavizar las sombras de Ribera y romantizar a Murillo. Pero no. No podemos no ser cervantinos, porque el catolicismo hispánico es manco de Lepanto. Y es quevediano, tiene desenvoltura sobrenatural, no teme el esperpento, ni el hacerse todo a todos para ganar almas. No quiere el bienestar sino la cruz a secas, y pintada por Velázquez. (Y el Resucitado por El Greco). Somos numantinos y también de Escipión. No queremos que vuelva Moloc, porque nuestros ancestros derrotaron Cartago.

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