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12.11.19

(390) Clasicidad, II: Revelación, tradición y subversión revolucionaria

6.- La Revelación es traditio porque es entrega sobrenatural de verdades naturales y sobrenaturales. Entrega en que Dios es tradens y el creyente, por la fe, la verdad y la gracia que nos trae Jesucristo (Cf. Jn 1, 17), es accipiens

«La Revelación es la manifestación que Dios hace a los hombres, en forma extraordinaria, de algunas verdades religiosas, imponiéndoles la obligación de creerlas.

Se dice “en forma extraordinaria", para distinguirla del conocimiento natural y ordinario que alcanzamos por la razón» (SADA y ARCE, Curso de Teología dogmática, Palabra, Madrid, 1993, pág. 33).

 

7.- La Revelación termina con los apóstoles. No continúa. El conjunto de verdades entregadas es contenido en un depósito para ser entregado por traditio de generación en generación, custodiado fielmente. Depósito cerrado en que no cabe añadir nada, sólo comprenderlo cada vez mejor, aplicarlo y determinarlo autoritativamente, explicitando  (sacando afuera), potestativamente, sus riquezas generación tras generación. 

 

8.- La Revelación comunica dos tipos de verdades: naturales, que se pueden conocer por la razón; y sobrenaturales, que no se pueden conocer por la razón.

El motivo de entregar sobrenaturalmente verdades naturales son las muchas dificultades que para conocerlas padece el hombre adámico, no sólo por la dificultad intrínseca de las mismas, sino por la ofuscación de su razón por el pecado, el influjo subjetivista de las pasiones, los defectos personales y en general la condición caída del hombre.

«Porque, aun cuando la razón humana, hablando absolutamente, procede con sus fuerzas y su luz natural al conocimiento verdadero y cierto de un Dios único y personal […] y, asimismo, al conocimiento de la ley natural, impresa por el Creador en nuestras almas; sin embargo, no son pocos los obstáculos que impiden a nuestra razón cumplir eficaz y fructuosamente este su poder natural. Porque las verdades tocantes a Dios y a las relaciones entre los hombres y Dios se hallan por completo fuera del orden de los seres sensibles; y, cuando se introducen en la práctica de la vida y la determinan, exigen sacrificio y abnegación propia.

Ahora bien: para adquirir tales verdades, el entendimiento humano encuentra dificultades, ya a causa de los sentidos o imaginación, ya por las malas concupiscencias derivadas del pecado original. Y así sucede que, en estas cosas, los hombres fácilmente se persuadan ser falso o dudoso lo que no quieren que sea verdadero». (PÍO XII, carta encíclica Humani generis, 12 de agosto de 1950, n. 1 y 2).

 

9.- La Revelación es moralmente necesaria para conocer con facilidad, con firme certeza y sin error dichas verdades naturales morales y religiosas (Denz 1786). Y absolutamente necesaria para conocer verdades sobrenaturales, a las que se tiene acceso por la fe sobrenatural. (Cf. ARCE y SADA, Op. cit., pág. 36). «Puesto que nos elevó al orden sobrenatural, era indispensable que nos manifestara ese orden» (SANTO TOMÁS, I, q, 1, a.1).

La traditio sobrenatural, por tanto, le es necesaria al hombre, moralmente, por las verdades naturales que entrega. Absolutamente, por sus verdades sobrenaturales.

 

10.- El hombre sin tradición, es decir,  el hombre revolucionario, renuncia a su papel de accipiens. Revolución es rechazo de la deuda pendiente con la verdad entregada. Principio de independencia respecto de lo entregado por Dios.

Que, por ser necesario a dos niveles, natural y sobrenatural, obliga doblemente, suscita un deber moral y racional y un deber teologal. Razón y fe obligan, naturaleza y gracia obligan.

Rechazar este doble deber es afirmar un doble principio de independencia: respecto del orden moral natural y respecto del orden sobrenatural que lo auxilia.

Revolución por tanto es contraorden: subjetivismo contra realidad, derechos personales contra derecho natural y divino, constructo teórico contra legado.

Revolución es desorden, ceguera y sordera voluntarias a la traditio. Revolución es quebrantamiento de la entrega.
 

David Glez. Alonso Gracián